Cómo aprovechó Sarmiento las acusaciones de corrupción y otros rumores para convertirse en quien fue y atacar a sus rivales

El sanjuanino se forjó un nombre público a fuerza de escritura y polémica. Desde sus obras, se defendió de calumnias y se situó cada vez más como un hombre importante que podía disputar nada menos que la Presidencia.

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Domingo Faustino Sarmiento fue presidente entre 1868 y 1874.
Domingo Faustino Sarmiento fue presidente entre 1868 y 1874.

“¿Quién es este hombre que así hace ocuparse de él a tantos, que comete tantos desaciertos, sin dejar alguna vez que otra de merecer simpatías? ¿Quién es en fin? ¿Quién lo introdujo? ¿Quién lo conoce?”. Estas preguntas cierran el dramático párrafo inicial de Mi defensa, el folleto o conjunto de pliegos que Domingo Faustino Sarmiento estampó en 1843 en Santiago de Chile y que constituye su primera autobiografía.

Un “breve primer esbozo de autobiografía”, como sostiene el historiador Tulio Halperin Donghi, con el que un joven Sarmiento (sólo tenía 32 años) pretende, no sin algo de arrogancia, continuar abriéndose camino e inventarse un lugar para sí. Contar la propia vida no era el ejercicio memorialista de quien ha recorrido un largo camino y lo evalúa desde el final, sino el acto de defensa de un desterrado que todavía se estaba insertando en la vida pública de un país que no era la Argentina.

Mi defensa es, además, la obra de quien todavía no tiene obra. Recién dos años después Sarmiento escribiría y publicaría, por entregas periódicas y luego en libro, el Facundo, ese hito para la literatura y el pensamiento nacionales que sigue generando sus buenos debates y controversias; faltaba mucho, todavía, para que fuera Presidente; y no había sido aún reconocido como el “maestro de América”, si bien venía desarrollando una sostenida práctica pedagógica.

Instalado en Chile desde fines del año 1840, luego de salir expulsado de San Juan, Sarmiento ya había participado de una seguidilla de disputas en la prensa, muchas de las cuales habían sido iniciadas explosivamente por él mismo. En aquella época, el cuyano encontró en la escritura su mejor herramienta; así como halló justamente en la polémica uno de los motores más fecundos para producir algunos de sus textos más brillantes.

Mi defensa emerge, precisamente, de una controversia, y tiene en la calumnia su origen y motivación: fue un intento urgente por parte de Sarmiento −cuándo no− de vencer la velocidad del rumor y restaurar su nombre, que estaba siendo mancillado. Es que la calumnia era una de las formas de difamación más poderosas: nutrida de información falsa para arruinar reputaciones, era de circulación rápida de boca en boca o por la imprenta.

Todo comenzó con una crítica teatral, una discusión tramitada en publicaciones periódicas, y un altercado público. Era diciembre de 1842 y Sarmiento, entonces redactor del diario El Progreso, escribió una reseña de la obra de teatro Adel de Segrí en la que mencionaba el caso de la “monja Zañartu”, una joven chilena a la que, según decía la leyenda, su padre había ingresado por la fuerza en un convento. Una de las protagonistas de la pieza dramática, decía Sarmiento, “era una monja Sañarto [sic], maldiciendo día y noche la vida monástica, y echando de menos los goces del mundo”.

La mención no pasó inadvertida para muchos que miraban con prevenciones todo lo que salía de la mano del escritor sanjuanino, quien ya había puesto en discusión en la prensa -el gran espacio en el que entonces se dirimían las cuestiones públicas- problemas espinosos, como su lucha contra los gramáticos en cuanto a los usos de la lengua española en Chile, o el impacto que el romanticismo había tenido en la generación de escritores más jóvenes.

El primero que increpó a Sarmiento fue un pariente de la monja, el clérigo Rafael Valdivieso, quien lo acusó de infamar el honor de su familiar: intercambiaron, entonces, un breve ida y vuelta por escrito, en el Semanario de Santiago y El Progreso.

Godoy denuncia a Sarmiento en 1843. Comunica su presentación judicial en un documento dirigido "Al público". Fuente: Museo Histórico Sarmiento, Ministerio de Cultura de la Nación.
Godoy denuncia a Sarmiento en 1843. Comunica su presentación judicial en un documento dirigido "Al público". Fuente: Museo Histórico Sarmiento, Ministerio de Cultura de la Nación.

Mientras tanto, un escándalo de mayor magnitud se iba gestando en las calles de la capital chilena, especialmente en el Club de la Bolsa Mercantil, espacio de sociabilidad al que se concurría para leer periódicos e intercambiar información, donde se realizaban exhibiciones de retratos y objetos, y, sobre todo, donde se conversaba. Allí, otro pariente de la monja, Domingo S. Godoy, que conocía a Sarmiento de hace años porque había sido cónsul en la región de Cuyo, echó a rodar una serie de murmuraciones. Como dijo Sarmiento, Godoy “se apoderó en el momento del susurro, y abrió en la Bolsa un curso de declamación”.

Las voces corrían: se decía que Sarmiento se había quedado con parte de un dinero recaudado en 1841 para el salvataje de los soldados de Lamadrid que, derrotados en Rodeo del Medio, debieron cruzar la cordillera; se decía, también, que su procedencia barrial y familiar en San Juan era sombría, que tenía a su padre en el abandono, que había cometido un asesinato durante una sublevación en su ciudad natal.

A la circulación oral de la calumnia, Sarmiento respondió con una querella judicial en contra de Godoy y con un cartel que pegó en el mismo salón de la discordia: “He puesto en la Bolsa, adonde Domingo Godoy acude diariamente a calumniarme, un aviso, desmintiéndolo”, dice en “El libelo”, uno de los textos que se reúnen en Mi defensa.

Destinado a ser efímero, no parecen haber quedado rastros de ese cartel pegado en la Bolsa, pero Sarmiento repone, en su obra, lo que decía; allí se defiende, fundamentalmente, de la acusación de “asesino”, la más grave, a la vez que tilda a Godoy de “cobarde” y “miserable”.

Otra copia de lo que decía el cartel se conserva, además, en los archivos judiciales: forma parte de la causa que Godoy le inició a Sarmiento por “libelista”. Los libelos –que habían tenido un auge relativamente reciente en la Francia prerrevolucionaria– eran escritos breves de combate y de carácter ofensivo, dirigidos hacia personas públicas de relevancia. Para Sarmiento, esta acusación era grave sobre todo en términos morales, por eso la rebate enseguida por escrito; pero, judicialmente, luego del proceso fue desestimada.

Reforzando el ataque del modo que mejor conoce, Sarmiento saca la hoja suelta: “¡Vaya un fresco para don Domingo Godoy que ha caminado tanto estos días!”. En las ediciones modernas de Mi Defensa se incorpora con el título “Prefacio”, donde incorpora burlonamente una serie de indiscreciones sobre su contrincante y su paso por Mendoza y San Juan.

Retrato de Sarmiento en 1845, realizado por el pintor sanjuanino Benjamin Franklin Rawson, con quien el autor de "Facundo" sostenía un vínculo artístico y amistoso.
Retrato de Sarmiento en 1845, realizado por el pintor sanjuanino Benjamin Franklin Rawson, con quien el autor de "Facundo" sostenía un vínculo artístico y amistoso.

Enseguida, escribe las cinco partes que conforman el núcleo de lo que se habría publicado inicialmente como Defensa, una tirada de textos que incluían la breve alegoría sobre la calumnia y los capítulos “Introducción”, “Mi infancia”, “El militar y el hombre de partido” y “El hijo, el hermano y el amigo”, cada uno centrándose en un aspecto de su vida. Falta una parte en esta enumeración: “El escritor en Chile”, que se incorporó tardíamente al conjunto.

Porque hay que decir que este es un libro que fueron armando Luis Montt y Augusto Belin Sarmiento, los primeros editores de la obra sarmientina; Mi defensa es un “libro” que no fue libro en su origen sino una serie de escritos que salieron como hoja suelta, folleto o pliego pero, en todo caso, productos desordenados de la ruidosa escalada pública del conflicto entre Sarmiento y Godoy.

Si algo caracteriza a esta autobiografía de comienzos es la figuración de Sarmiento como “el héroe autodidacta que triunfa por su propio esfuerzo”, el self-made man que ha seguido el modelo de Benjamin Franklin, como ha dicho Sylvia Molloy. El escritor presenta la sucesión de lecturas y “estudios desordenados” que no ha podido institucionalizar más allá de su formación primaria como una ventaja: “De esta falsa posición ha nacido la independencia de mi pensamiento”.

Para el escritor que en Mi defensa se coloca como “lanzado repentinamente en la vida pública, en medio de una sociedad que me ha visto surgir en un día”, leer se convierte en la clave para emerger de la pobreza. Y a diferencia de Recuerdos de provincia, la autobiografía más meditada que escribirá (¡todavía joven también!) hacia el final de la década, aquí la propensión a la lectura no se combina con esa “nobleza democrática” que encuentra en sus antepasados y que justifica su lugar en el mundo. Como dicen Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, “no hay otro argentino del siglo XIX para quien el nexo entre lectura y cultura demuestre su necesidad de manera tan personal”, una lectura que es concebida como “utilitaria y moral”.

Bajo el título "Política Americana" comienza a publicarse la serie de tres artículos que luego se reunirán como "Política exterior de Rosas". Fuente: Memoria chilena.
Bajo el título "Política Americana" comienza a publicarse la serie de tres artículos que luego se reunirán como "Política exterior de Rosas". Fuente: Memoria chilena.

Las faltas que con saña le marcaban sus adversarios, Sarmiento las da vuelta para convertirlas en puntos a su favor: su origen pobre, que abraza, engrandece su labor posterior como escritor, como hijo, como “militar y hombre de partido” y como publicista en Chile.

Durante la década de 1840 no cesará de defenderse; pero defenderse será, también, y como ya se vio, una estrategia: una forma de imponer el nombre y con él una figura y un proyecto.

El viaje por Europa, el norte de África y América que emprenderá en octubre de 1845 le dará un respiro en las luchas periodísticas de cada día pero, sobre todo, en la campaña antirrosista que, desde su llegada a Chile, venía sosteniendo con una prédica encendidamente opositora, esta vez dirigida hacia el otro lado de los Andes.

Sarmiento publicó contra Juan Manuel de Rosas desde diversos periódicos: los que redacta antes de su viaje (El Mercurio, El Progreso), y los que crea él mismo e imprime en el establecimiento que funda con el tipógrafo francés Jules Belin, a quien –dice– “invitó a venirse a América, donde fundarían una imprenta colosal, así que cayese el tirano Rosas”. De esas prensas saldrán tanto el periódico La Crónica, su principal órgano de difusión, y muchos de sus libros; también se imprimirán allí los periódicos La Tribuna y Sud-América. En conjunto, estas tres publicaciones constituyen los tres espacios desde los que Sarmiento operará para minar las acciones y discursos de Rosas entre 1849 y 1851.

Como emigrado viviendo en otra nación, siguió en detalle la política exterior del gobernador de Buenos Aires, a quien las provincias habían delegado la representación de sus Relaciones Exteriores. Esos escritos, numerosísimos, recorren un arco que va desde su instalación en Chile en 1841 hasta su partida en 1851 para formar parte del Ejército Grande de Sud-América al mando de Justo José de Urquiza; algunos de ellos han sido reunidos en el siglo XX con el título Política de Rosas.

De la Banda Oriental a Bolivia, de Buenos Aires a Brasil, de Chile a Paraguay, Sarmiento analiza, con dedicación y perspectiva de contrincante, el modo en que Rosas se vincula con los pueblos americanos, pero también aspectos de su política interna relativos al modo de gobierno y la organización territorial.

En esa obra periodística diversa, pueden verse gérmenes de lo que luego se convertirá en núcleo temático de algunos de sus libros más importantes y, fundamentalmente, “lo que es Rosas” (como titula uno de los artículos) para Sarmiento.

En los textos fechados en 1845 y años previos, dominan las arremetidas en torno a la llegada del agente diplomático que Rosas había enviado a Chile, Baldomero García, circunstancias que exhiben el clima de época en que se gesta Facundo y que también se incorporan en su textualidad.

Además, como ha estudiado la crítica Adriana Amante, el texto “Política exterior de Rosas”, publicado en octubre de 1844 permite comprender que “no fue la Argentina sino el Brasil el primer campo donde Domingo Faustino Sarmiento puso a prueba la eficacia de la dicotomía civilización-barbarie como llave de interpretación del funcionamiento de la sociedad y de la política americanas”.

Así también, la cuestión de la libre navegación de los ríos que analizará en “Rosas y el Paraguay”, a propósito del bloqueo al ingreso de buques de aquel país al Río de la Plata, reaparecerá como problema en Facundo y se convertirá en obsesión, por momentos alucinada, en Argirópolis, de marzo de 1850.

Retrato de Juan Manuel de Rosas realizado por el pintor francés Raymond Q. Monvoisin, quien vivió en Chile y fue admirado por Sarmiento. Las pinturas de Rosas con vestimenta de campaña aparecían en las publicaciones de los emigrados opositores, quienes lo asociaban con la idea de "gaucho bárbaro".  Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes, Ministerio de Cultura de la Nación.
Retrato de Juan Manuel de Rosas realizado por el pintor francés Raymond Q. Monvoisin, quien vivió en Chile y fue admirado por Sarmiento. Las pinturas de Rosas con vestimenta de campaña aparecían en las publicaciones de los emigrados opositores, quienes lo asociaban con la idea de "gaucho bárbaro". Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes, Ministerio de Cultura de la Nación.

A la vez, a través de la campaña que despliega en la prensa, Sarmiento se sirve del ataque a su rival para recortar una figura virtuosa de sí mismo y sus ideas.

Los investigadores Pablo Martínez Gramuglia, Inés de Mendonça y Martín Servelli proponen –en El gaucho malo de la prensa– que, “como en la épica, Sarmiento elige a los enemigos que engrandecen su figura”. Y es precisamente en los artículos sobre la política de Rosas que publica al regresar a Chile donde puede verse que, al recrudecer las polémicas, el enfrentamiento con el gobernador se ha vuelto personal. Ya no son solo dos proyectos políticos los que opone, sino dos figuras: Sarmiento versus Rosas.

Por esos años, el escritor recibe embates directos, desde Buenos Aires, pot defender la ocupación chilena del estrecho de Magallanes, lo que le vale la acusación de “traidor a la patria”. Rechaza esa denuncia, que se realiza por vía diplomática y en la prensa, pero a la vez, en sus respuestas, comienza a colocarse en pie de igualdad con su adversario.

“Una ruidosa querella ha estallado entre Juan Manuel de Rosas, héroe del desierto, y Domingo Sarmiento, miembro de la Universidad de Chile”, anuncia en tercera persona él mismo en “¡Rosas en paz con todo el mundo!”. “Estos dos personajes son argentinos ambos, y no se entienden sobre la manera de gobernar a aquel país”, dictamina, al comenzar una larga enumeración comparativa de sus ideas y las que atribuye al otro.

Un Sarmiento joven, en los tiempos de publicación del "Facundo".
Un Sarmiento joven, en los tiempos de publicación del "Facundo".

La pugna personal aparece también cuando analiza minuciosamente el mensaje de Rosas a la Legislatura, de 1850, en que su nombre aparece “zaherido”, “ultrajado”, lo que justifica que dedique páginas y páginas a leer y desmontar el discurso del gobernador.

Entonces también afloran, por esa época, las aspiraciones presidenciales. En su contraste con Rosas, imagina sin pudor lo que haría si pudiera suplantarlo. Estas grandes esperanzas, que se develan en los textos sobre la política de Rosas, son tambien parte del trayecto de escritura de Recuerdos de provincia, en 1849, en el que Sarmiento se presenta no solo como vástago de un linaje virtuoso, sino que también exhibe lo que llama su “hoja de servicios”, constituida por el listado de sus obras publicadas hasta la fecha: Aldao, Facundo, Educación Popular, Viajes en Europa, África y América, Argirópolis, el Método de lectura gradual y la Memoria sobre ortografía americana.

La multiplicidad y diversidad de textos chispeantes, atrayentes, aguzados, que produjo durante sus años en Chile, muestran no solo cómo Sarmiento fue construyendo las bases de su proyecto político, ese que seguimos debatiendo, sino también el carácter más excepcional de su literatura, la que sigue convocando. Fue afilando su pluma con el fuego de la contienda pública que Sarmiento se convirtió en Sarmiento.

*Josefina Cabo es Licenciada en Letras y docente de Literatura Argentina del siglo XIX (UBA).

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