Sacar provecho de la gente obligada a trabajar por los nazis. Eso, dice el periodista David de Jong es lo que hicieron las dinastías industriales más ricas de Alemania. Colaboraron con el Tercer Reich y aunque las empresas más beneficiadas por las expropiaciones y los trabajadores forzados pagaron compensaciones económicas, “nunca asumieron una responsabilidad moral (...) ni tuvieron que reconocer malas prácticas”, asegura.
Es lo que cuenta De Jong en su libro Dinero y poder en el Tercer Reich, editado en español por Principal, donde habla de “la historia oculta” de las dinastías más ricas de Alemania, de cómo se apropiaron de negocios judíos, se hicieron con mano de obra esclava y fabricaron armas para el ejército de Hitler y cómo “los intereses políticos de otros países ayudaron a estos millonarios a quedar impunes por sus crímenes”.
De Jong explicó este martes en Madrid en un encuentro con periodistas cómo, cuando en 1934 Hitler oficializó su proyecto de rearme alemán, los grandes industriales se beneficiaron de las expropiaciones desde que empezaron a aplicarse las leyes raciales que prohibían a los judíos tener propiedades.
Al principio bajo una apariencia legal pero más adelante como “un puro pillaje”, la política de expropiación se extendió a los territorios ocupados por los nazis en Europa y se estableció el trabajo forzado y el trabajo esclavo.
“Se estima que entre doce y veinte millones de europeos formaron parte de esta estructura de trabajo forzado”, sostiene el autor.
Sin consecuencias
Según explica Jong, la colaboración de las empresas alemanas con los nazis no tuvo consecuencias para ellos: “no les costó ningún dinero por lo menos hasta mayo de 1943, cuando las tornas empiezan a cambiar”.
Durante los diez años del nazismo, las empresas tuvieron trabajadores gratuitos, aseguró el escritor y periodista, que señala cómo empresas como BMW recibieron fuerzas de trabajo del campo de concentración de Dachau; Daimler-Benz, de Buchemwald y Dr. Oetker, Quandt y Volkswagen, de Neuengamme.
“Este sistema estaba organizado en torno a subcampos de concentración, campos satélites que se construían alrededor de las fábricas y la propia empresa asumía los costes de su construcción, y a las que llevaban prisioneros. Las empresas pagaban a las SS por los trabajadores especializados 6 marcos y 4 por los que no lo eran”, señaló.
El gobierno y la industria alemanes se comprometieron en un acuerdo firmado en 1999 a destinar a partes iguales un total de 5.000 millones de dólares para indemnizar a los trabajadores forzados, en su mayoría procedentes del este de Europa que hasta entonces no habían recibido ningún tipo de compensación. Ochenta empresas pagaron el 60 por ciento de esos 2.500 millones de dólares que les correspondían, recuerda el autor.
Pero esas empresas “no tenían que asumir ninguna culpa, ninguna responsabilidad moral por lo que habían hecho ni tuvieron que reconocer malas prácticas. De esto es de lo que trata mi libro, que estas empresas no han respondido todavía de su pasado, no admiten la culpa y continúan manteniendo un cierto blanqueamiento”, indicó De Jong.
No les achaca ideología nazi durante los años 30: “en su mayoría eran puros oportunistas, ya eran familias que se encontraban entre las más ricas de Alemania, prosperaron durante el imperio alemán, la república de Weimar, en la nazi, en la Alemania occidental, en la reunificada y prosperan hoy en día”, recalca el escritor, quien asegura que lo harían “bajo cualquier sistema”.
Para De Jong, el industrial Friedrich Flick, fue “el mayor y el peor oportunista” de los que incluye en su libro, “el único de los industriales protagonistas del libro que fue juzgado y condenado por crímenes contra la Humanidad. Condenado en 1947 a 7 años, solo estuvo 3 en prisión. Y en 1959, volvía a ser el hombre más rico de Alemania.
(Fuente EFE)
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