En La cifra, uno de sus últimos libros, Borges hermanaba filosofía y teología como “dos especies de la literatura fantástica”. Si, para él, espejos, monedas, sueños y dobles son versiones de la propia identidad, los hermanos son un elemento más de esa serie. Ahí están, como ejemplo, los protagonistas de “La intrusa” (cuento incluido en El informe de Brodie): Eduardo y Cristián Nilsen —o Nelson; la confusión con los nombres es otra clave borgiana— eran dos hermanos que vivían en una sucesión de días indiferenciados hasta que la llegada de Juliana Burgos rompe la monotonía y los lleva a enfrentarse en una trama de lujuria bíblica.
Aunque en apariencia no tenga la relevancia de padres y madres, la literatura de hermanos es apasionante. En la tradición argentina aparece ya desde el mismísimo mito de origen, que es el Martín Fierro: el Viejo Vizcacha llama a la unión fraterna como la ley primera.
También está en “Casa Tomada”. El cuento de Cortázar —que, además, fue publicado por Borges en la revista Anales de Buenos Aires— narra la pesadilla de dos hermanos que, como en un matrimonio célibe, viven en una casa que es invadida por gente que no llegan a ver, pero que los empujan a irse. Si Hernández y Cortázar escribieron esos textos sin intencionalidad política —Cortázar decía que no, al menos conscientemente—, la lectura en ambos casos devino en esa clave.
Hermanos y, a veces, socios literarios
En la literatura universal hay varias familias de hermanos escritores, empezando por los Grimm, que llenaron de historias la hora de irse a dormir, y las Brontë, que hicieron del mundo un lugar borrascoso y desafiante. Laura Ramos escribió un libro fascinante sobre ellas: Las infernales se llama.
Thomas Mann era el hermano menor de Heinrich Mann, quien, en su momento, era muy popular y hoy ha quedado eclipsado por el autor de La montaña mágica, ganador del premio Nobel en 1929. Menos conocido es el vínculo entre A.S Byatt, autora de Posesión y ganadora del Booker Prize, y Margaret Drabble, que, aunque con una vasta carrera ha empezado a ser traducida recientemente por la editorial mexicana Sexto Piso (La niña de oro puro, Llega la negra crecida). Byatt y Drabble son hermanas —Byatt es el seudónimo de Antonia Susan Drabble— y, como si fueran las Liam y Noel Gallagher de las letras, tienen una pelea antológica que nació, como no podía ser de otra forma, por una desavenencia literaria: se dice que una escribió la escena que quería usar la otra. Desde entonces, ni se hablan ni se leen.
La literatura argentina también está compuesta por hermanos. Entre otros, se puede mencionar a Victoria y Silvina Ocampo, Leónidas y Osvaldo Lamborghini, Ismael y David Viñas. Más atrás en el tiempo están Lucio Victorio y Eduarda Mansilla, y en la actualidad Ezequiel y Manuel Alemian, y Matías y Jimena Néspolo. La lista no es definitiva.
Las hermandades que nos contaron
Cómo no mencionar a Meg, Jo, Beth y Amy, las Mujercitas de Louisa May Alcott, o a Dmitri, Iván, Alekséi y Pável, Los hermanos Karamázov de Fiódor Dostoyevski. Compartiendo la excepcionalidad de estos inmensos autores que indagan el alma humana, está Stephan Zweig y su novela sobre las hermanas gemelas Sophia —la razón— y Helena —la pasión—. Y aquellas otras hermanas gemelas, pero con el absurdo nombre de June y July, que son figuras centrales del thriller psicológico El mago, de John Fowles (autor de La mujer del teniente francés). Ellas son las encargadas de empujar a Nicholas, el protagonista, al borde de la locura.
Una de las novelas más hermosas de Vladimir Nabokov también habla de la relación entre hermanos: La verdadera vida de Sebastian Knight está narrada por el hermano del título, que viaja a buscar su cadáver. Escrita siguiendo las reglas del juego de ajedrez —Knight es el caballo, Bishop (el alfil) es la novia, y nada sabemos del narrador que mueve las piezas—, la novela es una larga y profunda disquisición sobre el sentido del arte.
Fraternidad y muerte engarza la historia de las cinco hermanas Lisbon, adolescentes de entre 13 y 17 años, que en el lapso de un año y medio se matan dejando con el misterio en la boca a los padres y a los vecinos enamorados. Las vírgenes suicidas, primera novela de Jeffrey Eugenides, provocó un sismo en el ambiente lector.
Shakespeare, experto en hermanos
Harold Bloom decía que Shakespeare era el inventor de lo humano: “¿Cómo es que sus personajes nos parecen tan reales”, se preguntaba, “y cómo pudo lograr esa ilusión de manera tan convincente?”. En sus obras hay muchísimos hermanos —muchísimo amor y fraticidio—: Viola y Sebastián, en Noche de Reyes; Ofelia y Laertes en Hamlet; las tres hijas del rey Lear: Gonerilda, Regania y Cordelia; Próspero y Antonio en La tempestad; los disparatados gemelos Antífolo (de Éfeso y de Siracusa) y sus sirvientes también gemelos, en La comedia de las equivocaciones. En un punto, los gemelos Weasley, de la saga Harry Potter, son un homenaje a todos ellos.
Tal vez los hermanos más emblemáticos de toda la historia de la literatura sean Franny y Zooey Glass. Sólo la mente brillante de J.D. Salinger podía crear figuras tan inquietantes y cautivadoras. Con el característico tono zen de Salinger, las historias de Franny y Zooey están plagadas de silencios que abordan la angustia intelectual y metafísica que no puede ser dicha.
Para el cierre de esta lista inconclusa, cabe destacar la novela Primera luz, de Charles Baxter. Elogiada por John M. Coetzee y Paul Auster, esta historia melancólica, morosa en los personajes, inteligente pero no pretenciosa, climática, cuenta las vidas de Hugh y Dorsey —él, un vendedor de autos de un pueblo pequeño; ella, una astrofísica que deja una carrera por su familia— que orbitan eternamente entre sí, como siguiendo la perfecta coreografía del universo.
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