“Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa”, escribió la poeta argentina Alejandra Pizarnik en “Caminos del espejo”.
A sus 70 años y con “memoria de elefante”, Fernando Noy, también poeta y amigo íntimo de Pizarnik en los últimos años de su vida, recita con premura pausada esos versos y comenta: “Ella ya no es ella cuando habla de sí. Su yo es plural. El poeta que dice ‘yo’ para mí está muerto. Hay que lograr esa transparencia en la que el ego se vuelve multitudes. Y Pizarnik lo logró”.
En esta entrevista con Infobae Leamos, Noy evita la palabra “muerte” para referirse a la poeta a los 50 años de su partida física o “eternización”, como prefiere llamarla. “Medio siglo no es nada. Alejandra para mí es futuro, es mañana. Su poesía siempre está brotando y rebrotando. Es cada vez más, más, ¡más! impresionante ese poder. Ella está más viva que nunca ahí donde una poeta tiene que vivir: en la memoria de sus lectores. Renace cada día. Yo creo que Alejandra mató la idea de la muerte”, dice Noy, que prepara también un homenaje a Pizarnik en Córdoba junto a la poeta Gri Poe, que “la venera y tiene toda la colección pizarnikiana”, a llevarse a cabo el 26 y 27 de septiembre.
Dos poetas se saludan
La primera vez que Fernando Noy leyó un libro de Pizarnik fue en la bañera del “señor de traje y corbata” que su amiga “la Mako, gran experta en destilar speed” se había levantado sobre avenida Santa Fe. De casualidad, sobre un banquito cubierto de revistas, le llamó la atención la muñeca despeinada que, desde la tapa de un libro, lo miraba.
“El título me fascinó de inmediato: Extracción de la piedra de locura. Con el porro ya encendido en una mano y ese pequeño libro en la otra, entré lentamente en la deliciosa agua casi hirviendo mientras escuchaba los típicos jadeos de placer que Mako simulaba siempre ante sus clientes. Nunca había leído algo tan maravilloso”, escribe Noy en Peregrinaciones profanas, su libro de andanzas y memorias editado por Sudamericana.
Como si siguiera la pista de algo preciado, notó que el libro que acababa de leer estaba dedicado, teléfono incluido, a su anfitrión. Con la irrepetible osadía de las “locas” que proliferaron en la efervescencia de finales de los 60 y principios de los 70, Noy memorizó el número y, al día siguiente, la llamó.
“Cuando ella dedujo que quien llamaba lo hacía sin intermediarios, solo o nada menos que por la fascinación de su poesía, pareció alegrarse con una risa ronca y concertamos nuestra primera cita para esa misma noche. ‘Soy un alma nocturna’, comentó, antes de cortar abruptamente, como después supe que era su costumbre”, recuerda Noy.
Cuando la conoció, Pizarnik ya estaba recluida en su “torre de marfil”, exiliada del circuito literario argentino y visitada solo por contadas excepciones a su autoimpuesto aislamiento. Entre ellas se encontraban su madre y sus amigas poetas como Olga Orozco y, claro, Fernando Noy.
La ostra
“Alejandra era una mujer muy ensimismada, totalmente en su mundo, en su microcosmos. Su ostra, la llamaba ella. De ahí no salía. Estaba en otro ritmo, en otro nivel. Incluso sus pares, hacia el final, ya estaban muy paranoicos. Ella vivía en un universo aparte y por su aduana telepática ya no entraba cualquiera”, dice Noy en la mesa central de un café vacío en el que, sin esfuerzo, su voz dulce y profunda retumba con estridencia al canalizar el brillo de esa perla que, dice, siempre lleva consigo.
“Era difícil coincidir con ella porque era, a su modo, una diva, muy fantástica, brillante y feroz: no permitía la mediocridad de ninguna manera. Pero tenía una personalidad fulgurante, eclipsante. En las fiestas, se encerraba sola en un cuarto para no molestar y, a la media hora, todo el mundo estaba en el cuarto”, recuerda.
“Ella era lo que es su poesía: fa-bu-lo-sa. No había un instante en el que te pudieras distraer. Siempre estaba en un in crescendo vertiginoso entre el humor, la simpatía y el canto. Nadie lo sabe pero ella cantaba todo el tiempo. Vivía en un estado, como ella escribe, de ‘fiesta delirante’, porque no se puede vivir en un estado caretongo y después llegar al éxtasis”, dice Noy omnipresente, con un ojo en la conversación y el otro en el amplio ventanal por el que, como en una procesión de Pasolini, desfila un sinfín de hombres musculosos con la piel primaveral al aire. “¿Sabés qué es mejor que un hombre?”, pregunta entre risas. “¡Dos!”.
“La oscuridad es otro sol”
Los ausentes soplan y la noche es densa. La noche
tiene el color de los párpados del muerto.
Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo.
Palabra por palabra yo escribo la noche.
Con ese poema, titulado “Linterna sorda”, Pizarnik cierra su libro de 1968, Extracción de la piedra de locura, ese con el que su amiga “la Noy” se zambulló en sus profundidades por primera vez.
“La de Alejandra es una oscuridad con tanta luz que pareciera opaca. Su vida es la noche. Ella habla de la ‘magistral sapiencia de lo oscuro´. Es por eso que digo que, e insisto en esto, Alejandra mató la idea de la muerte habitual y la transformó en un pacto perpetuo, el reencuentro consigo misma, su lado más amado y perdido. Ella ya había intentado dos o tres veces partir, nunca lo había logrado. Y al final lo logró”, dice Noy, a quien la propia Pizarnik le pidió alguna vez que la ayudara a partir “sosteniendo su cabeza adentro de la bañadera repleta de agua por apenas tres minutos”.
A pesar de la estrecha amistad entre ambos poetas, la poesía de Pizarnik está en las antípodas de la de Noy. “La mía es una poesía de la alegría y la desmesura del placer, mientras que la suya es una poesía del martirio. Pero estamos en un mismo nivel de contacto, son fugas paralelas que se tocan”, explica Noy y, para cerrar la idea, cita a su amiga en común, Olga Orozco: “La oscuridad es otro sol”.
Lo pasado, brillado
Lo primero que le dijo Fernando Noy a Alejandra Pizarnik al instante de encontrarse fue que se parecía a Brian Jones, el guitarrista de los Rolling Stones. Ella, rápida, le contestó: “Y yo pensé que eras una prostituta alemana”.
Cuando, a pedido de Mariana Enríquez, quiso acompañarla al cementerio a visitar la tumba de Pizarnik por primera vez, tres tormentas distintas interrumpieron sus repetidos intentos.
Durante la inauguración de una placa en su honor, mientras se sacaban fotos en los espejos de la entrada que a Pizarnik le fascinaban tanto como la “espantaban de la eternidad de su imagen, como si fuese un Escher”, Noy se apoyó sobre la bola de la puerta y sintió una descarga. “¡Ah!”, suspira y pareciera que la sensación -la presencia- se repitiera. Y remata: “No hay nada que hacer: los objetos contienen toda la energía. Ahora ella es una cumbre definitiva de nuestra poesía que viene de los más profundos de todos los abismos”.
Al recordarla, Noy salta de anécdota en anécdota, no todas reproducibles y no todas joviales, en una especie de poema coral en el que su voz logra canalizar a la perfección las voces de los más variados personajes que orbitaron en su relación con Pizarnik: Marosa Di Giorgio, Batato Berea, Olga Orozco, Alejandro Urdapilleta, Paco Jamandreu. Representantes de una época pasada pero que todavía chorrea, generosa, su brillo sobre esta a través de la incólume memoria de Fernando Noy y su perceptiva y poderosa antena de poeta.
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Quién es Fernando Noy
♦ Nació en Río Negro, Argentina, en 1951.
♦ Es artista, poeta, performer, actriz y vedette.
♦ Escribió libros como El poder de nombrar, Dentellada, Sofoco, Te lo juro por Batato e Historias del under, entre otros.
♦ Actualmente participa de la obra Ópera Linyera, de Daniel Melingo, que puede verse viernes y sábados en el Centro Cultural 25 de mayo hasta el 8 de octubre de 2022.
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