¿Cuánto habrá ensayado Ricardo Darín para pronunciar el alegato final en el que el fiscal Julio César Strassera pidió la condena de las Juntas Militares? ¿Le habrá dado piel de gallina la primera vez que lo leyó entero en el guión de Argentina, 1985, que este jueves se estrena en (algunos) cines argentinos? ¿Qué habrá pasado en el set después de que grabaran la escena que finalmente quedó en la película? ¿Qué nos va a pasar a nosotros cuando pase eso que sabemos que va a pasar, que es que Darín hecho Strassera va a decir “señores jueces: nunca más”?
Era 18 de septiembre de 1985. Los seis jueces de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal escuchaban y los nueve comandantes de las tres Juntas Militares que habían encabezado la dictadura más sangrienta de la Argentina -y que eran juzgados en ese proceso-, también. Julio César Strassera dijo “señores jueces: nunca más” queriendo decir una sola cosa: que ninguno de los hechos que habían descripto los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención o los familiares de los desaparecidos ante ese tribunal podía repetirse. Que sobre el consenso de que esos hechos -que la Justicia consideró crímenes de lesa humanidad- no debían repetirse se refundaría la democracia argentina.
Justo antes de la frase que haría de su alegato un instante inolvidable de la historia de este país, Strassera dijo otra cosa: “Quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que ya no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino”. La acusación que encabezaba Strassera era, en sus palabras, una exigencia colectiva. Todo el pueblo argentino, decía el fiscal, se encolumnaba detrás de su “nunca más”.
No usó cualquier frase Julio Strassera para darles pie a los jueces a que, con la información recolectada durante una investigación hecha contrarreloj y con los pocos oficiales de Justicia que se animaron a participar de la causa, dictaran su sentencia. Se apoyó, no sólo desde el lenguaje sino sobre todo como fuente documental, en el Nunca Más, que fue el nombre que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) había dado al informe que elaboró por orden del presidente Raúl Alfonsín. Cuentan que el responsable de bautizarlo fue el rabino Marshall Meyer, integrante de la comisión: “Nunca más”, les dijo el rabino a sus compañeros, era la expresión de los sobrevivientes del Gueto de Varsovia para repudiar la ferocidad nazi.
Un dato para intentar ilustrar algo de ese consenso colectivo que Strassera pronunció ante el tribunal: ese día de septiembre de 1985 el Nunca más: informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas llevaba diez meses editado como libro y más de 200.000 ejemplares vendidos. Entre noviembre de 1984, cuando Eudeba lo puso por primera vez en la calle con una tirada de 40.000 ejemplares y en abril del año siguiente hubo diez reimpresiones. Son cifras astronómicas para cualquier título incluso en los ochenta, cuando las ventas eran considerablemente más altas que ahora.
Pero la contundencia del Nunca más no radicaba en sus ventas, que sí reflejaban el interés masivo por tener acceso al informe. La contundencia del Nunca más está en todo lo que documenta: un primer registro sobre 8.961 personas desaparecidas y 380 centros clandestinos de detención, acompañado de una advertencia. “Es inevitablemente una lista abierta”, detallaba el informe, y seguía: “Muchas desapariciones no habían sido denunciadas, por carecer la víctima de familiares, por preferir estos mantener reservas o por vivir en localidades muy alejadas de centros urbanos”.
Genealogía del descenso a los infiernos
“Los operativos de secuestro manifestaban la precisa organización, a veces en los lugares de trabajo de los señalados, otras en plena calle y a la luz del día, mediante procedimientos ostensibles de las fuerzas de seguridad que ordenaban ‘zona libre’ a las comisarías correspondientes. Cuando la víctima era buscada de noche en su propia casa, comandos armados rodeaban la manzana y entraban por la fuerza, aterrorizaban a padres y niños, a menudo amordazándolos y obligándolos a presenciar los hechos, se apoderaban de la persona buscada, la golpeaban brutalmente, la encapuchaban y finalmente la arrastraban a los autos o camiones, mientras el resto del comando casi siempre destruía o robaba lo que era transportable. De ahí se partía hacia el antro en cuya puerta podía haber inscriptas las mismas palabras que Dante leyó en los portales del infierno: ‘Abandonad toda esperanza, los que entráis’”, dice el prólogo el prólogo que la Conadep le dio al Nunca más en 1984.
El informe final que se volvió libro fue el resultado de una investigación compilada en más de 50.000 páginas por la comisión presidida por Ernesto Sabato y convocada por Alfonsín para que se documentaran los crímenes cometidos durante la dictadura de cara a su juzgamiento en tribunales civiles.
Alfonsín había creado esa comisión cinco días después de asumir el Poder Ejecutivo y tras derogar la ley de autoamnistía que las cúpulas militares habían sancionado en su favor. “No puede haber manto de olvido. Ninguna sociedad puede iniciar una etapa sobre una claudicación ética semejante”, dijo el Presidente en ese momento.
La Conadep tenía 180 días para recolectar testimonios y denuncias que sirvieran para juzgar los crímenes de la dictadura en tanto plan sistemático de acción, y no como “excesos” de algunos de sus integrantes, que era la manera en la que los altos mandos de las Fuerzas Armadas solían calificar las torturas y desapariciones a medida que se hacían públicas. Una de las recomendaciones finales que establece el informe, cuya realización llevó otros cien días, dice: “Sancionar normas que tiendan a declarar crimen de lesa humanidad la desaparición forzada de personas”.
“El Nunca Más fue fundamental para que de allí el fiscal Strassera pudiera seleccionar los casos que más condensaban los crímenes cometidos por la dictadura. Fue un trabajo monumental de recolección de documentación y testimonios, y también de sistematización de esa información que se recolectaba. En ese sentido, cumple una función indicial, es como un índice que permite recorrer los hechos y que da cuenta de que no fueron hechos aislados, sino un funcionamiento sistemático”, describe a Infobae Leamos Ricardo Gil Lavedra, uno de los seis jueces que condenó a las Juntas Militares.
“El detalle del informe sumado a la habilidad de Strassera para detectar cuáles eran los casos que más prueba iban a producir en el desarrollo del juicio permitieron que se dieran por probados los crímenes de la dictadura”, suma el jurista que escuchó al fiscal decir lo de “señores jueces: nunca más”, y que escuchó lo que siguió al alegato: un silencio que pareció irrompible durante algunos pocos segundos y después aplausos, chiflidos, gritos que decían “bravo” y gritos que decían “asesinos”.
Nueve meses para contar siete años
Graciela Fernández Meijide era la encargada de recabar testimonios en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Por su experiencia, la Conadep la convocó para estar a cargo de su Secretaría de Denuncias, que recolectaría lo que ya recopilaban desde hacía años los organismos de derechos humanos y tomaría nuevos testimonios de sobrevivientes y de familiares de desaparecidos.
“Yo nunca iba a escuchar los testimonios de los ex grupos de tareas que se acercaban a contar su versión. No iba porque sabía que podía estar delante del asesino de mi hijo sin saber que era él. Pero un día fui, y un ex grupo de tareas estaba contando cómo secuestraba y cómo torturaba, y a dos salas de distancia estábamos escuchando el relato de la víctima de todo eso, un hombre que estuvo secuestrado en Campo de Mayo y logró escaparse. Yo iba y venía para saber qué preguntarles según lo que la otra persona iba contando, y ellos nunca supieron que el otro estaba ahí nomás. Esa escena fue durísima, y eso que todo era muy duro”, reconstruye Fernández Meijide en conversación con Infobae Leamos.
Las denuncias se tomaban en el espacio que el Centro Cultural San Martín le cedió a la Conadep para que las recibiera. “Fue muy difícil, muy estresante. Muchas de las personas que se ocupaban de tomar las denuncias renunciaban porque no aguantaban escuchar todos esos tormentos”, dice Fernández Meijide, y también: “Para mí fue reparatorio. Reparatorio y angustiante. Cuando asumí que mi hijo Pablo estaba muerto, porque era imposible que lo tuvieran tanto tiempo desaparecido sin que lográrarmos saber nada de él, me dije: ‘Voy a juntar todos los testimonios que pueda, voy a ver en qué coinciden, para un día, si hay justicia, poder meterlos presos’”.
Hay una expresión que, casi cuarenta años después de esos nueve meses de trabajo imparable, Fernández Meijide no olvida. “Algunos sobrevivientes decidían venir a los centros clandestinos junto a integrantes de la Conadep. En general, ellos habían transitado esos lugares ‘tabicados’, es decir, imposibilitados de ver, con alguna venda o capucha. Y cuando veían que el lugar era como ellos habían descripto, que su testimonio se verificaba en la realidad y que entonces todo lo demás que habían contado sería también creíble, se les notaba el alivio. La angustia, pero también el alivio”, describe, y coincide con Gil Lavedra: “Un buen fiscal, que lo hubo, hubiera encontrado la manera de sostener su acusación. Pero el Nunca más fue una base fuerte para a partir de ahí seguir trabajando en probar los crímenes de la dictadura”.
Escenas de la tortura y la apropiación
En su apartado sobre torturas, el Nunca más tiene un testimonio que dice: “Un día me tiraron boca abajo sobre la mesa, me ataron (como siempre) y con toda paciencia comenzaron a despellajarme las plantas de los pies. Supongo, no lo vi porque estaba ‘tabicado’, que lo hacían con una hojita de afeitar o un bisturí. A veces sentía que rasgaban como si tiraran de la piel (desde el borde de la llaga) con una pinza. Esa vez me desmayé. Y de ahí en más fue muy extraño porque el desmayo se convirtió en algo que me ocurría con pasmosa facilidad. Incluso la vez que, mostrándome otros trapos ensangrentados, me dijeron que eran las bombachitas de mis hijas. Y me preguntaron si quería que las torturaran conmigo o separado”.
Y otro que dice: “Allí fui llevado directamente a la ‘parrilla’, atado al elástico metálico de una cama, ligado de pies y manos con electrodos y acariciado por la ‘picana’ en todo el cuerpo, con especial ensañamiento e intensidad en los genitales (...) Sobre la parrilla uno salta, en la medida que le permiten las ligaduras, se retuerce, se agita y trata de evitar el contacto con los hierros candentes e hirientes. La ‘picana’ era manejada como un bisturí y el ‘especialista’ era guiado por un médico que decía si aún podía aguantar más”.
En el apartado sobre niños desaparecidos y embarazadas, un testimonio refiere: “Una vez nacida la criatura, la madre era ‘invitada’ a escribir una carta a sus familiares a los que supuestamente les llevarían el niño. El entonces Director de la ESMA, capitán de navío Rubén Jacinto Charmorro, acompañaba personalmente a los visitantes, generalmente altos mandos de la Marina, para mostrar el lugar donde estaban alojadas las prisioneras embarazadas, jactándose de la ‘Sardá’ que tenían instalada en esos campos de prisioneros”.
“Es imposible leer el Nunca más de corrido. Es inaguantable”, dice Gonzálo Álvarez, presidente de Eudeba, el sello editorial de la Universidad de Buenos Aires que edita el libro desde su lanzamiento, en 1984. Según estima, desde aquella primera edición hasta estos días y contando las traducciones a otros idiomas, el libro lleva vendidos alrededor de 500.000 ejemplares.
“En el momento de publicarse fue un best-seller, y luego se convirtió en un long-seller, es decir, un libro que se sigue vendiendo con el correr del tiempo. Aunque ya no sean tiradas tan grandes, en general hacemos una reimpresión por año. Y no es sólo porque Eudeba crea que es un libro que debe mantener en su catálogo, sino porque efectivamente se vende”, describe Álvarez.
El informe lleva once ediciones y lo recaudado de sus ventas se destina a un fondo para editar otros títulos vinculados a la defensa de los derechos humanos o a organizar actividades también con esos fines. Se tradujo al italiano, al portugués, al alemán, al inglés y al hebreo, entre otros idiomas, y tanto Brasil como Guatemala apelaron al lema “nunca más” para informes que describen crímenes contra los derechos humanos.
“La estructura del informe, que recorre desde cómo se ejecutaban las torturas hasta cómo eran los centros clandestinos de detención y de qué manera se llevaban a cabo los secuestros, es clave para demostrar que detrás de esas acciones había un plan sistemático. El informe fue fundamental para describir eso”, sostiene Álvarez, y agrega: “El hecho de que se haya decidido editar en forma de libro, y que se haga a través de una editorial universitaria, tiene que ver con que el informe circule en vez de estar guardado una vez presentado. Está a disposición de los ciudadanos. Y el interés por mantener la memoria activa se ve en que se sigue vendiendo. A adultos para sí mismos, a adultos que lo compran para sus hijos, y también a extranjeros que quieren conocer los hechos”. Según Álvarez, “el Nunca más es un libro que contribuyó y contribuye a la memoria, la verdad y la justicia”.
Miguel D’Agostino sobrevivió a un centro clandestino de detención. En su testimonio ante la Conadep dijo: “Si al salir del cautiverio me hubieran preguntado: ¿te torturaron mucho?, les habría contestado: Sí, los tres meses sin parar (...) Si esa pregunta me la formulan hoy les puedo decir que pronto cumplo siete años de tortura”. Julio Strassera aseguró que hablaba en nombre de todo el pueblo argentino al exigir una condena a todos esos años de tortura. Dijo “nunca más” porque no había mejor manera de decirlo. Porque ahí estaba todo.
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