Un modo de ser de los límites son los ciclos. Este pensamiento consiste en sostener que la aparente recta infinita del tiempo es parte de una circunferencia y que la extensión infinita del espacio, es en realidad una esfera. De modo que siempre recorremos lo mismo y volvemos una y otra vez al mismo instante y al mismo lugar.
El olvido es el otro elemento esencial para el pensamiento cíclico. Olvidamos aquel lugar y aquel instante por el cual pasamos; por eso nos parecen nuevos.
El Eclesiastés -en la Biblia- contiene una expresión por demás elocuente: la “verdad cíclica”
Todas las cosas fatigan más de lo que es posible expresar. ¡Los ojos nunca se cansan de ver, ni se fatigan los oídos de oír! ¿Qué es lo que antes fue? ¡Lo mismo que habrá de ser! ¿Qué es lo que ha sido hecho? ¡Lo mismo que habrá de hacerse! ¡Y no hay nada nuevo bajo el sol! No hay nada de lo que pueda decirse: ¡Miren, aquí hay algo nuevo!, porque eso ya existía mucho antes que nosotros. Nadie recuerda lo que antes fue, ni nadie que nazca después recordará lo que está por suceder.
Si admitimos el infinito en el tiempo y en el espacio, el conocimiento sería progresivo, pero en el pensamiento cíclico el conocimiento es siempre regresivo, es una ilusión.
Entre los griegos se cree que el primero en afirmar que el conocimiento es ciclo fue Pitágoras. Él sostuvo que había un cosmos, un orden que estaba fundado en leyes matemáticas. Creía solamente en los números enteros y en las fracciones periódicas de modo que las escalas y los períodos se repetían cíclicamente. No hay eternidad en el tiempo, si no ciclo.
A su vez los planetas giran alrededor de la Tierra, que es esférica, contenidos en “esferas celestes”. No hay infinito en el espacio, sino ciclo.
Un pitagórico, Hipaso de Metaponto, desarrolló la raíz cuadrada de dos, que arroja como resultado una fracción infinita que carece de período. Los pitagóricos llamaros a estos números álogos, o sea “irracionales”, que es como los llamamos hasta hoy. La aparición de fracciones sin período, o sea infinitas destruía toda la construcción de un cosmos pitagórico cíclico. No hay ciclo en el infinito.
Los estoicos, mucho más tarde, afirmaron la existencia de un cosmos regido por un principio, pneuma, espíritu. Todo está previsto en el pneuma, una sucesión de causas y efectos que determinan el universo y el tiempo. Todo se repite, tampoco existe el azar, lo que no conocemos es olvido. Hay ciclos cósmicos que se repiten y que los estoicos llaman Aion. Nosotros también somos repetición y olvido.
Borges y los ciclos
También Borges siente que todo es cíclico y se aproxima a Pitágoras en el poema La Noche Cíclica:
Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente; los átomos fatales repetirán la urgente Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.
En edades futuras oprimirá el centauro con el casco solípedo el pecho del lapita; cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita noche de su palacio fétido el minotauro.
Volverá toda noche de insomnio: minuciosa. La mano que esto escribe renacerá del mismo vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo. (David Hume) (…)
No sé si volveremos en un ciclo segundo como vuelven las cifras de una fracción periódica; pero sé que una oscura rotación pitagórica noche a noche me deja en un lugar del mundo (…)
Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras; vuelve a mi carne humana la eternidad constante y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante: «Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras…»
El poema termina con el mismo verso con que empieza, poniendo de manifiesto el ciclo que aborda en sus versos.
A su vez, en el ensayo Nueva refutación del tiempo, Borges se refiere a los ciclos en la conciencia, y vuelve a citar el célebre sueño de Chuang Tzu: Chuang Tzu soñó que era una mariposa, y al despertar no sabía si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa que estaba soñando que era Chuang Tzu.
En el cuento Las Ruinas Circulares Borges refiere el eterno sueño del hombre de crear otro hombre. Un Gólem, un Frankenstein. Se trata de un mago que llega en canoa a un templo en la selva, con ese propósito: crear un hombre.
Intenta por varios caminos, hasta que lo consigue soñando y lo considera un hijo. Lo educa pero más tarde lo envía a otro templo, despojándolo de toda memoria sobre su origen, porque no quiere que este hijo que él ha inventado sepa que es solamente un sueño.
Más tarde oye cuentos de viajeros sobre un mago – su hijo– que puede caminar en el fuego sin quemarse. Y teme que descubra que es un sueño. Pero estos temores se interrumpen cuando un enorme incendio forestal abrasa la selva y el templo del mago. Cuando las llamas lo cercan y lo deberían consumir, advierte que no lo queman, que él es invulnerable al fuego.
Se da cuenta “con alivio, con humillación, con terror” de que él también es una ilusión y que él es un sueño de otro.
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En términos geométricos el mago advierte que la supuesta recta que existe entre él y su hijo soñado, es parte de una circunferencia en la cual ambos son sueños. Son momentos de un ciclo.
¿Y porqué el alivio, la humillación y el terror? El alivio porque finalmente descubre que el conocimiento tiene límite, en este caso ciclo. La infinitud, el apeirón de Anaximandro, tan temidos, no existen para nosotros.
La humillación por haber querido construir un hombre, vanamente, porque el hombre, el supuesto Gólem es él mismo que también es cíclicamente soñado.
Y el terror porque todo intento adánico, toda pretensión de conocer lo mismo que Dios comiendo del sagrado Árbol, en este caso la creación de un hombre, será castigada con la Expulsión del Paraíso, o como en Mekone, cuando los hombres fueron separados de los dioses y perdieron el lenguaje del espíritu.
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