En su estudio exhaustivo sobre los orígenes y el desarrollo de la telepatía titulado The Invention of Telepathy (La invención de la telepatía) Roger Luckhurst aduce que el término debe su origen a Frederic Myers, psicólogo amateur, filólogo, clasicista y poeta. Ceñido a su etimología, Lukhurst define a este fenómeno como una forma de comunicación oculta entre, al menos, dos personas a la distancia. Supone, además, un tipo de prodigio que esconde dentro cierto oxímoron: la lógica de una cercanía o intimidad que puede fraguarse a la distancia.
Pensar un acontecimiento de estas características implica enmarcarlo, según Luckhurst, en el tránsito del siglo XIX al XX y en campos como el de la ciencia y la tecnología, la explosión de la cultura de masas, el laboratorio experimental, la sociabilidad del salón, la frontera colonial, los placeres bajos del gótico y la alta cultura del Modernismo. La telepatía, sin dudas, dispuso, además, en ese contexto epocal, la configuración de verdaderas alianzas que decantaron en la fundación de entidades, como la Society for Psychical Research [Sociedad de investigación psíquica] que buscaron probar, mediante diversos protocolos, la existencia de este fenómeno.
Pamela Thurschwell, en un riguroso ensayo llamado Literature, Technology and Magical Thinking (Literatura, tecnología y pensamiento mágico), señaló que en el fin de siècle, aquellas fantasías culturales que desplegaban expectativas ligadas al contacto telepático también se vieron afectadas de afanosas ansiedades respecto de que algo o alguien pudiera entrar en la cabeza de otra persona y controlar sus acciones -fenómeno que liga a los procesos de la hipnosis, por ejemplo. Esto nos habla de un período que, como afirma el teórico trans Jack Halberstam, supo contaminar el relato científico con otro relato, el gótico, y ciencias como el psicoanálisis lograron gotificar, en la modernidad, entre otras cosas, la sexualidad y el cuerpo.
Más recientemente y en las costas transplatinas, el uruguayo Mario Levrero definió hasta seis modalidades de telepatía en su Manual de parapsicología de 1978 y el último libro de Diego Vecchio, El demonio telepático se ocupó de diseccionar el impacto de fenómenos como la parapsicología, el espiritismo o la telepatía a partir de la obra del escritor uruguayo. En esta misma dirección, en el notable ensayo titulado Cuando la ciencia despertaba fantasías Soledad Quereilhac también indagó el panorama cultural local a partir de la revisión de diarios, revistas y folletos para advertir que en el tránsito de un siglo a otro es posible registrar la la emergencia de una imaginación científica donde convivieron y se entrelazaron ámbitos, a la manera de un mosaico, como el de los espiritualismos de ambiciones científicas, el espiritismo, la teosofía, la magnetología y la literatura fantástica de tópico cientificista.
Heredera de esta vasta esitrpe, La telepatía nacional, obra del escritor argentino Roque Larraquy, inicia en el año 1933 y el fenómeno que le da título emerge primero como error protocolar -descubrimiento involuntario o experiencia extática- para luego atravesar un arco narrativo donde sale a la superficie como programa sistemático de una sociedad subterránea que busca extraer de él saberes de contra-inteligencia bajo instrucciones y ejercicios propios de un Estado fascista y paranoide.
La telepatía nacional es un libro hecho de un conjunto muy sutil de documentos que inicia con una carta firmada por un “especialista en ciencias de la raza” que recolecta indígenas de la Amazonia peruana para la Peruvian Rubber Company y envía por barco diecinueve de ellos -doce hombres y siete mujeres- obtenidos en la frontera con Brasil. Junto a éstos viajan un extraño cascarón -considerado pieza de culto- y una serie de objetos rituales.
Quien recibe en Buenos Aires al contingente es Amado Dam, hombre de la clase acomodada vernácula, de fuerte afición a las ciencias y notable influencia en el rumbo de las decisiones políticas locales. A continuación y a partir de la segunda voz de este relato, el asistente de Dam -personaje de extravagantes modales y notoria ambigüedad sexual- describe una serie de infortunios burocráticos que obligan a llevar al colectivo de indígenas a la propia casa de su jefe, en el barrio de Recoleta.
Pronto descubrimos que el verdadero proyecto que planea erigir Dam junto a otros hombres -Gatto, Rosso, Liniers, Dubarry (senador de la Nación), entre otros- no es otra cosa que un antropoparque, proyecto centrado en la exhibición de diversas comunidades de indígenas traídas de los lugares más remotos. Podemos arriesgar que el proyecto guarda sutiles semejanzas, al menos en su pretensión de espectáculo eugenésico, con otras invenciones del siglo XIX tales como el Museo Americano de Historia Natural deudor del espíritu de Carl Akeley, taxidermista, biólogo y fotógrafo detrás de la invención del Salón Africano de dicho museo, los zoológicos humanos de las ferias mundiales y el freak show de P. T. Barnum, empresario y artista circense norteamericano famoso por la invención de criaturas imposibles.
El parque, reverso primitivista del proyecto utópico moderno que soñó Walt Disney para Florida llamado Experimental Project for the City of Tomorrow -o simplemente EPCOT- se nos muestra preconcebido en una maqueta diseñada por un arquitecto que la cede al grupo de hombres. De él se explica que se prevé emplazarlo en Tandil y que su superficie abarcará un terreno de nueve por diez kilómetros. Contendrá, asimismo, diversas regiones, una zona de bosques, un pabellón de América, uno de Asia, otro de Oceanía, otro de África y un futuro anexo Polo Norte porque quizás “en algún momento se consiguen esquimales”. Sin embargo, el centro de la novela no radica allí, en el grandioso desfile de perspectivas o malformaciones pseudocientificistas modernas que revelan requechos de teoría lombrosiana, frenología, racismo o darwinismo social, sino más bien en el texto en primera persona que escribe el propio Amado Dam a continuación.
El siguiente segmento del libro es contado por él mismo, taquígrafa mediante, y consiste en una larga revelación asociada a la inusual experiencia de la telepatía. Dam explica que aquel artefacto que viajaba con los indios, parecido a un cascarón, contenía un perezoso que, al liberarse, lo hirió en la pierna con una garra, le extrajo una pequeña cantidad de sangre y lo condujo a experimentar una serie de vivencias descomunales ligadas a la comunicación a distancia.
Ha compartido, por un tramo de tiempo, el punto de vista de una de las indígenas del contingente recién llegado que logró escapar de su departamento. Explica, entonces, la forma en que ha podido ensayar sensaciones, impresiones y pensamientos mientras aquella sale a la calle, se topa con la geografía urbana y logra alcanzar una tienda Harrods para hacerse de un vestido. En una secuencia magistral promediando el libro, Larraquy narra ese tráfico de información de una conciencia a otra y la visión y experimentación a través de los ojos de aquella indígena que cruza el microcentro porteño.
A su forma de ver la realidad se le incrusta un nuevo sistema de pensamiento, una ontología otra del mundo hecha de nuevos materiales, retazos cognitivos que resultan de cierta percepción inédita de edificios, calles, texturas, luces, sombras y voces. Sus mutaciones perceptuales se acomodan a un mundo que a sus ojos se presenta como nuevo, ejercicio de abstracción parecido a los esfuerzos de algunas experiencias de la vanguardia plástica europea cuando se afanaron a demoler el edificio representacional de occidente.
Para narrar esto Larraquy encadena una serie de estrategias soberbias de escritura con el objeto de reponer o diseñar, si es que es posible, la forma en que un pensamiento y una lengua distintos pueden articular otras vías de percepción más allá de los protocolos, las máquinas de inteligibilidad y las ficciones que organizaron el mundo moderno, es decir, más allá del lenguaje, los géneros, los sexos.
En su trance telepático -y lúbrico- Dam también aprende que el movimiento de los órganos genitales de aquella con la que realiza intercambios de información a distancia posee, como sus iguales, una particular sígnica: indica tiempo, distancia y estados de ánimo. Anota que el recuerdo no es el archivo preciso de una serie de fenómenos sino más bien una temperatura del cuerpo. Advierte también que para narrar, estas comunidades usan contracciones del ano y que los sujetos, objetos y el resto de las cosas se señalan con el dedo. El relato de Dam se detiene frente a este descubrimiento, retrocede al mirar de frente la revelación, su quiebre alucinatorio y desmesurado de la realidad.
A partir de allí, y contado de forma muy sutil, siguiendo la estructura lacunar, a través de un anexo de documentaciones, el libro se desplaza a otro flanco del mismo centro ciego y gravitacional -no narrado sino en sus efectos- que supuso la utilización de la telepatía los años subsiguientes: como piedra angular y táctica fundacional de una Comisión Nacional, una serie de protocolos, experimentos, informes, manuales, todos aparatos y tecnologías asociadas al despliegue silencioso de una inteligencia subterránea del poder. Su rastreo llega hasta el año 1957, devenida herramienta fascista y protocolo de investigación hacia los enemigos del régimen de un golpe militar.
Nos queda, no obstante, la pregunta: ¿qué otras ramificaciones podría haber tenido esa herida infecciosa que desgarra las altas esferas del poder político y los paradigmas modernos cientificistas al ofrecer una percepción otra del tiempo, el espacio y la lengua, es decir, un afuera de la cultura? ¿Quién narrará, entonces, una literatura que pueda ser hablada desde un lugar tan lejano de la boca como el ano, a la manera de los indígenas descritos en este texto?
La malformación de teorías y sus sucesivos estadios de maduración, el trabajo subterráneo de ligazón entre poder, pseudociencia y ocultismo, el nexo entre historia política y delirio como materia de una ciencia ficción que germina en los cimientos del proyecto moderno, la colocación de una pregunta en el pasado para viralizar el presente, son artilugios que Larraquy desplegó con agudeza en un archipiélago de ficciones integrado, hasta ahora, por La comemadre (2013) e Informe de ectoplasma animal (2014). En este caso, sin embargo, la apuesta es por un libro lacunar, fragmentario, hecho de silencios, cuya anécdota central, punto ciego, es fraccionada y parece ocurrir en otro lado, un más allá donde las alianzas entre ciencia, ocultismo y poder marcan una continuidad que va de los experimentos lombrosianos de la Década infame hasta la vigilancia paranoica de la autodenominada Revolución Libertadora.
Así empieza “La telepatía nacional”
Señor Amado Dam, con estas referencias me presento a su servicio. Me especializo en ciencias de la raza. Recolecto indios en la Amazonia peruana para la Peruvian Rubber Company desde 1902. Los indios trabajan con nosotros en extracción de caucho y gomas silvestres.
Los busco con cartógrafo y un equipo militar de doce hombres que abren con machetes la mata enlazada. Los indios viven nublados de moscas, mordidos. La selva es el único estímulo librado a su experiencia y nunca vieron al hombre blanco. Creen que los rifles nos salen del brazo, que somos muertos, o animales con piel de cerdo y apariencia humana, o humanos deformes.
Presentarse ante ellos en sumisión, ofreciendo comida, como hacían los primeros recolectores, es un error que costó muchas bajas. Disparamos al aire para anunciar el miedo del primer contacto, que nos salva la vida.
En general son pacíficos, pero hay pueblos duros. Traté en condición de guerra con la tribu de los moene, que hace emboscadas silenciosas y mata sin dejarse ver. Llevan el pene sujeto a un cintillo de fibra anudado a la cintura, con los testítulos muy a la vista, a veces decorados, y cultivan el sigilo del movimiento entre las ramas, pero en un descampado y cara a cara redujimos a cincuenta de a una patada por indio.
Se les ofrece emigrar al norte o trabajar para la empresa.
Quién es Roque Larraquy
♦ Nació en Buenos Aires en 1975. Es escritor, guionista y profesor de narrativa literaria y audiovisual.
♦ Publicó La comemadre e Informe sobre ectoplasma animal. La telepatía nacional es su última novela.
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