La aguda estrategia de Borges para escapar de su destino de escritor marginal

El crítico argentino Julio Premat publicó “Borges: la reinvención de la literatura”. Asegura que el autor de “El Aleph” se proclamó heredero de la literatura universal como si se adelantara a la globalización.

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Julio Premat es doctor en Literatura. Vive en París desde 1976.
Julio Premat es doctor en Literatura. Vive en París desde 1976.

La conversación por whatsapp dura dos días. Julio Premat (1958) responde desde París, donde vive desde 1976 —”¿te suena esa fecha?”, escribe— y donde enseña literatura hispanoamericana en la Université París 8. Nos reúne la publicación de su nuevo libro, Borges: la reinvención de la literatura (Paidós, 2022), un muy lúcido ensayo sobre el autor de Ficciones, de cuyo nacimiento se cumplen este miércoles 123 años. El aniversario es, a la vez, el motivo por el que cada 24 de agosto se celebra en la Argentina el Día del Lector.

“Me di el gusto de poder escribir ‘mi’ Borges, que es lo que todo crítico especialista de literatura argentina sueña con hacer (…). Simbólicamente, publicar un libro sobre Borges es una especie de jalón”, dice Premat en diálogo con Infobae Leamos. Originalmente, en una versión abreviada, el libro fue una presentación sobre Borges para el público francés y estadounidense (se publicó ya en inglés y en francés). Ahora, para la versión castellana, amplió el conjunto. La borgeó.

“Tengo que salir, o sea que no podré contestarte durante un par de horas. Genial el intercambio, por suerte no soy yo el que tiene que escribir un artículo a partir de esto”, bromeará en un momento Julio Premat, miembro senior del Institut Universitaire de France. Porque de esto se trata: de un intercambio, de una conversación bifurcada, sobre cómo se lee a Borges en Francia; sobre Borges, Julio Cortázar y el lugar de París en la literatura nacional; cómo enseñar Borges a los jóvenes; Borges, Aira y la vanguardia; con qué cuentos empezar a leer a Borges; o bien un diálogo sobre el Borges mesiánico, el que iba por todo. Y sí, ahí vamos.

—En 1936, Borges publica “Historia de la eternidad” que, como señalás en el libro, marca una cifra de aquel “mesianismo” del escritor. Escribís: “Imagínense: un joven argentino se dispone, nada menos, que a escribir una historia de la eternidad”. ¿Cómo se articula aquel Borges con el de su etapa consagratoria, quien pedía que lo olvidaran, a él y a su literatura? ¿Será ese intento de desaparición del yo (“quiero el olvido” como programa) el contrapunto necesario para volverse clásico y, por tanto, reafirmar ese mesianismo fundador en él?

—Algo de eso hay. De hecho, resulta contraintuitivo hablar del mesianismo de Borges, porque tenemos todos en mente los gestos, las teorizaciones, las sentencias, que profieren la anulación del yo y la “nadería de la personalidad”. Y sin embargo, los gestos de ambición totalizadora y mesiánica son espectaculares (hacer una historia de la eternidad, fundar Buenos Aires, inventar un mundo diferente al nuestro, entero, etc.). Puede considerarse todo esto como una simple ambivalencia (exceso de modestia simétrico al exceso de ambición). Pienso, sin embargo, que se trata más bien de un dispositivo, de querer lograr ser un gran escritor y ocupar un lugar central a partir de la reescritura, la lectura, la modestia. Es decir, algo del tipo del pensamiento paradójico como forma de afirmar (una cosa y la otra al mismo tiempo), lo que es una característica de lo que puede hacer la literatura. Es decir, ser original proponiendo reescrituras de lo ya escrito, fundar mundos desde la modestia programática. Y, como decís, ser un clásico desde una petición de olvido.

—Esta marca que mencionás -la retórica construida del Borges modesto- parece acompañada por la imagen visual del Borges ya viejo, con la vista curva y el bastón. En cambio, no suele circular la imagen del Borges de la juventud, mesiánico y polemista. Da la impresión de que hay una maniobra de Borges en esto, pero me pregunto si también “la industria borgeana” no gestiona y reafirma esa imagen del Borges fuera del tiempo como estrategia industrial literaria.

—Sin lugar a dudas en la construcción de esa imagen hay un intercambio entre Borges y lo que poco a poco se fue definiendo como una “industria borgeana”, que siguió funcionando sola después de su muerte. Borges inventó una manera de ser gran escritor, opuesta a la que intentó (Leopoldo) Lugones y logró Victor Hugo, que se corresponde con una expectativa, con un lugar inteligible para las sociedades contemporáneas: una necesidad de sabiduría, de erudición, que no pasa por el alarde heroico sino por la duda, el interrogante, la desconfianza ante las categorías rígidas (como el nacionalismo). Todo eso lo encarnó con fuerza en su vejez, también como manera de ocultar los arranques subversivos de su juventud, aunque la mirada iconoclasta sobre el mundo siguió vigente, de alguna manera, después. A Borges se le hacían preguntas sobre todo, como si en él residiera la posibilidad de atribuirle un sentido y un valor a cualquier cosa, y no sólo a la literatura. Dicho esto, hay matices según los países: en Argentina ocupó el lugar, ansiosamente esperado, del Gran Escritor, y al hacerlo marcó duraderamente la literatura en ese país, que es mucho más especulativa y filosófica que la de otras naciones latinoamericanas. En cambio, en Europa o en Estados Unidos, la dimensión innovadora fue siempre más visible: se lo utilizó para darle legitimidad a las revoluciones teóricas de los sesenta en Francia o para imaginarlo como un precursor de internet y la literatura del copiar-pegar que postulan algunos vanguardistas actuales norteamericanos.

—De hecho, en las primeras páginas del libro observás que “a Borges se lo lee como a un clásico” y citás la categoría que el propio Borges señala de los clásicos, la de “misteriosa lealtad”. Y asociaba este último término a lo mesiánico y a la imagen “religiosa” que hay sobre Borges en Argentina, como si fuera una estampita. ¿Ves esta mirada religiosa sobre el autor, ligada a ese imaginario de “inaccesible” o “difícil”?

—En todo caso, es interesante el valor agregado que produce una imagen social. Borges es difícil (por eso es muy lindo enseñarlo, porque los estudiantes poco a poco van entendiendo), pero se lo respeta igual, su valor no se discute: leer a Borges trae cierto capital social, te sitúa de alguna manera en una jerarquía. De allí la “misteriosa lealtad”, que él mismo quiso suscitar, pero sin engañarse sobre las categorías. No es un valor absoluto, ahistórico y eterno, sino circunstancial. Él mismo criticó de manera velada a algunos clásicos, como Shakespeare o Cervantes, y frontal a otros, como Goethe o Gracián. Pero, al mismo tiempo, es un escritor que ha podido “resistir” a varios cambios de modas y a varios protocolos de lectura. Cambia su sentido cuando cambia la época, pero sigue activo, mientras que otros “grandes” latinoamericanos han envejecido estruendosamente (pienso en Carlos Fuentes o en Mario Vargas Llosa).

—Un paréntesis: ¿cómo creés que envejeció Julio Cortázar -otro escritor del podio nacional- frente a un Borges que se lee cada vez más como clásico?

—Me leés los pensamientos, porque cuando hice “click” para mandar el mensaje pensé que debería haber mencionado a Cortázar. Muy evidentemente, Cortázar es uno de los mejores escritores argentinos, pero hay una vertiente de su obra (la existencialista y comprometida) que se ha vuelto mucho menos interesante con el tiempo, porque se ve en ella un acercamiento digamos adolescente e ingenuo. Pienso en Rayuela, en el Libro de Manuel, por ejemplo. Pero es también un buen ejemplo de una literatura “difícil” (sobre todo Rayuela) que apasionó a los lectores por ciertos valores agregados de rebeldía, juego y juvenilismo. Y a pesar de la escasa influencia que tuvo en la literatura argentina posterior, los lectores siguen siéndole fieles: Cortázar es el escritor amigo, cómplice. Sus cuentos, o muchos de ellos, siguen siendo muy eficaces, creo.

—Si Cortázar es el escritor “amigo, cómplice”, ¿qué sería Borges ante los lectores?

—El escritor inteligente, el que nos hace sentir inteligentes y cultos, e incluso, para volver a lo de antes, de sentirnos a todos nosotros, los argentinos, inteligentes y cultos. Esa imagen compensa o contradice otras, claro.

—Justamente en el libro hacés hincapié en Borges como un inventor y transformador del pasado (“Una narración cronológica sobre Borges sería entonces un despropósito”, marcás). Quizás Cortázar quedó demasiado asociado al siglo XX, sea por la imagen del escritor comprometido, por el jazz en sus textos o su dadaísmo y Borges -al manipular el pasado-, a todos los tiempos.

—Sí, claro, y a pesar de las referencias surrealistas de Cortázar, Borges es mucho más ambiguo, resiste mucho más a interpretaciones cerradas. Cortázar se inscribe muy fuertemente en los sesenta, tanto latinoamericanos como europeos (desde Cuba a mayo del 68), mientras que Borges toma distancia, sobre todo a partir de los cuarenta, y se inscribe de manera distanciada y paradójica en su presente: es actual, es argentino, pero desde la ambigüedad y el anacronismo. Aira dice, despectivamente, que el mejor Cortázar es un mal Borges: es injusto, pero cierto que lo mejor de Cortázar es lo inquietante, turbio y polisémico de sus primeros cuentos.

—Es como decir que no podrían existir cuentos de Cortázar como “Continuidad de los parques” sin la aparición primero del cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (publicado en “Ficciones”), lo cual también es engañoso porque Borges toma a su vez esas ideas, por ejemplo, de Lewis Carroll.

—Sí, por supuesto, pero la operación de Cortázar con la literatura fantástica es mucho más fuerte y tradicional: actualiza, traslada, traduce, los grandes textos y temas de lo fantástico europeo. Mientras que, además de ciertos préstamos temáticos (como el tema del doble o de la imaginación que transforma lo real), Borges hace un uso más distanciado de la irrupción de lo insólito que implica lo fantástico: ante todo, la presentación de un razonamiento lógico, basado en discursos prestigiosos como la ciencia, la filosofía, la historia, para introducir allí lo impensable, lo desbaratador. En vez de volver un muerto o de aparecer un doble, en Borges se destruye el sistema mismo de comprensión del mundo que cimienta nuestra percepción cotidiana.

—Dedicás páginas a analizar el cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, que es un escritor francés imaginario pero no parisino, lo cual es todo un hecho programático que Borges le dé el estatuto de “reiventar la literatura” (haciendo juego con el título de tu libro) a un escritor de los márgenes. Borges crea su literatura enciclopédica desde un país como Argentina, como si también se reformulara el gran debate del siglo XIX de la identidad nacional tras la independencia de España.

Borges era totalmente ajeno al esnobismo por París (aunque no ajeno a todo esnobismo) y mantuvo una relación ambivalente con la literatura francesa. Evidentemente, inventar a un escritor francés de las “orillas” es a su manera un gesto irrespetuoso. El tema de la “identidad” que mencionás es, en él, fundamental. Considera que la única manera de no ser un escritor con “identidad” argentina, y por lo tanto menor o periférico, es reivindicar, como lo hace, una herencia universal, adelantándose a la globalización actual. Pero la definición de la tradición argentina como heredera de la tradición universal no es un cosmopolitismo trasnochado (como la de algunos escritores decimonónicos argentinos), sino una manera de insertar Argentina al lado, si no en el centro, de las más nobles tradiciones occidentales. Desdeña el debate de la identidad para propugnar una libertad, que es la libertad de estar a la altura de los grandes escritores europeos o estadounidenses.

— En ese sentido, ¿”Pierre Menard…” podría leerse -entre las muchas lecturas que hay del cuento- como una cifra no solo de la literatura de Borges, sino un planteo programático de hacer universal la literatura nacional?

—Totalmente. Lo de Borges no es redefinir lo argentino para confrontarse a lo universal, sino operar con lo universal para darle un lugar a lo argentino. Por eso los tan curiosos cuentos que mezclan la tradición gauchesca o el espacio pampeano decimonónico con problemáticas y personajes salidos de las más grandes tradiciones europeas (“Funes el memorioso”, por ejemplo, o “Historia del guerrero y la cautiva”). Hacer una especie de autorretrato paródico bajo la forma de un escritor menor francés que intenta reescribir el Quijote va, como lo sugerís, en ese sentido: redefine lo nacional incorporándolo a lo europeo.

—Comentabas que hay matices de cómo se lee a Borges según los países: ¿cómo se lo está leyendo ahora en París? ¿Notás cambios respecto a las primeras lecturas que se hicieron allí de él, tomando en cuenta que fue en Francia donde se hizo la primera gran traducción europea suya en 1951?

—Borges ha sido, de alguna manera, integrado a la percepción de la literatura que tienen los franceses (y hay pocos escritores en esa situación). Muchos escritores lo citan como referencias evidentes, o sea que forma parte del horizonte de escritura contemporánea aquí, y hay muchos lectores de él. La especulación también forma parte de la tradición francesa.

—En otro de los tramos del ensayo destacás “la modificación de su juventud (de Borges) para volverse compatible con el proyecto literario del escritor y con el relato”, sobre la base de elegir por ejemplo no reeditar ensayos de la juventud o bien modificar poemas. ¿Cuál sería a tu entender una buena forma de aproximar a Borges a las nuevas generaciones de lectores?

—Como siempre, y para cada generación, me parece importante bajar del pedestal y sacar del mármol a los grandes escritores que las instituciones tienden a fosilizar y de alguna medida a volver ilegibles, si leer implica una puesta en duda de certezas y una experiencia íntima de apropiación. Hay que ver al gran sabio enciclopédico como una construcción y acentuar la mirada original, iconoclasta, sobre el mundo que tuvo. Lo enseño a menudo a estudiantes franceses y funciona muy bien a condición de ritualizar el saber y la referencia erudita no como valores opresivos sino como juegos subversivos. Por eso me gustó la tapa que imaginó la gente de Paidós, con su leve ironía y su aspecto colorinche (casi psicodélico o queer).

—En 2021 publicaste “¿Qué será la vanguardia? Utopías y nostalgias en la literatura contemporánea”, editado por Beatriz Viterbo. ¿De qué manera Borges es vanguardia en esta literatura contemporánea? ¿Sigue siendo correcto hablar de vanguardia en Borges?

—Sin duda, varios aspectos de la obra de Borges tienen que ver con posturas vanguardistas: la idea de la polémica, la ambición fundadora, la irreverencia por las categorías establecidas, el interés por la forma que linda con el que se puede tener por el procedimiento. Su uso irrespetuoso del pasado coincide hoy con ciertas posiciones de autores que retoman ecos vanguardistas. Esos escritores tienden, por otro lado, a leer a Borges como vanguardista, por ejemplo Pablo Katchadjian y su célebre Aleph engordado.

—Pienso en Aira publicando más de 100 novelas y esquivo a las entrevistas y Borges, “el cuentista”, autor clásico sin novela, gestor de sí mismo en la comunicación masiva en los medios. Y, sin embargo, lo duchampiano está en Aira y Borges, produciendo ambos un programa conceptual. ¿Qué rastros de Borges encontrás en Aira?

—Me parece que las marcas borgeanas en Aira son muchas, a pesar de las diferencias, lo mismo sucede por otro lado con Borges/Saer (N. de la R.: Premat fue coordinador de Borradores inéditos, cuatro tomos de manuscritos de Juan José Saer). El primer texto escrito de Aira es una parodia del uso de la filosofía por Borges en el marco pampeano (Las ovejas). También, en sus comienzos, pasa por la escritura de un diccionario enciclopédico, obsesionado por la totalidad y el juicio (Diccionario de autores latinoamericanos), pero sobre todo es marcante, creo, la importancia de su figura de autor, entre modesto y dudoso, tanto como su concepción del sentido, el uso de la paradoja, el rechazo constante por el sentido unívoco, el gusto por la ambigüedad. Además de cierta atracción por lo que podríamos llamar, no muy rigurosamente, la literatura de imaginación, derivada de lo fantástico.

—Cerramos acá: ¿qué libro recomendás para empezar a leer a Borges?

—Más que el primer libro, de lo que se trataría es del primer texto, hasta tal punto cada cuento o cada ensayo es un mundo en sí mismo. La experiencia pedagógica me confirma que “Las ruinas circulares”, “El Sur”, “Tema del traidor y del héroe” de Ficciones, “Historia del guerrero y la cautiva” de El Aleph y “La muralla y los libros” de Otras inquisiciones funcionan bien. Otro consejo de lectura, pero ya en términos más exigentes, es alternar cuentos de Ficciones y El Aleph con los ensayos de Otras inquisiciones.

Quién es Julio Premat

♦ Nació en Buenos Aires en 1958. Es doctor en Literatura por la Université de Paris III - Sorbonne Nouvelle y es catedrático de literatura hispanoamericana en París, donde vive desde 1976.

♦ Dirige el grupo de investigación Literaturas Contemporáneas del Río de la Plata. Ha publicado ensayos sobre las obras de autores como Haroldo Conti, Antonio Di Benedetto, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti y Leopoldo Lugones, entre otros.

♦ Es autor de La dicha de Saturno. Escritura y melancolía en la obra de Juan José Saer, Héroes sin atributos. Figuras de autor en la literatura argentina, Érase esta vez. Relatos de comienzo, ¿Qué será la vanguardia? Utopías y nostalgias en la literatura contemporánea y Borges: la reinvención de la literatura.

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