Diez años de trabajo le tomó la escritura de su nueva novela a Juan Carlos Botero, y probablemente menos de tres semanas les tome a los lectores su lectura, pues la obra en sí no deja espacio para la pausa. Así de intensa es.
Conocido en su momento por libros como Las semillas del tiempo (1992) y El arrecife (2006), el escritor, uno de los hijos del pintor Fernando Botero, regresa a las librerías con una novela pulcrísima, obsesiva, bella.
Si bien tardó una década en concretar su escritura, ya llevaba cerca de cuarenta años dándole vuelta a la idea: “(...) cada incidente de nuestra vida, para bien o para mal —cada nacimiento, relación o catástrofe—, cuenta con un suceso pequeño y accidental que contribuye al efecto total de ese mismo incidente”. Botero lo anticipaba así en una de sus columnas en el diario El Espectador, en el 2006.
El tiempo dedicado se nota en cada una de las 560 páginas de esta novela. Lo que Botero ha logrado en ella es, quizá, lo más alto conseguido hasta el momento en su obra literaria. Se ha jodido la espalda para contarnos lo duras que pueden llegar a ser las frustraciones, las vulnerabilidades y las pérdidas en la vida de una persona, los dolores y la violencia que llega a residir en su interior.
Si no tenía hasta ahora una obra maestra, puede que esta sea. Me da la sensación de que con ella ha cerrado un ciclo que empezó, justamente, con ese primer libro. Aquello que se sale de las manos es lo que más le interesa tratar a Botero en su literatura y de eso, justamente, trata esta nueva novela, de la fragilidad de la existencia, de “cómo deberíamos ser conscientes del privilegio que es vivir”.
En Los hechos casuales, titulo publicado por el sello Alfaguara, se cuenta la historia de Sebastián Sarmiento, un empresario exitoso y adinerado, cuya vida ha estado determinada por una serie de hechos causales, como bien lo apunta el título, y en apariencia intrascendentes, que han desencadenado la muerte de sus seres más queridos, entre ellos su padre, su mejor amigo y su esposa. Estas tragedias hacen que Sebastián cargue con un sentimiento de culpa que crece y lo corroe.
Dice la contraportada del libro que esta historia trata del encuentro fortuito entre dos amigos de la infancia con un pasado enigmático. La vida de Sebastián toma rumbos inesperados debido a circunstancias tan simples como una rama seca tirada en el camino, una llamada realizada en el instante preciso y el andar a la deriva por una calle cualquiera. “Esas casualidades, y muchas más, son las que determinan el destino del protagonista, y Juan Carlos Botero se vale de ellas para demostrar que no existen hechos intrascendentes, pues un detalle, por más mínimo que parezca, puede cambiar radicalmente el curso de los acontecimientos y desatar una ola de eventos inesperados. Nuestra fortuna deja de pertenecernos cuando se lanzan los dados y nos convertimos, para ventura o desventura, en caprichos de la suerte”.
Al interior de una sala en el hotel Four Seasons, en Bogotá, el escritor habló con Infobae acerca de sus inicios en la literatura y reflexionó sobre el oficio de la escritura, además reveló detalles del proceso tras esta nueva obra.
— ¿En qué momento la escritura aparece como una opción para usted, viniendo de un hogar como el suyo, con un padre como el suyo?
— Buena parte de los escritores se descubren como tal gracias a otros escritores, es decir, gracias a lecturas precisas. A mí me pasó con Ernesto Sábato. En ese momento tenía 17 años. Devoraba libros de manera desordenada, lo que se me pasara por las manos, lo leía. De todo, literatura, filosofía, política. Pero cuando llegué a “Sobre héroes y tumbas” me di cuenta de que quería hacer esto. Tomé la decisión de dedicarme a la literatura.
El ambiente en el cual yo crecí era muy estimulante intelectualmente, muy exigente. Con mi padre no existe la posibilidad de que alguien diga tonterías. Hay que estar bien informado. Él es un tipo muy inteligente y una persona que siempre está enterada de todo, es impresionante. Eso para mí fue muy formativo, muy importante.
— Una vez ya sumido en todo esto, ¿qué significó la publicación de esa primera obra? ¿Hay algo que como escritor ha querido obtener desde el inicio?
— En ese momento había muchas dificultades para publicar. En España era difícil porque estaban saturados de los escritores del ‘Boom’ latinoamericano y algo distinto a lo que ellos habían hecho no era bienvenido. En Colombia, la industria editorial era aún muy precaria. Pocos editores eran realmente profesionales y la cuestión en ese momento no iba dirigida a qué tipo de escritor quería ser uno, sino a cómo hacer para publicar y que la gente leyera lo que uno hacía.
Yo me demoré bastante, publiqué mi primer libro un tiempo después de ganar el premio Juan Rulfo de cuento en 1986. Ese primer libro apareció en el 92. Fui muy consciente de que a pesar de toda la presión que recibí por haber obtenido ese premio, no podia darme el lujo de hacer algo demasiado simple. Yo no quería cometer ningún error, entonces me tardé lo que tenía que tardar y cuando estuve convencido de que lo que tenía era bueno, ahí sí busqué la forma de publicar.
Esto es algo que siempre ha prevalecido para mí, el tema de la calidad. Como escritor creo que uno tiene la obligación de entregar algo que aporte al mundo y no solo un objeto que sea exhibido entre los muchos que salen cada año. Quien escribe debe aspirar a dejar algo que perdure. Si no se logra, eso es otra cosa. Pero esa debe ser la aspiración. Alguna vez un profesor en la universidad me dijo que si los artistas fueran conscientes de que con sus obras interrumpen la vida de los demás, habría menos cosas banales. Yo creo en eso cuando estoy escribiendo.
— ¿Por qué esta novela supone ser mejor que sus obras previas?
— La evolución en los temas y la forma como se tratan es total. Uno mismo va evolucionando, las conciencias van evolucionando, la política, la cultural, la literaria, la estética, y con ellas también evoluciona algo muy importante y es el aprecio por la vida. Ese era uno de los temas que a mí me interesaba tratar en esta novela. El personaje, Sebastián, pasa por una serie de dificultades que le permiten ver cómo es todo cuando su vida corre peligro.
Desde hace unos años me llamaba la atención el hecho de que hay cierto desprecio por la vida, especialmente aquí en Colombia. Estamos enfrentados a la violencia todo el tiempo y ni siquiera existe una verdadera conciencia de que todo es muy limitado. Venimos de un estado de inexistencia para llegar a otro. A la mitad lo que hay es demasiado corto, con suerte 80 o 90 años, que, en realidad, no es nada. En ese corto periodo, tenemos la oportunidad de amar, de soñar, de sufrir, de vivir. Ese tema adquiere una dimensión capital en este libro. Y es algo que yo ya venía explorando desde el primer libro de cuentos, solo que en ese momento no tenía lo necesario para contarlo, de manera que sí, todo evoluciona.
Yo quería escribir una historia a partir del punto de vista de un personaje realmente bueno, en términos de bondad. El epígrafe al comienzo del libro trata justamente sobre eso, “¿quién se ha atrevido a contar la historia de la bondad?”. Me tardé mucho en descifrarlo. Para escribir sobre esto, la única vía posible era enfrentando cara a cara a la máxima maldad. Como periodista estuve siempre al frente de noticias, de situaciones que ponían en primer plano la maldad, y encontré ahí un tema muy importante para tratar, que no habría podido ser posible si no lo hacía de la mano de un personaje esencialmente bueno. En ese sentido, este era el libro que yo estaba buscando escribir desde hacía mucho, pero los lectores son los que tienen la palabra.
— La novela tiene aire autobiográfico, pero no es su vida contada. Sebastián es un personaje complejo, ¿qué tan cercano a usted?
— No solo Sebastián, de hecho, los dos narradores son muy cercanos a mí. Diría que ambos tienen muchas cosas que los acercan a lo que soy yo. En uno siempre van a existir facetas contradictorias entre sí. Y eso lo representan muy bien estos dos personajes. Se puede ser sensato y osado al mismo tiempo.
La novela en sí tiene un aire autobiográfico, pero no se trata de mi biografía en lo absoluto. James Joyce decía que un escritor está realmente preparado para escribir cuando entiende que todo lo que le ha pasado es material válido para la literatura. Desde hace mucho tiempo esa certeza me acompaña, saber que todo lo que está a mi alrededor puede ser utilizado. Todo lo que he leído, lo que he visto, lo que me ha pasado. Y lo escribo con un total descaro, sin renunciar a nada, ni avergonzarme. Eso es lo que he aprendido de los grandes autores, para eso los he leído, para que me enseñen cómo hacer esto.
El conjunto de todo esto está en la novela y lo utilicé como se me dio la gana. Además, también había de mi parte un cierto deseo de exorcizar algunas cosas que me habían pasado. Mucho de lo que he vivido está ahí.
— Es impresionante la manera en que se narran las fragilidades de estos personajes. Y me pregunto, porque leyendo eso se siente, ¿qué tanto sufrió escribiendo esta novela?
— Mucho. Me demoré bastante escribiéndola, en gran parte, por eso. Pero el devenir de la historia y cómo van creciendo los personajes me exigió mantener una distancia. Vargas Llosa tiene razón al decir que lo primero que se debe hacer en la novela es definir el narrador. Ahí fue donde encontré la solución para no verme afectado como escritor. Eso me ayudó mucho.
— Usted retrata una época, pero renuncia a dejar que la violencia sea el centro de todo. Aparece en ese lugar el amor, que atraviesa todas las decisiones de Sebastián. ¿Cómo hablar de esto en un contexto tan feroz?
— En esta novela, el amor es fundamental. Termina salvando una vida, de hecho. En un momento, Sebastián se siente muerto por dentro y gracias a que descubre al amor de su vida, toda la culpa que él arrastra se ve disminuida. Ella logra, prácticamente, hacerlo pasar de la muerte a la vida.
Con este tipo de cosas, uno recuerda que en esta vida nacemos dos veces. Cuando llegamos al mundo, que es el nacimiento biológico, y cuando entendemos a qué hemos venido. Eso puede tardar años. Es el descubrimiento de qué somos como humanos. Marguerite Yourcenar dijo alguna vez que nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre. Eso le pasa a Sebastián y lo encuentra gracias al amor, se aleja de los abismos y le apuesta todo a la vida.
— Así como hay amor, también hay dolor, y un montón de cosas más. ¿Esa amalgama de sentimientos fue algo premeditado o fue surgiendo con la escritura?
— Las dos cosas. Cuando empecé a escribir tenía en mi cabeza la imagen de una taza de café derramada sobre una hoja de papel, y la pregunta de cómo eso podía desencadenar toda clase de situaciones trascendentales. Yo tenía absolutamente claro que quería contar muchas cosas en esta novela, y entre ellas, esa acumulación de sensaciones que todos hemos tenido.
Sebastián vive de cerca el desamor, la pérdida del padre y también la del hijo, además de casi todas las cosas que, en su mayoría, hemos vivido todos. Eso me permitió mostrar la gran sensibilidad que se requiere para ver al otro como nuestro semejante. Yo quería lograr eso y, a medida que escribía, descubría más cosas. Me importa que los lectores conecten con el libro no tanto por la historia, sino por lo que se siente en ella, por aquella dura verdad de que a pesar de que hagamos todo lo necesario para postergar la muerte, nuestra vida dependerá siempre del azar.
— ¿Era necesario tanto silencio?
— En este libro lo que me interesaba no era tratar el momento capital, sino la cadena de hechos, aparentemente insignificantes, que lo desencadenan. La fragilidad que yace en ello es lo que me llama la atención y solo los años me permitieron confirmarlo. Pensar que cada decisión, por pequeña que sea, tiene consecuencias trascendentales en nuestra vida. Es impresionante entender cómo nuestra vida depende de cosas tan insignificantes. Eso nos ayuda a apreciar todo esto.
Ahora bien, el silencio es relativo. Yo nunca me alejé del mundo, aunque sí de ciertas cosas que me afectaban. Durante mucho tiempo estuve desanimado, sin estímulo, ante el oficio de la escritura. Sentía que había un gran bloqueo, que no había posibilidad de publicar, de llegar a los lectores. Eso me afectó mucho. Alejarme de eso no fue fácil. En el libro tenía que contar mucho de eso, también.
Terminé de escribirlo por completo antes de la pandemia, y durante esos meses de encierro y lo que transcurrió mientras todo iba volviendo a la normalidad, me dediqué a corregirla. Qué bueno que lo hice, porque la primera versión era horrorosa. Suelo ser muy crítico de mi propio trabajo, a veces demasiado. Hoy me siento tranquilo con el resultado, aunque claro, si pudiera hacerlo, estaría detrás de cada lector viendo que todo salga bien.
— Diez años después, ¿hay redención?
— Creo que sí. Hay catarsis, seguro. Luego de escribir esta novela me siento mucho más liviano. Dejé ahí cosas que quería sacar desde hacía mucho. Uno no es realmente consciente de lo que pasa, de lo que siente, hasta que no lo articula en palabras. Somos el único animal verbal capaz de cuestionar y cuestionarse. Sin la palabra no hay ese autoreconocimiento. Sebastián se sienta a escribir en algún momento de la novela y eso le sirve para liberarse, pero también a mí, como autor. Dejé ahí lo que pienso, lo que defiendo, por lo que he luchado, y también aquello de lo que quería deshacerme.
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