Se puede elegir una vida literaria sin que eso signifique caer en el bovarismo. Tal vez esa preferencia sea la razón por la que Cuaderno de faros, de Jazmina Barrera, es tan asombrosamente bello: porque plantea una poética como una ética. La escritora mexicana —que, porque como dice Edgardo Cozarinsky la literatura es también el museo del chisme, está en pareja con Alejandro Zambra— escribió uno de los libros más hermosos de los últimos tiempos.
Es un libro antimelancólico que, paradójicamente, tiene como objeto al elemento melancólico por excelencia. Si en el nombre de la rosa está la rosa, en el del faro hay un imaginario que, antes que como un edificio —de piedras y pintado a rayas—, lo constituye como el hecho romántico en donde se confunden la soledad y la vigilia.
El libro se arma paso a paso —faro a faro— como una colección de obsesiones. Barrera habla de sus visitas al Yaquina Head, al Jeffrey’s Hook, al Mountauk Point —famoso por ser el escenario de la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos—, al Faro de Goury, al Blackwell, al faro de Tapia. Nunca se repite, no se entrega a la anécdota vana —aunque hay anécdotas y hay historias—, no cae en la pedagogización o la enumeración fría de Wikipedia.
Cuaderno de faros es, y pido disculpas por repetirlo una tercera vez, un libro hermoso. Para los que vivimos frente al río —o, mejor dicho, de espaldas, como es la ciudad de Buenos Aires—, la lectura te hace sentir la nostalgia del mar encrespado.
“No se puede pensar el faro sin el mar”, escribe Barrera, “porque son uno, pero a la vez lo contrario. El mar se expande hacia el horizonte, el faro apunta en dirección al cielo. El mar es movimiento perpetuo; el faro es un vigía congelado. El mar es voluble, ‘un campo de batalla de emociones’, lo llama Virginia Woolf. El faro es un señor estoico inamovible”. Y unos renglones más abajo: “El mar, la mar, es femenina por antonomasia biológica y mitológica. El faro es masculino hasta por parecido fonético”.
Barrera apela a la literatura del yo, pero borra la primera persona hasta dejarla en un punto más bien difuso. No es la protagonista —los protagonistas, claro está, son los faros—, pero tampoco es la testigo que registra una visita. Si para Jorge Drexler, el faro y sus doce segundos de oscuridad, eran el camino para asumir el fin del amor, para Barrera es la soledad acompañada.
Entrar al faro es narrar la experiencia de lectura de ese lugar. Habla de ellos como quien habla de libros: “Si me concentro mucho en mí misma, me duelo”, escribe, y sigue: “En cambio cuando visito faros, cuando leo o escribo sobre faros, me voy de mí”.
¿Qué tiene el faro para ser tan frecuentado por los escritores? Barrera habla de Virginia Woolf, de Robert Louis Stevenson, de Poe, de Walt Whitman de Verne. Habla también de Hildegarde Swift, que es la autora del libro infantil The Little Red Lighthouse and the Great Gray Bridge (El pequeño faro rojo y el gran puente gris) y cuenta la historia del faro Jeffrey’s Hook en el río Hudson. Cuando se dejó de usar y las autoridades quisieron venderlo, miles de chicos firmaron cartas en protesta y hasta se promovió una colecta para evitar la venta. “El faro se salvó”, dice Barrera, “no a causa de su valor de uso, ni siquiera por su valor histórico, sino a causa de su valor simbólico y literario. La gente se negó a que la vida fuera tan prosaica, a que la realidad no imitara a la ficción”.
Además de Cuaderno de faros, Barrera es autora del libro ilustrado Los nombres de los animales, y de los libros Cuerpo extraño, Línea nigra, en donde cuenta su embarazo, y Punto de cruz. En esta novela, la muerte —en el mar— de una amiga es el disparador con el que, a partir de los retazos de la adolescencia, teje una trama de violencia social, política, machista. Son por ahora pocos libros, pero comienzan a delinear el universo particular en el que ella se mueve: uno que muestra y calla, como la luz de un faro.
Barrera en el Filba
En esta edición del festival Filba, la escritora mexicana Jazmina Barrera participó del ya clásico formato Lecturas. 1 a 1, en la que un autor le lee a un asistente un fragmento de la obra de algún autor olvidado que vale la pena ser recordado. También participó de una actividad en la que se combinó el bordado con la escritura y la lectura.
Este domingo a las 16, en el Centro Cultural Recoleta, será parte del panel Hijxs: umbral de escritura. La experiencia transformadora y extrema de tener un hijo revoluciona el modo en que vivimos y miramos el mundo. ¿También modifica el modo en que escribimos? ¿Dónde queda la escritura cuando el tiempo pertenece a otro? Conversará con otros tres autores sobre cómo la escritura cuando todo cambia. Gratis.
Cuaderno de faros (fragmento)
Al faro siempre se le atribuye mirada. Polifemo, lo llaman, por ser un gigante de un ojo. Ojos de la noche, los nombra un farero, como si fuesen parte de aquel monstruo de mil ojos que Chesterton decía que era la noche. Un guardafaros comenta que cada ventana del faro es una imagen distinta, cambiante día con día. “Allí estaba la vista, viéndote de regreso”, recuerda.
El marinero mira el faro, su objetivo, pero el faro mira el mar, o más allá del mar. Su ojo es como el de los griegos, que manda un rayo de luz hacia el fin del océano y del mundo. La artista Tacita Dean hizo un video llamado Disappearance at Sea donde filma desde la lámpara de un faro, y tuvo que usar un espejo y una linterna para hacer que la luz se reflejara en el mar. El faro mira y busca, como mira el humano, como un humano de piedra. La primera vez que estuve frente a un faro sentí, como Michelet, que “la posición de guardián de los mares, de velador constante, hace del faro una persona”.
Quién es Jazmina Barrera
♦ Nació en Ciudad de México en 1988.
♦ Es autora de Cuaderno de faros, Punto de cruz y Línea nigra, entre otros libros.
♦ Es confudadora de Ediciones Antílope.