“Me gusta cómo escribe Flor en relación al mundo femenino, el trabajo con la memoria, con los recuerdos y este ejercicio de ver lo poético y lo dramático en la vida cotidiana”, dice Lorena Vega en el estudio de grabación de Infobae. La actriz, que brilla en La vida extraordinaria, también es la creadora de uno de los sucesos de este año: Imprenteros, una obra de teatro basada en su historia familiar. Con eje en su padre, Alfredo, que tenía una imprenta en Lomas del Mirador: unos días después de la muerte de Alfredo los hijos de su segunda familia cambiaron las llaves y dejaron afuera a Lorena y sus hermanos. De ahí arrancó.
Recientemente, Imprenteros también se transformó en un libro, que publicó la editorial Documenta.
Pero Lorena Vega no está en el estudio para hablar de esos trabajos ni de su vida ni de Precoz, la obra que dirigió sobre una novela de Ariana Harwicz. Está acá para grabar un cuento. Esa es la propuesta de La oreja que lee, el podcast literario de Infobae, que conduce Patricia Kolesnicov.
Lorena eligió leer Los genios, un relato escrito por Flor Monfort y que forma parte de su libro Las rusas. El relato de una mujer que estuvo siempre con el mismo hombre, desde que era un chico, y después de años de casados no queda nada o casi nada.
Se trata, dice Vega, de “las formas en que nos son impuestas a las mujeres armar nuestros vínculos y sostener nuestras vidas”. El relato no habla de ella en particular, pero habla de muchas. Es contemporáneo, calmo, triste, esperanzador.
Es que Vega y Monfort son parte de una misma generación: la actriz nació en 1975; la escritora en 1976.
[”Las rusas” se puede adquirir, en formato digital, en Bajalibros, clickeando acá.]
Monfort estudió Filosofía y trabaja como periodista: es la subeditora del suplemento Las12 de Página12. Es autora de los libros Luna Plutón y Las rusas.
Con esa voz que cala hondo, Lorena Vega interpretó el relato y le dio su toque personal. Se lo puede escuchar entero clickeando acá.
Los genios (Fragmento)
Estábamos en el auto, yendo al pueblo por un camino de tierra, a veinte kilómetros por hora bailando entre los pozos, y yo me puse a gritar por la ventana, puteaba por los diez años juntos, el tiempo que perdí, durmiendo entre las luces de Navidad y las fotos de un matrimonio que no, que era para otra persona, otra vida, con otra idea del mundo. Un sistema que se tejió entre risas y tiempos muertos, agujeros negros que se sostienen yendo a comprar sillones y planeando vacaciones en la playa.
Gritaba por la ventana del auto, y él empezó a gritar también, decía sos insoportable, decía me das vergüenza.
Mariano y yo nos conocimos a los trece años y a los trece empezamos a decirnos te amo. Íbamos juntos al colegio. Me gustaban sus rulos, su cuerpo lánguido y esa manera suya de pronunciar las palabras, queriéndolas mucho. Nos veíamos en los recreos y nada era inocente; ya pensábamos en reventarnos contra la pared de ladrillos de su casa, pasarnos un helado de palito por la espalda, abrir la boca tan grande para tragarse al otro en cada beso.
SEGUIR LEYENDO