Es un lunes por la tarde, el aire está templado, el limonero del patio del fondo de la casa de Inés Garland está repleto de frutos. En la cocina, ella prepara y sirve un té con aroma fresco y vegetal. “A mí me consuela que alguien me hable de lo que pasa por detrás de la fachada. Te diría que es la literatura que más me interesa. Yo me sentía muy sola de adolescente y encontré mucho consuelo en los libros, y de adulta también. Ahora, leo una Annie Ernaux, una Joan Didion y les agradezco tanto…”, dirá sobre el cierre de la entrevista con Infobae Leamos. Su novela más reciente, De la boca de un león (Edelvives), ganó el prestigioso premio Alandar de Literatura Juvenil 2021 y acaba de publicarse en la Argentina. Se trata de un libro que va justamente al desmoronamiento de toda fachada.
El narrador, Tadeo, tiene 14 años y vive frente al río en una familia de clase alta venida a menos. Es el menor de cuatro hermanos y padece el maltrato cotidiano de su hermano inmediatamente mayor, el único que -como Tadeo- vive con los padres. Una madre impotente y sumisa, un padre distante, autoritario y castigador crean una atmósfera de tensión sostenida que alcanza su punto de quiebre en la mesa familiar.
La novela pone en juego algunas de las obsesiones que zurcen toda la obra de la escritora argentina, desde Una reina perfecta hasta Con la espada de mi boca, pasando por Piedra, papel o tijera (ganadora del premio de literatura juvenil más prestigioso de Alemania) y Lilo, Premio Ala Delta 2016.
-¿Cuál fue la primera imagen del libro?
-La primera imagen fue la primera escena de la novela. La de Tadeo con los brazos extendidos sosteniendo en cada uno dos tomos de una enciclopedia. Es algo que me contó un amigo, que se lo hacía su hermano mayor. Me contó que los brazos le ardían y que si los bajaba el hermano lo torturaba. Pero esta novela es un cocoliche de distintos inputs de todos lados, rasgos de distintas personas mezcladas en un mismo personaje.
-¿Pero esa imagen fue la que disparó la historia?
-Sí, el hermano mayor que tortura al hermano menor y los padres que no se enteran. Después me apareció este padre tan rígido y encerrado. Yo empecé la novela como una novela coral y para adultos. Como siempre, empiezo escribiendo para adultos, pero en un momento -cuando ya tenía escritas unas 70 páginas- Tadeo empezó a tomar demasiado protagonismo y tuve que cambiar todo para convertirlo en el único narrador. Había temas difíciles para que los contara Tadeo, fue un desafío contar todo a través de él.
-Sin embargo muy tempranamente está dicho que Tadeo es ese personaje que observa a toda la familia.
-Siempre hay en las familias uno que mira. Tadeo cuenta hasta donde él puede ver, lo que va entendiendo de las cosas que escucha. Yo siempre hablo de la mirada de la infancia. Creo que muchas personas creen que escribir desde la infancia es escribir con el vocabulario de la infancia y no es eso, es más bien escribir desde todo eso que no se sabía en la infancia y que se va pudiendo dilucidar al ir creciendo. La escritora canadiense Mavis Gallant dice: “Inconscientemente, cualquier niño de menos de 10 años sabe todo. Antes de los 10 entra a una habitación y percibe de inmediato todo lo que se siente, todo lo que se calla, todo lo que se reprime relativo al amor, al odio y al deseo, aunque pueda no tener las palabras adecuadas para todos esos sentimientos. Es parte de la clarividente inmunidad a la hipocresía con que nacemos y que se desvanece justo antes de la pubertad”. Me encanta esa cita aunque creo que a mí no se me desvaneció la inmunidad a la hipocresía. La pesco siempre y es algo que me obsesiona. Me interesa la verdad emocional de las personas y en este libro me metí mucho con eso.
-Y con la familia como gran censora de esas verdades…
-Sí, porque todos nosotros tenemos un cuento que nos contamos. Las familias arman el cuento y te lo cuentan. Mucho de lo que hay que desentrañar en la vida es eso: ¿cuál era el cuento de tu familia y cuál el cuento que vos te creíste? Tadeo trata de saber cuál es el cuento. En la adolescencia una empieza a salir del cuento de la propia familia y entra en los cuentos de otras familias y descubre que hay familias que tienen cuentos muy distintos a la propia. Me parece algo muy atractivo y muy perturbador de la adolescencia.
-Y hay un tironeo entre la necesidad de pertenencia, pero también de individualidad al interior de la familia.
-Son cosas muy complejas, pero siempre la pregunta es qué hacer con el cuento y qué hay debajo de las cosas que te cuentan. Yo pienso mucho en los peligros de la pertenencia, todo lo que es el pensamiento de la tribu, que se valoriza mucho en la sociedad. Se valoriza mucho pertenecer y tiene, para mí, unas contras inmensas que atentan contra la libertad de pensamiento, contra la posibilidad de descubrirse diferente. Y cuando se es adolescente se juega esa dicotomía entre querer ser igual a los demás y a la vez querer ser distinto. Y es un momento muy clave porque por querer pertenecer a veces se pierde algo muy rico de uno mismo, cosas de la propia identidad y de las más profundas. Yo sentí que volaba cuando salí de mi familia y a la vez era aterrador.
En De la boca de un león Tadeo sabe que hay cosas que no se pueden decir, es consciente de lo poco que conoce de lo que sucede en su casa, porque de las conversaciones le llegan rastros, pistas, y alertas que lo incomodan y lo mueven a hacerse preguntas. Solo en un entramado familiar oclusivo, busca hacia adentro y hacia afuera y lucha por mantener a raya la impotencia que le provocan los abusos y la violencia de su hermano y de su padre. Busca dejar de temerse a sí mismo.
La prosa de Garland es sensorial, está sembrada de detalles que dan calor a la escena, a veces esos detalles obligan a contener la respiración y otras a inspirar profundamente, como cuando Tadeo se sienta a la orilla del río con su amiga Vera o cuando se tira al sol en el campo y escucha el gorjeo de los pájaros en las copas de los árboles. Se siente, en la prosa, el ondear de los yuyos secos en la brisa, el olor a grasa y transpiración de los recados, la herida que deja en el paladar la deglución apresurada de un bocado de pollo seco cuando la tensión se sienta a la mesa.
“Yo no les quiero decir nada a los niños, ojalá los niños disfruten de la novela y ojalá los consuele y ojalá ponga palabras a lo que todavía no las tiene. No quiero dejar ningún mensaje, pero ojalá en la adolescencia me hubieran hablado de más mundos dentro del mundo. Cuando me mostraban un modelo que tenía que seguir lo sentía muy limitado y la única manera que tenía de encontrar algo más ilimitado y más creativo era leyendo”, cuenta Garland.
-¿Hay cosas autobiográficas en la novela?
-Siempre digo que Lilo, que es una novela narrada desde la voz de un perro, debe ser de lo más autobiográfico que escribí. Esta tiene mucho y nada autobiográfico. Las comidas, la conversación de los adultos, las contradicciones entre lo que los adultos dicen y lo que los ves hacer. A mí me pasa todavía que me quedo desconcertada frente a la falta de coherencia. El mandato de la felicidad y la plenitud, el pensamiento romántico sobre la vida. Porque es mentira que todo es luz, luz, luz. Todos lo sabemos pero se usa como una convención, un “mintámonos que nos gusta”.
-Es un trampa que se da mucho en la crianza.
-Sí, porque una no quiere que los niños sufran, pero al tiempo no les queremos mentir. Yo creo que hay que ir por la verdad emocional, lo que nos pasa. Porque estar en una familia con una fachada impecable y ver que no todo es tan así, genera mucho conflicto.
-¿Qué esperas que suceda con esta novela?
-Con todo lo que escribo lo que me interesa es abrir una conversación. Yo conté esto, ahora contame vos. Me encantaría que sea un libro que consuele, que interese, que toque a los demás. Es lo que busco, tocar a los demás con lo que escribo. Pero sobre todo iniciar una conversación, aunque no sea conmigo. Abrir puertas a la posibilidad de conversar sobre cosas.
Así empieza “De la boca de un león”
Esa tarde a la vuelta del colegio entré a casa por el costado y me quedé en el pasillo aguzando el oído. A través de la ventana había visto a Iván en el living. Pensé que si lograba llegar a la escalera sin que él me viera, podría subir a mi cuarto hasta que volviera mamá. Iván no iba a subir a buscarme. Era demasiado vago. Pero si me veía, me iba a llamar, y sería mejor que le hiciera caso.
Ya le había visto la cara desde lejos, el cuerpo echado en el sillón con un brazo abierto sobre el respaldo, el vaso de lo que fuera que estaba tomando en la otra mano, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados. Si yo estaba a tiro cuando su nuez de Adán quedaba expuesta de esa manera –de cerca se la hubiera podido ver subiendo y bajando como un pistón– no me esperaba nada bueno. En el silencio de la casa, Iván hacía ese ruido que hacía con la boca, el chistido de las escobillas de la batería que seguía alguna melodía interna.
Todavía había sol afuera, así que era improbable que mamá volviera pronto. Padre seguramente estaba en el estudio, pero no iba a salir por más que yo gritara. De todos modos, yo ya no gritaba. Gritar no servía de nada.
–¿Tadeo? –dijo la voz de Iván.
¿Me había oído o estaba simplemente asegurándose de que no estaba en la casa? Me aplasté contra la pared. El clic clic de las uñitas de Laika se acercó por el pasillo. Seguramente ella me había olido y había abandonado a los cachorros en la caja para venir al encuentro. Se acercó moviendo la cola y me lamió la mano.
–Ya sé que estás en el pasillo –dijo Iván
Tuve la esperanza de que le estuviera hablando a Laika.
–¡Tadeo!
No le estaba hablando a Laika. Fui al living. Ya me habían venido las ganas de ir al baño. Iván había puesto los pies arriba de la mesa ratona y el vaso en la mano estaba vacío.
–Tráeme hielo –dijo extendiendo el vaso.
Y antes de que yo saliera del living, con una voz que sonaba como si hasta le diera trabajo haberlo pensado, agregó:
–Rápido.
Quién es Inés Garland
♦ Nació en Buenos Aires en 1960. Es escritora y traductora.
♦ Su obra fue traducida al alemán, francés e italiano entre otros, y tradujo a autoras como Lorrie Moore, Sharon Olds y Lydia Davis.
♦ Publicó Piedra, papel o tijera, Lilo, Una reina perfecta y De la boca de un león, entre otros.
♦ Ganó el premio Alandar de Literatura Juvenil y la distinción alemana más importante dentro de ese mismo ámbito, el Deutscher Jugendliteraturpreis.
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