Cuando uno piensa en el nombre de Paco Ignacio Taibo II, antes de caer en cuenta de que es el hermano del también escritor, y más que popular entre los jóvenes, Benito Taibo, lo primero que se le pasa por la mente es el hecho de que este hombre ha hecho de todo un poco. Es como el hombre orquesta de las letras mexicanas, el que va por la calle con sus instrumentos a la espalda y los toca todos en compañía de la gente, con la gente.
Es uno de los representantes más importantes del género negro en la literatura latinoamericana. Su lugar en esta historia ya está más que trazado. Además de escritor, ha sido político, activista y líder sindical. Es el fundador del proyecto cultural “Para Leer en Libertad”, que busca fomentar la lectura y la divulgación histórica en México. Fue el creador y director del Festival Literario de la Semana Negra de Gijón hasta 2012 y en ese mismo año se desempeñó como secretario de Arte y Cultura del Comité Ejecutivo Nacional del Movimiento Regeneración Nacional de Morena.
Paco Ignacio Taibo II es ampliamente conocido por sus novelas policíacas y por la invención de su personaje más icónico, Belascoarán Shayne, Su producción bibliográfica es más que amplia y contempla casi todos los géneros. Uno de sus libros más recientes es La Libertad, que a lo largo de 276 páginas se propone contar “13 historias para la historia”.
Aquí se reúnen un actor de cine, héroe de guerra destinado a substituir a Bogart, y que vivió bajo el odio a la pantalla y la culpa; un general soviético que cambió diez veces de nombre y estuvo en todas las revoluciones del siglo XX; un espía contra la Comuna de París que tenía 11 casas; Josef Stalin, rey del Photoshop; un general zarista que quiso ser Gengis Khan; un cuadro maravillosamente romántico y su autor; un tuerto mexicano que dirigió la más exitosa huelga de prostitutas de la historia mundial; el joven John Reed en México; el amor del autor por los leones venecianos; las últimas 72 horas del anarquista español Francisco Ascaso; un novelista misterioso apellidado Bogomolov; el revolucionario profesional venezolano Aponte; y el entrañable maestro del nuevo periodismo latinoamericano, Rodolfo Walsh, reza la contraportada del libro.
Sobre su escritura y sus concepciones sobre la política del libro en México y Colombia, a raíz de su nombramiento como director del Fondo de Cultura Económica en 2018, que se ratificó en 2019, el escritor mexicano conversó con Infobae y esto fue lo que surgió de aquella conversación:
— De alguna forma, la idea de que el libro llegue al pueblo es algo que ha defendido desde el inicio de su carrera como escritor. ¿Qué hace que ese contacto con la cultura letrada a veces sea tan complejo, tan distante?
— El problema de cómo la influencia del neoliberalismo en los últimos 30 años ha intentado convertir el libro como un objeto mercantil y no un bien cultural. Eso significa estar dando la batalla en 30 frentes distintos para devolverle el valor de bien cultural y rebasar la lógica mercantil. Si se tiene la capacidad de salir del mundo del mercado, al mismo tiempo hay que tratar de moldearlo con otro tipo de acciones que puedan orientarlo de manera correcta, garantizando el acceso.
— ¿Cuál es su opinión respecto a las políticas del libro hoy en México? ¿Qué tanto apoyo recibe la industria actualmente?
— Yo no puedo hablar en nombre del conjunto de la industria. Sé que el Fondo de Cultura Económica, por ejemplo, no existiría sin la declarada, definida y absoluta participación y apoyo gubernamental, desde la presidencia de la República. El resto de la industria ha recibido ayuda, según entiendo, pero yo creo que no quiero hacer esa valoración. Dejemos que ellos hablen por sí mismos.
— ¿Qué conoce de las políticas alrededor de esto en Colombia? En caso tal, ¿qué opina de la reforma tributaria y la afectación que llegaría a tener en la cadena de producción del libro?
— Hay un proyecto de transformación tributaria que busca asignarles IVA a los libros. No sé en qué etapa va esto, supongo que ya lo han tumbado. Si es así, la intervención estatal en el mundo del libro en Colombia potenciará de una manera tremenda a la industria, pero hay un punto de palanca. Lo que aquí se hizo para que las bibliotecas no solo fuesen un receptáculo de libros sino un gestor cultural que saliera a la acera de enfrente a promover la lectura y el debate, los avances que a lo largo de muchos años se han logrado en Colombia son un punto de apoyo muy fuerte para cualquier política del libro.
Conversando con la ministra de Cultura me doy cuenta de que está claro que la política que han comenzado a trazar aún no encuentre su cauce. Llevan apenas un mes de vida. Desde el punto de partida está claro, ahí está, ahora hay que ver cómo se va desenvolver y cómo lo van a desarrollar.
— Hablemos de cosas menos administrativas... ¿Qué lugar merece hoy el género negro en la literatura latinoamericana? Usted es uno de sus representantes.
— Ya está consolidado. Ya no tenemos que dar la batalla absurda que se dio hace 30 años por demostrar nuestro derecho a existir.
— ¿Cuál es la mirada del escritor frente a la realidad de nuestros países? ¿Es tan negro nuestro devenir?
— Yo soy un optimista profesional. He descubierto a lo largo de la vida que los pesimistas sufren antes, durante y después; los optimistas solo sufrimos después.
— ¿Qué rumbo siguen nuestros gobiernos? ¿En qué lugar han quedado nuestras libertades como pueblo?
— Yo creo que las libertades se amplían y en la medida en que se amplían, generan futuro. El viraje hacia la izquierda que se ha logrado con sucesivas victorias electorales en el último tiempos, en gran cantidad de países de América Latina, nos permite otra manera de pensar el futuro del continente, en términos de abolición de fronteras, mercados, libre circulación de productos culturales, etcétera.
— La Libertad es un libro distinto ¿Qué buscaba en él? El género parece orbitar entre el ensayo, el cuento y la crónica periodística.
— Cuanto más logres huir de la estructura rígida de los géneros, más cerca estás de eso que se llama creación literaria. Yo soy heterodoxo y hereje en materia genérica. El libro pretendía decir que hay muchas maneras de contar la historia, todas ellas apasionantes, novedosas, diferentes, que capturen al lector. El gran debate que tenemos en la historia es no solo saberla investigar a profundidad, elegir los temas, sino saberlos contar, narrarlos. En ese sentido, uno de los referentes, de los grandes maestros de la historia narrativa es Osvaldo Bayer. No puedes escribir para un medio argentino sin conocerlo.
— ‘Historias de la historia’, ese es el subtítulo. ¿Hay cierto manejo de la ironía que ubica al lector en medio de las situaciones y lo hace delirar con el absurdo, es mi impresión?
— No tanto el absurdo, más bien las situaciones límite. Elegí en todos los casos personajes que estuvieron en momentos de situaciones límite, situaciones de todo o nada. Esos son los personajes y los temas que me atraen.
El absurdo en América Latina no es surrealismo, es realismo. Por eso el éxito del realismo mágico en su momento, porque lo que trabajamos nosotros es a veces tan fantástico que no todo el mundo se lo cree. Pero eso es lo que vivimos, no es un método literario sino una forma de ver las cosas, y eso muchas veces choca con el absurdo. Cuando yo decido empezar una novela policíaca con la frase “Jefe hay un romano muerto en el baño, ¿qué hacemos?”, no estoy acudiendo al surrealismo. Es el más puro realismo latinoamericano.
— ¿Cuánto tiempo y qué retos estéticos supuso la escritura del libro?
— Este fue un libro de cocina muy lenta. Fueron aproximadamente 10 años de investigación y luego fue un libro de factura muy rápida. Lo escribí en 6 meses, cuando llegó la pandemia. Descubrí que le había sumado horas al día. La ausencia de viajes y otros compromisos me permitió ganar más tiempo para escribir. Los retos son los mismos que siempre he enfrentado. Las historias requieren que uno ponga lo mejor de sí mismo, lo que mejor uno sabe.
— ¿Ha cambiado en algo su percepción del oficio desde que llegó a la dirección del Fondo de Cultura Económica?
— En nada.
— Muchas gracias.
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