“Si Caín mata es porque ama profundamente a Dios”: otra manera de analizar la relación entre hermanos

En “El complejo de Caín”, que acaba de salir en castellano, el psicoanalista Gérard Haddad se pregunta por qué odiamos a los adversarios y las cosas se arreglan cada vez más violentamente. La respuesta viene por el vínculo fraterno.

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Gérard Haddad y una profunda reflexión.
Gérard Haddad y una profunda reflexión.

¿Qué nos pasa que no podemos vivir sin recelar del vecino? ¿Por qué creemos que el jardín de al lado es siempre más verde? ¿Cuál es el origen de la rivalidad que hace que nos sintamos satisfechos si a ese otro, con el que tenemos muchas más cosas en común que diferencias, le va mal?

¿Por qué a veces pensamos que el que no está conmigo está en contra? ¿Por qué hay familias que se destruyen cuando llega el momento de heredar? Y con las preguntas interminables que podrían formularse en torno a preocupaciones semejantes, no dejaría de agregar hoy: ¿por qué la grieta? ¿Por qué el adversario es visto como enemigo? ¿Por qué el odio parece no tener fin?

El fratricidio nos amenaza en todas partes. Es una de nuestras posibilidades más íntimas y, por eso, más negada. En un mundo que pierde sus estructuras jerárquicas y simbólicas; en la época de la destitución de la autoridad del padre; los hijos vuelven a ser lobos solitarios y anti-sociales que podrían devorarse en cualquier momento. Y no se privan de hacerlo, si miramos las estadísticas que muestran cómo cada vez más gente se las arregla violentamente para resolver sus conflictos con el prójimo.

"El complejo de Caín", de Gérard Haddad
"El complejo de Caín", de Gérard Haddad

En estos días, se publicó en Argentina la traducción del nuevo ensayo de Gérard Haddad, psicoanalista y discípulo de Lacan –cuyo libro más conocido es justamente el que se titula El día que Lacan me adoptó, sobre su experiencia como paciente del gran psicoanalista francés– que va directo al hueso de las preguntas precedentes al proponer una revisión del lazo fraterno.

El complejo de Caín. ¿Un punto ciego en la teoría freudiana? es un ensayo lúcido que nace de reflexiones en torno al terrorismo, a las crisis de las sociedades liberales, en que la democracia vacila, a las tradiciones y las acciones segregativas que constituyen el Occidente que conocemos, en el que se promueven ciertos valores (“libertad, igualdad, fraternidad”), pero en los hechos se vive de otro modo –salvajemente más pendientes de proyectar en el otro el mal interno que no podemos reconocer; acusándonos en binomios en que unos son buenos y otros malos. El malo siempre es el otro, claro.

Ahora bien, antes de adentrarnos en el libro de Haddad, es preciso hacer algunas aclaraciones. Porque este nuevo complejo que nos propone el psicoanalista, plantea una modificación en la teoría. Es sabido que el psicoanálisis tiene en el centro otro complejo –el de Edipo. Además, para Freud este complejo está articulado con un mito, el de una horda primitiva, liderada por un padre que, luego de ser asesinado, da lugar al vínculo social entre hermanos. Este es el modelo freudiano de la “socialidad”, que el “padre” del psicoanálisis elaboró en Tótem y tabú (1913), ensayo al que consideraba su obra más importante. Leamos el pasaje freudiano:

“El hombre vivió originariamente en hordas más pequeñas, dentro de las cuales los celos del macho más viejo y más fuerte impedían la promiscuidad sexual. […] Hay ahí un padre violento, celoso, que se reserva todas las hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen; y nada más. […] Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda paterna. Para empezar, la horda paterna es remplazada por el clan de hermanos, que se reasegura mediante el lazo de sangre. La sociedad descansa ahora en la culpa compartida por el crimen perpetrado en común.”

Dicho de otro modo, para Freud el inicio de la vida social tiene como referencia el parricidio. De aquí proviene la famosa sentencia “matar al padre”, que se popularizó de un tiempo a esta parte, para explicar cierto pasaje por el cual nos convertimos en adultos y asumimos responsabilidad pública: al incorporar al padre muerto, antes que vivir bajo la mirada de un macho despótico, nos imponemos una ley que nos autorregula y fija las transgresiones a que no podemos ceder –no sin temor a un castigo.

No obstante, ¿tiene sentido todavía hablar de adultez? La fantasía de la muerte del padre, ¿tiene vigencia psíquica? Cuando el padre (que podría representarse en las más diversas instituciones que tendrían que darnos confianza y delimitar los límites y leyes de nuestra experiencia) está muerto, pero no porque lo hayamos matado, sino porque se fue, nos abandonó y vivimos con una enorme sensación de vulnerabilidad, con la idea de que los demás son un peligro potencial, que cada quien hace lo que quiere y no pasa nada, que no hay justicia ni criterio, ¿cómo recuperar un lazo solidario que rescate del todo contra todos y del sálvese quien pueda?

En este artículo, voy a hacer un comentario del libro de Haddad. Sin embargo, en un primer apartado haré una disquisición sobre cómo interpretó Lacan el mito de la horda, ya que ese precedente implicó un primer paso para ir “más allá del Edipo”.

Los hermanos no sean edípicos

Conocemos los versos: “Los hermanos sean unidos. Porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera. En cualquier tiempo que sea. Porque si entre ellos pelean. Los devoran los de afuera”.

He aquí uno de los pasajes más célebres del poema nacional argentino Martín Fierro (1872), escrito por José Hernández, y que expone una conclusión que bien podría ser suscrita a partir de la relectura de Tótem y tabú que realiza Jacques Lacan en el seminario El reverso del psicoanálisis (1969-70).

En los siguientes términos se refería Lacan al mítico asesinato del padre en la horda primitiva:

“El viejo papá las tenía a todas para él, cosa ya fabulosa –¿por qué las tendría a todas para él?– pero resulta que de todos modos hay otros chicos, ellas también pueden tener algo que decir. Le matan. Las consecuencias son muy distintas que en el mito de Edipo. Como matan al viejo, al viejo orangután, ocurren dos cosas. Una la pongo entre paréntesis, porque es una fábula –descubren que son hermanos. En fin, eso puede darles alguna idea de lo que es la fraternidad.”

"El día que Lacan me adoptó", el libro más famoso de Gérard Haddad.
"El día que Lacan me adoptó", el libro más famoso de Gérard Haddad.

La segunda de las dos cosas que ocurren es que –sigue Lacan– “luego deciden todos que nadie tocará a las mamis”. Respecto de esta segunda consecuencia, Lacan destaca su carácter inconsecuente (desde el mito de Edipo), dado que no todos son hijos de la misma mujer; entonces, es obvio que los varones “podrían acostarse con la mamá del hermano, precisamente porque solo son hermanos de padre”. En definitiva, esta observación apunta a mostrar hasta qué punto Tótem y tabú no puede ser reducido a la interpretación edípica –es desde esta perspectiva que se muestra frívolo–, sino que implica otra coordenada mucho más significativa: una versión del padre que no se basa en el ideal, o en la prohibición, sino que transmite su deseo.

En este contexto, ya no se trataría tanto de apreciar el lugar de privador del padre, que plantearía un límite a la madre, sino su participación como transmisor del deseo: el padre se ofrece a la sucesión cuando transmite una versión singular del goce. Explicaré esto con un ejemplo, el de un escritor que con excitación solía referirse a sus trabajos como “chanchadas” hasta que recordó que “chanchi” era también el apodo cariñoso de su padre para nombrar a su madre.

Por esta vía, entonces, se abre un campo de investigación en la obra de Lacan que conduce a una nueva versión de la paternidad, como cuando en el seminario RSI (1974-75) afirma: “Un padre no tiene derecho al respeto, sino al amor, más que si el dicho amor, el dicho respeto está […] orientado, es decir, hace de una mujer el objeto que causa su deseo.”

Lacan, un renovador de la teoría psicoanalítica. (Sipa/Shutterstock)
Lacan, un renovador de la teoría psicoanalítica. (Sipa/Shutterstock)

Este breve recorrido sobre el desplazamiento de la paternidad en el psicoanálisis de Lacan es capital para entender sus afirmaciones en torno a la fraternidad: hermanos serían los que comparten una asociación exterior, una diferenciación respecto de los demás –así podría entenderse el recurso a la expresión “segregación”. Transcribo la continuación de la cita anticipada del seminario El reverso del psicoanálisis:

“Este empeño que ponemos en ser todos hermanos prueba evidentemente que no lo somos. Incluso con nuestro hermano consanguíneo, nada nos demuestra que seamos su hermano […]. Solo conozco un origen de la fraternidad […], es la segregación. […] Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse si no es por estar separados juntos, separados del resto.”

Desde un punto de vista apresurado, podría reducirse la fraternidad a la “unión contra otros”, esto es, entreverla en función de su separación del resto. Para avanzar más allá de esta interpretación, sería importante interrogar ese otro aspecto cuya función es unir a los hermanos en un pacto: ¿de qué goce compartido se habla en la fraternidad? ¿Qué extraña cercanía es la que se juega en la culpabilidad (por el asesinato)?

Sigmund Freud. El padre del psicoanálisis, cerca de 1935 (Hans Casparius/Hulton Archive/Getty Images)
Sigmund Freud. El padre del psicoanálisis, cerca de 1935 (Hans Casparius/Hulton Archive/Getty Images)

De este modo, si no respondiéramos a estas preguntas, la fraternidad sería –para decirlo con Lacan– una suerte de “fábula”. De hecho, Lacan es explícito respecto de que su afirmación del motivo de la segregación es meramente aproximativa: “Se trata de captar esa función y saber por qué es así […]. Esto que les digo es medio decir. Si no les digo por qué es así, es de entrada porque si digo que es así no puedo decir por qué es así”.

En definitiva, Lacan hace una relectura del mito de la horda, para diferenciarlo del complejo de Edipo, pero lo hace para plantear una forma distinta de pensar la figura del padre. Asimismo, respecto de la fraternidad, deja abiertas preguntas en dos niveles: por un lado, ¿por qué a veces la forma de agrupación más corriente es la segregativa –contra otros? Por otro lado, ¿qué complicidad (culpa) es la que une a los hermanos?

Así llegamos al libro de Haddad, que en la estela de las preguntas lacanianas nos invita a pensar una noción de lo fraterno que no pierde lo dimensión solidaria y que es constructiva para el mundo en que nos toca vivir, ahogado en venganzas y sacrificios del otro como forma de resolver los conflictos.

El complejo de Caín

La culpa que funda el lazo fraterno, ¿es por la muerte del padre? Eso sería volver al mito de Edipo. Sin embargo, una pregunta permanece: ¿por qué en el odio al prójimo se revela una semejanza, la de hacer aquello que creemos inadmisible?

¿No es corriente que quienes se quejan de los intolerantes (o fundamentalistas) recaigan en actos de intolerancia? ¿No es común que quienes repudian ciertos actos aberrantes lo hagan por vías tan aberrantes como lo que denuncian? ¿No es esto lo que demostró la llamada “cultura de la cancelación”? ¿No corremos siempre el riesgo de convertirnos en aquello que odiamos, lo que es un modo de mostrar que es era nuestra verdadera esencia?

¿No corremos siempre el riesgo de convertirnos en aquello que odiamos?

En el odio al otro se refleja un desconocimiento profundo; en la segregación del adversario –convertido en enemigo– perdemos de vista una culpa fundamental que está en el centro del lazo fraterno. Ahora sí, leamos a Haddad:

El relato bíblico del crimen de Caín es rico en contenidos latentes. Nos da una clave para entender la razón de su sentimiento de culpa. En definitiva, si Caín comete ese acto es porque ama profundamente a Dios y no soportó ver que este prefería la ofrenda de su hermano. De manera que al oír la voz divina pidiéndole que rindiera cuentas, de inmediato es presa de un inmenso remordimiento. Este se explica por su amor a Dios, cuya estima ha perdido, amor que se transforma entonces en culpa. En cambio, en Tótem y tabú, la culpa de los hijos que sobreviene al asesinato del padre odiado permanece inexplicada. No existiría remordimiento si la persona a la que perjudicamos no fuera amada, conscientemente o no. Los nazis jamás sintieron el más mínimo arrepentimiento por haber matado a los judíos.”

De este modo, el ensayo de Haddad separa la culpa del complejo de Edipo y le da un lugar específico en la relación fraterna. Si los celos son la pasión por excelencia, no se la debe reconducir a la competencia por el amor de los padres sino a la ambición de exterminar al hermano. El complejo de Edipo hace del otro un rival –como sustituto del padre–, pero la rivalidad fraterna tiene otra condición, que ya no se define en un vínculo triádico (por disputa amorosa), sino que se relaciona con la agresión que se vive con el otro.

Napoleón Bonaparte, también bajo la lupa de Gérard Haddad.
Napoleón Bonaparte, también bajo la lupa de Gérard Haddad.

A partir de esta consideración, Haddad trabaja su hipótesis en diferentes niveles. Por un lado, parte del dato de que muchos ataques terroristas fueron perpetrados por dos o más hermanos –vínculo fraterno en que la culpa se expulsa a través de la búsqueda de un chivo expiatorio. Por otro lado, hace un análisis biográfico de Freud, con el fin de situar la relación con sus propios hermanos y, en este punto, destaca el texto de una carta a Fliess:

“Un amigo íntimo y un enemigo odiado siempre han sido para mí exigencias requeridas por mi vida de sentimiento; sabía cómo conseguírmelos de nuevo, tanto a uno como al otro, y no es extraño que mi ideal de infancia se haya realizado a punto tal que mi amigo y enemigo hayan coincidido en la misma persona.”

Así narra Freud uno de los núcleos de su neurosis, que no solo le perteneció toda la vida (por su lucha con discípulos amados a los que, luego, expulsó del psicoanálisis), sino que es más común de lo que nos imaginamos. ¿Qué es analizarse? Es trascender esta estructura basada en, por un lado, amar a unos y, por otro lado, odiar a otros; que esta disyunción deje de ser una exigencia sentimental.

Porque sabemos cómo termina eso: los amados de hoy son los odiados de mañana. Y esto vale para la política, pero también para una relación de pareja cuando alguien –sin matiz– pasa del amor idílico a decir que tiró a la basura los mejores año de su vida con tal o cual. El alcance del complejo de Caín puede medirse en los más diversos escenarios.

¿Qué produce esta exigencia neurótica? El delirio de traición, la incapacidad para duelar un vínculo, el horror a la soledad y la voz propia, el refugio en la camarilla, la segregación. ¿Cómo se reconoce a alguien que se analiza? Cuando hablar con esa persona no pone de un lado u otro; cuando su capacidad de escuchar es superior a la de juzgar; cuando no te quiere como amigo ni enemigo; cuando no te quiere comprar ni te quiere vender; cuando es alguien con quien se puede hablar.

Asimismo, Haddad realiza análisis clínicos muy precisos, como –por ejemplo– de la vida de Goethe y Napoleón. De este último, podríamos recordar que tuvo un hermano mayor, José, predestinado al lugar de rival natural, pero a quien en la adultez se dedicó a proteger; así el enemigo de la infancia, por ese mecanismo psíquico inconsciente que es la inversión en lo contrario, se convirtió en el hermano cuidado –no cabe olvidar que incluso Napoleón se casó con una mujer de nombre “Josefina”.

Haddad recuerda que a Lacan se le atribuye el juego con la expresión “frérocité” –neologismo que condensa las palabras frère (hermano) y férocité (ferocidad). ¿Cómo se sale del odio al prójimo? ¿Por qué a veces el lazo íntimo más amoroso termina en el crimen? ¿Por qué nadie es profeta en su tierra? Acaso, ¿la muerte de Cristo no puede ser pensada como un tipo particular de fratricidio?

El complejo de Caín es un libro para los tiempos que corren, veloces y violentos, de pérdida de solidaridad y ansiedad persecutoria con los demás; es un libro que hace recordar que el No matarás de los mandamientos tiene como objeto también a aquel cuya mujer se puede desear. Y no se trata del padre y la madre. No es Edipo. Es el hermano.

Gérard Haddad en Buenos Aires

El psicoanalista está en la Argentina. Esta es su agenda.

♦ Miércoles 28/9 a las 19 en Fundación Judaica: “Un diálogo entre nuestras Fuentes Talmúdicas y el psicoanálisis” (conversación con el Rab. Sergio Bergman).

♦ Jueves 29/9 a las 19 en el ECU de Rosario (UNR):”Escritura de lo Impensado”.

♦ Viernes 30/9 a las 19 en el Museo del Libro y la Lengua: “Historias del Lacanismo”.

♦ Sábado 1/10 a las 11 en la Facultad de Psicología UBA (Sede Independencia): “El hijo adoptivo de Lacan en la Facultad de Psicología”.

♦ Lunes 3/10 a las 18 en DAÍN Usina Cultural. En esta oportunidad Juan Manuel Valdés le entregará una distinción nombrando a Haddad “Huésped de Honor de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

♦ Martes 4/10 a las 11.30 en la Universidad Católica de Córdoba: “El complejo de Caín y su relación con el fanatismo”.

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