Virginia Woolf: por qué sigue vigente la feminista que usó la falsa modestia para cambiar el mundo

Las ediciones más recientes del trabajo de la escritora británica ayudan a entender cómo hizo para cuestionar el patriarcado de su época con recursos inesperados.

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Virginia Woolf se suicidió en
Virginia Woolf se suicidió en 1940, a los 59 años. Harvard University Library / Wikimedia Commons

Irónica, detallista, moderna, precisa en sus oraciones largas y complejas, venenosa y divertida: Virginia Woolf no descansa. Si la sola mención de su nombre invita a evocar a la flaca, con cara seria y destino suicida que vemos en fotos y películas, internarse en sus textos es una experiencia vital, de alta tensión, que desafía la inteligencia y la agudeza de las emociones. En ediciones austeras y a la vez muy cuidadas (estilo Virgie), la Woolf ataca otra vez.

Una mujer alta y mal vestida, dice Ana María Álvarez en “La literatura no es terreno privado”, prólogo a Los artistas y la política (Ediciones Godot). Y dice más: “Es, no cabe duda, una intelectual. Sus obras son complejas y su estilo, poético e incomprensible. Virginia Woolf vive en una casa elegante y pasa sus horas leyendo en la Biblioteca Británica. Su mente se ocupa de la hermana de Shakespeare, la señora Dalloway, de Horace Walpole y el arte de la biografía, no de los platos por lavar o de la compra del mes. Es una artista, un genio.

Las fotos que existen de ella parecen confirmar esa impresión. La muestran con expresión meditativa, perdida en una reflexión demasiado trascendente como para preocuparse por algo tan banal como una cámara fotográfica frente a sus ojos. También es melancólica, depresiva. Está bastante lejos de parecer una activista política”. Y sin embargo, los textos que propone este libro están implicados en la trama política en su concepción filosófica y más genuina.

En las conferencias, ensayos y cartas reunidos en Los artistas y la política, Woolf se despacha a favor de la educación para todos (especialmente para las mujeres, que estaban privadas de ir a la universidad, como lo hacían sus hermanos), a favor del derecho al acceso a la literatura (y en contra de didácticas que achataban la riqueza de los textos). También se pronuncia sobre el poder de sugestión de las palabras, “que no viven en los diccionarios, viven en la mente” dice Woolf y toca de frente un tema que gana intensidad en estos días: ¿quién es dueño del lenguaje? Se ocupa, por si fuera poco, de otros temas siempre candentes en la flamante sociedad industrializada de su época, fervorosamente capitalista y monárquica, como era el caso de Inglaterra. Y entonces aparece la disección -pieza por pieza- del patriarcado y el feminismo, en una prosa elegante, lógica e irrevocable.

"Los artistas y la política"
"Los artistas y la política" compila cartas, ensayos e intervenciones públicas de Woolf.

Woolf dispara: “La historia de Inglaterra es la historia de la línea masculina, no de la femenina. De nuestros padres siempre sabemos algún hecho, alguna distinción. Fueron soldados o fueron marinos, ocuparon ese puesto o hicieron tal ley. Pero de nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras bisabuelas, ¿qué queda? Nada, si no la tradición. Una era hermosa, otra era pelirroja, a otra la besó una reina. No sabemos nada de ellas, excepto sus nombres y las fechas de sus matrimonios y el número de hijos que tuvieron”, dice Woolf.

Será el feminismo del siglo XX, el feminismo que daría el voto y cierta autonomía económica a las mujeres, el hilo dorado que trama sus ensayos, novelas, cuentos, cartas e intervenciones. Y esta es la ocasión de ver y palpar en directo (palabra por palabra) la fuerza y el brillo de ese hilo de oro.

Porque estos ensayos se enlazan con Tres guineas (Ed. Godot), y con toda la obra de no ficción de Woolf. Como ya lo hiciera en Un cuarto propio –un texto ya clásico – donde reclama la posibilidad de que las mujeres escriban ficción, en Tres guineas Virginia Woolf plantea la intervención política de las mujeres más allá de la influencia sutil e íntima que puedan ejercer sobre los hombres con quienes forman matrimonio, la “única actividad social permitida a las damas de las clases acomodadas”, dice Woolf.

El disparador de Tres guineas es simple: Virginia responde a una carta recibida de un señor que pregunta: “¿Cómo, en su opinión, podemos impedir la guerra?”. A partir de esta pregunta, “hecha por un hombre a una mujer”, el texto se basa en el recurso de la falsa modestia para desarmar (guinea por guinea) el sistema que en pleno siglo XX marginaba (¿lo sigue haciendo?) a las mujeres de la universidad, de las profesiones y de la vida política.

De la pregunta epistolar del señor, que suscita las más de 200 páginas explicativas, el texto pasa a analizar la existencia del “Fondo para la Educación de Arthur” (FEA), es decir, el dinero destinado en cada familia a los hijos varones para que acudan a Oxford o Cambridge, y el esfuerzo que este fondo de ahorro suponía para las hijas mujeres y el resto de la familia. Y, a partir de allí, la diferencia abismal que la sociedad ejercía en relación al uso del dinero por parte de las mujeres y el acceso a la vida pública, profesional, política y, en definitiva, a ninguna injerencia sobre la decisión de hacer (o no) la guerra.

Al modo de Sor Juana Inés de la Cruz en su carta a Sor Filotea, en Tres guineas Virginia Woolf hace uso del recurso de la falsa modestia –y muchos ejemplos y preguntas, “las tretas del débil”, tal como decía Josefina Ludmer- para organizar un discurso en el que describe la enorme desigualdad económica, cultural, social, educativa, en fin, de libertades en general, que separa a hombres de mujeres.

Dice Woolf sobre el final del ensayo: “Pero si fue asombroso que alguien nos pidiera a nosotras una opinión acerca del modo de impedir la guerra, resulta aun más asombroso que se invoque nuestra ayuda, en los términos más bien abstractos de su manifiesto, para proteger la cultura y la libertad intelectual. Señor considere lo que significa este pedido suyo a la luz de los hechos que hemos presentado. Significa que en el año 1938 los hijos de los hombres instruidos les están pidiendo a las hijas que los ayuden a proteger la cultura y la libertad intelectual. ¿Y por qué que pregunte usted resulta tan asombroso? Imagine que el duque de Devonshire bajara a la cocina con su estrella y su liga y le dijera a la sirvienta, que está pelando papas con los cachetes tiznados: ‘Mary, deje de pelar papas y venga a ayudarme a interpretar este pasaje tan oscuro de Pindaro’. Acaso de la sorpresa de Mary no sería tal que iría corriendo a decirle a Louise, la cocinera: ‘¡Madre mía, el señor se volvió loco, Louise!”.

Tres guineas se organiza en tres capítulos (uno por guinea) y extensas notas explicativas, es decir, todo queda demostrado.

Y sin embargo, excéntrica

Pero si queremos saber más sobre Virginia Woolf y seguir leyendo sus diatribas y humoradas en ensayos y cartas, podemos arremeter con otra colección de textos que se las trae. Se trata de Las excéntricas (ediciones Godot), una serie de artículos sobre mujeres muy especiales.

En "Las excéntricas" Woolf explora
En "Las excéntricas" Woolf explora el género biográfico, muy presente en sus años de producción.

“Así como hay gente que no termina de decidir si una tortuga es una mascota muy estática o un adoro muy inquieto, a Virginia Woolf, en el fondo, le cuesta decidir si la excentricidad es algo que tiene que cultivar o esconder, si es un motivo de admiración o un motivo de burla”, dice Matías Battistón, traductor y estudioso de Virginia Woolf, que materializó la idea que la escritora esbozó en su diario el 19 de enero de 1915: “Creo que un día escribiré un libro de excéntricas”.

Entre la locura y el ridículo, entre el exceso de lógica aplicada y el sin sentido de pensarlo todo, Virginia Woolf define la excentricología como una tipología humana: “No se trata de una profesión que pueda iniciarse a una edad avanzada ni ejercerse exitosamente a fuerza de voluntad pura. Desde luego, (los excéntricos) pueden caminar de arriba abajo por Tottenham Court Road envueltos en una toalla imitando a los griegos, o adoptar a una pantera de mascota o enterrar todo su oro en el sótano y sentarse en las tumbas. Pero nunca engañarán –al menos eso esperamos– al editor del Dictionary of National Biography con ese tipo de artilugios vistosos. La marca de todo excéntrico auténtico es que nunca, ni por un momento, se le cruza por la cabeza ser un excéntrico”, define la escritora.

Las excéntricas entonces es un desfile divertidísimo de mujeres más o menos célebres, con un comportamiento desacomodado al orden esperable. Damiselas particulares, como la duquesa de Newcastle (nacida en 1624) cuyo único afán en la vida era ser famosa, cosa que logró por ser “llamativa en su modo de vestir y ordinaria en el hablar”, según Virginia. Casada no por “amor erótico sino honesto, honorable” con el marqués de Newcastle, la excéntrica dama “podía inventar modas para ella y para sus sirvientes. Podría escribir en un frenesí cada vez mayor con dedos cada vez menos capaces de formar letras legibles. Incluso podría lograr el milagro de hacer que representaran sus piezas teatrales en Londres y que sus oratorias filosóficas fueran hojeadas humildemente por los eruditos. Ahí están en el Museo Británico tomo tras tomo, llenas de una vitalidad difusa, inquieta, porque el orden, la coherencia y el desarrollo lógico de sus argumentos son cosas que ella ignora por igual”, dice el texto.

Hay que decir que la escritura de vidas excéntricas es un proyecto basado en la biografía, un género muy en boga en la Inglaterra de Woolf. Porque uno de los debates de la época –que se reactiva en estos días y que la crítica literaria combate y a la vez estimula– es la relación entre la obra de arte y la vida privada del artista. ¿Qué valor tiene estudiar la vida privada del artista cuando se estudia su obra? ¿Leemos textos o autores? ¿De qué manera la biografía puede iluminar, ampliar sentidos, esclarecer una mirada analítica de la obra en cuestión?

Virginia Woolf para Vogue
Virginia Woolf para Vogue

En el caso de Virginia Woolf, volver a decir que se suicidó en 1940 (con 59 años), que escribió hasta el último momento de su vida, que se la recuerda en películas, novelas, relatos, ensayos y notas de prensa, que se la sigue reeditando y traduciendo, no alcanza para contar las sensaciones que suscita la lectura de sus novelas (especialmente Las olas y Orlando, pero también Al faro y La señora Dolloway).

Y si se trata de leer su vida como una de las excéntricas más excéntricas de su siglo, vamos a leer entonces a una mujer que desde una posición económica de bienestar y con un acceso a la cultura privilegiado para su género y para su época, bramó al mundo injusticias y diferencias sociales y de género, denunció excesos y atrocidades (la guerra, por ejemplo, el patriarcado), se sumergió en la expresión escrita poética y arrolladora desde la pasión, los sentimientos y todas sus contradicciones, apostó en cada palabra a la ampliación de la imaginación y la sensibilidad de lectoras y lectores de todas las épocas y de todo el mundo. Una fuera de serie, rara, loca e infinita. A la que siempre diremos gracias.

Dejarse llevar por el oleaje de las sensaciones

“La literatura no es terreno privado de nadie”, dice Virginia Woolf en uno de sus ensayos. La literatura es de todas, de todos, y leer las novelas de Virginia Woolf es una experiencia inefable. Las novelas de Virginia Woolf pueden mostrar el proceso de cambio de la mente de un personaje. O mostrar –en vivo y en directo y a través del puro lenguaje– cómo un personaje pasa de ser hombre a ser mujer. O pasa de un siglo a otro. O pasa de un estado de exaltación a la angustia terrible que solo provoca el ver al amado en brazos –en el beso– de otra o de otro. Ese vértigo del cambio de estado, que ocurre, y ocurre, y no para de ocurrir porque no puede parar, se despliega, por ejemplo, en Las olas.

Leer Las olas es una experiencia de vida. Es momento de decirlo. Dejen todo y vayan ya mismo a leer Las olas. Que nadie abandone este mundo sin haber leído Las olas. Debería ser una novela de lectura obligatoria (en el mundo, en la vida).

Un fragmento de “Las olas” para tentarse y seguir

Aquí, Bernard, Neville, Jinny y Susan (pero no Rhoda) rasan los parterres con sus redes. Espuman las mariposas de las móviles cabezas de las flores. Peinan la superficie del mundo. Sus redes están llenas de alas batientes.

“¡Louis! ¡Louis! ¡Louis! “, gritan. Pero no pueden verme. Estoy al otro lado del seto. En la masa de hojas solo hay menudos orificios, como ojos para ver. Dios mío, déjalos que pasen. Dios mío, permite que deje las mariposas envueltas en un pañuelo, sobre la grava. Déjales contar cuántas mariposas blancas, cuántas rojas y cuantas moteadas han atrapado. Pero permite que no me vean. A la sombra del seto, soy verde como el tejo. Mi cabello es de hojas. Estoy enraizado en el centro de la tierra. Mi cuerpo es un tallo.

(...)

“Por entre el claro en el seto”, dijo Susan, “vi cómo Jinny le besaba. Alcé la cabeza inclinada sobre la maceta, y miré por el claro en el seto. Vi cómo Jinny le besaba. Los vi, a Jinny y a Louis, besándose. Ahora envolveré mi angustia en el pañuelo que siempre llevo en el bolsillo. Y la angustia quedará prietamente apretujada, en una pelota. Sola iré al bosque de hayas antes de clase. No me sentaré a la mesa para hacer sumas. No me sentaré al lado de Jinny, no me sentaré al lado de Louis. Tomaré mi angustia, y la dejaré sobre las raíces, bajo las copas de las hayas. La examinaré y la tomaré con las puntas de los dedos. No me descubrirán”.

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