Una historia familiar que se convirtió en una obra de teatro que se convirtió en un libro que va a convertirse en un documental. Pero para ese último —¿último?— paso faltan unos meses. Hoy se celebra que Imprenteros, la obra que Lorena Vega creó en un curso de biodrama con Vivi Tellas y en la que trabajan sus dos hermanos Sergio y Federico, tiene un nuevo avatar en el volumen que acaba de publicar la editorial Documenta/Escénicas.
El eje central de Imprenteros es Alfredo, el padre de los Vega. Alfredo tenía una imprenta en Lomas del Mirador, un territorio que forma parte de la infancia y la juventud de los tres, pero pocos días después de la muerte de Alfredo, los hijos de su segunda familia cambiaron las llaves del taller y les prohibieron la entrada a los primeros.
A partir de este hecho, que tiene la forma de la injusticia, Lorena reunió materiales de su infancia y juventud, la invitación a su fiesta de 15, el video de la fiesta, hizo entrevistas a sus parientes, y escribió una obra que, antes que un ajuste de cuentas con el padre o con la otra familia, es un viaje imposible a la patria familiar. Desbordante, por momentos muy graciosa y siempre emocionante, sin dudas es una de las mejores que se han escrito en los últimos tiempos.
En 2019, Lorena y Sergio se encontraron con Gabriela Halac, la directora de Documenta, en la Feria de Editores Independientes —que en esa edición se hacía en el Konex— y hablaron de la posibilidad de llevar Imprenteros al formato libro. El proyecto, por varios motivos, resultó ser mucho más que eso. Primero porque se necesitaban nuevos textos: Halac les explicó que no alcanzaba con publicar el guion de la obra, sino que había que hacer un nuevo objeto autónomo. Luego, Sergio, que siguió tras los pasos del padre y trabaja en la imprenta Latingráfica, se ocupó de que el libro fuera en sí mismo un artefacto. Y, como tercer punto, toda la confección de la nueva vida libresca —que se pudo hacer gracias a una residencia de escritura en Ascochinga en abril de 2021— está registrada en lo que en poco tiempo será un documental de Gonzalo Zapico.
El libro es una joya por la composición, por las imágenes, por la sobreportada que se saca y se despliega en una foto en la que los tres hermanos están —¡finalmente!—adentro de la imprenta gracias a la edición de César Capasso. Y lo es, además, por la contratapa de Camila Sosa Villada, que compara el libro con una novela de iniciación, y agrega: “También es un libro sobre los padres, los hermanos, los amigos, las madres y el perdón. También un libro fotográfico y de poesía. Y es un elogio al arte de Lorena Vega y sus hermanos Sergio y Federico. Y una caricia al teatro”.
<b>Para qué sirve la ficción</b>
Ayer por la tarde, Imprenteros se presentó en la Federación Gráfica Bonaerense (en Paseo Colón al 700) y fue una fiesta. Rodeados de actores, amigos, colegas, compañeros, familiares, los tres hermanos hablaron junto a Gabriela Halac y César Capasso, pero también hubo lecturas a cargo de Julieta Brito, Juan Pablo Garaventa y Vivi Vázquez —tres de los actores que están en la obra— y música de Andrés Buchbinder. Toda esa gente se necesitó para un libro inabarcable.
“La obra de teatro hizo que me asumiera como escritora y dramaturga”, dijo Lorena, y siguió: “la escritura me reveló una nueva mirada sobre lo familiar, sobre lo que se hereda y lo que se apropia, sobre estar adentro y afuera, sobre las posibilidades que hay en uno mismo, sobre cómo puede uno aceptarse”.
Sergio, que empezó mostrando su carnet de socio de la federación —número: 56.141—, tenía un entusiasmo contagioso. “Me emociona, me hace llorar”, decía del libro. Pero no paraba de reírse. Federico, en cambio, fue más retraído. Al igual que su papel en la obra, habló muy poco y sólo dijo que estaba agradecido porque gracias a Imprenteros, el conflicto familiar se había convertido en arte.
Casi en el final del encuentro, Lorena dijo que reconocía en Imprenteros un vínculo con La vida extraordinaria y Las cautivas, las dos obras escritas y dirigidas por Mariano Tenconi Blanco que ella hacía —una con Valeria Lois, la otra con Laura Paredes— mientras escribía la suya. Entonces lo invitó a Tenconi para dijera las palabras de cierre.
—¿Para qué sirve la ficción?— se preguntaba el director—. Cuando era joven creía que servía para cambiar el mundo. Cuando estoy en un estado nihilista creo que no sirve para nada y, en un mundo donde todo debe ser útil, eso es bueno. Pero Imprenteros tiene una respuesta superadora. Nos recuerda que la ficción sirve para hablar con los muertos, para derribar paredes, para volver a ser chicos, para encontrar el sentido de escribir, de hacer teatro, de estar en el mundo.
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