La invasión de Rusia a Ucrania comenzó en febrero pasado, pero también empezó antes, en 2014, con la anexión de la península de Crimea. O incluso antes de eso. Y es que la guerra en Ucrania (mejor dicho, la guerra por Ucrania), está inmersa en un escenario de cambios globales, en una transición del sistema internacional. Aparecen nuevos actores, resurgen otros y se conforman organizaciones internacionales que plantean escenarios desafiantes.
De eso habla el antropólogo y politólogo argentino Andrés Serbin en su nuevo libro Guerra y transición global: ¿cómo se gestó la guerra en Ucrania y cómo nos afecta?, publicado por Areté y CRIES. Se trata de un recorrido por artículos que el autor publicó en diversos medios desde 2016 y hasta este año, hasta que se empezaron a ver las primeras consecuencias del conflicto a nivel internacional. No sólo en los aumentos de precios de combustible y alimentos o en las disputas retóricas entre líderes de diversas potencias, sino también en la explicitación de una contienda más amplia, en ocasiones considerada una suerte de “nueva Guerra Fría”. Pero esta vez, a diferencia de aquella Guerra Fría original, entre Estados Unidos y China. Esta vez sin carga ideológica, sin comunismo o capitalismo. Esta vez la disputa es comercial. Y el mundo avanza en una transición que quizás vuelva a derivar en bipolaridad.
Dice Serbin que existen dos procesos de globalización: uno está marcado por el sistema liberal occidental y el otro se relaciona con una visión alternativa que alega no buscar ser impuesta a los demás, sino que quiere agrupar a las naciones emergentes, a las economías que están en capacidad de participar en un proceso alternativo, que pueda generar nuevas formas de relación en el marco de las distintas modalidades de gobernanza financiera y económica global. China lidera ese proceso.
“Si tenemos una polarización entre dos procesos o espacios diferenciados en el sistema internacional desde el punto de vista económico-financiero, eso podría llevar a la idea de que el eje ordenador de lo que pase en el futuro, en términos de posible estabilidad o inestabilidad, sea la relación y la disputa entre Estados Unidos y China”, explica el autor, pero aclara que hay quienes creen que no estamos yendo hacia un mundo bipolar sino multipolar. “Esa es la insistencia de los analistas rusos, que hablan de un mundo policéntrico. Para nosotros, en América Latina, cualquiera de las dos alternativas implica posicionarnos de la mejor manera con todas las alternativas que se presenten”.
-¿Por qué decidiste iniciar este recorrido a partir de 2016?
-Entre 2016 y 2017 hubo una cantidad de artículos que había escrito sobre distintos temas, pero estos me parecieron particularmente relevantes para entender cómo se estaba gestando la transición. En especial porque tratan de China, la gran Eurasia y América Latina frente al desafío euroasiático. A pesar de que todavía estábamos en la época de la administración Trump y con otras reglas de juego y de funcionamiento en el sistema internacional, me parecía que era importante tener esto como un precedente que sentara las bases para lo que desarrollo después. Particularmente lo relacionado al creciente papel de Eurasia, China y Rusia.
-Desde la introducción decís que sentías la necesidad de que los trabajos académicos orientados a un público especializado también tuvieran una derivación o un complemento más accesible para un público general ¿Por qué esa necesidad?
-Siempre hay un debate intra-académico desde la Torre de Marfil, en donde debatimos algunos temas entre especialistas, pero siempre quedan encerrados en el mundo académico. Y además este mundo tiene su propia dinámica. Yo creo que muchas de estas ideas que se plantean deberían ser accesibles a una cantidad de gente que no necesariamente es especialista en los temas, pero se interesa por la dinámica internacional y los cambios que está sufriendo el sistema internacional. Y particularmente por el hecho de que estoy tratando de darle otro enfoque, no desde occidente sino desde la perspectiva euroasiática.
-Un actor predominante en el libro es China. Más allá de que tenga como subtítulo “cómo se gestó la guerra en Ucrania y cómo nos afecta”, ¿por qué, para entender cómo se gestó la guerra en Ucrania, es importante hablar de China?
-Desde principio de siglo estamos asistiendo al desarrollo de una serie de tendencias que están orientadas a una transformación, a un cambio sustancial del sistema internacional. Esto se da en un plano principalmente económico, con el auge de China como una economía cada vez más potente, que entra en la disputa geoestratégica que en este momento tiene con Estados Unidos. Entonces China aprovecha el sistema internacional preexistente, particularmente los mecanismos de gobernanza financiera global y comercial, y a la vez trata de ir promoviendo su propia agenda y su proyección en la misma medida en que va creciendo y se va convirtiendo en un actor protagónico dentro del sistema internacional. China inicia el proceso de la Nueva Ruta de la Seda primero orientado a Eurasia. Ahí es donde se genera esa convergencia con Rusia porque lo que se aseguran las dos potencias, una de ellas emergente y la otra que está reactivando su presencia en el sistema internacional, es un entramado institucional muy importante que va emergiendo como una alternativa en distintos aspectos frente a lo que es occidente. Ahí están los orígenes de cómo se está dando la reconfiguración de las relaciones de poder a nivel mundial, en donde China tiene un papel fundamental, y en donde además se están gestando algunos de los elementos que van a definir la posición de Rusia y que la van a llevar finalmente a la operación especial en Ucrania y al conflicto actual, más que nada por la confrontación con la OTAN, pero también ha sido una confrontación general con occidente.
-Después de la conferencia anual de Putin de 2021 escribiste: “Paradójicamente en Argentina sólo se prestó atención al comentario de Putin sobre la vacuna. Otros temas, pese a sus repercusiones en la política internacional quedaron opacados o fueron ignorados”. ¿Creés que se le presta poca atención a Rusia desde Argentina, por fuera de la coyuntura particular de guerra en Ucrania?
-Los titulares se los lleva generalmente China, en términos de atención de los medios. Ahora obviamente Rusia ha aparecido en el mapa. A partir de la reciente reunión del Proceso de Astaná entre Turquía, Irán y Rusia (el 19 de julio) he estado mirando muchos medios latinoamericanos e internacionales y hay mucha atención con respecto a cómo se ha dado la relación entre los tres países en el marco de este proceso, que está orientado fundamentalmente a estabilizar la situación en Siria. Pero me ha llamado la atención que en los medios argentinos prácticamente no se menciona. La mirada respecto a los cambios actuales en el sistema internacional está distorsionada, mira siempre lo que pasa en occidente desde occidente y no termina de entender lo que pasa en la otra parte del mundo, especialmente Asia-Pacífico y Eurasia. Esas regiones además se han convertido en el centro de dinamismo económico del sistema internacional.
-Mencionás que con la vacuna Sputnik V Rusia reforzó su influencia y su poder blando en América Latina, modificando prejuicios y percepciones negativas en la población. ¿Cuánto de eso perdió Rusia desde el principio de la guerra?
-Creo que queda muy poco. En su momento tuvo un efecto altamente positivo, fue parte de la estrategia de poder blando de Rusia en la región. Pero primero, la vacuna no ha sido aprobada por la OMS, por lo tanto no es aceptada para viajar por muchos países. En segundo lugar, toda la aspiración al desarrollo de la vacuna Sputnik V en Argentina ha quedado paralizada y lo que estamos viendo es que en realidad se están utilizando otras vacunas en el país. Y consecuentemente el impacto que intentaba tener Rusia con la vacuna se ha ido diluyendo y ya no parece ser un elemento importante dentro de lo que es la estrategia actual de Rusia hacia América Latina en general.
-Considerando eso, ¿Rusia puede legitimar su accionar en Ucrania a nivel internacional y doméstico a corto plazo?
-Eso está desvinculado de la estrategia del poder blando con las vacunas. Rusia está legitimando su intervención en Ucrania en base a consideraciones eminentemente geopolíticas, que tienen que ver con las cinco oleadas de expansión de la OTAN hacia Rusia y la percepción de Rusia de que eso se convertía en una amenaza a sus intereses y que consecuentemente eso justificaba frenar esa expansión impidiendo que Ucrania se incorporara a la OTAN. Pero hay factores económicos que no se pueden perder de vista. Ucrania siempre fue un elemento que Rusia tuvo en cuenta después del desmoronamiento de la Unión Soviética para que se incorporara como un actor importante dentro de su esfera de influencia por razones económicas. Ucrania se negó. Y eso Rusia también lo tiene presente en todo lo que está haciendo en este momento. Pero creo que la justificación de la acción rusa, desde el punto de vista de la percepción rusa, es la consideración de la posibilidad de que Ucrania deje cualquier tipo de neutralidad, se incorpore a la OTAN y se convierta en una amenaza muy cercana a las fronteras de Rusia.
-Vos y yo compartimos apellido ruso, tenemos alguna cercanía cultural, histórica, familiar con Rusia ¿Afecta eso tu percepción a la hora de escribir sobre Rusia o sobre la guerra en Ucrania?
-Hay un elemento que es innegable: hay una sintonía que tengo con Rusia por hablar ruso, por participar en instituciones rusas, tener amigos rusos. Pero eso no quita que también tenga una visión muy crítica de Rusia, particularmente del papel de Putin. Y esto tiene que ver con otra cosa. Hay un libro reciente, Rusia: Revolución y guerra civil, 1917-1921, de Antony Beevor (Editorial Crítica, 2022). Es un excelente libro, describe con mucha precisión la revolución y la guerra civil. Lo leí con mucha fruición porque allí se describen las campañas de los blancos contra los bolcheviques. Y en esas campañas participó mi abuelo. Esa es una marca que también queda. Junto con la sintonía y la comprensión de algunas cosas, también existe este antecedente en donde, por ejemplo, mi familia perdió la nacionalidad rusa hace 100 años por haber peleado del lado perdedor.
-¿Qué se siente al escribir sobre estos temas con todo este bagaje?
Se siente algo muy parecido a lo que siento cuando escribo sobre Argentina o sobre América Latina. Me siento identificado desde el punto de vista cultural, pero a la vez, en la medida en que tengo desarrollado un sentido crítico, trato de ser lo más objetivo y balanceado en el análisis y no dejarme arrastrar por las emociones o los sentimientos que están ahí, están presentes, pero no pueden ser decisivos a la hora de hacer un análisis objetivo.
“Guerra y transición global” (fragmento)
El mundo vive una compleja y difícil transición. Emergen nuevos actores, las relaciones de poder se reconfiguran y retornan viejas narrativas para explicar las acciones de los estados. La narrativa de un mundo unipolar con un sistema liberal internacional liderado por los Estados Unidos y Occidente, se agota ante estas nuevas realidades, entre otras razones por el debilitamiento de estos actores. La narrativa de un mundo bipolar retorna bajo la consigna de una “nueva Guerra Fría”, esta vez entre los Estados Unidos y China. Y, sin embargo, la invasión rusa de Ucrania muestra que ambas narrativas son insuficientes para servir de guía en esta transición. El mundo es más complejo y las incertidumbres son mayores y múltiples.
Algunos de los nuevos actores que emergen en este mundo -particularmente en el ámbito euroasiático - para desafiar a sus protagonistas tradicionales detentan un amplio espectro de agravios acumulados frente a Occidente. Rusia, obviamente, no escapa a esta situación. Antes y particularmente después de la implosión de la URSS, Moscú ha soportado desprecios, descalificaciones y apetencias de parte de Occidente y ha visto desmoronarse el espacio soviético en una coyuntura dónde vuelve a pesar, sin embargo, la importancia de las áreas de influencia en la competencia por restablecer o construir nuevas hegemonías en la transición global.
En este contexto, Rusia se percibe como una fortaleza asediada, amenazada por los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea (con la cual, no obstante, mantiene estrechos vínculos económicos) y aspira a recuperar su status de gran potencia en el concierto europeo y en el ámbito mundial y a contribuir, a su manera, a la reconfiguración del orden global. Ucrania – más allá de los alegatos históricos y culturales – es el campo de batalla en el cual Rusia aspira dirimir – en la actual coyuntura – parte de los agravios sufridos y a neutralizar las amenazas a su seguridad. El instrumento para alcanzar estos objetivos ha sido la invasión armada del territorio ucraniano y la violación del derecho internacional promovido por una comunidad internacional de hecho fragmentada y dividida.
Pero más allá de este cuadro general, la decisión de avanzar con este proceder ha estado en las manos del presidente Putin y muestra una determinación política – brutal y sin complejos - que ha olfateado la debilidad de sus oponentes y su impotencia frente a los hechos consumados. La narrativa de fondo remite, por otra parte, no tanto al pasado soviético – criticado por el mismo Putin – sino a un sueño nacionalista de restauración imperial como lo atestiguan los oropeles de gran parte de la escenografía que lo rodea. La lógica del poder que mide las acciones de Putin no se arredra frente a la lógica de las sanciones económicas y de su impacto en la población rusa.
De ahí una invasión y una guerra – desigual, asimétrica e hibrida – por la ocupación de Ucrania cuya “recuperación” y neutralización aspira en convertir en parte de su legado. Sin embargo, la invasión lo enfrenta, a corto plazo, con varios desafíos: una resistencia sostenida de los ucranianos – tal vez con mayor apoyo (así fuere sólo logístico) de Occidente; la dificultad de establecer y sostener algún gobierno de transición que permita realinear a Ucrania con los intereses rusos, y la imposibilidad inmediata de legitimar tanto a nivel internacional como doméstico este proceso y sus probablemente cruentas secuelas. A mediano y largo plazo, no obstante, el desafío para Putin es mucho mayor. Como lo aseveró en una declaración reciente desde su prisión el bloguero opositor Alexei Navalny – Ucrania puede ser para Putin lo que Afganistán fue para el fin de la Unión Soviética.
“Guerra y transición global: ¿cómo se gestó la guerra en Ucrania y cómo nos afecta?” se presenta este martes 30 a las 18 en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Andrés Serbin dialogrará con Luciana Vázquez, Mariano Caucino y Mariano Turzi, con la moderación de Carla Gebetsberger. En Uruguay 1037, 1º piso, Buenos Aires.
Quién es Andrés Serbín
♦ Nació en Buenos Aires en 1948. Es antropólogo y doctor en Ciencias Políticas.
♦ Preside la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES) y es investigador emérito de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT) de Venezuela
♦ Es autor y compilador de más de 30 libros publicados en español y en inglés. Algunos de ellos son El ajedrez estratégico en Eurasia, Eurasia y América Latina en un mundo multipolar y Derechos humanos y seguridad internacional: amenazas e involución.
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