Europa oriental y los Balcanes tuvieron su celebración en Buenos Aires durante la Tercera Jornada Nacional de Estudios Eslavos, evento organizado por la Sociedad Argentina Dostoievski en el que la literatura de estas regiones ocupó un lugar preponderante. Desde homenajes al curioso poeta futurista ruso Velimir Jlébnikov a un siglo de su muerte o debates en torno a la figura de Alexander Pushkin, hasta presentaciones relativas a escritores polacos como Wincenty Lutosławski, novelistas serbios como Dragutin Ilić o ensayistas eslovenos como Zorko Simčič. Un universo un tanto desconocido que se vislumbra de la mano de docentes e investigadores de distintos países latinoamericanos y europeos que estuvieron presentes física o virtualmente.
Alejandro González es traductor, sociólogo y presidente de la Sociedad Argentina Dostoievski. Él cree que la academia local siempre tuvo como referente a la literatura de Estados Unidos y de Europa occidental, predominantemente de Francia, Inglaterra, Italia o España, pero las producciones de países eslavos fueron marginadas. “Es muy curioso porque la mayor cantidad de rusos en América Latina estaba en Argentina: ya en 1915 había 80 mil rusos viviendo en este país. Se suman además comunidades como la polaca y la ucraniana que han sido siempre muy numerosas. Pero esa gran masa de inmigrantes de Europa del este no tuvo su correlato en la institucionalización académica, quedó reducido al campo de las colectividades”, dice González y agrega que, a comienzos del siglo pasado, existía “mucha efervescencia cultural, había mucha presencia en las calles, pero quedó como algo plebeyo, nunca se tradujo en algo que interesara a los sectores dirigentes argentinos.”
La Sociedad Argentina Dostoievski se fundó en 2015, luego de que González regresara de 8 años de estudio en Rusia, con la idea de promover todo lo relacionado con literatura, cultura e historia de los países eslavos desde distintas perspectivas y no dedicarse exclusivamente a la obra de Fiódor Dostoievski, que hubiera sido algo demasiado específico. Además de las jornadas bienales, la organización lleva adelante cursos diversos y ofrece la revista gratuita Eslavia, con material inédito, análisis y reseñas.
Eugenio López Arriazu es director de la cátedra de Literaturas Eslavas de la Universidad de Buenos Aires y fue el impulsor de que dicho espacio se abriera a producciones eslavas por fuera de Rusia. Sostiene que abordar la temática es un desafío porque se trata de literatura periférica, pero también porque tiene un nivel de complejidad muy importante: “Estamos abarcando en una materia 6, 7 idiomas y sistemas literarios diferentes”.
Omar Lobos, docente y traductor, es compañero de López Arriazu y cree que la cátedra ha sido irradiadora de la literatura rusa y eslava en general, de viejos y nuevos autores, pero también que las jornadas académicas han sido un factor muy relevante en esta expansión: “Son una grandísima y maravillosa posibilidad de encuentro, debate, conocimiento, intercambio. Son realmente estimulantes, y nos llenan de orgullo, alegría y responsabilidad. De manera que, a la luz del crecimiento evidenciado en estas últimas jornadas, creo que tendremos que pensar en un formato mayor”.
En sintonía con la expansión en el ámbito académico, la literatura eslava comienza a ampliar su alcance en el mercado editorial. Algunas editoriales han lanzado colecciones específicas, como Colihue y Losada, que iniciaron una nueva ola de más de 100 traducciones en los últimos 20 años y que incluyen libros de Dostoievski, Pushkin y Turguéniev. También existen propuestas más nuevas que ponen el foco en estas regiones: Gog y Magog y A pasitos del fin de este mundo ofrecen poesía eslovena de autores como Peter Semolič, Simon Gregorčič y Anton Aškerc.
Dobra Robota tiene en su catálogo la colección (des)formas polacas, que incluye traducciones de escritores contemporáneos como Wojciech Kuczok; Serbia y Bulgaria llegan de la mano de Dedalus, con los libros de reciente aparición Hammam Balkania, de Vladislav Bajac, y Asesinato de un hombre dormido, de Konstantín Pavlov, ambas traducciones de López Arriazu; mientras que Bärenhaus ha publicado en los últimos años Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin, de Pushkin; Un corazón débil/El señor Projarchin, de Dostoievski; y Sonata a Kreutzer, de Lev Tolstói; los tres, traducidos por Alejandro González.
Por otro lado, Añosluz cuenta con traducciones de autores un tanto menos conocidos, como El rey del tiempo, de Jlébnikov, aquel poeta homenajeado en la apertura de las Jornadas de Estudios Eslavos. Y también aparecen escritores clásicos, pero menos canónicos como Aleksandr Kuprin (La pulsera de granates, Galerna) o el cuentista Leonid Andréiev, de quien se han publicado numerosas antologías.
González también menciona a la editorial Razón y Revolución, que ha recuperado textos vinculados con la Revolución Rusa, escritos inmediatamente antes o después de 1917. “En esos años hubo mucha literatura que fue quedando tapada en la misma Rusia por cuestiones ideológicas de la propia dinámica soviética, un poco también porque, después de la disolución de la Unión Soviética, todo ese periodo cayó en el desinterés. Así que me parece muy loable lo que está haciendo esa editorial”, dice el traductor.
Pese al incremento de la oferta, la mayor atención se la sigue llevando la literatura rusa y particularmente aquella perteneciente al periodo clásico, el siglo XIX. Según González, esto tiene que ver con una mayor masividad y popularidad, aunque aclara que hay autores particulares de otras naciones eslavas que son muy conocidos, como el checo Milan Kundera. Aun así las producciones del siglo XX y del periodo soviético suelen tener un menor alcance: “No hay prácticamente nada disponible de literatura rusa desde la caída de la Unión Soviética. Casi no tenemos acceso a lo que está sucediendo en el escenario literario ruso de los últimos 30 años”.
López Arriazu concuerda y opina que “la difusión de la literatura más actual suele ser un poco más problemática, pero eso sucede con autores actuales de casi cualquier lengua. De todas formas, que vengan de zonas exóticas hace que una novedad de un autor desconocido tenga cierto atractivo superior.”
Los tres traductores llegaron a la literatura eslava desde la rusa, pero no siempre es así y cada uno sugiere diferentes puertas de entrada a este mundo. González recomienda comenzar con los autores clásicos: “Por algo están ahí, no hay ninguna injusticia en ese caso. Me refiero a Turguéniev, a Antón Chéjov, a Pushkin. Las traducciones están disponibles y siempre son accesibles”.
Lobos, en cambio, amplía la sugerencia: “Además de los viejos clásicos, es prácticamente desconocido en Argentina el Pushkin poeta, que es su faceta fundamental; recomiendo calurosamente a Andréi Platónov, de quien estamos sumando títulos hasta ahora inéditos en castellano, como Moscú feliz (Tusquets). Yo mismo estoy descubriendo ahora la literatura serbia, con novelas extraordinarias como Diccionario jázaro, de Milorad Pavić (Anagrama), El cerco de la iglesia de la Santa Salvación, de Goran Petrović (Sexto Piso), o el ya clásico y más célebre Un puente sobre el Drina, del premio Nobel Ivo Andrić (DeBolsillo)”.
López Arriazu recomienda particularmente la última traducción de Asesinato de un hombre dormido, de Konstantín Pavlov (Dedalus), a quien define como “un poeta búlgaro, con una poesía lúcida, ácida, llena de humor y de sátira, muy rica, muy sutil. Imperdible para entender el régimen comunista, pero también a Bulgaria hasta el día de hoy. Es una persona que critica las cuestiones de poder, así que su poesía es muy actual. Y además es apenas el segundo libro de literatura búlgara que se publica en Argentina”.
Los anuncios de la 3° Jornada de Estudios Eslavos incluían las imágenes de 14 banderas, 13 países y un pueblo, los sorbios, que viven predominantemente en Alemania. Cada uno de estos territorios está habitado por culturas, idiomas e historias diversas, con su propia producción literaria que, por razones históricas, políticas o incluso comerciales, ha pasado un tanto desapercibida. Pero el crecimiento en el mercado editorial y en el ámbito académico es palpable.
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