El prefijo “hiper” tiene una carga particularmente pesada en Argentina. Suele relacionárselo con la inflación desmedida que, entre otras cosas, obligó a Raúl Alfonsín, primer presidente electo democráticamente después de la última dictadura cívico-militar, a hacer un traspado de mando adelantado.
En su nuevo libro, Argentina hiperacelerada, el economista y asesor financiero argentino Federico Domínguez parte de la pandemia y la guerra de Rusia contra Ucrania como dos eventos que modificaron drásticamente el paradigma económico y “aceleraron” la transición hacia un mundo vapuleado por la inflación.
Criptomonedas, menos trabajadores y más jubilados, retrocesos democráticos y falta de libertades individuales: el mundo está cambiando rápidamente y, para evitar un colapso, los países deben probar nuevas (viejas) recetas: “Los fundamentos que llevan a los países a ser ricos y prósperos hoy son los mismos que hace 250 años, y se basan en las instituciones liberales y la tecnología. Estos dos aspectos han sido los factores que impulsaron la prosperidad permitiendo que la humanidad pasase del medioevo a los niveles más bajos de pobreza de la historia humana, el surgimiento de la clase media global, y a explorar el espacio”, escribe Domínguez.
De un mundo de baja inflación a uno de alta, de la globalización a la desglobalización, de la paz a la guerra, del bonus demográfico al envejecimiento poblacional, de la Tercera Revolución Industrial a la Cuarta. En Argentina hiperacelerada, editado por Planeta, Rodríguez desmenuza los cambios actuales a nivel mundial, sus consecuencias y posibles soluciones. Aunque el panorama no sea ideal para el mundo, y menos para Argentina, el autor escribe: “Todo esto es parte de la tormenta que antecede a la recuperación”.
“Argentina hiperacelerada” (fragmento)
La Argentina liberal
“A pesar de todas sus imperfecciones, el capitalismo liberal sigue siendo una fuerza vital para el bien”. The Economist
Hubo 80 años durante los cuales transitamos la senda del progreso, de la apertura y de las instituciones liberales. Entre 1852 y 1930, Argentina tuvo gobiernos liberales que primero fueron de tendencia conservadora y luego democrática. Ambos gobiernos la ubicaron entre los países más ricos y prósperos del planeta. En los años 1895 y 1896, Argentina logró el PBI per cápita más alto del mundo y se mantuvo entre los primeros puestos hasta la llegada del primer peronismo.
Fuimos una nación próspera, que era visitada y admirada por líderes políticos, científicos y las élites de todo el mundo. Un país donde quienes se esforzaban podían progresar, con bajas tasas de analfabetismo y una economía pujante, moderna y dinámica, muy avanzada para su época. De los 4,6 millones de inmigrantes que llegaron entre 1857 y 1914, poco más de la mitad se establecieron de forma permanente. Ningún otro país había experimentado un shock demográfico de tal magnitud e incorporado tantos nuevos habitantes de forma exitosa. La explotación de las tierras fértiles demandaba una cantidad de trabajadores con la que nuestro país no contaba.
En 1914, el 30 % de la población estaba compuesta por extranjeros, porcentaje que alcanzaba el 50 % en la ciudad de Buenos Aires. Los recién llegados vivían mucho mejor que en sus aldeas natales, y en nuestro país imperaba un espíritu de igualitarismo y libertad. La concepción de “Hacer la América” era un sueño que se podía cumplir en nuestra república.
En 1886, La Plata fue la primera ciudad iluminada con electricidad de Latinoamérica, al año siguiente comenzó la electrificación de la ciudad de Buenos Aires. En 1891 se fundó el Banco Nación; en 1894 se inauguró el Palacio de Aguas Corrientes; en 1906, el edificio del Congreso de la Nación; y en 1908, el Teatro Colón. Para 1909, el 95 % de los tranvías ya habían abandonado la tracción a sangre y eran impulsados con electricidad. En 1913, el presidente Victorino de la Plaza inaugura en Buenos Aires el primer subte de Latinoamérica, y en 1914, la gran tienda londinense Harrods abre su única sucursal fuera de Inglaterra. En 1928, el Palacio de Correos. Hacia 1930 teníamos una red ferroviaria de 38 411 kilómetros, una generación de energía anual de 1400 GWh y una proporción de automóviles por habitante superior a la de Inglaterra. Durante ese período, el país recibió una ola migratoria sin precedentes: su población de 1 877 490 en 1869 creció a casi 8 000 000 en 19143.
El progreso no se concentraba en “la París de Sudamérica”, como se conocía a Buenos Aires en aquellos años por sus imponentes edificios y bella arquitectura, se extendía a todo el país. La ampliación de la red ferroviaria potenció el crecimiento de la frontera agrícola y el desarrollo del interior donde muchos de los nuevos inmigrantes se radicaban.
Hubo varios acontecimientos que nos llevaron a este estado de esplendor y pujanza. Desde lo político e institucional resalto la batalla de Caseros de 1852, que puso fin al gobierno de Rosas, la Constitución liberal de 1853 basada en los escritos de Juan Bautista Alberdi, el gobierno de Justo José de Urquiza (1854-1860), la batalla de Pavón, y las presidencias de Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880). Desde lo económico, la expansión del ferrocarril, la navegación a vapor, la tecnología que posibilitó el enfriamiento y congelamiento de la carne, y la amplia disponibilidad de capitales, principalmente ingleses, contribuyeron a crear un país sólido.
Fue en el primer gobierno de Julio Argentino Roca (1880-1886) que nuestro país se convirtió en una potencia mundial, y en uno de los países más ricos de la Tierra. Roca fue el fundador de la Argentina moderna: supo convertir un conjunto de territorios anárquicos, gobernados por caudillos y económicamente atrasados, en una república moderna. Roca logró consolidar el poder del Estado nacional, federalizar la ciudad de Buenos Aires y duplicar el territorio nacional. Creó un ejército fuerte para poder controlar los caudillos provinciales, terminó de definir las fronteras nacionales, triplicó la red ferroviaria y duplicó la cantidad de estudiantes en los colegios, realizó importantes obras de infraestructura, construyó imponentes edificios gubernamentales y dio estabilidad política a la naciente república. Tuvo una importante capacidad para leer la política y la habilidad de anticiparse a las demandas sociales de aquella época. Su primera presidencia marcó un antes y un después en la historia argentina.
Roca fue el máximo exponente de la “generación del progreso”, como definió el historiador y economista Pablo Gerchunoff a la llamada Generación del 80 que gobernó el país entre 1880 y 1916. Félix Luna, intentando imaginar las palabras de Roca, los describía: “Eran liberales, admiraban el pensamiento de Alberdi, aborrecían la anarquía y el despotismo, creían en las virtudes de la educación, deseaban abrir el país a los capitales, los hombres y las ideas del exterior para colocar a la Argentina en el ritmo del pensamiento contemporáneo”.
La Argentina de aquellos años era un país que miraba al mundo libre: abierta a la inmigración, al capital, a la tecnología, el comercio y las ideas. Juan Bautista Alberdi se inspiró en la Constitución de los Estados Unidos para la Constitución de 1853, Sarmiento fue embajador en los Estados Unidos y replicó en nuestro país su sistema educativo, Roca enfatizó la construcción de ferrocarriles para conectar el país y potenciar el comercio, Roque Sáenz Peña impulsó la ley de sufragio universal, secreto y obligatorio.
En términos económicos, sociales y culturales éramos un país muy avanzado para su época. Si bien es verdad que había altos niveles de inequidad, y durante los primeros años de este período un sistema electoral “limitado”, la situación no era diferente a lo que sucedía en el resto del mundo y las clases populares estaban obteniendo grandes avances en su calidad de vida. En 1905, durante la presidencia de Manuel Quintana se promulgó la ley de descanso dominical impulsada por un diputado de la oposición, el socialista Alfredo Palacios; en 1915 se adoptó una ley sobre accidentes laborales; en 1929, Hipólito Yrigoyen aprobó la ley que limita las jornadas de trabajo a 8 horas diarias con un máximo de 48 horas semanales.
Al mismo tiempo estaba surgiendo una amplia clase media, algo único en Latinoamérica y solo comparable a lo que sucedía en países como Estados Unidos y Australia. Había en nuestro país una intensa movilidad social ascendente. La sociedad civil y las comunidades eran fuertes. Florecían las instituciones comunitarias como las asociaciones mutuales que ofrecían servicios de cobertura médica, gastos de sepelio, subsidios a viudas, huérfanos e inválidos. En la práctica constituían una incipiente red de seguridad social operada por la sociedad civil. Según el historiador Juan Carlos Torre, la profusión de las redes sociales y servicios de las asociaciones mutuales permitieron a muchos de los inmigrantes prescindir en los hechos de las instituciones del país y transformaron sus comunidades en entidades cuasi autosuficientes.
Argentina era en ese momento la nación más industrializada de Latinoamérica, con un empresariado industrial compuesto por inmigrantes, alejados de la política local. Los sindicatos no entraban en sus empresas porque los conflictos se resolvían dentro de las mismas comunidades de inmigrantes. Había una sana distancia entre el mundo económico y el político, siendo la barrera de entrada a la élite política, no el dinero, sino la cultura y la instrucción.
Mientras el mundo veía con horror la Revolución rusa (1917-1923), en nuestro país la izquierda más radical no logró nada importante. El radicalismo fue el gran canal de incorporación de las clases populares a la vida política. Conforme avanzaba la década de 1920, más y más trabajadores se pasaban al radicalismo. Las opciones más moderadas, como el Partido Socialista, también retrocedieron en esos años. Hipólito Yrigoyen, el primer presidente electo en 1916 tras la sanción de la ley Sáenz Peña, fue conocido como “el padre de los pobres” y durante su mandato se mejoraron mucho los estándares de vida de las clases populares. Vale la pena resaltar la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear (1922-1928), período durante el cual se dio un fuerte crecimiento económico, con apertura económica, libertad, democracia y justicia social. Entre la Primera Guerra Mundial y 1928, los salarios crecieron un 60 %.
Durante el período conocido como “la República Radical”, que comprendió entre 1916 y 1930, la economía se expandió a un promedio del 8,1 % y la deuda externa se redujo. El Estado se mantuvo chico y los impuestos eran bajos.
Pero tras el éxito del país, crecía el germen de lo que sería una larga decadencia. Las élites y los círculos dirigentes comenzaban a abandonar la visión liberal de Alberdi. Se sentían desplazados por la creciente cantidad de inmigrantes que “invadían” los lugares que hasta hace no mucho tiempo antes eran exclusivos de la élite, temían por la disolución de la identidad nacional y el creciente materialismo.
Las ideas de la élite dirigente fueron migrando del “liberalismo” al “nacionalismo”. Tras la pérdida del poder político en las elecciones de 1916, ese sentimiento se acentuó y abriría las puertas al golpe de Estado de 1930.
Quién es Federico Domínguez
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1987.
♦ Es economista, emprendedor y asesor financiero especializado en mercados de capitales y en el sector de tecnología
♦ Es egresado de la Universidad de Belgrano y tiene un máster en Finanzas de la Universidad Torcuato Di Tella.
♦ Es autor de La rebelión de los pandemials, Argentina hiperacelerada, y colabora en algunos de los principales medios del país.
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