De las diez películas que más entradas vendieron en los últimos diez años, cinco son de superhéroes. La más vista, Avengers: Endgame, fue además la más cara en la historia del cine. Pero antes del Spiderman de Tom Holland, de las remeras, las máscaras, los cosplays, las figuras de acción y las Comic-Con. Antes de que Los Ramones reversionaran el “opening” de la serie animada en 1995, antes de todo eso y de mucho más; hubo en 1962 una historieta de 12 centavos de dólar y un personaje en el que nadie confiaba.
Ni los que en los ‘80 crecieron viendo al Superman de Christopher Reeve surcar el cielo de Metrópolis, ni los que desde 2014 ven a Henry Cavill enfundado en el traje azul y la capa roja, pensaron mientras veían las películas en Adolf Hitler, la Gran Depresión o en Zeus, el dios griego “padre de los dioses y de los hombres”. Y sin embargo, aunque nadie lo sepa, ocultos a la vista de todos; ahí están.
Grant Morrison es guionista de historietas, trabajó para DC y también para Marvel. Tiene porte de supervillano. Es calvo, de orejas puntiagudas y un crítico inapelable de un género que conoce como pocos. Nació en 1960 en Glasgow, una ciudad portuaria al oeste de las Tierras Bajas de Escocia. En 2011 publicó su primer libro de no ficción, Supergods (publicada por Turner), un atlas histórico del cómic, en el que -entre otras cosas- escarba en la mitología de los héroes más famosos.
En su libro Morrison se concentró en las historias de los personajes más allá de las viñetas. En ese pasado desconocido, humano y de nombres propios. En ese mundo en el que surgieron. No solo el contexto social y político en el que nacieron o las técnicas gráficas que los definieron y les dieron vida. Sino además -y sobre todo-, en las ideas que los hicieron inmortales.
Detrás de todo gran superhéroe, hubo una gran idea: Superman
En 1938 llegó a los kioscos de revistas de los Estados Unidos la historia de un periodista miope, que bajo el saco y la camisa, llevaba un traje azul con una “S” en el pecho y una capa. Todavía no volaba pero podía saltar distancias imposibles y correr más rápido que un tren.
Jerry Siegel y Joseph Shuster, dos jóvenes de Cleveland, habían pasado siete años perfilando a ese personaje. Superman fue la piedra fundamental de todos los superhéroes que vinieron después. Un héroe moldeado a imagen y semejanza de su tiempo. La respuesta pop a un mundo convulsionado. Un refugio de dos dimensiones, a 10 centavos de dólar.
Así describe Morrison ese mundo en el que Superman vino a caer al planeta Tierra, envuelto en las páginas del número uno de Action Comics, en junio de 1938: “…nueve años después de que la quiebra de Wall Street desencadenase una depresión mundial de dimensiones catastróficas. En Estados Unidos los bancos quebraron, la gente perdió sus empleos y sus casas, y en casos extremos, fue reubicada deprisa en departamentos de deshechos. También se escuchaba alboroto en Europa, donde el ambicioso canciller Adolf Hitler se había autoproclamado dictador en Alemania tras una triunfante llegada al poder cinco años antes. La aparición del primer supervillano mundial en la vida real creó el marco idóneo para la imaginativa respuesta del mundo libre, que llegó desde las filas de los más desfavorecidos”.
Esos eran Siegel y Shuster, entonces dos jóvenes de 23 años buscando un golpe de suerte. En la primera portada el héroe sostiene un auto sobre su cabeza, mientras a su alrededor dos hombres de traje corren despavoridos en distintas direcciones y un tercero observa la escena desde el piso.
Los colores primarios, los mismos que se encuentran en la bandera norteamericana, las letras art deco, la capa, la fuerza, la destrucción de la máquina, el mismo año en que la producción en cadena dejaba sin trabajo a miles de obreros; hacían de ese superhombre un arquetipo irresistible.
Pero Superman no sólo creció a partir del marco histórico. También lo hizo a través de una trama que le dio la posibilidad a los lectores de identificarse con el ser más poderoso del planeta. Les dio a Clark Kent.
En la segunda entrega de la película Kill Bill, de Quentin Tarantino, el personaje de David Carradine dedica en una de las mejores escenas a un monólogo de superhéroes. Habla en especial de “su favorito”: Superman. En esa escena que comparte con Uma Thurman (Beatrix Kiddo), define a Kent: “Es el disfraz que Superman lleva para integrarse entre nosotros. Clark Kent es tal como Superman nos ve a nosotros. Es débil, es inseguro; es un cobarde. Clark Kent es la crítica de Superman a toda la raza humana”.
Los que conozcan la historia de Superman en todas sus versiones, puede que vayan a no estar de acuerdo con Bill (Carradine). Otros dirán que no está mal si se piensa en el Superman que debió conocer en su juventud el personaje de Carradine, el Superman de entre 1940 y 1951. Para Morrison, Clark es una de las piedras fundamentales sobre las que el personaje construyó su imperio:
“Siegel y Shuster sabían por experiencia propia que algunas chicas preferían a un guerrero heróico dando saltos que a esos tipos delgaduchos que escribían o hacían dibujos bonitos. Aunque Clark Kent no era sólo el sueño dorado de los nerds: todo el mundo se podía identificar con él; ya que todo el mundo se ha sentido alguna vez, o incluso muchas, torpe e incomprendido. Así pues, como todos sospechamos que existe un Superman dentro de nosotros -un yo angelical y perfecto que encarna nuestras mejores virtudes y nuestra fuerza-, todos tenemos algo de Clark”.
Al igual que Zeus, Superman se disfraza de hombre para poder caminar entre la gente común y conocer sus dramas y sus pasiones. Su “S” es un rayo estilizado (“arma de Zeus, símbolo de la severa autoridad y el castigo justo”) y en sintonía con mitologías y religiones, en 1939 se daba a conocer que el personaje ante la inminente extinción de su planeta, había sido puesto en una nave espacial siendo un bebé y enviado a la Tierra. Era Moisés en un canasto, dejado en el río.
El libro también propone hablar de cuestiones más terrenales. No son pocos los que conocen una versión de la historia en la que Siegel y Shuster son dos jóvenes de 18 años, a los que la industria del cómic estafó. Dos adolescentes a los que se les pagó poco más de 100 dólares por los derechos de un personaje que facturaría millones en poco tiempo.
Sin embargo, dice Morrison: “La verdad, como siempre, es menos dramática: el trato se cerró en 1938, antes del boom de Superman. Siegel y Shuster tenían 23 años cuando vendieron los derechos. Habían trabajado juntos durante varios años en el feroz mundo mundo de las publicaciones pulp y, al igual que muchos otros dibujantes, músicos y artistas, querían que les comprasen su producto: un producto que creaban para venderlo. Superman equivalía a meter la cabeza, era una oportunidad que podría llevarlos a ser tan demandados como los compositores de primera fila de la música popular. Superman fue un sacrificio a los dioses del éxito comercial. Por lo que conozco de cómo funciona la mente de un artista, diría que Siegel y Shuster se creían capaces de crear nuevos y mejores personajes”.
Superman fue el “big bang”. De él partió Morrison para contar lo que vino después (y que no tardó en llegar). A sólo un año de su aparición en el mundo del cómic, vio la luz otro personaje fundamental. Un héroe humano, sin superpoderes, pero con recursos e inteligencia. Creación de Bob Kane y Bill Finger para Detective Comics, en 1939 Batman bajaría sostenido por una cuerda de acero, para combatir el crimen en la newyorquina ciudad Gótica.
Supergods va mucho más allá de los clásicos y los héroes fundacionales. Las páginas del libro están atravesadas por la historia, la filosofía, la industria y hasta el impacto de sucesos como el 11-S en el devenir de los superhéroes.
En medio de este multiverso inagotable, una pregunta: ¿De dónde vienen los héroes que siempre creímos conocer? Morrison cuenta en su libro los orígenes de algunos de los más famosos:
Batman
“Su aspecto se basaba en diferentes fuentes, entre las que se incluyen el protagonista de una película muda de 1930 titulada The Bat Whispers (los susurros del murciélago) -el parecido es muy leve, pero la idea del alter ego bestial está ahí); los bocetos para crear una máquina de volar ‘ornitóptera’ de Leonardo da Vinci, cuyo diseño se basa en las alas de un murciélago; y la película de 1920 La Marca del Zorro, protagonizada por Douglas Firebanks”, cuenta Morrison.
“Bill Finger imaginó a un Batman que combinaría las dotes atléticas del D´Artagnan de Los tres mosqueteros con la capacidad deductiva de Sherlock Holmes. No obstante en el cómic también se veía la influencia del personaje pulp Bat, un encapuchado que luchaba contra el crimen y paralizaba a los malos con una pistola de gas -al igual que Batman, Bat se enfundaba en su peculiar traje de faena cuando un murciélago volaba junto a su ventana ejecutando una danza particularmente intensa y siniestra-. Otro murciélago, Black Bat -un fiscal de distrito con las cicatrices de un ataque con ácido- apareció prácticamente al mismo tiempo; vestía su propia capa ondulante y una máscara negra, y coexistió junto a Batman hasta principios de la década de 1950: aquel en las decadentes publicaciones pulp, este en los cómics”.
Flash
“Flash (1940) fue el primer superhombre accidental y el predecesor de los héroes del futuro Universo Marvel, vítimas de la ciencia que por puro altruísmo, ponían sus superpoderes al sevicio de la comunidad. (...) El traje en que se enfundaba Jay Garrick para convertirse en Flash y luchar contra el mal estaba compuesto por un casco alado de hojalata , una camisa roja con un rayo dibujado, unos pantalones azules y unas botas con alas. Flash personificaba a su manera, la deuda que los cómics tenían con uno de sus dioses patronos secretos.
Tanto el casco como los talones alados de Flash pertenecen al dios griego Hermes y a su homólogo romano, Mercurio, el mensajero de los dioses que representa al lenguaje y que, al igual que este, es rápido, ingenioso, complicado, escurridizo e inaprensible.
En la India está representado como Ganesha, el dios con cabeza de elefante que escribe la historia de su vida con su propio colmillo roto, mientras que en el antiguo Egipto era Tot, el escriba con cabeza de ave. Las primeras culturas babilónicas lo llamaban Nabu, en el panteón vudú es Legba, para los celtas era Ogma, y en la mitología vikinga se le conocía como Odín, el dios tuerto, de cuyos hombros dos cuervos mágicos -el pensamiento y la memoria- partían hacia todas las direcciones para traer al dios noticias de todos los rincones del cosmos. En 1940, Hermes no pudo resistir la tentación de apuntarse a la fiesta cuando supo que los otros dioses estaban renaciendo en el papel”.
La Mujer Maravilla
“Y luego estaba la más famosa de las superheroínas, Wonder Woman (La Mujer Maravilla), creada por William Moulton Martson, el hombre que inventó, y no por casualidad, el controvertido polígrafo, o detector de mentiras que se sigue usando hoy en día”, escribe Morrison.
Y detalla: “Martson acompañaba sus ideas con un estilo de vida heterodoxo: su mujer, Elizabeth, también era psicóloga, y se cree que fue ella quien sugirió la idea de crear una superheroína. Ambos eran acérrimos defensores de una actitud progresista en materia de sexo y relaciones, y compartían amante, una estudiante de Martson llamada Olive Byrne, que al parecer sirvió a Harry Peter como modelo para los dibujos originales de Wonder Woman”.
Según Morrison, “la historieta Introducing Wonder Woman, publicada en 1941, se abría con un avión militar que se estrellaba en una isla desconocida donde sólo vivían hermosas mujeres ligeras de ropa, capaces de levantar en vilo al piloto, ya crecidito, ‘como si de un niño de tratase’. El Capitán Steve Trevor, de las fuerzas de inteligencia de Estados Unidos era el primer hombre que pisaba la Isla Paraíso, y la princesa Diana, hija de la reina, no tardó en enamorarse de él”.
En la historieta, “una doble página ilustrada explicaba la historia de las amazonas desde que fueron esclavas de Hércules. Incitadas por Afrodita, su diosa patrona, las amazonas se liberaron y zarparon hacia una isla mágica, donde pudieron establecer una nueva civilización de mujeres, lejos de la crueldad, la avaricia y la violencia que representaba ‘el mundo de los hombres’. Esa era Isla Paraíso, diseñada por las mujeres inmortales según su fabulosa alternativa a la sociedad patriarcal y heliocéntrica.”
El Capitán América
“También en 1941, el primer número de Captain América Comics, de Marvel, nos presentaba a un nuevo superhéroe, cuya misión era repele la amenaza ‘japonazi’ por todos los medios. El Capitán América, el superhéroe patriótico definitivo, fue el invento de otra de las parejas más creativas del mundo del cómic: Joe Simon y Jack Kirby”.
Dice Morrison: “Kirby sirvió en la Segunda Guerra Mundial como soldado de la Compañía F del Undécimo Batallón de Infantería; desembarcó en playa de Omaha en 1944, dos meses después del Día D, y se adentró con su unidad en la Francia ocupada. Entró en acción en la batalla de Bastogne (Bélgica), donde soportó temperaturas tan frías que estuvo a punto de perder los dos pies, antes de ser dado de baja del ejército con una medalla y una Estrella de Bronce por las molestias. Esta experiencia en guerra marcaría su trabajo para el resto de su vida; pero aún así, Kirby retrató la violencia como una jovial expresión del vigor masculino. En una ocasión, un grupo de nazis estadounidenses irrumpió en el edificio donde Simon y Kirby tenían su estudio pidiendo las cabezas del equipo creativo del Captain America Comics, y fue Jack, quien se arremangó para ir a ajustar cuentas con ellos”.
En definitiva, explica: “A diferencia de Superman o Batman, el Capitán América era un soldado con licencia para matar. Hasta aquel momento, los superhéroes actuaban al borde de la legalidad, ¡pero la violencia del Capitán América estaba amparada por la mismísima Constitución!”
El hombre araña
“Las palabras con las que se abría la primera historieta de Spiderman marcaron un nuevo pacto entre el lector y el creador, sello distintivo del estilo de Marvel: ‘¿Te gustan los héroes disfrazados? preguntaba (Stan) Lee, sabiendo de sobra que sí, pues habíamos comprado el cómic. Para los lectores, que les hicieran una pregunta tan directa sobre el objeto que tenían entre manos era algo anómalo; luego, Lee seguía con unos cuantos secretos profesionales para ganarse nuestra confianza: ‘Que esto quede entre tú y yo: en el negocio del cómic los llamamos ‘personajes con calzoncillos largos’. Y como sabrás, ¡Los hay a montones! Sin embargo, creemos que nuestro Spiderman te parecerá un tanto...¡diferente!”
Marvel invierte con Spiderman y con otros de sus personajes la mala fama de la radiación. La Bomba Atómica había explotado en 1945 y sus consecuencias seguían siendo devastadoras. Ocurrió 17 años antes de la primera aparición del Hombre Araña, que adquiere sus poderes al ser picado por una araña radioactiva:
“En el mundo real, Peter habría sucumbido al envenenamiento por radiación y, semanas más tarde, tras una atroz agonía, habría muerto calvo y desdentado. Sin embargo aquello era el Universo Marvel y tenía sus propias reglas de juego; allí la radiación era una especie de polvo de hadas, y si la espolvoreabas sobre un científico, voilá!, nacía un superhéroe. La radiación fue la responsable del nacimiento de Los 4 Fantásticos, de Spiderman, de Hulk, de X-Men, de Daredevil y de varios superhéroes de Marvel más, y transformaba los isótopos del miedo en barras de combustible llenas de maravillas y posibilidades. Lee robó la radiación aniquiladora de la Bomba y dio a los niños como yo (que habían crecido bajo su sombra glacial) unos héroes extraordinarios que poblaran quella oscuridad brillante”.
Morrison dice que “los marginados llenos de granos y con las hormonas por las nubes encontraron en Peter (Parker) a un nuevo héroes, pues, mientras que Clark Kent tenía su propio apartamento y un trabajo estable, Peter era un perdedor auténtico y genuino. (...) Peter se quedaba en su pequeña habitación, en casa de Tía May, en Queens, a zurcir el traje de Spiderman, mientras los periódicos tildaban de amenaza para la sociedad a su heróico álter ego”.
“Marvel Comics -concluye el autor- tenía recién sacadas del horno dos sagas que reinventaron por completo el paradigma del superhéroe y, a medida que se iban añadiendo nuevos héroes angustiados a la receta, las historias empezaron a superponerse entre sí, se empezó a desarrollar una untertextualidad entre publicaciones que fue configurando el apasionante mosaico de todo un nuevo mundo”.
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