La han llamado de muchas maneras y durante todo este tiempo han sido muchas las personas que han recibido alguna recomendación suya, que han pasado por su librería y se han llevado una sonrisa de su parte y alguno de los chocolates que suele ofrecer, los tintos, los abrazos y las cálidas bienvenidas.
Lilly Bleier de Ungar llegó a Colombia a finales de la década de los 30, junto a su familia, previendo lo que se vendría durante la Segunda Guerra Mundial. Austria decidió aliarse con Alemania y la familia Bleier entendió rápidamente, siendo judíos, que aquello no sería nada bueno. El primero en llegar al país fue el hermano mayor Raoul y gracias a que logró instalarse de buena manera, acudiendo a la ayuda de la comunidad judía, alentó a su familia para que hicieran lo mismo, el padre y las dos hermanas, Lilly y Gertrude.
Era el año de 1938. Los Bleier se instalaron primero en Medellín y luego en Bogotá. Una vez acomodados a su nueva vida, salieron a buscarse los días. Raoul ya estaba más que acoplado a las dinámicas del país, tenía un empleo y le iba bien. Las hermanas, mellizas, por cierto, tendrían que hacer lo mismo.
Lilly, siendo muy joven todavía, nació en Viena en 1921, hablaba inglés, alemán y tenía unas pocas bases de español, se decidió a buscar trabajo y un día conoció a Norman Echavarría Olózaga, quien entonces era el presidente de Fabricato, una de las compañías más prósperas en la industria textil. Se encontraron en el ascensor de un edificio y ella le preguntó por la oficina de los austriacos, diciéndole que estaba buscando trabajo. Echavarría se le quedó viendo y le preguntó por lo que sabía hacer, a lo que ella le contestó que si alguien necesitaba que condujera un avión, ella lo aprendería. Así consiguió su primer empleo, manejando las cuentas de la compañía.
A partir de entonces, su vida comenzó a cambiar y aunque lo hubiese querido, no habría podido intuir lo que se vendría. Según ha contado su hija Elisabeth Ungar, un día, en un tren rumbo al municipio de Útica, Lilly conoció a Hans Otto Ungar, hijo de Paul Ungar y Alice Kramer, otro inmigrante austríaco que había tenido que abandonar a su familia para salvarse de la guerra, unos meses después del Anschluss. Su hermano Fritz había sido arrestado por la policía nazi y antes de que las cosas se pusieran peor, lo enviaron lejos de su patria. Todos ellos murieron en campos de concentración.
Ungar llegó a Colombia el mismo año que Lilly, pero no fue sino hasta ese viaje rumbo a Útica, pasados unos cuantos meses, cuando se conocieron. Fue casi amor a primera vista. Se casaron muy pronto y tuvieron dos hijos, Antonio y Elisabeth.
Viviendo en Bogotá, con Lilly haciéndose cargo de los hijos y apoyando en trabajos varios, Hans comenzó a trabajar en una peletería en el centro de la ciudad, en el segundo piso del Pasaje Santa Fe. Allí conoció a Paul Wolff, un inmigrante polaco que había adquirido una librería luego de que un diplomático mexicano la fundara y se la vendiera tras haberla dirigido por apenas unos meses. El sitio era la Librería 1936, que luego cambió su nombre a Librería Central. Había sido fundada por el poeta Gilberto Owen, en una de sus varias visitas a Colombia.
Ungar se hizo cliente asiduo de la librería y pese a que no contaba con mucho dinero, no dudaba en hacerse con uno que otro libro cada que podía. Su devoción era total. Wolff fallece hacia el año de 1946 y la librería se queda sin su regente. La viuda de Wolff entiende que ella no puede manejar el sitio y decide ponerlo en venta. Sabe bien quién puede ser su comprador, pero en cuanto le hace la oferta, este le dice que no cuenta con el dinero necesario. Ella le dice que no se preocupe, que la tome y con lo que vaya ganando mes a mes, le pague. Así es como Hans Ungar adquiere la Librería Central y en menos de nada, junto a Lilly, la convierten en uno de los puntos de encuentro cultural más importantes de la capital.
Lilly se hacía cargo de las labores administrativas y las relaciones con los proveedores y clientes. Hans abastecía de títulos el catálogo del sitio. Trajeron de todo en esa época, libros en otras lenguas, revistas y hasta probaron suerte como editorial. Más adelante, en asocio con el polaco Casimiro Eiger, fundaron la Galería El Callejón, contigua a la librería, por donde pasaron artistas de la talla de Fernando Botero, Álvaro Obregón, Enrique Grau, Eduardo Ramírez Villamizar, Guillermo Wiedemann, entre otros.
Ochenta y seis años después, ambos sitios siguen en funcionamiento, a la altura de la calle 94 con carrera 13. Si bien la galería ha perdido fuerza, su legado es innegable. Lilly de Ungar atendía a los visitantes con gran vitalidad. Siempre cálida, los recibía a todos con su típica frase: “Bienvenido. Está en su casa”, y después de atenderlos los abordaba con: “¿Quiere un tintico?”. Cuando la confianza ya estaba fijada, ofrecía chocolates o gomitas de dulce. Allí estuvo, en su asiento de siempre, hasta que inició la pandemia del Covid-19 y con ella los confinamientos.
Cada mañana se levantaba para ir a la librería. Apenas abría el lugar, allí estaba, entre las 9:30 y las 6:30. En las tardes, cuando no había mucha gente, salía a tomar el sol a la entrada del sitio y saludaba a quienes caminaban por ahí. Siempre mantuvo intacta su hospitalidad y vitalidad. El mes de marzo de 2020 Lilly tuvo que alejarse de la Librería Central, por cuestiones de salud, alertada por el virus, tuvieron que pasar muchos meses antes de que regresara, finalmente, en octubre de 2021. Pero ya no está allí todo el tiempo. No fisicamente, al menos, porque igual su presencia siempre se siente.
Si bien ha pasado tantos años en el país, Lilly nunca ha tomado la nacionalidad colombiana. Ella es austriaca y así lo resalta cada vez que puede. El editor Mario Jursich destacó una vez que lo que parece mantenerla viva es el hecho de que se resiste a permitir que el tiempo le pase por encima. Tenaz como siempre, está convencida de que su paso por este mundo no puede ser efímero.
Alguna vez le dieron el título de ‘Decana de los libreros en Colombia’ y ninguna otra mención podría ser más apropiada. Su historia al frente de la Librería Central no tiene comparación. El 30 de agosto de 2022 llegó a los 101 años, y pese a que su memoria no es lo que era, se aferra con ganas a la vida. Sigue siendo una inspiración para muchos. Aunque no llegue a los 105, Lilly de Ungar está tatuada en la memoria de todos.
¡Feliz cumpleaños, liebe Lilly!
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