“Las playas del exilio solo son bellas en el recuerdo”, escribió alguna vez el cubano José Martí, que algo sabía de exilios. No comparto el contenido de la poética frase, porque mi recuerdo de las playas de Venezuela (de las que disfruté durante mi exilio en ese país, provocado por la dictadura cívico-militar criolla 1976-1983) es tan grato como lo fue estar en ellas en ese momento.
Una versión tanguera de lo mismo sería “Fiera, venganza la del tiempo/ que le hace ver deshecho lo que uno amó”, del discepoliano Esta noche me emborracho.
Esta reflexión viene a cuento de lo que sucede (o no) cuando, mucho tiempo después, se emprende la relectura de un libro que nos sedujo al abordarlo por primera vez.
Alguien me preguntó hace poco si había vuelto a leer Cien años de soledad y la respuesta fue negativa: nunca lo releí, ante el temor de que se desmoronara el deslumbramiento que me produjo el primer acercamiento a ese texto. Hasta recuerdo perfectamente (no me sucede a menudo) en qué circunstancias leí esa primera edición argentina, cuya tapa, un poco confusa gráficamente, mostraba la silueta de un velero (¿una carabela?), rodeado de una selva tropical de color extrañamente azul: fue durante un viaje en ómnibus a Córdoba, adonde estaba yendo para ver el estreno de una puesta teatral en la que participaba una amiga mía.
Esta extensa introducción tiene que ver con el renovado placer –lindante con el de un descubrimiento– que me produjo leer la reciente edición de La guerra de las salamandras del escritor checo Karel Capek, ahora publicada por Libros del Zorro Rojo.
Mi primera lectura de este texto fue en mi temprana adolescencia de nerd; era una edición en rústica de tapa blanca con franjas horizontales marrones, que me había comprado mi padre en alguna librería de viejo cercana a la dependencia del Ministerio de Salud Pública donde trabajaba por las tardes.
No tengo idea de por qué la eligió, ya que normalmente me compraba, a mi pedido, novelas policiales (Hammet, Van Dyne, Agatha Christie, Erle Stanley Garner, Ross Mac Donald) en traducciones que solían dejar mucho que desear. Entre esos autores anglosajones se coló Variaciones en rojo, la serie de nouvelles policiales de Rodolfo Walsh, publicada en la Colección Naranja de la Editorial Hachette, donde él trabajaba. Walsh abjuró durante mucho tiempo de esos inteligentes relatos y solo aceptó que se reeditaran cuando se le mostró que proliferaban las ediciones piratas.
Recordé haber amado mucho el libro de Capek por entonces, al punto de que no dudé en pedir que me enviaran un ejemplar cuando me enteré de la aparición de esta nueva edición –que merece calificarse como “de lujo”– publicada por Libros del Zorro Rojo.
Hablemos maravillas
Quiero dedicar unas palabras a esta excelsa editorial fundada por argentinos en España y cuyos títulos hasta hace algunos años era casi imposible conseguir en Buenos Aires. No solo su catálogo es un retablo de maravillas, con un cuidado gráfico de cada obra propio de orfebres, sino que los responsables toman decisiones difíciles de justificar desde el punto de vista económico.
Reeditaron, por ejemplo, Cómo divertirse en un día de lluvia, un libro inglés que recibí de regalo cuando yo era muy chico, que tenía cierta vigencia en épocas sin pantallas, videojuegos ni celulares. Junto a la descripción de algunos entretenimientos accesibles, incluía otros más insólitos, como la fabricación de figuras con limpiadores de pipa, que requerían de estos objetos, nada comunes en la mayor parte de los hogares argentinos (de antes ni de ahora). También han publicado la reproducción facsimilar de un manual para la educación de los niños elaborado por anarquistas españoles.
Esta nueva edición de La guerra de las salamandras equivale a la aplicación de un engarce moderno a una joya antigua, porque está complementada (en realidad, muy enriquecida) por las ilustraciones, algunas cercanas al cubismo de Fernand Léger, otras totalmente de arte pop que recuerdan a Roy Lichtenstein o Andy Warhol, y otras al cartelismo del constructivismo ruso. Son de Hans Ticha, un artista checo contemporáneo (nació en 1940), que dedicó veinte años a elaborar estas piezas.
Pero ¿quién fue Karel Capek? Un dramaturgo, novelista, periodista y activista político checo, que vivió entre 1890 y 1938. Estudió Filosofía y Estética, fue fundador de un teatro y escribió dos novelas de ciencia ficción antes de la que comentamos. Aun si no hubiera tantos otros motivos, devendría famoso por haber creado una palabra que usamos varias veces por día: robot. En 1920 escribió una obra teatral, R.U.R. (Robots Universales Rossum) donde usa esa denominación inventada, derivada del término checo robota, que quiere decir “servidumbre”.
La guerra de las salamandras es una fábula irónica y distópica inspirada por el ascenso del nazismo. Significativamente, Capek murió de neumonía tres meses antes del ingreso del ejército alemán de ocupación en Praga. Entre las muchas siniestras anticipaciones que incluye, está la de los experimentos que harían los supuestos científicos del nazismo (el más conocido fue el siniestro Dr. Mengele) con los prisioneros de los campos de concentración; aquí los practican con los pobres animalitos…
La novela Rebelión en la granja, de George Orwell, escritor inglés que combatió por la República en la Guerra Civil española, puede considerarse una secuela, ya que satiriza al stalinismo a partir de la imaginaria instauración de una tiranía de los cerdos por encima de todos los demás animales en una finca.
Salamandras
Además de esas estufas de hierro que dan tanto calor, las salamandras comunes son unos anfibios urodelos, comunes en Europa, y en la novela devendrán una metáfora que podría representar a la clase obrera de todos los países.
La historia comienza cuando el capitán de un barco que pesca perlas (para lo que emplea los mal remunerados servicios de buceadores cingaleses) descubre que los nativos no se atreven a zambullirse en cierta bahía en la que abunda su mercancía porque, según ellos, está poblada por diablos. Estos “diablos” resultarán ser las salamandras y el deseo del capitán de utilizar los servicios de estos inteligentes animales para extraer las perlas desencadenará un aquelarre de acontecimientos, contados con prosa ágil y entretenida, y cargados de humor amargo.
El texto incluye citas apócrifas de medios de prensa, declaraciones, conferencias, tratados universales, todo lo generado por la irrupción y crecimiento indetenible de la población de salamandras, a quienes los hombres, en su codicia, educan para trabajar y producirles beneficios hasta que… se les escapan de las manos.
Es una alegoría demoledora acerca de las ambiciones irrefrenables de las clases dominantes, la lógica demente que provoca conflictos mortíferos, el crecimiento de los prejuicios, la imposibilidad de contener expansiones territoriales “justificadas” con falacias (nada lejos de la teoría del Lebensraum, espacio vital, que alimentó a los diversos imperialismos y que fue uno de los fundamentos del nazismo).
Es un libro de 330 páginas que no se puede dejar de leer. Y más todavía en esta suntuosa edición impresa en… Letonia, una de las repúblicas bálticas –junto a Estonia y Lituania–; una prueba más de que la globalización que anuncia la novela ya está vigente, al menos en lo comercial. No se priven de disfrutar de La guerra de las salamandras.
La guerra de las salamandras (fragmento)
“Eso es demasiado barato, hermanito. ¿Tiene que arreglar siempre la naturaleza lo que estropea la gente? Entonces, tu también estás convencido de que la gente, por sí sola, no podrá salir de este desastre. Ya ves, Ya ves... al final quisieran que alguien los salvase... Te voy a confiar un secreto: ¿Sabes quién, incluso ahora, entrega explosivos, torpedos y taladradoras a las salamandras, cuando la quinta parte de Europa está ya inundada? ¿Sabes quién trabaja febrilmente en los laboratorios, a fin de encontrar materias y maquinarias más eficaces para barrer el mundo? ¿Sabes quién les presta a las salamandras dinero, sabes quién financia este Fin del Mundo, Todo este diluvio?
-Lo sé. Todas las fábricas, todos los bancos, todos los estados.
-Ya lo ves... Si fueran solamente las salamandras contra la Humanidad, quizá no sería tan difícil hacer algo. Pero gente contra gente, eso no hay quien lo detenga.”
Quién fue Karel Capek
♦ Nació en Malé Svatonovice, Bohemia -entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, hoy República Checa- el 9 de enero de 1890.
♦ Estudió Filosofía en la Universidad de Praga y luego en Berlín y París.
♦ Fue el fundador y director del Vinohradsky Art Theater de Praga.
♦ Se hizo famoso con su pieza teatral R.U.R. (Robots universales de Russum, donde aparece la palabra “robot”.
♦ Fue nominado al Premio Nobel de Literatura siete veces, pero no lo recibió.
♦ No quiso exiliarse ante la inminencia de la llegada del nazismo, aunque la Gestapo lo había declararado “el enemigo público número 2″.
♦ Entre sus obras están Krakatit, Hordubal, Meteoro, Una vida ordinaria, La guerra con las salamandras y El primer grupo de rescate.
♦ Murió de neumonía el 25 de diciembre de 1938.
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