Lu Ciccia: “Los discursos determinan lo que puede un cuerpo”

La científica y escritora argentina publicó “la invención de los sexos”, un libro en el que desmitifica las diferencias biológicas atribuidas a los cerebros de varones y mujeres para sostener roles de género.

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Lu Ciccia es una científica argentina especializada en Estudios de Género.
Lu Ciccia es una científica argentina especializada en Estudios de Género.

Habla rápido Lu Ciccia. Rápido y bien. Habla y dice muchas cosas. Escucharla es como entrar en una autopista a 130 kilómetros por hora y dejarse llevar por el fluir de ese tránsito imparable. Si te bajás, te perdés.

Lu Ciccia (se pronuncia chicha o cicha) es una científica argentina que vive en México. Es doctora en Estudios de Género (UBA) y licenciada en Biotecnología (Unqui), dos títulos que confluyen claramente en su desarrollo vital e intelectual. Estuvo en Buenos Aires para presentar su libro la invención de los sexos (Siglo XXI), así, con minúsculas. El subtítulo ya dice mucho sobre lo que contiene el volumen: cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí.

El encuentro fue en un bar de Almagro una mañana de agosto, cerca del departamento que habitó por esos días y donde habían cortado el agua. Usaba una gorra con visera y le preocupaba su pelo despeinado para las fotos. ¿A qué mujer no le preocuparía ese punto? ¿Y a un varón, persona trans, no binarie, etcétera? La charla, sin embargo, no giró alrededor de eso que recubre nuestras cabezas y otras partes humanas sino de lo que hay adentro, o, mejor, de lo que la ciencia vio y ve en nuestras cabezas y en nuestros cuerpos según nuestros géneros.

Entonces (y vamos entrando en la autopista lucicciana): sexo no es género, mente no es cerebro, el patriarcado no es un señor y otras negaciones de aquellos lugares comunes (y no tanto) que tenemos incorporados y que la ciencia pretendidamente universalista contribuyó a fijar. Por fortuna, el libro incluye un glosario breve y conciso que ayuda a aclarar las dudas que surgen en su lectura.

Por ejemplo, el concepto sobre el que gira buena parte del ensayo que contiene el libro, de dimorfismo sexual: “La idea acerca de que existen dos formas biológicas sobre la base de las funciones reproductivas. Concepto desde el que suele legitimarse el uso de la categoría ‘sexo’ en el ámbito biomédico”.

Podemos decir que Lu Ciccia estuvo en Buenos Aires para desarmar nuestros esquemas mentales: si pensamos algo, la prueba es darlo vuelta y ese es el modo de ingreso a la autopista.

La previa a esa fiesta del desarme mental (¿cerebral?) está en una charla Ted, “La magia de los géneros”, breve, divertida, que deja pensando y puede verse en YouTube siguiendo en este link: prueben hacer el truco que propone la autora.

-¿Qué recorrido te llevó a cuestionarte las ideas binarias en ciencia?

-Me interesa profundizar en lo que hoy se sabe de la biología molecular para poder cuestionar la idea de que hay dos formas biológicas sobre la base de las posibilidades reproductivas. Eso es algo que pareciera intuitivo. Cuando vemos a una persona, la genitalidad externa sugiere que lo que estamos viendo es un conjunto de parámetros biológicos y fisiológicos que darían cuenta de un tipo de cuerpo. Esos parámetros se expresan macroscópicamente y darían cuenta de otras diferencias como la altura, el peso promedio, el desarrollo de la masa muscular. Mi inquietud por saber si esta idea es válida viene porque estuve trabajando e investigando en el área de las neurociencias. Indagué sobre otras líneas de investigación que abonaban a la idea de dos tipos de cerebro: habría optimizaciones para las personas con vulva y para las personas con pene en determinadas habilidades cognitivas conductuales. Me alarmó porque vi que estas habilidades trataban de los clásicos estereotipos de género: el cerebro de la persona con pene optimizado para tareas que requieren abstracción y para ocupaciones como la química orgánica y la ingeniería y el de las personas con vulva, para las tareas de cuidado, empatía, intuición. Eso me hizo revisar esos supuestos y ver si tenían robustez metodológica y me di cuenta de que no.

-¿Por qué?

-Me di cuenta de que había apriorismos, que los presupuestos se basaban en un imaginario social y se buscaban correlatos biológicos para justificar después que, si se encontraban, eran causados y debidos a lo que llamamos sexo, es decir, a las posibilidades reproductivas, a un conjunto de cromosomas, determinadas concentraciones de testosterona que darían cuenta de esas dos formas del cerebro, que también implican conductas, por ejemplo, en el juego: los cisvarones (el prefijo cis es el que usamos para señalar a aquellas personas que se siguen identificando con el género al nacer), con el camión y a la lucha y las cisniñas, las muñecas y la empatía, el cuidado. Todo esto se justificaba por los roles en la reproducción.

"El lenguaje que estamos usando es de la marca lingüística de género masculina como universal que excluye a todo el resto", dice Ciccia.
"El lenguaje que estamos usando es de la marca lingüística de género masculina como universal que excluye a todo el resto", dice Ciccia.

-¿Qué pasó entonces?

-Claramente entré en shock y dije: mi cerebro no está hecho para estar acá o tengo que dar cuenta de una masculinización; si no, no voy a hacer buena ciencia, porque todos estos valores que consideramos necesarios como la objetividad, neutralidad y universalidad parecían estar optimizados en el cisvarón. Además, son los más valorados y se requieren como necesarios en exclusión de otros, que serían los de las mujeres, como la emoción, la sensibilidad. Eso hizo que reoriente mi investigación y que ponga en cuestión estas diferencias “naturales”. Empecé por los cerebros. Me llevó a dudar de toda variable biológica, a ver qué otros factores pueden explicarla. Desde la modernidad o con el desarrollo de las ciencias positivistas siempre hubo un a priori donde la genitalidad externa decía que nacés mujer.

-Contra esos apriorismos, el libro propone una “lectura revolucionaria de los cuerpos”.

-En la idea de la lectura revolucionaria recupero el concepto de deconstrucción del filósofo Jacques Derrida. Está muy en boga usar la palabra deconstrucción, de repente parece que las personas nos deconstruimos y no entendemos bien qué decimos cuando lo decimos. Y está bien porque los conceptos están vivos y el lenguaje cambia, como demuestran los problemas que tenemos para el lenguaje no excluyente. En Derrida, la deconstrucción tiene que ver con qué nos están diciendo en los silencios, en las omisiones o con lo que no está explícitamente dado. Muchos autores llaman a esto una lectura subversiva de los textos. Pero esa palabra tiene una connotación muy fuerte para la historia política de nuestro país, por eso la desplazo a la idea de revolución en el sentido de una lectura que implica aprender a ver. Y lo llevo a la materialidad del cuerpo: aprendamos a ver lo que hay en esos cuerpos que no estamos viendo, aprendamos a leernos en otros términos.

-¿Cuáles son las preguntas que se te plantearon?

-¿Realmente un pene da cuenta de una mayor altura y peso promedio y de desarrollo de una mayor masa muscular? ¿Fue así en todos los tiempos? ¿Podemos hablar de un cuerpo universal? ¿Cómo son nuestras prácticas sociales atravesadas por las normativas de género que implican frecuencia de actividad física? ¿Cómo afectan en la historia de un cuerpo las prescripciones simbólicas en el marco normativo del género? ¿Cómo afecta a un cuerpo la idea de la realización a través del cuidado? ¿O suponer que tiene que tener conductas agresivas para legitimarse en un género y competir? Los estudios actuales nos dicen que hay más variables. Incluso esas, basadas en las posibilidades reproductivas, la mayoría de las veces no son de relevancia clínica. ¿Realmente la testosterona da cuenta de estas diferencias en las habilidades atléticas? Cuando nos metemos ahí vemos muchos vacíos epistémicos y la última explicación termina siendo la testosterona en el cerebro y una suerte de efecto que explica el input agresivo en los cisvarones y la mayor fuerza. Si empezamos a desandar partiendo del cerebro pero cuestionando todo nuestro cuerpo, por ahí aprendemos a vernos a nosotres mismes y a les otres de una manera donde esta lógica reproductiva quizás empiece a perder ese valor de clasificación. Y esa es la mejor forma de poner en crisis un sistema de valores androcéntrico.

-Usás la “e” inclusiva pero hablás de lenguaje no excluyente.

-Qué bueno que me lo preguntás porque yo estoy militando el uso del lenguaje no excluyente. ¿Dónde está ese sujeto androcéntrico, cisvarón, blanco, adulto, propietario occidental? ¿Dónde está ese 1%? Creo que la mitad de los sujetos androcéntricos son la Real Academia Española. Vos ves a los “señoros” ahí. Eso es el androcentrismo encarnado. Evidentemente no les vamos a pedir que acepten o no acepten un uso del lenguaje que es político. Esa política, esa postura política, atenta contra sus privilegios. El lenguaje está vivo, es dinámico y es un posicionamiento. Hablo del lenguaje no excluyente porque el que estamos usando es de la marca lingüística de género masculina como universal que excluye a todo el resto, que es la mayoría. El lenguaje que desde ese lugar jerárquico se considera “incluyente” es excluyente porque representa a este 1%. Hay que abonar a un lenguaje que no sea excluyente de la humanidad entera. Del 99%.

La Universidad Nacional de La Plata, Argentina, extendió diplomas a estudiantes no binarios.
La Universidad Nacional de La Plata, Argentina, extendió diplomas a estudiantes no binarios.

-En el libro mostrás la contradicción, en los estudios de laboratorio, de utilizar solo machos pero transpolar conclusiones a mujeres de la especie humana.

-Totalmente. En el trabajo de laboratorio entendí que ciertas prácticas eran estructurales. La omisión que implicaba decir que no había variables entre machos y hembras cuando en toda la carrera me enseñaron que había dimorfismo sexual, no habría diferencias en los cerebros de varones y mujeres cis porque estos estudios pre-clínicos, o básicos, se extrapolan a nuestra especie. Muchas investigaciones asumían que había dos cerebros y a esos cerebros se les adjudicaba optimizaciones relativas a la cognición y a la conducta. Esa fue mi segunda alarma: estábamos haciendo mala ciencia.

-¿Por qué no se usan hembras?

-Para evitar una variable más que serían las fluctuaciones hormonales de las hembras dadas por los ciclos de ovulación. Como la producción de conocimiento se enmarca en el neoliberalismo y se quiere producir más al menor costo, cuanto menos tiempo sea mejor, esta maximización nos lleva a malas prácticas que se ocultan con la categoría de valores paradigmática. Pareciera que todo lo que sale del laboratorio es indiscutible. Pareciera que cuando nos ponemos la bata blanca, el guardapolvo blanco, te desencarnás y te inspirás en una metodología que hace que puedas describir el mundo por fuera de quién sos. Los estudios de género ahí fueron fundamentales y sobre todo el trabajo de muchas autoras, epistemólogas feministas como Donna Haraway, que habla del conocimiento situado y se pregunta: “Con la sangre de quién miran mis ojos”. Nuestra mirada no está exenta de valores androcéntricos. Si negamos esta situacionalidad estamos encarnando esta mirada masculina hegemónica. Fijate cómo contrasta la idea de universalidad con la idea de situacionalidad. Si vamos a apostar propositivamente desde la epistemología feminista por otra forma de acceder o de producir conocimiento, vamos a abonar a la localidad y a lo comunitario. Este cambio de paradigma me llevó a historizar y ver que estos presupuestos no venían de una realidad, de una naturaleza biológica, sino de sesgos que históricamente subordinaron a las subjetividades feminizadas a la esfera doméstica y de cuidado.

-¿Los discursos sobre los cuerpos determinan la forma de esos cuerpos, el tamaño, por ejemplo?

-Determinan lo que puede un cuerpo. La feminidad está asociada con lo chiquito también, y ahí tenés la tensión de las atletas. Si sos atleta parece que tenés que abandonar a ser cismujer femenina. ¿Cómo se juega el cuerpo? ¿Realmente puede estar libre para ser atlético y si supera a un cisvarón sería catalogada de marimacho? Yo soy mucho más alta que muchos varones. A ver, mídanme la testosterona. ¿Cómo explicamos que haya tantas mujeres mucho más altas que tantos varones? Además, esa altura promedio ¿en qué contexto geopolítico? Promedio son las medidas occidentales y occidentalizadas. Además, las cantidades de alimento influyen. En la pubertad al nene ya le damos tres platos y así lo acostumbramos a comer más. La carne está muy generalizada. La idea de hierro, de la proteína y de la casa, el macho, la testosterona y la competencia.

-¿Y la violencia, la agresividad, derivan de ese discurso?

-Sí. Está todo justificado en las hormonas en la reproducción. Pero nuevos estudios de 2020 sobre restos fósiles demuestran que lo que hoy llamamos cismujeres también cazaban. Pero una interpretación androcéntrica impidió ver ese hecho: si una punta de lanza se encontraba en un cisvarón, era porque era enterrado con el instrumento que usaba como cazador. Si era encontrada con una cismujer, decían que era un cuchillo porque se ocupaba de la cocina. Esa fue una narrativa hasta hace poco. Estadísticamente en las culturas cazadoras recolectoras las mujeres cazaban en un 50 y 50. Cuando se empieza a ver una diferencia en el patrón de entierros es con la agricultura y la ganadería. Estamos hablando de cambios en la forma de producción y reproducción que lleva a esta división de tareas diferentes, pero no una inclinación natural a la caza en los cisvarones. Son narrativas diferentes.

No por nada habló de atletas. Antes de despedirse, Lu Ciccia cuenta que está trabajando en un libro sobre deporte y salud mental. Una bifurcación de la autopista, un desvío prometedor. Una nueva ruta a recorrer.

Ciccia vive en México pero presentó su libro en Almagro, Buenos Aires.
Ciccia vive en México pero presentó su libro en Almagro, Buenos Aires.

“la invención de los cuerpos” (fragmento)

Como sostuvo la antropóloga Gerda Lerner, la opresión refiere a una acción explícita, transparente, de violación de la voluntad. En contraste, la autora dice que hay subordinación cuando, en una suerte de negociación, las personas nos ubicamos activamente en lugares subordinados (G. Lerner. La creación del patriarcado, Barcelona, Crítica, 1986). Así, esta idea da cuenta de cómo podemos reproducir física y simbólicamente los privilegios de la cis masculinidad heterosexual blanca. Privilegios que queremos que dejen de existir. Por eso les propongo aspirar a una lectura revolucionaria de los cuerpos. Una lectura que nos ayude a visibilizar cómo reproducimos lo que criticamos y que poco a poco desnde la actual, que se nos presenta como la única legítima para categorizarnos, pero cuya legitimidad inherente es sobre la idea de jerarquización.

Podría pensarse que el problema, lo que hay que cuestionar, es la jerarquización de las diferencias entre cis varones y cis mujeres. Muy lejos de eso, lo que vengo a proponer aquí es que la idea de dimorfismo sexual (o neodimorfismo), sobre la que se fundan las lecturas jerárquicas de los cuerpos, fue construida y refinada por el discurso científico como forma de justificar y sostener la estructura social, económica e ideológica que la modernidad requería. Eso nos conduce a una posible pista para comenzar a desarrollar una lectura revolucionaria de los cuerpos. Para volver posible otras lecturas es necesario mirarnos y mirar los cuerpos de otres: amigues, familia, en la calle, en el colectivo. Mirarnos hasta lograr dejar de reducir la diversidad y multidimensionalidad que se nos presenta a una genitalidad. Una genitalidad que ni siquiera vemos, sino que imaginamos que está debajo de la ropa.

Una lectura revolucionaria de nosotres mismes supondrá, quizás, incomodarnos, perder certezas, esas que nos ofrece una biología entendida de manera determinista, esencialista y biologicista. Pero son certezas peligrosas, engañosas, que descansan en un sistema binario que aplasta subjetividades y jerarquiza cuerpos. Certezas hechas de rasgos androcéntricos. El comienzo, la invitación a iniciar la lectura que les propongo, es habilitar incertidumbres. ¿Existe un sexo objetivo, neutral, universal sobre el que se fundan los géneros, tal como hoy sostiene el discurso científico y muchos feminismos? ¿O acaso son los géneros los que están antes, en el discurso, y dan sentido a la idea de sexo, como propusieron en los años noventa las teorías críticas? ¿Y si no se trata de ninguna de las dos cosas? ¿Qué es la biología? ¿Es determinante o para nada relevante? ¿Qué relación existe entre la biología y nuestra identidad de género, nuestra sexualidad, nuestros intereses y deseos? Para una lectura revolucionaria de los cuerpos es fundamental humanizar la ciencia, reconocer sus sesgos y darnos lugar para reflexionar sobre todos estos cuestionamientos.

Quién es Lu Ciccia

♦ Es doctora en Estudios de Género y licenciada en Biotecnología.

♦ Se dedicó a la investigación de la fisiología del sistema nervioso y luego reorientó su trabajo hacia la Epistemología Feminista.

♦ Es autora de La invención de los sexos.

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