¿De qué hablamos cuando decimos “un cuerpo”, “el cuerpo”, “mi cuerpo”? ¿Podría existir una anatomía que en sí se apropie de la explicación del cuerpo físico? ¿Y ese cuerpo que subyace, agazapado, en nuestros cuerpos, esperando la oportunidad de manifestarse? Es decir, ¿se puede pensar ese cuerpo del inconsciente, presente pero inasible a la vez? A veces la literatura ayuda a pensar estas cuestiones. En su novela de 1925, Los monederos falsos, André Gide escribió: “Lo más profundo que tiene el hombre es su piel”.
No debe sorprender que el ensayo Un cuerpo al fin (Paidós), de Alexandra Kohan, se vuelque a la tarea ya no de definir sino de marcar con banderas un mapa hipotético para encontrar al cuerpo, pero que luego de clavadas, las banderas se hunden en la arena ya que, al fin y al cabo, el cuerpo es aquello inalcanzable. Y por eso Alexandra Kohan introduce no solamente un estilo propio y literario, sino que intercala poemas, sigue a Freud cuando admite que el lenguaje de su disciplina no es el científico, que quizás lo sea el literario.
Y en esa indagación por el cuerpo, esa búsqueda que Kohan comparte con el lector, también se presentan, enunciados de modo lejano a lo académico, conceptos psi que sirven para pensar hoy al objeto de un texto que apela a vestir los ropajes del investigador. Del detective salvaje.
–Alexandra, su nuevo libro se detiene en un tema que, si bien ha sido muy estudiado, a la vez sigue sorprendiendo y hay miradas que siempre señalan algo importante sobre el cuerpo, que es el cuerpo del inconsciente.
–Como decís, es un tema que está muy, muy pensado y a la vez es inagotable. Siempre pienso en una figura de variaciones sobre lo mismo, me parece que es una de las cosas que más se pensaron en la historia del pensamiento en cada época. Vuelve y a la vez es inagotable porque el cuerpo es inagotable.
–En su libro se remite al origen del psicoanálisis y la discusión sobre ese otro cuerpo.
–Sí, es una escena fundacional un poco ficcionada en el sentido de que ubico a Freud en el encuentro con Charcot como una escena fundacional del psicoanálisis, aunque ahí no había todavía psicoanálisis. Pero como es un mito de origen, retrospectivamente se puede leer que algo pasó efectivamente y que lo que pasó fue que Freud hizo algo distinto de lo que venía haciéndose con esos cuerpos hasta ese momento: dejó de mirarlos para empezar a leerlos. Por lo pronto me parece que eso es fundamental.
–En ese momento la ciencia médica positivista no concebía otro cuerpo sino el de la anatomía.
–Exacto y lo que descubre Freud es genial. Es muy impresionante porque él sabía de anatomía y descubre que había algunos síntomas que no respondían a la anatomía, entonces decía: “Esto no orgánico porque la parálisis, por ejemplo, del brazo, si fuera orgánica, entonces tendría que tener una parálisis según las nervaduras, según las terminaciones nerviosas” y Freud veía que la parálisis no respondía a esa anatomía, respondía a otra anatomía. Es interesante cómo hay una cantidad de sufrimientos en el cuerpo que tenemos por los que uno va al médico en primera instancia y los médicos dicen: “no tenés nada”. Pero el padecimiento y el sufrimiento, el peligro y el miedo son reales. Hay un sufrimiento ahí, eso sufre.
–Pero ese cuerpo del inconsciente no puede ser sistematizado en un manual…
–El cuerpo se lee cada vez, no hay manera de hacer sistemas. Quiero decir que es parte del acontecimiento la sorpresa de la lectura. El analista también es parte de la sorpresa. No es que está el analista, el paciente en su diván y el analista sabe, porque eso sería evitar el encuentro sorpresivo que es necesario para que se produzca alguna lectura. Si lo único que hiciera es aplicar un saber, entonces se apaga cualquier posibilidad de hallazgo.
–Como un detective que no sabe con qué se va a encontrar.
–En el sentido en que se define detective de la novela policial y que está por fuera de cualquier institución, porque la institución aplaca cualquier posibilidad de lectura. Todos los detectives son outsiders, es una característica de la novela policial. No es que la persona analista no tiene que casarse ni tener familia, sino que el acto analítico no tiene que ser cooptado por la institución en todo caso.
–Bueno, eso también se puede ver en la escritura de Freud, alejada del lenguaje académico, si se quiere.
–Escribía increíble. De hecho el único gran premio en su vida fue un premio literario, recibió el premio Goethe. Esa forma de escribir tenía que ver también con el asunto del que se estaba ocupando. Es muy interesante porque en el inicio dice que el lenguaje del paper, por decirlo así, no me sirve para dar cuenta de lo que encontré en ese cuerpo, “necesito el lenguaje de la poesía”. Es muy impresionante: para dar cuenta de ese cuerpo él necesita de la literatura. Freud dice que el saber sobre la histeria está en otro lado, no somos nosotros los que sabemos y hace hablar a las pacientes, porque eso es inédito en ese momento y el modo en que Freud no retrocedió ante esa incomodidad parece, por lo pronto, muy bello.
–Usted intercala poemas que le dicen algo entre las páginas de su libro.
–El índice del libro que una cree que va a escribir más o menos se escribe al inicio. Bueno en general no me pasa así, no sé muy bien de dónde a dónde pero sí sé que durante la escritura me van ocurriendo encuentros con la poesía, con la música. No es que yo venga leyendo poesía por un lado y anote en una libreta pensando “este poema lo voy a poner, este también”. Es mientras estoy leyendo que me sucede eso. Yo escribo leyendo, eso es lo que me pasa. No sé cómo decir las cosas de manera absoluta.
–Pero ante la pregunta sobre qué es un cuerpo usted no sabría qué responder, entonces.
–¿De qué está hecho un cuerpo? ¿Cómo está hecho? Pues no es natural el cuerpo y como no es natural hay que ver cómo está hecho, qué fibras lo atraviesan, pero no qué fibras nerviosas sino qué discursos. Es un cuerpo que está vivo, que tiene su propia lengua que anida en nosotros, que es el cuerpo del inconsciente. Donde creíamos que éramos dueños de nosotros mismos y de nuestro cuerpo aparece el cuerpo en su dimensión más extraña y nos convoca otra vez a ese asombro, porque sigue siendo sorpresivo. Cada vez que pasa que uno queda asombrado, es lindísimo y a la vez es traumático por momentos. Porque se tienen ganas de enterarse de todo esto, pero no deja de ser la angustia. Es perturbador y es promisorio. Es muy doloroso, muy trabajoso pero después, cuando la vida cambia –como dice Lacan “en psicoanálisis se siembra”– una manera de recomenzar es así de promisorio.
–La práctica psicoanalítica la sigue movilizando.
–Me sigue conmoviendo el modo en que la intimidad se pone en juego ahí. La intimidad esa que incluye esas oscuridades de las que hablábamos, ¿no? Y el modo en que se advierte un día que no se sabe bien por qué la vida cambió. Y tampoco es lineal.
–En cierto momento habla en su libro sobre el diván.
–El diván es una metáfora porque si no lo convertiríamos en regla y si no hay diván no se produce esto. La idea del diván es el modo de de poner la mirada, no se trata de mirar, sino de leer, como decíamos, y la mirada siempre conduce a una identificación, a una fascinación, entonces la mirada tiene que caer. Por supuesto que puede caer sin diván y, al revés, puede no caer con diván. Entonces el diván es una metáfora en ese sentido y me gusta. La palabra “diván” viene del árabe “diwan” que es como “pasaje”, “frontera”, “aduana”. Me parece muy hermosa la idea de cómo se pasa de una vida a otra y ahí esa aduana metaforizada en un diván.
Quién es Alexandra Kohan
♦ Nació en Mar del Plata, Argentina, en 1971.
♦ Además de escritora, es psicoanalista, magíster en Estudios Literarios por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y docente de posgrado de la Universidad de Buenos Aires.
♦ Colabora habitualmente en ElDiarioAr, las revistas Polvo, Invisibles y otros medios.
♦ Es autora de Psicoanálisis: por una erótica contra natura (2019), Y sin embargo, el amor (2020) y Un cuerpo al fin (2022)
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