Hace exactamente dos años, el 30 de septiembre de 2020, Catalina Martínez, la directora de la editorial Palabra Libre, le daba la posibilidad a un escritor caqueteño de publicar su primera novela, a través de su colección Pluma, permitiéndole convertirse en el primero nacido en ese departamento, no solo en llegar a las principales librerías del país, sino de compartir con los escritores más consagrados en escenarios como la Feria Internacional del Libro de Bogotá y la Fiesta del Libro de Medellín.
Pocos registros hay de escritores nacidos en el departamento de Caquetá que hayan conseguido publicar obra alguna con una editorial bogotana, y aún más pocos aquellos que dan cuenta de quienes lo hicieron con un sello que, además, tiene presencia en el sur de Estados Unidos, México y, próximamente, España.
Antonio Torres parece ser el primero en conseguirlo y hoy es celebrado en su departamento por ello. Su debut literario ha sido comentado por escritores como el mexicano Daniel Salinas Basave y el colombiano Gilmer Mesa. Y es que, su novela, para ser la primera, está muy bien construida. Es entretenida, novedosa y, pese a que presenta uno que otro error típico del escritor novel, es de un alto registro.
“Aquí hay una novela negra robusta en su contenido y bien delineada por un autor con oficio, sus personajes tienen sus bemoles, son tercos con la terquedad de un yunque que, pese a los golpes, no cede, tienen empeños y vacíos similares a los de usted y yo, aparecen y se ocultan, se esquivan y se tocan, se quieren y se odian a intervalos y se definen por sus bordes como la vida misma, es una historia cruda y amena, hostil y tierna a su manera como el país y la región en donde está asentada”, resaltó el autor de La cuadra y Las Travesías.
El hedor del jazmín narra la historia de Cris Abello, una joven estudiante de criminalística con un pasado turbio, que debe emprender una investigación para dar con las razones detrás del misterioso homicidio de Santiago Heredia, sin saber que sus pasos la llevarán no solo a encontrar las respuestas sobre el asesinato del joven, sino a desentrañar los fantasmas de su pasado. La pregunta obvia que se hace Abello es: ¿Quién lo mató?
“En El Doncello, el pueblo “donde el diablo ha olvidado su trincho”, dos cadáveres coinciden en la funeraria: el de un don Juan asesinado por “pipi loco” y una mujer víctima de una trombosis fulminante. Hasta ese infierno grande llega Cris Abello, la joven estudiante de criminalística capaz de calcular la edad de las larvas cadavéricas de la mosca Callipoidae, quien improvisa como detective en calles pobladas por espectros y sospechas en donde tras la máscara del tedio habitan los demonios. Un fotógrafo que “vive la vida en medio de la muerte de otros para que la muerte lo mantenga con vida y le permita comprar cigarrillos”, un funebrero capaz de escuchar los lamentos de sus ataúdes, un frustrado aspirante a escritor con un cuaderno maldito en sus manos son algunos de los estrambóticos personajes que pueblan las páginas de El hedor del jazmín. Administrando el suspenso en dosis exactas y sacando ases bajo la manga al final de cada capítulo, Antonio Torres nos va envolviendo en su atmósfera, haciéndonos intuir que a la vuelta de la página habita lo más mórbido de la realidad”, escribió Daniel Salinas Basave, autor de Días de whiky malo, en la contraportada del libro.
Así empieza la novela:
“La tarde anterior al día de todos los santos, Cris Abello, de nueve años, descansaba con los brazos cruzados sobre la barra metálica de la cocina; contemplaba la luz anémica del sol de la tarde que se filtraba a través de las gotas de agua que escapaban por el estrecho espacio del grifo, y que su padre intentaba arreglar por enésima vez.
—Cuatrocientos gramos de leche condensada —le pidió su madre.
La mamá de Cris se acercó a la barra, se hizo atrás de ella y le repitió el pedido al oído.
—Cuatrocientos gramos de leche condensada…
Cris, que debía ayudar a su madre a preparar el postre de tres leches que repartirían al día siguiente en la celebración de su primera comunión, se levantó de golpe, volteó a verla, le sonrió apenada y fue por las cosas. Colocó en la balanza la cantidad de leche pedida y se la entregó.
—Cuatrocientos gramos de crema de leche —le solicitó seguidamente su madre.
Cris sacó el recipiente de la crema del refrigerador, se sentó en la butaca e intentó abrirlo sin la ayuda de su padre; sujetó el pote entre sus piernas, agarró la tapa con sus dos manitas y apretó con todas sus fuerzas. La crema se derramó por el borde. Con prisa limpió la leche derramada con los dedos y se los llevó a la boca, el dulce en los labios le provocó un deseo inmensurable por devorar todo el tarro, pero una nueva solicitud de su madre la alejó del deseo picaresco del dulce.
—Cuatrocientos gramos de leche entera —le pidió y le señaló la ubicación con la boca.
El padre de Cris dejó de batallar con el grifo, tiró la llave inglesa en el fregadero, agarró a su esposa por la cintura y la elevó por encima de su cabeza; ella tarareó una canción en el aire mientras él danzaba con torpeza en el suelo. Fue una escena feliz. Cuando volvió a pisar tierra la mamá de Cris se acercó delicadamente a la oreja de su esposo y le solicitó el ingrediente faltante.
—Un pocillo de limón.
El padre de Cris atendió el pedido, tomó los limones, los partió y exprimió y empezó a vaciar el contenido lentamente sobre el recipiente de tres leches, mientras Cris empinada sobre la butaca plástica movía rápidamente sus manitas mezclando todos los ingredientes.
—Hay que mezclar suavemente —le sugirió su madre y tomó sus manitas para ayudarle a mover la batidora.
Una vez la mezcla ganó la textura y color deseado, a una orden de su madre levantó el recipiente y dejó caer suavemente la crema sobre la refractaria, al tiempo que su padre agregaba la galleta picada en cuadritos. La madre de Cris hundió un dedo en la crema y le hizo un bigote a cada uno. Los tres rieron. En el momento en el que Cris bajó de la butaca y tomó la refractaria para llevar la crema al refrigerador, la puerta giratoria de la cocina se abrió de golpe; el aire obtuso de la tarde entró acompañado de un olor metalizado ahogando los pulmones de Cris. Su padre agarró de nuevo la llave inglesa que había tirado al fregadero y fue a ver.
Abrió la puerta. Ancló la batiente al seguro para que no se volviera a cerrar y salió a la sala. Tras él, unas sombras saltaron al piso de la sala y se hicieron robustas, se movieron de un lado al otro y se le fueron encima. Cris fue a gritar cuando vio el brillo de las pistolas, pero su mamá le tapó la boca”.
La cubierta del libro fue realizada por la diseñadora Paula Vargas Salazar, a partir de una fotografía de Samia Bohórquez, una de las fotógrafas con mayor proyección en el país. Tras haberse presentado de manera virtual en noviembre de 2020, con el escritor Fabián Buelvas como moderador, una vez levantadas las restricciones por la pandemia del Covid-19, la novela se lanzó oficialmente en la edición 2021 de la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Allí, Torres conversó con Gilmer Mesa, quien no escatimó en elogios hacia el naciente escritor, y tuvo su primer acercamiento con lectores. Para el caqueteño, fue una experiencia surreal.
En 2022, El hedor del jazmín se presentó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. El periodista Andrés Osorio Guillot fue el encargado de conversar con Torres.
Laura Camila Arévalo, en una crónica publicada por el diario El Espectador, describió así el encuentro:
“Torres, a quien no había visto nunca, tenía una vida alejadísima de la literatura: estudió comercio internacional y es experto diseñando planes de desarrollo y planes integrales de seguridad y convivencia ciudadana. “Pagaban bien”, dijo, justificando el montón de años que le dedicó a una labor tan distante a lo que realmente quería hacer: escribir (...) El escritor conversaba entre sonrisas que salían como si tuviese un botón en alguna parte del cuerpo que las activara. Como prendiendo y apagando el switch de la luz, así se asomaban y escondían sus dientes, que contrastaban con su piel morena y su camisa azul. A su lanzamiento fueron pocas personas, pero eso es usual cuando un escritor comienza, así que él mostró su agradecimiento y se emocionó con cada una de las felicitaciones que se acercaron a darle. Su libro era su premio, la confirmación de que, finalmente, su éxito no estaba en el dinero que ganaba haciendo planes de desarrollo, sino escribiendo, haciendo lo que sabía que tenía que hacer”.
En noticieros locales, Antonio Torres ha hablado de la importancia de poner en el radar del país a la gente del departamento de Caquetá, a través de temas diferentes a la violencia o las drogas. En entrevista con W Radio, así lo señaló: “A mi editor le llamó la atención mi trabajo porque no le eché mano al recurso de escribir ni de drogas, ni de la guerra, ni la violencia, pese a que estas problemáticas eran latentes en mi tierra”.
El caqueteño comentó que después de haberlo intentado por mucho tiempo, finalmente encontró en Palabra Libre la recepción que buscaba. “Lo que más pesa en el alma es el silencio de las editoriales, que no te digan sí o no. Fueron en total 17 veces las que envié mi trabajo hasta que en Palabra libre me dijeron que les gustaba mi historia”.
Hoy, el escritor está a la espera de la publicación de su segunda novela, con la misma editorial. De a poco, gana lectores y se abre paso como el único caqueteño en la escena actual de la literatura colombiana.
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