“Nunca he podido explicarme la razón por la que tantos seres humanos tienen esa fijación por lo violento, por lo trágico, por los accidentes mortales, que mientras más bizarros y escabrosos más parecen seducirlos. Yo he sido víctima de esa particular obsesión por lo macabro y he padecido la injustica de ser acusada sin dar ocasión a mi defensa. Año tras año me encuentro más desmejorada, prácticamente hecha jirones y por completo desolada en esta oscura celda en la que ni siquiera recuerdo cuánto tiempo he pasado. Hace mucho que dejé de contar primaveras, el último otoño no fue para nada bueno y de las otras estaciones mejor no hablar” (p. 116).
Así empieza el cuento que da título a esta colección del escritor Juan Fernando Merino, publicada por Panamericana Editorial en abril de 2022.
La bufanda de Isadora y otros cuentos inauditos contiene 34 relatos cortos, dirigidos incialmente a un público de jóvenes adultos, pero que no excluye a lectores de edades más maduras. Algunos de estos relatos han aparecido, como bien lo dice la nota editorial que se encuentra al final del libro, en versiones ligeramente diferentes, en publicaciones previas, a saber, la revista editada por Elkin Restrepo, el blog cultural ‘La Bernardi’, el libro Dilian Francisca Toro, Liderazgo para confiar, y en la revista ‘El café rojo’, editada por Adriana Hernández.
Sobre Merino hay que decir que es caleño, nació en 1957 y realizó estudios en Colombia, México y Estados Unidos. Ha obtenido varios premios literarios, así como una beca nacional de novela. En España ha sido ganador de siete concursos de cuento, incluyendo los de Bilbao, Ponferrada y León. Es autor de los libros Las visitas ajenas (1995), El intendente de Aldaz (1999), El sexto mandamiento (2015), del libro infantil El campamento de verano de Gaspar Guatín (2019) y Los mares de la luna (2020), entre otros títulos.
Entre 1987 y 1997 se desempeñó como jefe de traductores del Festival de Cine de Valladolid, y entre 1990 y 1996 estuvo vinculado con la editorial Anaya de Madrid, para la cual tradujo obras de Mark Twain, Daniel Defoe y Herman Melville, entre otros.
Merino es el compilador y traductor de la antología del cuento joven norteamericano “Habrá una vez”, publicada por Alfaguara. Para editorial Norma ha traducido cuatro novelas de Roddy Doyle, así como obras de Coraghessan Boyle, Julie Hecht, James Cañón y Jaime Manrique. Tradujo Ricardo II, como parte del proyecto ‘Shakespeare por escritores’, para la editorial Alfagura. La revista de literatura ‘Luvina’, de la Universidad de Guadalajara, México, eligió uno de sus textos para una edición sobre el cuento hispanoamericano, con 24 autores de Latinoamérica y 6 de España. Actualmente vive en Cali, luego de haberlo hecho por un tiempo en Nueva York, y colabora con las editoriales Panamericana, Planeta, Taurus, Rey Naranajo, Norma, El Silencio, Sílaba, Océano y Restles Books.
En conversación con Infobae, el autor habló acerca de este libro y sus concepciones alrededor de temas como el fomento de la lectura y la gestión cultural.
— ¿Qué supone un mayor reto? ¿Escribir para jóvenes o hacerlo para lectores con un recorrido y un bagaje mayor?
— Son retos muy diferentes, pero igualmente complejos. En el caso de la literatura infantil, sin recurrir a un lenguaje pueril ni mucho menos, trato de captar la atención desde un principio y no dejarla escapar… de otra manera los jóvenes lectores pasarían de inmediato a otro libro o a otro de sus intereses. En el caso de lectores con un bagaje mayor, ante todo procuro crear personajes e historias que queden resonando una vez finalizada la lectura.
— ¿El libro se parece, o se ve, como alguno que usted leyera en su juventud?
— Leí muchas fábulas sobre animales, pero no recuerdo haber leído historias con objetos como protagonistas. Sin embargo, por la razón que sea, esa inquietud ya existía, pues todos los cuentos que escribí entre los 7 y los 11 años contenían objetos vivientes, pensantes y parlantes… Solo que narrados en tercera persona y no en primera como es el caso en La bufanda de Isadora y otros narradores inauditos.
— De repente, la literatura es una rebelde en medio de un sistema que la reduce. ¿Cómo lograr que su difusión trascienda los espacios tradicionales?
— Creo que quienes tienen a su cargo eventos como ferias del libro, festivales literarios, programación de bibliotecas, etc., deben reconocer la gran importancia de los espacios tradicionales, pero a su vez permitir la salida de estos ámbitos para lograr una mayor cobertura a lectores ya sea potenciales o con un bagaje que se encuentran quizás en prisiones, hospitales, estaciones del metro, o transeúntes que de repente se cruzan con una lectura en voz alta en mitad de una plaza…
— ¿Qué tipo de estrategias, como autor y gestor cultural, ha tomado para difundir la lectura, en últimas, su obra?
— Como autor, intento crear personajes novedosos, que fomenten la curiosidad en los lectores de descubrir sus historias, que los anime a conocer lo que tienen por contar. Como gestor cultural, siempre he intentado que además de los espacios tradicionales la literatura llegue ¡donde se menos se espere!, como rezaba el lema de un Festival Internacional de poesía de Cali de hace algunos años.
— Hablemos un poco del espíritu de estos cuentos...
— Como mencioné antes, mi interés por la presencia de objetos vivientes en la literatura estaba latente desde la infancia. Cuando hace media docena de años encontré un relato en un volumen de jóvenes talleristas cartageneros “narrado” por un ascensor, me pareció que sería una idea magnífica compilar una antología de relatos con objetos como narradores que incluyera textos provenientes de distintos países e idiomas. Sin embargo, por más que busqué y que pregunté a amigos escritores, editores o simplemente lectores, no encontré ni uno solo. Hay cientos, tal vez miles de relatos que incorporan objetos vivientes, pero invariablemente narrados en tercera persona. No quería desistir del proyecto, de modo que me tocó a mí la tarea de darle vida a esta mini antología.
— Las ilustraciones caen como anillo al dedo. ¿De qué forma se dió el proceso de pasar a imagen lo que ya estaba narrado en palabras?
— Las imágenes, más que una ilustración de las narraciones propiamente dichas, las veo como viñetas o alusiones creativas a los personajes, sobre todo cuando la identidad de respectivo narrador solo se descifra ya avanzada la lectura… o hacia el final. Estas originales ilustraciones son obra de la artista argentina Paula Ventimiglia, quien maravillosamente plasmó de manera visual el espíritu de estos personajes, aportándoles una corporalidad a las palabras y las historias.
— ¿Cambió mucho el libro mientras estuvo en edición?
— Los textos no cambiaron mayor cosa. La editora, Alejandra Sanabria, se enamoró a primera vista de estos objetos narradores cuando apenas había construido unos cuantos y me dio vía libre para elegir personajes, temáticas y extensiones. Lo que sí fue para mí una transformación asombrosa fue el paso de unos folios manuscritos (siempre escribo a mano) al objeto final: un libro que en sí mismo es una obra de arte.
— ¿Qué debería y qué no debería tener un buen cuento? Porque los suyos tienen facturas, tonos y construcciones diferentes.
— Realmente no tengo ninguna fórmula o propósito específico al iniciar un cuento, ni pienso en lo que debería tener o no tener. Para mí, cada nuevo relato es una aventura… que en ocasiones me lleva a terrenos insospechados y a finales sorprendentes incluso para mí.
— ¿Todos son narradores inauditos?
— Yo diría que sí. Son 34 relatos breves o muy breves narrados todos por objetos (cotidianos, enigmáticos o célebres), con excepción de cuatro plantas, un huracán, la voz de Caruso y la calavera de un escritor muerto…
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