A la escritora Luisa Valenzuela se le escapó el cuerpo. Fue en 2010, a raíz de una encefalitis que la mantuvo viva, pero conectada a tubos, sondas y otros aparatos. Ese fue, como escribe en su último libro Los tiempos detenidos. Encierros y escritura (Editoral Marea) su virus “personal e intransferible”. Diez años después otro, el Covid, la confinó en su casa, como a buena parte del planeta. Si con el primer virus, como le explicó uno de los médicos, fue como “si le hubiera pasado un colectivo por arriba” y tuvo un larguísimo proceso de recuperación, el segundo le permitió, de vez en cuando, darse una vuelta por las Tierras de Afuera.
Los tiempos detenidos… son dos libros en uno. Y la distancia de diez años es significativa. La primera parte, “Interior día. 2010″, es el relato de una batalla contra la oscuridad y la incertidumbre personal. En el otro libro, “Interior día. 2020″, Valenzuela sale al mundo, al que define como “truculento” y juega con el nombre SARS-Cov-2: “es como un robot de La guerra de las galaxias, dice. Y hay lugar para el humor y la ironía, quizá también para la falta de esperanza en la humanidad, aunque se trate de una falta optimista.
La encefalitis, escribe Valenzuela, la mandó a Marte. La pulsión por escribir, el deseo, la hizo detenerse delante de una cortina negra detrás de la que se asomaba la muerte, a volver a tener un cuerpo sólo para retornar a la escritura. Pasó un mes y medio internada, hizo una lista de deberes que finalmente terminó siendo sólo uno: escribir. Escuchó a los médicos hablar de su cerebro. Ella eligió sus términos. “Desmigajado”, dice. Un neurólogo le recomendó que no escribiera sobre su tiempo en la nebulosa del virus, pero Valenzuela no tenía contemplado detenerse.
“El dolor sin embargo se olvida, imposible traerlo a la memoria física cuando ya se ha evaporado. Sólo queda el relato del dolor y de aquello que fue vivir fuera del cuerpo y no poder unir las piezas, ni siquiera poder mentar esa palabra: cuerpo. Fue el mayor horror, que perdura aún como amenaza y por eso ahora escribo y escribo, para recuperar el cuerpo”, dice Valenzuela.
En agosto de 2011, en una charla que dio con la escritora estadounidense Siri Hustvedt, -Valenzuela recuperando su cuerpo después de la encefalitis; Hustvedt con unas migrañas terribles- las dos coincidieron en una idea: se escribe sobre lo que no se sabe. Valenzuela dijo en ese momento que el virus fue “un viaje al fondo de la noche, pero me decidió a seguir escribiendo”.
En el segundo libro –Interior día. 2020 – Valenzuela apela a la imaginación, al humor pero sobre todo a la risa, a sus recuerdos, a la película Los tres mosqueteros como la que la llevó, de niña, a su hambre de aventura. Ahora el virus es colectivo, es social, es político. Ahora el tiempo es un chicle: “Gomoso, elástico. Bubblegum, chile burbuja a veces, y si logramos una grande podemos embarcarnos en el rosado globo imaginario para ir a flotar por lo inconmesurable”, dice.
Valenzuela escribe para Interior día… nueve cuentos de la resilencia, se maravilla por el despliegue de imaginación humorística que genera la pandemia, sueña y no quiere levantarse de la cama, anota algunos de sus viajes –de uno de ellos, calcula, volvió con el primer virus- y se pregunta, quizá la pregunta central del libro, qué vino a decirnos el CoV-2. Dice: “Mi traducción es optimista, por más dolorosa que sean las actuales circunstancias. CoV-2 vino a decirnos, bastante tarde por cierto, que cuidemos el planeta, que seamos solidarios, que la humanidad en pleno es una comunidad única en la cual solo trabajos mancomunados nos podrán salvar, que dejemos de lado las desaforadas ambiciones”.
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