Adiós a mi amigo Miguel de Torre, el sobrino que nos contaba anécdotas de Borges y que caminaba como él

Decía que la famosa mascota del escritor era “un gato de miércoles” y, como su tío, estaba orgulloso de su estirpe criolla. Con rigor y calidez, sus recuerdos ayudaron a quienes investigaron la vida del gran autor. Murió este jueves.

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Miguel de Torre y Martín
Miguel de Torre y Martín Hadis, con "La senda", un libro de Jorge Guillermo Borges. (Cortesía Martín Hadis)

Hace unas horas recibí una noticia muy triste. Me llegó por whatsapp, como suele ocurrir estos días: “Se murió Miguel”. Hace varios días que estaba bajo observación, pero yo confiaba -estaba casi seguro- de que iba a recuperarse e íbamos a volver a conversar como siempre. Es un consuelo saber que se fue en paz y sin ningún tipo de sufrimiento. Con su partida se cierra el último vínculo que teníamos con las primeras décadas del siglo XX de esa familia genial y particular que dio a Jorge Luis Borges y a su hermana Norah. Miguel recordaba con especial cariño a su abuela, Leonor Acevedo, y atesoraba recuerdos únicos de sus parientes, amigos y conocidos.

Conversar con Miguel era -siempre- enormemente enriquecedor. Atento y generoso con todos los que investigábamos a su tío, Jorge Luis Borges, solía brindar relatos llenos de anécdotas que, incluso cuando eran triviales, resultaban reveladoras o -a veces- directamente cómicas. Recuerdo que un día le mencioné al gato de Borges, el tan mentado Beppo. “Era un gato de miércoles” -me dijo. “¿Qué?” – le respondí azorado, apenas reponiéndome del shock- “¿Acaso era agresivo? ¿Alguna vez te atacó?” “No”, me contestó Miguel- “nada más era antipático.”

A Miguel siempre le fascinaron los gatos y hasta hoy lo acompañó Candelaria, una pequeña gatita color azabache que era la luz de sus ojos. Partiendo de tal cariño por los felinos, Beppo debió ser realmente antisocial para granjearse tamaño fastidio. Me doy cuenta ahora de que por el solo hecho de que Borges le hubiera dedicado un poema, yo -y seguramente otros muchos lectores- había elevado a Beppo a un nivel cuasi-mitológico. De un plumazo me enteré aquella tarde que “ese gato blanco y célibe [que] se mira / en la lúcida luna del espejo” era además, literalmente, “un gato mala onda”.

Tuve el honor y el placer de acompañarlo a recorrer la exposición que se realizó en el Museo de Bellas Artes con la obra de su madre, la artista Norah Borges. Fue conmovedor escucharlo explicar cada cuadro. A cierta distancia, su andar parecía el de Jorge Luis Borges. No puedo decir que Miguel y su tío fueran idénticos. Pero sí eran muy parecidos en su forma de caminar, en la manera de detenerse a observar algo, en sus silencios y en sus gestos.

Al igual que su tío Jorge Luis Borges, Miguel era dueño de una memoria notable, y recordaba las menciones de sus ancestros en decenas, acaso cientos de libros. “Hay un párrafo sobre el Coronel Borges en tal libro” o “Tal autor menciona algo que le dijo mi tía abuela en el capitulo X”.

Estaba orgulloso, y esto me lo remarcó varias veces, de su estirpe criolla, de ser porteño y un “salvaje unitario”. Cuando publiqué mi libro más reciente, con las memorias de quien fue su abuela Leonor Acevedo, me llamó alarmado porque -me dijo- había detectado una serie de errores “muy graves”. Preocupado, acudí sin demora a su casa y en unas horas que hoy atesoro entre mis recuerdos me señaló de un modo a la vez amable y preciso cada errata. A medida que avanzábamos, mi asombro crecía: Miguel había marcado hasta las comas y los puntos en las abreviaturas que eran erróneos o cuestionables (tengo marcado en el ejemplar que usamos: falta un espacio entre la C. y la S. de C.S. Lewis. Yo había escrito “C.S. Lewis” pero Miguel con ojo avizor me indicó correctamente que iba un espacio después del punto de la C: “C. S. Lewis”) .Hasta el día de hoy no entiendo como vio ese desliz. A lo largo de más de trescientas páginas, no se le había escapado ni el menor detalle. Hoy no puedo hacer otra cosa que agradecerle: gracias a su rigor de editor, ningún error ha quedado sin corregir.

Miguel de Torre con su
Miguel de Torre con su gata Candelaria. (Cortesía Martín Hadis)

Así actuó siempre con todos aquellos que investigábamos a Borges: fue un colaborador amable y entusiasta, una fuente inagotable de recuerdos, siempre interesado en impulsar trabajos e investigaciones. Estaba pendiente de cada libro que se publicaba acerca de su tío Jorge Luis Borges, o de cualquier otro miembro de su familia. Con especial aprobación me señaló una vez un volumen en portugués, titulado Borges babilónico, que todavía tengo pendiente leer.

Recuerdo ahora otra anécdota, ocurrida mientras revisábamos los anaqueles de su biblioteca. De repente, Miguel se topó con un libro que estaba al revés y lo enderezó con esmero para que quedara bien orientado: “Mi tío” -me dijo, refiriéndose una vez más a Jorge Luis Borges- “no dejaba nunca los libros así, porque temía que las letras se cayeran durante la noche”.

Otro rasgo que tenía en común con su tío era que le divertía jugar con las palabras. Hace unos meses lo visité en una clínica en la que se reponía de una leve dolencia. La enfermera le acercó una “chata” y Miguel la rechazó con amabilidad. Luego me miró y dijo: “Esta señora ¿pensará que estoy chateando?” e hizo una referencia al Whatsapp.

(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

Además del humor, compartía varios otros rasgos con sus ancestros: sentía, como Borges la nostalgia del destino épico de sus mayores, héroes de la independencia y militares de un pasado ya remoto. Una vez me dijo que el ver pasar cualquier ejército lo emocionaba. Subrayó que cuanto más humilde era esa esa tropa, más intensa era la emoción que le causaba. “Si paso por el pueblito más humilde y veo un pequeño regimiento desfilando soy capaz de emocionarme hasta las lágrimas”, me dijo una vez. En lo que respecta a la religión, compartía el escepticismo de su tío Jorge Luis y de su abuelo, Jorge Guillermo Borges. No puedo dejar de imaginar o desear que, inexplicablemente, se haya encontrado ahora con su querida esposa Babo y con todos los mayores que dedicó su vida a recordar.

Creo necesario hablar, por último, de su sencillez, absolutamente auténtica. Tenía la modestia criolla tan característica de su familia y desconfiaba de las ceremonias, las pleitesías y los honores. Por eso, sé que me retaría si leyera este texto. Pero no quise dejar de escribirlo, porque por encima de todos estos rasgos, Miguel era y seguirá siendo mi amigo.

* Martín Hadis es autor de Borges profesor, Literatos y excéntricos. Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges, Jorge Luis Borges. El tango, Memorias de Leonor Acevedo de Borges y Siete guerreros nortumbrios. Enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges.

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