La jornada final del FILBA 2022 contó con una entrevista a Beatriz Sarlo, realizada por el crítico y poeta Ariel Schettini, que congregó a un público numeroso en el ámbito de la Capilla del Centro Cultural Recoleta. El domingo de sol culminó, entonces, entre revelaciones que no esquivaron lo personal, la tarea docente y el papel central de Sarlo como crítica en las últimas décadas en la Argentina. A continuación, algunos pasajes de la conversación.
1) Aquellos años peligrosos.
Claro que fueron años y, sobre todo, peligrosos, para mí y para todos. Eran peligrosos, ya sabemos que había desaparecidos, conocidos, amigos, compañeros. No tengo que repetir por qué eran peligrosos. Fueron intensos y fueron tenebrosos. Y a la vez eran años de una gran vitalidad. A los autores de la crítica literaria inglesa nos había soplado sus nombres Jaime Rest y entonces en viajes buscábamos si no había títulos para traer a Buenos Aires. De hecho, así hice mis primeros volúmenes de Raymond Williams. Había que leer bien, alemán bien, si no era imposible. Las condiciones de la dictadura exigían que todo el mundo tuviera una formación de élite. Yo la tenía de infancia. Pero eso implica un corte de clase muy fuerte por alguien formado en su infancia como bilingüe. En mi caso, tenía el inglés y luego en la facultad el griego, en el que era muy mala, y latín, en el que muy buena. Y estudiaba alemán enloquecida por Jauss. Con el fallecido Jorge Dotti hacíamos los cursos del Instituto Goethe y leíamos alemán, pero hablando, lo tosíamos.
2) El público al que nos dirigíamos
A diferencia de ahora cuando cualquiera está preocupado a cuántos y quiénes llega la novelita que publica, a nosotros no nos preocupaba la pregunta por un público. No me preocupaba a quién le llegaba la revista (N. de la R: Punto de vista). Yo quería que la revista se vendiera para poder seguir sacándola. Mi imagen del público era gente como yo. Que me leyera Horacio González, que poco después comenzó a sacar una revista. En una palabra, intelectuales. Intelectuales de las ciencias sociales, de la literatura, en las artes visuales. Después descubrimos que llegábamos a otro público que no eran intelectuales, sino gente interesada en la literatura. No estábamos tan seteados como ahora que la pregunta es si el público es ABC1, 2 o lo que sea. La pregunta era porque la leyeran..
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3) Las clases al volver a la universidad y el nuevo canon
Las cátedras de Literatura Argentina hasta 1983 habían sido muy deficientes. Entonces nosotros llegamos con una misión refundadora que era incorporar algunos grandes escritores. (Juan José) Saer fue uno de ellos. Pero después elegimos hacer es al final del programa incorporar a un contemporáneo, contemporáneo. No Saer que ya era un consagrado en París y solo la ignorancia de los profesores anteriores había hecho que no se dieran cuenta. Si no contemporáneos, contemporáneos, y así enseñamos a (Daniel) Guebel, por ejemplo. A Fogwill, que en aquel momento era marginal. Aunque tuve el honor y placer de ser amiga de Saer, yo no lo sentía como un contemporáneo, sino como alguien que ya estaba. Mientras sí pienso en Daniel Guebel, Alan Pauls, en Matilde Sánchez, debíamos dar a alguien que sintiéramos que estábamos impulsando a un contemporáneo.
4) Ampliación del público de la literatura argentina
Se produce una ampliación del público para la literatura argentina de la que no se podría decir que éramos responsables. Somos responsables de la visibilidad de algunos grandes autores, pero no de la ampliación del público ni de las elecciones de ese público. Que tienen poco que ver con mi concepción sobre la literatura. Cuando leo esas elecciones me digo: “Bueno, Sarlo, no es lo tuyo”. Esa ampliación se dio para incorporar literaturas que tienen intereses comerciales, novelas más legibles. Y quienes venimos de donde yo vengo, no tenemos a la legibilidad como valor máximo del texto. La crítica es un farol, la crítica ilumina. No persuade a la lectura. Ilumina a un público más pequeño. Tiene una autonomía, es una reflexión sobre la literatura.
5) Una crítica en Cambridge
El libro que escribí Borges, un escritor en las orillas, me dio una circunstancia extraordinaria, porque me lo pidieron en inglés y lo escribí en inglés. Al volver le dije al gran editor Daniel Saimolovich: “¿Sabés que escribí un libro sobre Borges?”. Me dijo que se lo pase, pero le dije que estaba escrito en inglés. “Beatriz, no vas a ser tan gil que no lo vas a publicar en castellano”. Entonces Daniel mandó a hacer la traducción porque yo no lo iba a hacer, mirá si me daba cuenta de que había escrito un montón de estupideces. Pero la mandó a hacer y yo toqué esa traducción. El libro se disparó en un lugar que es mágico, en un edificio muy moderno de la universidad de Cambridge. Yo estaba ahí en un momento sin celular ni teléfono en el escritorio. Se escribió en ese clima. Tal vez por eso salió bien. En Buenos Aires escribir un libro en inglés es para estar loco.
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6) Marx
La experiencia intelectual más intensa que tuve en ese momento fue leer la sección primera de El Capital, de Marx, que leí privilegiadamente junto a Jorge Dotti, que sabía mucho de filosofía hegeliana, y Carlos Altamirano. Una vez por semana nos juntábamos a leer la sección sobre la mercancía y la conversión del valor en precio, qué es la conversión del valor en precio. Son unas páginas de una dificultad tremenda, es un verdadero tratado filosófico de Marx en cuanto a la economía.
El marxismo fue la base de mi militancia política en el sentido de que yo sabía que no podía ser una buena militante si no tenía una buena formación marxista.
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