La patria y el exilio. El sur y el norte. El ensayo y la memoria. Las palabras del padre que nutren y que también lastiman. Un ir y venir de una voz que encontró en la pandemia un tiempo exclusivo, casi monogámico, con la escritura. Un encierro pero también un viaje que le permitió a Clara Obligado atravesar las cuatro estaciones en su casa de Extremadura, España, mirar de cerca la naturaleza y entonces comprendernos a nosotros mismos y entender por qué “un árbol es una cátedra desde la que se puede explicar el mundo”.
Todo lo que crece es una obra de 103 páginas que condensa esta relación entre naturaleza y escritura, que escarba en la etimología de las palabras que “nos acercan a lo que fuimos, lo que nos dijimos cuando las cosas eran de otra manera”, que traza paralelismos entre el oficio de escribir y el trabajo con la naturaleza.
Clara, que nació en la Argentina en 1950, vive en España desde 1976, donde alterna su vivienda en Madrid con su casa de Extremadura. Allí descubrió que además de enseñar literatura también podía escribir. Se había ido de Buenos Aires tras el golpe militar, dejando atrás una familia -a quien define como disfuncional- plagada de apellidos ilustres y de escritores, entre ellos su bisabuelo Rafael Obligado, autor de Santos Vega, uno de los clásicos de la literatura gauchesca.
Todo lo que crece - Naturaleza y escritura, publicado por Páginas de Espuma, va por su segunda edición en España, y este 21 de septiembre será presentado en Buenos Aires, con la participación de la también escritora María Negroni.
Desde el hotel del centro porteño en el que se aloja, Clara Obligado dialogó con Infobae Leamos.
-¿Como aparece la idea de mezclar la escritura con la naturaleza?
-Es un libro que es espejo con otro libro, que se llama Una casa lejos de casa, donde yo hablo del tema de lo que significa perder una tierra, del exilio. Y en este texto, que es un texto que está estructurado igual que el otro, en dos partes, con norte y sur, con un epígrafe de Kafka, con la misma extensión, en primera persona, lo que trabajo es cómo se gana el mundo. O sea, la necesidad desde el punto de vista de la revolución ecológica que hace falta, y habitar no ya un país sino el mundo. Una vez rotas las fronteras porque has perdido tu país, es más fácil pensar en una construcción más amplia donde podamos solucionar los gravísimos problemas que estamos teniendo. Yo pienso en España, este año, con una temperatura de 42 grados durante un mes y los incendios permanentes, y es evidente lo que pasa. Entonces me pareció interesante la literatura como arma para pensar la naturaleza que tenemos que cuidar y de la que somos parte.
-Un mundo que está más cerca del cambio climático de lo que se creía.
-Si, en España decían una cosa que es escalofriante: que éste es el mejor verano de las próximas décadas. Y es algo que todo el mundo va a pagar de alguna manera. ¿Entonces, desde dónde lo podemos pagar con la literatura, que es mi oficio? Yo no soy bióloga, no tengo un cultivo, pero sí me parece que la escritura es un punto donde todavía podemos reflexionar.
-Yendo a la parte “Uno” del libro, a “Sur”, hay algunas frases de la que me gustaría preguntarte cuál es el detrás de escena. Hablás mucho del refugio de la escritura y decís: “Si me descubre mi madre, llegaría el castigo”.
-Yo hablo de una familia cero armónica, donde la literatura fue una tabla de salvación para mí, pero que estaba rodeada de la naturaleza, porque yo leía subida a un árbol. Si yo podía escaparme del entorno familiar y subirme a un árbol, era mucho más saludable que estar con mi madre, por ejemplo. Entonces, si bien yo vengo de una familia muy literaria, porque ha habido escritores, muchísimos, también era una familia muy difícil para sobrevivir. Y la literatura era para mí una auténtica tabla de salvación.
-¿Y por qué hablás de castigo?
-Porque me castigaban por todo lo que hacía, por lo que fuere, nunca respondía al ideal que mi madre tenía de lo que uno debía ser. Por suerte no respondí a ese ideal. Mi generación y mi clase social eran extremadamente severas, no había un espacio de infancia feliz, yo no sé lo que es eso. Entonces la felicidad era leer, meterte adentro de un libro.
-El mundo mágico era la lectura.
-Sí, Emily Dickinson dice que si uno quiere viajar, la mejor nave son los libros. Yo pienso que es eso, que yo quería viajar con la cabeza y los libros me salvaron de muchas cosas.
-También aparece tu papá en el libro. Vos decís que “las espinas dejan marcas como las palabras”.
-Sí, hablo bastante de mis padres, de una manera un poco elíptica porque al final es mi historia, pero sí, mi padre era un gran amante de la naturaleza. Así que por un lado me enseñó eso, pero la verdad es que era una familia disfuncional, entonces también me lastimaba toda esa relación. Yo de mi padre tomo en este libro, que es un homenaje a él en realidad, su entusiasmo y su conocimiento de la naturaleza. Él tenía campo y yo, como cuento en el libro, salía a caballo con él y me enseñaba cosas que me quedaron toda la vida.
-Ya en la segunda parte, decís “se evoluciona a partir de lo que nos falta”. ¿Cómo sentís vos que tu escritura cambió con el exilio?
-Yo nunca pensé que iba a ser una escritora ni era mi deseo. Yo quería ser crítica y profesora. Pero yo creo que al irte del país hay un puente que se rompe, y hay que rearmar. Al final, el dolor uno lo vuelve a recorrer y lo rearma. Y mi puente fue un puente de palabras. Entonces yo necesité contar para rearmarme. Es algo que no esperaba, pero de pronto tenía un libro y el libro salió. Es decir, yo nunca hice una carrera literaria, como hicieron muchos otros compañeros, que buscan un prestigio, una editorial, ni se me ocurrió que tenía que hacer eso. Yo escribía libros que iban saliendo, era mucho más modesta mi pretensión.
-¿Escribías mientras trabajabas como profesora?
-Yo en España trabajé limpiando casas, cuidando niños, haciendo todo lo que un ser humano puede hacer. Y un día dije “no, voy a vivir de la literatura”. Y entonces empecé a escribir guiones porno para teléfonos eróticos y al mismo tiempo escribía guiones para una editorial católica, todo a la vez.
-¿Y cómo era el guión porno para el teléfono, elegías una historia?
-Sí, las historias eran muy fáciles, porque eran siempre lo mismo, muchos jadeos, entonces era bastante fácil y pagaban muy bien. Pero había jurado no vivir de ninguna otra cosa que no fuera escribir. Y empecé así. Y después empecé con los talleres, me fue yendo cada vez mejor y nunca he puesto la literatura como aquello de lo cual me mantengo, ni se me ocurre, no estoy loca de momento. Vivo de los talleres de escritura y cada vez voy consiguiendo más tiempo para escribir.
-¿En esa primera escritura que te sorprendió, que no esperabas, qué fue lo primero que quisiste contar?
-Empecé haciendo un libro de cuento donde el exilio estaba muy presente, era lo que yo sentía, y poco a poco me fui alejando de este yo. Hasta este libro donde vuelvo a usar el yo, no estoy muy interesada en mi biografía, no me intereso como objeto literario, sino que cuento una historia. Y he sido cuentista, novelista, ensayista, pero el yo narrativo autobiográfico no lo había usado nunca.
-¿Y cómo surge en este libro la necesidad de volver a ese yo?
-Voy al yo porque son cosas en las que no quiero que me digan “esto no es así”. Si yo uso el yo, esto es así para mí. Sobre todo en el caso del primer libro, donde yo tengo una postura bastante beligerante con España, que como cualquier país del mundo considera que es buenísimo, que recibe a los inmigrantes, que todo está bien. Y yo digo “no, conmigo no fue así”.
-Sí, contás en tu libro que tardaste años en tener amigos.
-Amigos yo te diría como diez años, y que me invitaran a una casa muchísimos años, a mis hijas tampoco las invitaban. Y yo me considero parte de España pero España no me considera parte suya. No pasa nada, pero eso es así. Y creo que en Argentina habría que preguntarle a los bolivianos si se sienten parte, si son aceptados. Yo creo que no. Entonces está bueno aclarar estas situaciones para que veamos nuestro propio conflicto con el extranjero. Es algo que yo he trabajado mucho. El inmigrante fantasea con una vida mejor y quizás en algunas cosas la consiga, pero en una situación mucho más difícil. Siempre se pone afuera el cielo y adentro el infierno y francamente no es así. Y además el infierno muchas veces lo llevamos puesto. Vivir en un país ajeno es algo muy interesante, que forja carácter, pero lo que no es, es fácil.
-En un momento decís “no puedo dejar de comparar la escritura con la naturaleza”. ¿En qué se parecen esos dos procesos?
-En muchísimas cosas. Yo también trabajo etimologías en el texto. Hay un montón de etimologías. En volver al origen, en cómo pensarnos. A mí este libro me llevó a entender que yo soy naturaleza, no está el ser humano y la naturaleza, somos lo mismo. Y yo creo que la escritura tiene muchísimas leyes que también se repiten. Yo cuando escribo estoy podando, estoy sembrando, estoy dirigiendo, estoy recortando. Entonces, permanentemente hago cosas que también hago como jardinera. Entonces yo creo que es parecido. Y en ambos casos se genera vida, tanto cuando uno escribe como cuando uno planta, lo veo bastante parecido. Yo tengo lombrices por ejemplo en Madrid. Tengo una terraza muy grande y hago compost, y de la misma forma hago compost de los textos que leo. De lo que leo saco abono, podríamos pensar que son dos actividades muy análogas, como cocinar también, lo metería en estos oficios, donde uno con poca cosa genera mundos, genera vida, genera relaciones. Hay muchísimas escritoras que son jardineras, es muy común. En todo caso creo que hay una urgencia de pensarnos en plan naturaleza. Cada uno dentro de su oficio, a su manera, pensar nuestro estar en el mundo. Creo que llegó el momento.
-Al final del libro decís “la esperanza es un error”.
-Sí, porque si uno lo piensa con cierto sentido común, la verdad es que vamos al desastre. Si uno piensa el mundo tal y como está, si no frenamos, vamos al desastre. Sin embargo, yo creo que está bien equivocarse y ser esperanzado, aunque sea un error, porque creo que no es posible construir una utopía a partir de la negatividad. Es imposible. Entonces mi postura es la de un optimismo radical, en el sentido de la raíz. Como que es sólo el optimismo lo que me va a permitir construir algo hacia adelante, aunque me equivoque. Prefiero equivocarme en ese sentido que en el otro. O sea, que no es un pensamiento ingenuo, sino que, puesta a apostar, apuesto por la esperanza.
-¿El optimismo como un error sería pensar que las cosas se van a resolver de alguna forma, solas?
-Sí, solas, pero eso es como naif. Y yo creo que si uno es optimista habrá que construir eso, para que funcione mejor. Y esa sería mi propuesta, construir un mundo más habitable. Yo soy una trabajadora de la cultura, lo he sido toda mi vida, y creo que yo puedo construir desde el campo del pensamiento, que no es poco. Porque creo que, si hay algo que se ha hecho, entre muchos otros errores, es devastar el mundo del conocimiento y de la cultura. Y “cultura” y “cultivar” tienen la misma raíz, exactamente la misma raíz. Entonces yo creo que desde ahí podemos pensar. Se trata de pensar y de crear una conciencia diferente. Ya está ese tema, mucha gente sabe que no debe gastar energía, sabe que no debe contaminar.
¿Y qué pasó con la escritura tuya durante la pandemia, fue mejor o peor?
Yo creo que es difícil decir que la pandemia fue mejor por todo su entorno, pero creo que para los escritores fue muy buena en general. Yo me fui a vivir al campo, me fui a Extremadura, y pude hacer algo que era un sueño, y era vivir las cuatro estaciones en el campo. No sólo eso sino que di clases por zoom, o sea que no tuve una crisis laboral como mucha gente. Me enfermé, dos veces, pero no me pasó nada serio. Y pude escribir tres libros, que no es poco. O sea, yo tuve tiempo, que es lo que no tenía nunca. Hay mucha gente que después de la pandemia, me decían que en Francia hay 500.000 personas, que es mucho, no es una revolución pero es mucha gente, que se bajó de su sistema laboral. Que eran gerentes de una gran empresa y de repente decían “no, yo quiero poner una tienda de pan”. Eso sería para mi parte de la esperanza, redescubrir lo que quiero hacer y bajarme de este mundo de consumo porque no lleva a ninguna parte.
Todo lo que crece se presentará el miércoles 21 de septiembre a las 18.30 en Céspedes Libros (Álvarez Thomas 853). Acompañará a la autora María Negroni.
<br/>
“Todo lo que crece” (fragmento)
Hay un origen.
Estoy sentada en una terraza. Cruje el sillón pintado de blanco. En la esquina, un tiesto, que entonces llamo maceta.
Lo veo casi en otra dimensión. Es un geranio, o malvón, como se le dice en mi tierra.
Veo, pues, el malvón/geranio quebradizo, hojitas polvorientas, rugosas. Veo como los niños ven: inaugurando.
Una elipsis. La noche y sus terrores, fantasmas desvelados, el latigazo de la lluvia sobre el damero de la terraza. Por la mañana, en un cielo inofensivo, está clavado el sol. El tiesto rezuma humedad y el malvón bailotea desperezándose, estira sus bracitos verdes, en el centro le ha brotado una flor roja. Tengo cinco años y veo un milagro. Soy una Eva que descubre el mundo, el paso del tiempo, la belleza, la fragilidad.
Ese geranio crecerá en mi memoria.
Los sentidos ardientes de los niños, esa mirada obsesiva que descubre nervaduras, patitas, aromas. Antes de que nazcan las palabras están el tacto, el olfato, el oído. Polvo en las alas de las mariposas, antenas que se expanden, la mirada perversa de un saltamontes, cae en tirabuzón la hoja de un eucaliptus. En el tronco enrollado trasiegan las historias infinitas de los insectos.
Olor a verano.
Recordamos antes de poder nombrar, hay un mundo de sentidos anterior a las palabras, a la razón, al tiempo, volvemos a él, soñamos con recuperarlo. Un jardín anterior al tiempo, un Edén donde se protege la nostalgia, y a él recurrimos cuando estamos perdidos.
«Entremos más adentro en la espesura». En ese verdor original nos fusionamos con todo lo que crece, somos parte del cosmos. «Parte de», no individuos presuntuosos que se enfrentan solitarios. Leo a María Zambrano.
Ni la luna, ni las estaciones, ni el olor. Ni el color de los árboles, ni su sombra. Ni el idioma, los afectos, el cielo, los pájaros.
Ni la casa, ni la comida, los enseres. Ni el humor, ni las caricias, ni los libros. Ni el crepúsculo, ni la línea del horizonte, ni el pelo de los caballos. Ni la lista de la compra, ni las canciones, ni los códigos secretos. Ni los amigos, ni los vecinos, ni el amor. Ni los refranes, ni las canciones, ni los juegos de los niños en las plazas. Ni las plazas, ni los colores, ni las estatuas.
Todo se perdió, cuando le di la vuelta al mundo. Sin embargo, la vida sigue, se impone acumulando esqueletos, restos de animales y vegetales, memoria.
Tira de mí. ¿Por dónde podría empezar? ¿En el principio era un árbol?
No sería un jacarandá. Ni un aguaribay. Ni un ombú. Una encina, tal vez.
En el principio fue una encina.
Quién es Clara Obligado
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1950. Vive en España, entre Madrid y Extremadura, desde 1976: se exilió durante la última dictadura.
♦ Es licenciada en Literatura y docente de talleres de escritura creativa: en los años setenta fue una pionera en este campo, en el que aún se desempeña.
♦ Se la considera la persona que introdujo el microrrelato en España.
♦ Es autora de La hija de Marx, Si un hombre vivo te hace llorar, Salsa, Mujeres a contracorriente y Todo lo que crece, entre otros.
SEGUIR LEYENDO: