¿Cuántas veces empieza un Mundial? Un ateo de la Copa del Mundo diría que una sola, en el preciso instante en el que el árbitro ordena que empiece el partido inaugural, ese que van a disputar Qatar y Ecuador el 20 de noviembre para cumplir la tradición de que el país anfitrión abra el certamen. Pero los que creemos en los Mundiales, los que sentimos algo raro en el pecho cuando vemos escrito “mundial” con minúscula, chiquito, irrelevante, sabemos que la Copa del Mundo empieza muchas veces. Como si cada uno de esos arranques fueran los ladrillos con los que construimos una ilusión privada y colectiva que es hermosa sobre todo porque, en los parámetros de la vida moderna, no sirve para nada productivo.
Para los que profesamos esta fe, el Mundial empieza a empezar cuando se determina en qué país se disputará. Es decir, en tiempos cronológicos, algunos Mundiales antes de que se juegue ese que empieza a alegrarnos. Supimos que el de 2022 sería en Qatar en diciembre de 2010. La Copa disputada en Sudáfrica apenas había quedado atrás, teníamos por delante Brasil y Rusia, y ahora nos confirmaban la sede del siguiente, como si nos renovaran por cuatro años la licencia para construir una felicidad que se cocina lento y se devora en un mes. El 2 de diciembre de 2010, cuando Joseph Blatter dijo “Qatar”, toda una feligresía -desde el lugar del planeta desde el que ama el Mundial- calculó husos horarios para más o menos saber a qué hora le tocaría trasnochar o interrumpir sus estudios o su trabajo para dedicarse a lo realmente importante. En esa ecuación empezó a empezar el Mundial para el que este domingo faltan 84 días.
Desde ahí y hasta que el árbitro de Qatar - Ecuador pite el “ahora sí”, el Mundial empezó muchas otras veces. Un día se juega el primer partido de las eliminatorias de cada región, un día tu equipo clasifica, un día se sortean los grupos y se arma el fixture y ya podés ponerle fecha y hora a las cosquillas en la panza. Un día se devela cómo será la pelota del campeonato, y otro día cómo será la mascota, y otro día quién cantará la canción, aunque nunca vaya a haber ninguna como la de Italia ‘90.
Un día empiezan las promociones para comprar televisores. Un día te subís al subte y un vendedor te pone sobre el muslo un fixture impreso, de los que entran en la billetera y que son un objeto imperfectible más allá de cualquier Excel. Un día lanzan el álbum de figuritas y los kioscos se llenan de niños, adolescentes y adultos que agotan la tirada, y los diarios y los canales de televisión se llenan de matemáticos expertos en probabilidad calculando cuánto sale completar la colección, y el Parque Rivadavia se convierte en el mercado en el que se negocian las repetidas y las difíciles.
Un día las vidrieras se llenan de gorros, banderas y cornetas, celestes y blancas por estas latitudes. Un día incorporamos para siempre una palabra como “vuvuzela” a nuestra lengua. Un día, cuando ya no falta nada para que los ateos tengan frente a sí mismos la prueba de que el Mundial sí existe, todo ese merchandising que colgaba en las vidrieras se vende en las esquinas más transitadas de cada barrio.
Todos esos días el Mundial empieza un poquito.
Carolina Salvini, que es argentina y trabaja desde hace muchos años en prensa cultural y que juega al fútbol hace más de dos décadas, escribió Mundialito. Se trata de un libro que plantea actividades y juegos de esos que sin duda apuntan a chicos y chicas, pero ante los que más de un adulto arrima la silla y despliega sus saberes. Sobre goleadores históricos, definiciones por penales de las que marcaron quién era campeón y quién “cebollita” y camisetas que fueron cambiando con los años. Uno de esos libros que hacen que los más chicos descubran y aprendan cosas nuevas, y los más grandes las evoquen mientras confirman que en algún lugar del cerebro -y del corazón- tienen guardadas las caras de todas las mascotas mundialistas.
“Después de que Adriana Fernández y Majo Ferrari, de editorial Planeta, me propusieran el proyecto, empezaron a salir una catarata de ideas y de juegos que muchas veces hago con mis hijos. Lo escribí para todos los niños y niñas que me rodean, para lxs hijxs de mis amigas, para lxs compañeritxs de mis hijos, y que sea una excusa válida para salir de las pantallas y transitar el libro de una manera más sana: jugando”, explica Salvini a Infobae Leamos.
El libro, editado por Planeta Junior, tiene desde una sopa de letras de goleadores de todos los tiempos hasta la invitación a diseñar la propia camiseta y los mejores botines posibles. En medio de todo eso, se puede jugar al Verdadero o Falso, a unir con puntos y que aparezca la mascota qatarí o Lionel Messi o a juntar países con sus banderas y sus gentilicios. Hay preguntas cuyas respuestas ayudan a saber más sobre los directores técnicos del Seleccionado argentino y otras que sirven para conocer desde la geografía hasta la gastronomía del país anfitrión. “Fiesta del saber” llama Salvini a eso que desencadenan algunas de las actividades que pensó y publicó en las 72 páginas de Mundialito. Y cumple con su objetivo porque nadie se va del libro sin algunos (o muchos) datos nuevos.
Pero eso, lo de irse con datos nuevos, es al salir del libro. Al entrar, en la primera página, un verbo toca la fibra de cualquier mundialista que se precie: “Palpitamos algo tan hermoso y entretenido como la Copa del Mundo”, conjuga Salvini. “A mí lo que más me gusta del Mundial es la previa, palpitarlo con alegría, pensar dónde lo vamos a ver, con quiénes vamos a compartir los partidos, qué vamos a comer, que los pibes estén entretenidos o que no me pidan muchas cosas mientras estoy frente al televisor. Mundialito fue pensado para jugar en ese mientras tanto y para que sea un libro interactivo, que pase de mano en mano, que se manche, que se comparta entre todxs, que se pueda disfrutar en familia”, cuenta la autora.
Para Qatar, Salvini tiene algunas cábalas (que también les pregunta o insta a inventar a sus lectores): usará un collar “amuleto”, y ejercitará uno de los grandes clásicos cabuleros, misma remera y mismo lugar para sentarse desde el primer hasta el último partido que juegue el Seleccionado argentino. Y además acompañará las cábalas que se les ocurran a sus dos hijos en cada partido.
En esa primera página en la que invita a palpitar el Mundial, Salvini también saluda a quienes llegan a su libro: “¡Bienvenidos y bienvenidas a Mundialito”, les dice. Lo de usar el género masculino y también el femenino se repite con el correr del texto. “Me pareció muy importante remarcar lo femenino en el libro porque las niñas ya son parte de este deporte. Al ser un espacio público pensado solo para hombres, la participación de las mujeres en el fútbol ha sido muy lenta. Y de a poco, como un trabajito de hormiga, se fueron generando más espacios de visibilidad. Desde la inclusión del fútbol femenino en los clubes de barrio, hasta la participación de periodistas deportivas y relatoras en la TV. Y la televisación de los partidos femeninos muestra que ahora importa que las mujeres también puedan jugar a la pelota y disfrutarlo”, reflexiona la autora.
Antes de dedicarse a la prensa cultural -y al fútbol amateur con amigas y a la crianza-, Salvini fue una niña marplatense. El 29 de junio de 1986, cuando Argentina le ganó la Final a Alemania, Carolina, sus hermanos y su tío agarraron cacerolas para salir ruidosos a la calle y se subieron a la parte de atrás de la camioneta de un desconocido. Se bajaron en el Monumento de San Martín, a donde van los marplatenses a festejar o a indignarse todos al mismo tiempo, y celebraron. Ella no lo sabía pero estaba construyendo su recuerdo mundialista más marcado.
Ocho Copas del Mundo después publicó un libro que, cuando lo abrís, te hace sentir que es uno de esos días en los que el Mundial empieza un poquito. Hasta que termine de empezar, y todos los creyentes entremos al paraíso.
Quién es Carolina Salvini
♦ Nació en 1976 en Mar del Plata, ciudad en la que festejó el Mundial ganado en 1986. Le dicen “Coca”.
♦ Trabaja en prensa cultural y es jugadora de fútbol amateur desde hace más de veinte años.
♦ Mundialito es su primer libro.
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