Infancia y Juventud, el nombre que Fito Páez puso al libro de memorias que llega este lunes a las librerías, fue idea de la artista Alina Gandini, que lo acompañó en su banda en los años de Circo Beat y a quien considera una hermana.
En la obra editada por Planeta, que recorre la vida de Páez desde su nacimiento el 13 de marzo de 1963 hasta que llena la cancha de Vélez a fuerza de haber escrito el disco más exitoso del rock argentino, el rosarino se sirve de recuerdos, anécdotas y reflexiones para construir esta especie de autobiografía.
Se trata de un libro que, aunque ideado hace varios años, logró ponerse a escribir durante el encierro de la pandemia, y que da cuenta de los ejes que atraviesan su vida. El dolor primario por la muerte repentina de su madre cuando él era apenas un bebé, la búsqueda imparable de una mujer que esté a su lado; una vida en la que ninguna otra cosa importa más que la música; el desgarro por el asesinato de su abuela y su tía abuela, las mujeres que hicieron de madres; y la resurrección que habilitan los mejores amores son algunas de esas claves vitales.
En el medio, un hombre cuyo talento lo hace llegar cada vez más alto: desde los actos escolares hasta consagrarse como uno de los artistas de música popular más importante de la región, pasando porque Charly García lo elija para su banda, Caetano Veloso quiera grabar una canción suya, Pablo Milanés le presente a Silvio Rodríguez y Mercedes Sosa le ponga a uno de sus discos el nombre de una de sus creaciones.
De todo eso habla Fito Páez en Infancia y Juventud. Infobae Leamos hizo una selección de algunos fragmentos de un libro que, dice su autor sobre el final, “continuará...”.
Un dolor para siempre
En algún rincón de mi corazón iba cocinando la teoría en la cual mi madre me abandona y me rechaza por motivos más que misteriosos creados en alguna dimensión desconocida. En vez de ir por el simple camino de comprender que solo se había muerto. Los bebés no piensan. Sienten. Y eso que sienten puede ser el sedimento de edificios majesutosos construidos en el transcurso del tiempo con aire y arena.
Fabi, la primera musa
De pronto se abrió la puerta y escuché una voz celestial: “¿No vino nadie?”. Me di vuelta muy despacio y allí estaba Fabiana Cantilo. Era el monumento a la juventud. Solo pude mirarla de refilón en los siguientes minutos. Se produjo un hermoso silencio al encontrarnos. Nos dimos un beso de circunstancia. Era de una belleza sobrenatural. Me intimidaba. “Vos sos Fito, ¿no? El rosarino de Baglietto”. “Sí”, le contesté sin dar crédito a lo que veía. Su rostro anguoloso entre galés y criollo. Sus ojos castaños que se encendían pícaros. Su boca de labios carnosos y ese lunar tan de ella sobre su mejilla derecha. El cabello rubio carré sobre los hombros. El cuello perfecto devenía en un torso con dos pechos suavez que se alzaban sobre una remera de The Police. Su minifalda dejaba ver su refinada silueta de mujer joven y poderosa. Fabi deambulaba nerviosa por la oficina. Me enamoré de ella en ese momento.
Una tarde en la terraza de esa casa le conté a Fabi que estaba enamorado. “De Ceci”, disparó ella con intuición psiciana. “¡Sabía que era ella!”. Algo la tranquilizó. Me habrá visto la sonrisa, o habrá sentido la vibra que me brotaba por los ojos cada vez que nombraba a Cecilia, o lo que sea. El mundo se divide en dos: las personas que entienden y las que no. Ya sabemos a qué grupo pertenece Fabiana Cantilo.
El día que intentó trabajar
Quería trabajar e independizarme. Guillermo Giandoménico, uno de los bateristas de la Dante Alighieri, era hijo del dueño de la pollería más importante de la ciudad de Rosario. La pollería Giandoménico. Llegué una fría mañana de invierno (...) Lo vi tomar un pollo entre sus manos. Meter la mano dentro del cuerpo del animal muerto y sacar una cantidad de tripas de tantos colores que hicieron que casi vomitara (...) Esa mañana metí mis manos enguantadas dentro de cuatro pollos. Terminé a las doce y media del mediodía. Volví caminando desde la Facultad de Medicina, por Santa Fe, hasta mi casa. Juré que nunca más volvería a trabajar. Soy un hombre de palabra. Aquí estoy.
Charly, un maestro y un hermano
Mi ubicación era en el extremo izquierdo visto desde el público. Charly se acercó por primera vez a mi set. Casi sin mirarme ni dirigirme la palabra me levantó tres dedos del teclado y se volvió a su set en el otro extremo de la sala. Con cuatro notas alcanzaba para formar un sol cuarta séptima. Primera clase. “Bancate ese defecto”.
Cecilia, el amor después del amor
Creo que Sergio me invitó un trago y hablé con alguien que no recuerdo de algo que tampoco recuerdo. Iba entre avergonzado, por parecerme más a Gregorio Samsa que a un hombre, y a la vez relajado, porque literalmente no me importaba nada. Fui al baño. Pasé tambaleante ante la gente auténticamente chic de Buenos Aires. Después de un rato salí arrebatado por la calle México hasta Defensa.
Eso vio Cecilia Roth.
Aquí, su punto de vista. Me lo contó años más tarde. “Me diste mucha curiosidad y solo quería saber qué pasaba en esa cabecita. Estuve a punto de ir a darte charla. Tenías el pelo tan largo y una flacura imposible. Me pareciste muy sexy”.
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Por suerte, me olvidé el walkman en aquel auto cuando bajamos a cenar. Esa noche, en su cama, Cecilia escuchó los demos de Tumbas de la gloria y Creo. Cuenta la leyenda que en aquellos momentos se enamoró de mí. A eso le siguió la primera noche que dormimos juntos en su habitación de la casa Kuropatwa. La noche que nos dimos el beso que cambió nuestras vidas.
Conviene no mezclar
Siempre me encantó marerarme. Y reír y hablar. El alcoholo y la marihuana lograban ponerme pronto en aquel lugar de las delicias. El sexo lo mantenía como una materia independiente. Al día de hoy, lo mismo. No mezclar muchos placeres a la vez es una firma de la casa.
Pepa y Belia, las viejas que criaron a Fito
Podríamos decir que crecí en un declarado matriarcado. Ellas fueron mis dos madres en el mundo real. Las que me cambiarían los pañales, me harían la comida, me lavarían la ropa, me bañarían, me bajarían las fiebres y oficiarían de cómplices para ocultar algunas de mis travesuras que hubieran ameritado el reto implacable de mi padre. Pepa mucho más que Belia. Todo lo que soy se lo debo a ellas. La entrega con la que esas dos mujeres me criaron y protegieron es el cofre donde anidó el más puro amor.
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“Fito, mataron a tus abuelas en Rosario”. “¿Eh?”. Era una broma, claramente. “Las encontraron muertas en la casa de calle Balcarce”, repetía con voz temblorosa Jorge Portunato desde Buenos Aires (...) El agujero interior en el que iba cayendo era enorme y profundo. Corté. Comenzaba a apretarme el pecho una enorme pata de elefante (...) Los eché a todos a los gritos y desutrí a golpes la habitación en cuestión de segundos (...) Allí comenzó una larga borrachera que duraría años.
Un llamado inesperado
Un mediodía sonó el teléfono. Atiendo y escucho estas palabras: “Buenos días, quiero hablar con Fito Páez, soy Mercedes Sosa”. Se me aflojaron las piernas. Empecé a balbucear. Me desconcertó totalmente. Era una de las voces de mi infancia. Las diosas del Olimpo no llaman por teléfono a los mortales. “Quiero contarle que he titulado a mi disco nuevo Yo vengo a ofrecer mi corazón y que hice una versión muy diferente a la suya”. Había algo del orden marcial en esa palabras. Era un dictamen inapelable.
Actuar para vivir
Había que acompañarse en el trámite de vivir, y a mí me había tocado la parte más hermosa. Tenía que escribir y cantar, ensayar, leer y estudiar, dejarme ir, curiosear en los piringundines y en los palacios. Vivir. Vivir y contar. Con la lengua y el cuerpo sueltos. Con delicadeza y a todo volumen.
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