Si la publicación de su primer libro Almagro (2000) fue por parte de Beatriz Vignoli -con su dedicatoria a la poeta santafesina Beatriz Vallejo- un reconocimiento prematuro de la tradición lírica en la que se inscribía; la reciente edición de su poesía edita e inédita confirma esa orientación.
Viernes, 1979-2021 (Neblipateada, Rosario, 2022), obra reunida de Beatriz Vignoli, figura original y destacada de la poesía argentina contemporánea, es una caja de sorpresas: trae inéditos, fotos, escritos de su adolescencia, de su ‘archivo selvático’, así llaman a estos materiales la escritora junto con su prologuista y editora Marina Maggi. Se trata de un puente entre vida y obra, espíritu surrealista tan afín a sus lecturas juveniles. A su vez, su nombre guarda y al mismo tiempo exhibe el secreto de la plena conciencia que la poeta tiene acerca de su producción, donde la voz lírica y sus transformaciones ocupan un lugar clave.
Sucede que Viernes (2001) es, en realidad, el título de su segundo libro y constituye el núcleo programático de Vignoli. En él, de lo real objetivo a la vivencia subjetiva, se va corriendo de ciertos intentos por encasillarla en la corriente objetivista de los ‘90. Dice en el poema “Función de la lírica”: “Mi padre agonizaba/ en un sanatorio con TV por cable. / Puse el canal de ópera/ para amortiguar sus alaridos constantes. / Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver/ de su hija, debí tenerlo al viejo/ para que no se cayera de la cama:/ la doble simetría de la escena/ me la volvió soportable”. Lúcida en este giro se afirma una frecuencia, una sensibilidad que da estructura a su poesía y forma parte de la evolución que de libro a libro se asume de modo dramático.
Con Itaca (2004), Soliloquios (2007), Bengala (2007) y Lo gris en el canto de las hojas (2014) se profundiza este camino donde cada poema, al igual que en las obras de su Shakespeare adorado, es una voz en sí misma de otra u otro; ella ocupa el centro de la escena. Se experimenta entonces en los géneros con los tonos, los registros; en el vestirse con otras voces, otras lecturas (mitos griegos, Cervantes, Sade, Dostoievski, Esenin y más). Es que pesar de ser variados los senderos que recorren su escritura- Vignoli es también novelista, traductora y periodista cultural- es en su tarea poética donde más se expone y juega con las formas, no como piezas de un acto lúdico sino como partes de una maquinaria de palabras vivas que chirria y siente corrosiva, se mueve, arma y desarma, sin concesiones.
Finalmente, en Árbol solo (Premio Provincial de Poesía José Pedroni) y Luz Azul, ambos del 2017, confluyen diversas tradiciones “del mundo letrado, los avatares de la historia o la cultura de masas en los íntimos pliegues de la subjetividad”, señala el poeta y crítico Sandro Barrella. Conviven en ellos “el riff visible del ramaje”, Janis Joplin, Ulises, Marguerite Duras, el club de barrio, las guerras mundiales o un salmo bíblico. El universo puede estar aquí al borde de un Big Bang caótico o invadido por organismos vivos a punto de colapsar: “Mis jardines parecen selvas, pero están calculados. No ves el artificio. Lo mismo hice con los poemas: si hay erudición que no se note, si hay artesanía que sea como un gesto casual”, nos dice la poeta.
Tálamo es el nuevo libro inédito que cierra esta colección. Ubicado en la zona media del cerebro, el tálamo participa en la percepción del dolor y también en nuestras respuestas emocionales. De este modo, este último poemario de Viernes incrusta el yo en el poema sin mediaciones ni esqueleto de ningún tipo; al desnudo; un manojo de nervios arrojado al mundo en bruto. Porque Tálamo es la reafirmación de que la poesía de Beatriz Vignoli es paisaje y escena en detalle de remembranzas. A veces captadas con ternura y crudeza, cual una memoria unida a lo onírico, con sensibilidad aguda y emociones fuertes, de un malestar del ahora o lo que ya fue, pero no vuelve, o de aquellas y aquellos que ya no están, pero nunca se han ido; ya que aún nos queda su voz: " (a Rosario Bléfari, i. m.) / No se fabrica más la música que eras./ ¿Qué hacer con este silencio?/ Tengo el corazón a punto de llover y no puede./ Tendrías que haber sido interminable como un atardecer de verano,/ eterna, la chica que firmaba con tinta verde/y fotografiaba en secreto maniquíes.” (‘Eco’ de Talamo en Viernes, Nebliplateada, Rosario, 2022)
Morfina
(2009)
Te doy morfina
como un pecho
o un fruto,
la esquirla de amargor
paga un beso robado:
lo necesario por lo necesario.
Te cuido del dolor.
El eco de tus labios
baja hasta el corazón como aguardiente.
Apaciguado, tu cuerpo se recuesta
sobre la verde espuma del espacio.
Barrilones de hierro del presente.
Ni una gota de muerte
en el aire.
Dejo encallar mis ojos
en tu estructura ósea de arrecife
cuyo contorno trazo
con un roce levísimo
mapas de vos en la memoria de la mano.
Es el disparo en exposición lenta
de un amor tan desesperado
que solamente da lo que le piden,
pide lo necesario.
(de Lo gris en el canto de las hojas, 2014, en Viernes, Nebliplateada, Rosario, 2022)
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