Un instante. Un método. Una de las formas de muerte violenta. Una encerrona: de ese lugar no se puede salir. Un desencadenante. Una decisión definitiva. Dejar todo atrás, inconcluso. Todo queda inconcluso igual. Una carta (como la que deja el protagonista del cuento con título clave: “No se culpe a nadie”, de Julio Cortázar). Quedan las personas queridas. Queda el daño, el dolor, la tristeza. La pregunta por el motivo o la serie de motivos que llevan a alguien al suicidio. Un enigma a develar.
El duelo es diferente. Sobre todo, si se escribe sobre el suicidio de una madre, de un padre. Implica atravesar de nuevo el dolor, una y otra vez, como si se estuviera planchando una prenda que siempre, de todos modos, queda arrugada. Un Sísifo doméstico (ese personaje mitológico griego que es castigado por los dioses por su soberbia, o su astucia, con la ceguera y la obligación de subir la misma piedra pesada a la cima de la montaña una y otra vez, para toda la eternidad). El mito de Sísifo (1942), de Albert Camus, se lo plantea. “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio”, escribe el autor francés, y propone el absurdo de un Sísifo positivo que vuelve a afirmarse en la rebeldía. Una y otra vez.
El desafío de ser hijo o hija y escribir ese dolor, rodear la muerte. ¿Aceptarla? Composición tema: el suicidio.
Hay algo que tiene que decantar y entonces, tal vez, se puede (sobre todo, si se es escritor/a, periodista, si ya se escribía de antes), escribir.
“Escribir es una idea simple”, apuntó en ensayista francés Ronald Barthes, “tan simple como la idea del suicidio”.
La reciente publicación de Efectos personales (Emecé), de la escritora argentina Marina Mariasch (Buenos Aires, 1973) reabre la palabra sobre un tema tabú. Su madre (la madre real de la autora) se suicidó. Y el tiempo que decanta habilita la escritura.
La novela empieza con dos verbos en infinitivo, y la afirmación: “Hablar es perder siempre”. Después, una narradora protagonista en primera persona cuenta la historia.
En una entrevista para Infobae, Hinde Pomeraniec le pregunta a Mariasch si la suya es una novela de no ficción (el género con el que Truman Capote categorizó su libro inaugural A sangre fría en 1965). La autora responde que no cree en las categorizaciones de géneros (eso que tanto se discute hoy: la fluidez). Eso puede rastrearse en su producción: por estos días, también, Caleta Olivia publicó su libro de poesía La pequeña compañía. Ya había publicado los libros de poesía coming attractions, xxx y tigre león; es autora de ensayos colectivos como La pija de Hegel o ¿El futuro es feminista?, con Mercedes D’Alessandro y Florencia Angilletta, y de las novelas El matrimonio y Estamos Unidas.
Efectos personales es un libro espiralado que gira y crece en torno a la figura de esa madre suicida. No se pregunta por qué. O mejor dicho, la respuesta se sobreentiende, se retoma y se descarta y es: por amor (por el amor, o el desamor, de un hombre). También, se rodea:
“He visto a una persona matarse por amor como el joven Werther (el protagonista de Las penas del joven Werther, del escritor alemán Goethe. N de la R) y los jóvenes de la época que lo leyeron y se contagiaron. El amor es un virus, como el lenguaje. Un flujo, una corriente que no para. Contiene opacidades y contratos…. En el terreno minado del amor todo es experimento, no se puede saber nada. Todo lo que sé del amor me lo enseñaron los animales y las plantas pequeñas”.
Y también se explica, se buscan otras explicaciones: “Mamá se quiso sacar de encima el amor y como no pudo se sacó de encima el mundo”.
O: “Se quería ir. Se quería ir todo el tiempo. Quería estar en otra parte, pero esa parte siempre parecía correrse de lugar. Hasta que se corrió ella. Se corrió del mundo”.
Queda, se narra, lo otro: haber elegido un cuarto de hotel desde donde arrojarse (una acción con antecedentes: ya lo había hecho antes), la pelea previa y la sensación de culpa inevitable, lo que pasa y lo que queda: la vida. Los vínculos de la protagonista con su hermana, con la tía, una empleada, Susana, un ex, novios, hijos, una chica amante, partes de un entorno que permite el tránsito, el planchado de esa camisa con alguna arruga rebelde, un pliegue nuevo, la insistencia de Sísifo.
“¿Estaré succionada por esta historia, por la muerte misma?”, se pregunta la narradora. “No”, responde. “El duelo es una habitación de la que se puede abrir la puerta”.
La poeta brota en tantas frases, como por ejemplo: “Desenrrollo el relato de la noche y le tiendo una alfombra a las cenizas”.
En la contratapa del libro se lee: “Efectos personales ensaya con materiales autobiográficos la manera de componer una novela para lo que no tiene palabras. Como una detective en carne viva, como una poeta del absurdo, Marina Mariasch recurre a una escritura bella y filosa para unir los fragmentos dislocados de una historia que es, en gran medida, un grito ante una tumba mal cerrada”. Esa tumba que encuentra un espacio alternativo en el cementerio de La Tablada (los suicidas no son bienvenidos en los Camposantos).
La figura de la hija detective que investiga el suicidio de su madre y se pregunta por la verdad se despliega también en la novela de la escritora francesa Delphine de Vigan, Nada se opone a la noche (Anagrama, 2012), que comienza con el hallazgo del cadáver de la madre por parte de la hija. El hecho y la reflexión sirven de marco para internarse en la biografía de una madre desaprensiva y compleja.
Fotos familiares, grabaciones del abuelo, filmaciones y entrevistas son parte del material “real” a partir de lo cual la autora reconstruye esa vida, sin contar con su voz, al margen de la nota que deja y cuya lectura será clave en la resolución del enigma: “Sé muy bien que os voy a causar tristeza, pero resulta inevitable antes o después y prefiero morir viva”.
“No tengo ningún recuerdo de que mi madre me haya ofrecido escuchar de su boca los distintos acontecimientos que marcaron su infancia, quiero decir habiéndolos evocado relatándolos con el yo, que nos hubiera permitido acceder, al menos en parte, a su visión de las cosas. Lo que en el fondo me falta es su punto de vista, las palabras que hubiese elegido, el orden de importancia que hubiese atribuido a los hechos, sus propios detalles”.
Como el amor que Mariasch aprende de los animales y de los niños, de la escritura de su hijo en una tarea escolar, De Vigan rescata una respuesta que también resulta en aprendizaje: “Nadie puede impedir un suicidio”.
Nada se opone a la noche fue una novela multipremiada y saltó veloz a las listas de bestsellers. La autoficción y la revelación de secretos familiares (destapar la olla del suicidio lleva a decir lo que no se dice, mostrar lo que no se ve) tuvo sus consecuencias para la autora, que ficcionaliza y usa esas mismas acusaciones de material en su novela siguiente: Basada en hechos reales. Así como Nada se opone a la noche trabaja sobre la idea de que no hay una verdad sino versiones, en Basada en hechos reales da una vuelta de tuerca y la ficción construye lo real.
Un camino diferente es el que emprende el periodista, sociólogo y doctor en historia argentino Martín Sivak, autor de libros de no ficción como Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales (2007). En El salto de papá (Seix Barral, 2017), decide encarar ese hecho doloroso: el suicidio de su padre, el abogado y banquero Jorge Sivak quien, el 5 de diciembre 1990, se arroja del piso 16 del departamento de su padre Samuel, luego de enterarse de la quiebra del banco Buenos Aires Bulding, parte del emporio familiar fundado por Samuel Sivak con fondos del Partido Comunista.
El Caso Sivak que resonó en los medios, sin embargo, no se refiere a ese suicidio sino al del secuestro y asesinato del tío del autor, Osvaldo Sivak, uno de los hermanos de Jorge y que también se narra en el libro en un complejo entramado donde la trágica saga familiar se entrelaza con la historia política de la Argentina.
Una cita del libro Acerca del suicidio de Karl Marx, que funciona como epígrafe al libro de Mariasch, también ilumina el texto de Sivak: “La revolución no ha hecho caer a todas las tiranías; los disgustos que se han reprochado a los poderes arbitrarios subsisten en las familias; causan crisis análogas a las de las revoluciones”.
El salto de papá, que contó con varias reediciones, se construye a partir de una investigación periodística que se interna en los silencios y en las zonas oscuras, pero también en los claros del bosque: una infancia en el contexto de una familia rica, un exilio con “privilegios”, la mirada limpia de un niño y, luego, la caída desde lo alto (la impronta trágica) que abre el recorrido del cronista, dando como resultado una no ficción atravesada por un duelo que decanta con el tiempo transcurrido:
“Todos estos años —todas estas palabras— fueron un intento de aceptar la tragedia, o dejarlo ir, o soltarlo con un abrazo largo y final. E intentar salir con el pecho hacia delante, el cuerpo erguido, pensando en la indicación de los entrenadores sobre cómo poner el cuerpo en la barrera: no pensar en el golpe sino en la jugada siguiente”.
Hay espacio para el reclamo:
“No sólo eso. Nos dejó sin tantas respuestas. Nos dejó sin la alegría de hacer cosas juntos los domingos. Nos dejó una estela de desorden que se adhirió a sus fotos ya viejas para siempre, a sus objetos nunca desgastados por el uso y reemplazados, a su ser y hasta a su nombre, que es mi nombre y el de mi hermano, su hija Héloïse, y el de mi hijo”.
El autor desnuda, generoso, el procedimiento:
“El ejercicio consistió en saturar el suicidio, las evocaciones de otros; saturarlo hasta que la pantalla estallase con los puntos blancos, negros y grises y el shhhhhhhhhh con que se cortaba la transmisión de los canales de aire en el pasado. Decirlo, repetirlo, repetirlo. Hablar de la convivencia de un cuarto de siglo con ese salto. Todo sobre aquel salto de papá”.
En 2018, un año antes de que Peter Handke recibiera el Premio Nobel de Literatura, la editorial Alianza reeditó Desgracia impeorable. La novela fue publicada por primera vez en 1972, un año después de que la madre del escritor austríaco se suicidara por sobredosis de narcóticos. Es un libro duro en el que el autor intenta reconstruir el vínculo con esa madre y su vida, en parte a través de los libros que ella leía “como si fueran una descripción de su propia vida, los vivía; con la lectura salía de sí misma por primera vez en su vida, aprendía a hablar de ‘ella misma’, con cada libro se le ocurría algo más sobre sí misma. De este modo, poco a poco fui conociéndola”.
La figura de la madre suicida lectora es retomada por el escritor Patricio Pron (Rosario, 1975) en su relato “Un reino demasiado breve”, publicado en el diario El País, en el que imagina un futuro para Berthe, la hija de Emma Bovary, protagonista de Madame Bovary de Gustave Flaubert. Aquí es una ficción hija de otra ficción: nadie, en ese cuento, existió en la “realidad”. Y sin embargo, el relato puede hacernos dudar porque está escrito en presente, como si Berthe realmente hubiera existido. Como si, en realidad, la hija de Emma encontrara una salida, una respuesta, a través de la lectura. Tal vez, a través de la ficción el texto de Pron, de una pista, una respuesta posible al enigma. Tal vez, se trate de eso: de hijos que leen a sus madres o padres suicidas, y logren correr ese velo a través de su propia escritura. Tal vez no puedan encontrar allí todas las respuestas, porque no las hay. Entonces, por eso, lo que queda (la salida) es la lectura.
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