“El rostro vuelto al exterior resulta grotesco. Entonces, hay que exagerarlo, marcar fallas, magnificar éxitos, transformar la vida encalaverada, agredir con la imagen”, escribió alguna vez la argentina Sylvia Molloy, homenajeada este lunes en la Feria del Libro de Rosario en una mesa en la que participaron Julia Musitano, Javier Gasparri y Paola Piacenza.
La palabra que más se utilizó -y con razón- en este sentido homenaje a Molloy, fallecida en julio de 2022, fue “pionera”. Este término, algo elástico por un uso más frecuente del que debería, aplica a la perfección para esta autora que no solo fue de las primeras argentinas en escribir y teorizar sobre lo que más adelante se conocería como literatura del yo, sino además una de las pocas -poquísimas- en abordar el lesbianismo y la representación LGBT+ tanto en su ficción como en sus textos críticos desde principios de la década del 80.
“A veces decir ‘pionera’ es un lugar común, casi un compromiso, un término vacío”, dijo el Doctor en Humanidades y Artes Javier Gasparri. Sin embargo, el profesor y Magister en Literatura Argentina destacó la importancia de los aportes de Molloy a la hora de pensar una teoría del género desde la literatura.
“Lo que ella llama ‘política de la pose’ es un concepto que, en paralelo a otros ensayos más conocidos como la teoría de la performatividad de género de Judith Butler, va dando cuenta de cómo se da en la teatralidad de la pose una figuración de género. Molloy fue realmente una pionera en el modo de leer episodios ligados a performance de género y, además, pensar articuladamente ese concepto en Latinoamérica”, explicó.
A continuación, Gasparri leyó un fragmento de una entrevista inédita con Molloy en el marco de un seminario que, en 2009, la autora dio en Rosario, ciudad con la que, según recuerda, tenía una estrecha relación:
“Lo que me ha interesado sobre todo han sido los ejercicios de lecturas que permitan no solamente rescatar textos donde la perspectiva resulta particularmente importante, sino rescatar y complicar la lectura de ciertos textos que se han dado por leídos y en los que no se ha tendido a ciertos planteos de género que, por razones de época o de costumbre de lecturas, no se han querido ver en toda su complejidad genérica y sexual. Por eso me ha interesado tanto hacer ese tipo de trabajo, un trabajo de rescate de aquellas construcciones de sexualidades que resultan problemáticas y se silencian, sexualidades que no se dicen pero que están en el texto”.
Mientras que Gasparri hace un abordaje del pensamiento de Molloy desde el género y la sexualidad, la Doctora en Letras Julia Musitano rescata una lectura que apunta a sus aportes a la literatura del yo: “Los conceptos de ‘pose’ y ‘autofiguración’ son claves, faros que vienen a iluminar un modo de acercarse a lo literario no solo desde la teoría, sino también como un gesto político de pensar la cultura latinoamericana. ¡Y eso ella lo hace desde Estados Unidos!”.
Musitano destaca las obsesiones que timonean los textos críticos de Molloy, -”la lectura en la infancia, la novela familiar, la memoria, el linaje, la representación, todo en términos de qué significa la escritura autobiográfica en América Latina”- y cómo luego estos marcaron el rumbo de su ficción.
“Ese diálogo, esa contaminación entre ficción y crítica, es uno de los aspectos más interesantes de su producción. Molloy plantea que ser algo es posar, es decir, no serlo. Hay que inventar un rostro, hay que crear un personaje, inventarse una máscara para poder hacer literatura. Para ella, esa pose mentirosa, engañosa, tiene una potente fuerza identificadora como gesto político y cultural, pero también otra fuerza desestabilizadora por su diálogo con lo inapropiado y lo que sale de la norma”, dijo Musitano.
Por su parte, la Doctora en Humanidades y Artes Paola Piacenza destacó la multiplicidad de Molloy y su búsqueda constante de vivir “entre” más que vivir “en”: “Hay un ‘yo’ que se construye sin nunca llegar a coagular en una identidad o en algo que pueda ser reconocible. Molloy oscila entre la crítica literaria, la escritura y, además, una figura que nunca desdeñó que es la de profesora. No hay una Molloy más verdadera que otra. El ‘yo’ que construye es uno que busca la descomposición y la desarticulación antes que la cohesión”.
Para dar cuenta de la fina línea entre ser y parecer que existía en el universo literario de Molloy, Piacenza rescata una anécdota que la autora cuenta en su libro Citas de lectura, en la que confiesa su deseo no solo de ser lectora sino además de parecerlo, es decir, tener la pose de la lectura.
“Molloy cuenta que, para esa última mañana en la que ya no amanezca, tenía preparada una escena: dejaría en su mesita de luz un libro de Schopenhauer, un crucifijo medio estrambótico de su abuela francesa y una estatuilla de dos llamas andinas copulando. Y dice: ‘Me divierte crear lazos entre estos tres objetos dispares y armar una posible narrativa que ofrezco a mis herederos. ¿Qué pensarán aquellos que vengan a encontrarme una mañana y esté muerta, y vean esos objetos incongruentes sobre su mesa de luz?´”.
Para Piacenza, sin embargo, esa mezcla de objetos no resulta finalmente tan extraña: “Me atrevo a pensar que, probablemente, ella supiera que los lectores de sus Cuadernos no nos sorprenderíamos ante una escritura que gozaba de las posibilidades que depara la multiplicación, la desarticulación y la no coincidencia con una misma”.
El homenaje, como no podía ser de otra forma, culminó con la lectura de un pasaje de Varia imaginación de Sylvia Molloy que provocó la emoción tanto del público como de los disertantes:
“Ese desfasaje me persigue. Impide que me instale del todo en la cronología corriente, mucho menos en esas estaciones invertidas cuyas temperaturas, cuando hace años cambié de hemisferio, me costaron un largo aprendizaje. Ahora es abril, pero a veces creo que estamos en septiembre. Sé que estamos por entrar en verano, pero hay días en que algo me dice que está por llegar el invierno. Con sus lluvias y su humedad, casi lo presiento en el viento fresco que a veces sopla por la tarde. Y también lo presiento en el ladrido desolado de un perro que me llega desde el fondo de la manzana, que es el de aquel perro de la casa del fondo, en Olivos, que ladraba de tarde cuando tenía frío. Estoy en Buenos Aires, me digo. Estoy en casa de mis padres. No, no me he ido. Está refrescando, mejor que entre”.
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