Verano del 2020, la palabra COVID ni siquiera era parte del vocabulario y el encierro y la pandemia parecían conceptos exclusivos de los libros de historia. Albertina Carri -cineasta y escritora- y Esther Díaz -filósofa, pensadora y académica- no se conocían personalmente y sin embargo comenzaron un intercambio de mails a pedido de Liliana Viola como parte de un proyecto del Centro Cultural Kirchner. La idea, según se explica en la apertura del libro Las posesas que compila ese ida y vuelta, era iniciar un intercambio de tipo epistolar (aunque mediado por internet en lugar de seguir la tradición de las cartas en papel) en donde debía tratarse la temática de “La memoria”. Tanto Albertina como Esther plantearían sus pensamientos y posturas al respecto y luego presentarían este intercambio en el centro cultural.
Lo que nadie podía prever era que la fecha del evento se correría varias veces hasta quedar suspendida por tiempo indefinido como consecuencia del aislamiento obligatorio en marzo de 2020. Sin embargo, lejos de cortar el intercambio, esta puesta en pausa de la presentación en el CCK y la incertidumbre provocada por la pandemia, hicieron que las autoras siguieran escribiéndose y que, en lugar de cortar el fluir creativo de sus reflexiones, estas tomaran otras formas nuevas e inesperadas.
El género epistolar implica necesariamente un “yo” que le escribe a un “otro”; ahora bien, el contenido de estas cartas o mails es un poco más incierto ya que no hay reglas para lo que se debe contar. Es por eso que como lectores del género debemos estar abiertos a lo inesperado. En el caso de Las posesas, editado por Caja Negra, el texto fue mutando hasta convertirse en lo que hoy tenemos en nuestras manos: un libro conformado por dos partes donde se mezclan voces, temáticas, géneros, tiempos, lugares y formatos.
Estas partes son bastante heterogéneas en sus propuestas. La primera abarca todo el mes de marzo de 2020 y es un intercambio de mails de frecuencia casi diaria donde se percibe la inmediatez y espontaneidad de la cotidianidad. Esta suerte de conversación incluye tanto reflexiones como peripecias de la vida cotidiana ya que la rebeldía, o las ganas, de Carri y Díaz hacen que el contenido no se limite únicamente a la consigna -hablar sobre la memoria- sino que se habilitan desvíos, rajaduras por donde entran nuevas ideas que logran que el intercambio fluya hacia lugares y discursos impensados.
En el entramado de discursos podemos encontrar discusiones filosóficas (se citan filósofos, se reflexiona en torno al amor, las relaciones, la familia), charlas sobre cine (Pasolini en particular), reflexiones sobre el género mismo (escribir cartas, leer las propias y las ajenas), un archivo fotográfico (Carri adjunta fotografías de su archivo personal, de su infancia en el campo, de su presente en Berlín) y un mapa de citas que vuelve al texto absolutamente polifónico y nos muestra que también somos los libros que leímos y los autores que nos marcaron.
Además, para quienes ya conozcan a las autoras esta será una manera de reencontrarse con ambas desde otras perspectivas; no ya a través de la ficción (los filmes o la literatura de Albertina) o de los ensayos filosóficos en el caso de Esther, sino a través de sus pensamientos más cotidianos o anécdotas sobre el pasado y presente de cada una. Por último, y esta mención es inevitable, es definitivamente un diario del encierro, una crónica del COVID y la pandemia, del miedo, la inseguridad y la nostalgia por lo perdido.
Sobre el encierro, escribe Esther: “hacer como que no pasa nada y a la vez hacernos cargo de que estamos frente a un Apocalipsis. (...) tal vez sean tiempos en los que la memoria sea otra forma de supervivencia. Parece que nos encerrarán con nuestros recuerdos, conviviremos con la ausencia hasta hacerla carne”.
La memoria aparece casi como una excusa para abarcar y abrazar todos los desvíos que van surgiendo y como dice Díaz, aunque “hablemos o no de la memoria, ella sigue operando en nosotras”. Es la reflexión misma en torno a la memoria y el olvido lo que les permite recordar y producir este texto heterogéneo de dos pensadoras que tienen tanto para decir(se).
En cuanto a la memoria y el recuerdo, Albertina escribe: “¿Hay algo más triste que perder un recuerdo? El recuerdo es lo único que nos queda de esa persona que ya no está. Si pierdo esos instantes de luz, quedo en un bosque oscuro y sin velas ni fantasías de escopetas”. También tiene tiempo para referirse al olvido: “Me olvidé de lo que pude a fuerza de drogas y sexo, y me quedé con lo que pude a fuerza de memoria y de afecto. Abracé olvido y memoria con todas las pulsiones que tuve a mano y las que no también.”
La segunda parte del libro, escrita desde junio hasta octubre de 2021, tiene otra propuesta. Ha transcurrido casi un año desde el primer mail y el trabajo de Albertina la lleva a vivir seis meses en Berlín, por ende, el intercambio ahora atraviesa continentes, y la idea de transformar esos mails en un libro ya es parte de la conversación. Ambas convocan a la editorial Caja Negra para contarle la propuesta y deciden dejar atrás el formato de la primera parte para pasar a otro: en lugar de un intercambio diario de mails cortos, ahora serían escritos más extensos que se enviarían cada 15 días y la temática que organizaría la conversación sería “La pérdida” o, como nota Esther Díaz, “Las perdidas” si jugamos a sacarle la tilde a la palabra.
La idea que subyace es que en una conversación cara a cara de dos personas que ya comparten una historia a veces no se generan debates de manera tan fructífera. Hay algo de la rapidez de la oralidad, aún más inmediata que los mails y ni que hablar de las cartas de puño y letra, que nos ahoga en los problemas del ahora y a veces no nos deja ingresar en esos lugares a los que accedemos cuando frenamos y reflexionamos, sin testigos.
Es por eso que la propuesta de iniciar un intercambio entre dos personas que no se conocen personalmente es por demás acertada y da lugar a esas conversaciones que uno tiene cuando recién se está conociendo con alguien, una mezcla de timidez y admiración que se va transformando en una fuerza irrefrenable de reflexión y retroalimentación de las ideas. Como lectores, tenemos la sensación de estar irrumpiendo en la intimidad de dos personas y se nos permite, casi como voyeurs, el inmenso placer de ser testigos del nacimiento del cariño y la amistad.
Tenemos frente a nosotros uno de esos libros de los que hablaba Roland Barthes cuando decía que ciertas lecturas se hacen levantando la cabeza, no por lo poco interesante sino todo lo contrario, porque es una escritura que de lo mucho que nos interpela y nos marca, nos obliga a despegar los ojos del libro por unos instantes para pensar sobre lo leído.
La pasión de Carri y Diaz por el amor, la literatura, el cine, las ciudades, es una pasión que se contagia, que se transmite y hace que sintamos ganas de mirar buen cine, leer buena literatura, escribir obsesivamente y reflexionar con amigos como lo hacen ellas. En resumen, es un texto que nos dará ganas de revisitar otros para experimentar el disfrute y la conmoción que solo puede generar el arte.
En este siglo de internet, de rapidez, en el que el contenido se baja en una historia o en un par de caracteres, nos preguntamos: ¿qué forma puede tener la reflexión para mantenerse viva, sensible y honesta? ¿cómo hacer que nos atraviese y nos toque? Pareciera que Las posesas esboza una respuesta a esos interrogantes. Esta es la forma que puede adquirir la filosofía para apelar a un público que a priori tal vez no está familiarizado con algunos debates o piensa algunas temáticas filosóficas como lejanas, exclusivas de ámbitos educativos, separadas de la vida cotidiana y solo pronunciadas por voces de supuesta autoridad. Este intercambio, haciéndole honor a su acertado título, logra poseernos con su prosa sensible y sincera al sumergirnos en sus cuestionamientos sobre el mundo que nos rodea.
En una de las últimas cartas, Esther Díaz le dice a Carri “tu mail conforma un riquísimo caleidoscopio de proyectos, viajes, reflexiones, literatura, sensaciones, cine, festivales, cotidianidad y excepcionalidades”. Esta idea puede ser aplicada a todo el intercambio epistolar, que no es otra cosa que una increíble aventura discursiva de la cual saldremos, indudablemente, transformados.
“Las posesas” (fragmento)
11 mar. 2020 14:15
Querida Esther,
También me cuesta pensar la memoria y el olvido como opuestos, más bien me resultan complementarios. Creo que, por un lado, está la memoria colectiva, esa que no debe olvidar los crímenes del pasado, y por otro lado está la memoria personal, que es intrínseca al olvido. Sería imposible vivir recordándolo todo; sin olvido no hay memoria posible.
Por otro lado, haría una diferencia entre recuerdo y memoria. Si bien tampoco se puede recordar todo, el recuerdo podría ser eso que aparece de forma involuntaria. Un olor de la infancia, la forma de mirar de una persona que nos recuerda a otra, el sonido en los días de lluvia que trae otros días de lluvia ya vividos, unos besos que nos recuerdan caricias de otras. Y ahí quería llegar para pensar el cuerpo como un archivo, pero no como una babélica biblioteca, sino como un resorvorio de lo ya dicho y de lo no dicho. Y cómo esa pérdida, eso no dicho, ese olvido, también deja su marca sobre ese archivo devenido presente. ¿Estarás de acuerdo con esto? Imaginarnos como unas albúferas, un cúmulo de memoria salada que forma un nuevo ecosistema para especies migratorias. La lengua de arena que nos separa del mar como el tiempo transcurrido entre una escena y la presente; el transcurso entre una experiencia y la que la vuelve al recuerdo, aunque en ella siempre habite la memoria: ese salar que tuvo que olvidar su constitución original para seguir llamándose salado.
Creo que uno de los problemas de la memoria como reconstrucción histórica ha sido darle la espalda al olvido, sin reconocer así que en el acto mismo de recordar se lo está implicando. Insisto en diferenciar la memoria colectiva de la personal. Pero de todas formas creo que es necesario incluir la figura del olvido porque, como bien decís, si no, viviríamos intoxicadas. No sé si se puede hacer una tipología de los olvidos, pero creo que cada una tiene que buscar sus propios olvidos para dar paso a otros recuerdos. ¿Qué te parece esta idea? Pensar el olvido como facilitador del recuerdo y no como un criminal de la memoria.
Quién es Albertina Carri
♦ Nació en Buenos Aires en 1973. Es guionista, productora y directora de cine.
♦ Su ópera prima es No quiero volver a casa, estrenada en 2000. Rodó también La rabia, Restos y Las hijas del fuego, entre otras.
♦ Entre sus libros se cuentan Lo que aprendí de las bestias y Retratos ciegos.
Quién es Esther Díaz
♦ Nació en Ituzaingó, Buenos Aires, en 1939. Es filósofa, epistemóloga y escritora.
♦ Su obra incluye ensayos sobre las prácticas y discursos sexuales contemporáneos y sobre la posmodernidad.
♦ Es autora de Buenos Aires, una mirada filosófica, Posmodernidad y La sexualidad, esa estrella apagada. Sexo y poder, entre otros.
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