“Este está bueno”, dice Lucio mientras alza la mirada para ver si alguien a su alrededor toma el comentario como una invitación. Lee como si probara con la lengua los bordes de cada palabra y su dedo pequeño se mueve de una viñeta a otra. Ultra zombies. Humor descerebrado es una historieta de Pablo Henríquez y Javier Rovella (Ediciones de la Flor) que para Lucio -que aprendió a leer “hace poco, muy poco, ¿entendés?”- tiene el sabor de las conquistas inimaginadas. “Voy por la página 47″, “ahora estoy en la 73″, “terminé”, celebra un tiempo después. Entonces vuelve a empezar. Lucio encontró en Ultra Zombies algo más que una historia y personajes disparatados. Encontró un camino que va a recorrer a su ritmo.
Como él, muchos entran a la lectura por la puerta de la historieta. Disponibles en revistas escolares, suplementos dominicales y hasta en los papelitos de los chicles, las historietas potencian el desarrollo de las habilidades de lectura y decodificación de imágenes e, incluso, el juicio crítico y el manejo del humor y la ironía. En su manifiesto, el movimiento cultural Banda Dibujada afirma: “Consideramos al género como un portal de indudable riqueza para el ingreso del niño al mundo de la lectura y los libros”.
Hace poco más de un mes, en una mesa sobre lectura en el marco de Filba Santiago del Estero, el escritor y guionista argentino Luciano Saracino contó que se enamoró de la literatura el día que abrió por primera vez la historieta Dago, de Robin Wood: “Crecí en Villa del Parque y para ir al colegio había que cruzar una vía de tren. Había, en ese cruce, un quiosco de revistas. Era la década del 80 y los kioscos de revista eran galerías de arte. Mientras esperaba que levantara la barrera me dedicaba a mirar las tapas de revista. Un día llegué al quiosco y me encontré con una portada que me miró a los ojos. Hay una canción de Charly García que dice: ‘el mundo hizo ¡plop! y nadie entonces podía entender qué era esa furia’. A ese pibe de guardapolvo blanco y maletín el mundo le hizo ¡plop! con esa portada”.
Contó Saracino que ahorró el dinero de las golosinas y al terminar la semana se compró la revista. Llegó a su casa la abrió y leyó: “Las campanas redoblaron gravemente y su voz metálica, pesada, casi lúgubre, se multiplicó en ecos por los viejos callejones en sombras, por sobre los negros canales de aguas quietas, sobre los antiguos palacios agotados de tiempo. Venecia se acurruca en la noche helada, gatos y fantasmas reptan por las tinieblas. Un remo chapotea”. Y fue esa lectura la que le cambió la vida. “Yo era un rubiecito con asma, pero queria ser Dago”.
Largos años después, Saracino -ya escritor- recibió un llamado para continuar las aventuras de Dago, porque su autor Robin Wood ya no podía hacerlo. Escribió 6 libros entre 2020 y 2021 de los que, por ahora, solo salió en la Argentina Dago. El dios pájaro (Deux Books), con ilustraciones de Sergio Ibáñez.
“La historieta es un mundo al que si entrás no salís. Yo entré de muy pequeño, mi viejo en mi casa leía historietas todo el tiempo. Fue una historieta lo primero que leí solo. Era una tira que venía en los chocolatines Milkybar. Todavía recuerdo que estaba en el umbral de mi casa, agarré el papelito de la historieta y me di cuenta que la podía leer. Salí corriendo por el pasillo a contarle a mi viejo. ‘Sé leer, sé leer’, le decía”. Es el relato de Marcelo Danza, librero y editor, que junto a Roberto Sotelo y César Da Col lleva adelante la colección “¡Toing!”, de Comiks Debris. Uno de los principales objetivos del sello es compilar y publicar en formato libro las historietas que salen en los medios gráficos y suplementos, y así preservar esas obras que de otro modo quedarían dispersas.
Ahora tienen entre manos un rescate del que se puede adelantar poco, pero va a dar que hablar: se trata de una tira que hicieron en los noventa Graciela Montes y Gustavo Roldán hijo, y que será una novedad de 2023.
Porque son accesibles, porque tienen un lenguaje económico pero expresivo, porque lo que no se dice, se ve. Porque todo es acción, porque son irreverentes y divertidas. Porque sus personajes son espejos en los que nos gusta mirarnos. Porque demandan tiempos fragmentarios de lectura y porque al ser por entregas nos hacen esperar, y adoramos darle cuerda al deseo. Por todo eso, las historietas son nuestros primeros amores libros.
Y también porque en las historietas no hay corrección política ni didactismo, tampoco lenguaje prescriptivo. Y esa libertad hace que las lectoras y lectores más pequeños las abracen con fruición, porque saben que no tienen hilos ocultos.
“Las historietas se comparten. Las chicas y los chicos se las recomiendan entre ellos. Cuando uno encuentra una que le fascina no tarda en pasársela a sus amigos. En el taller pasa todo el tiempo, todos traen la mochila llena de libros”, cuenta Clara Lagos, ilustradora e historietista que coordina un Club de Historietas para chicas y chicos de 8 a 11 años. “Decidimos que sea un club en el que cada una y cada uno traiga su propia propuesta, tenga un espacio de encuentro, de intercambio y de creación en libertad. Apostamos a romper con la idea de lo que yo llamo ‘niños oficinistas’ siempre aplicados a tareas útiles y formativas”, suelta Lagos.
Los chicos llegan al club conociendo unas pocas historietas, pero al tiempo ya son críticos sagaces y recomendadores apasionados. “Hay algunas que tienen fanáticos y detractores, y es apasionante asistir a las conversaciones en torno a sus lecturas”, comenta. Para Lagos el enganche es inmediato, sobre todo porque las historietas no intentan enseñar nada, “más bien van por el absurdo, por el error, por la irreverencia. Eso es algo que los chicos valoran”.
La experimentación y la poesía, dice la escritora Cristina Macjus, es parte del encanto. Ella, que puede completar varios estantes de libros de narrativa publicados, se volcó recientemente a la historieta con el libro Dos cositos marinos (Monopatín), ilustrado por Nico Lasalle. “Es un libro más de sensaciones que de tramas. Son dos cositos, sentados en un submarino en el medio del mar, pescando y conversando. Están ahí eligiendo cómo pasar cada día, con posibilidades infinitas”, resume Macjus.
Amigos, familias, escuelas, vecinos, chicos, chicas, elefantes, cocodrilos, ratoncitos, zombies, robots, aliens y monstruos; terror, filosofía, misterio y aventura. Hay historietas para todos los gustos, viñetas atiborradas de imágenes y otras limpias y apacibles. Para pensar, para reír, para enamorarse de la lectura.
Si están pensando en abrir la puerta de la historieta para salir a jugar, o para celebrar el Día de las Infancias, aquí les dejamos algunos recomendados que nos acercaron nuestros entrevistados, con especial atención en los títulos que nos soplaron las chicas y los chicos del Club de Historietas.
“Mini mundo”, de Mariana Ruiz Johnson (Comiks Debris)
Publicadas originalmente en Jardín de Genios y compiladas recientemente en formato libro, desfila por estas tiras una galería de personajes de esos que son marca registrada de Ruiz Johnson, tan singulares como tiernos, tan divertidos como curiosos. Con imprenta mayúscula para lectores de estreno.
“Una dulce jardinerita”, de Sebastián A. Rizzo y Aleta Vidal (Bluepink)
De la colección “Mi primera historieta” de Blupink, viñetas sin textos para que los más chicos ingresen al universo de la historieta sin la presión de tener que leer los guiones. Acciones sencillas e ilustraciones expresivas.
“El infante Dante Elefante”, de J.J. Rovella.
También silenciosa esta historieta pone al elefante en el centro de todas las aventuras y desventuras, porque cuando parece que todo puede salir bien, en general resulta en un fiasco, sobre todo cuando Dante coquetea con Samantha, la elefanta. Comenzó en El fascinante mundo de la historieta, de Banda Dibujada, ahora la publica Ediciones de la Flor.
“Dugongs y manatí”, de Quique Alcatena (Comic.ar)
Esta es una de mutantes o de sirenos poco agraciados. En cualquier caso los protagonistas de esta historia tienen algo inexplicable y eso los hace un poco maravillosos. Sus aventuras suceden en el mar, entre navíos y supervillanos. Un derroche de fuerza y vitalidad con todos los condimentos.
“Batu”, de Tute (Sudamericana)
Batu y Tútum comparten inquietudes e interrogantes, pasan el día entre el mundo material y un mundo propio de fantasías. Tienen momentos de profunda emocionalidad y otros de perfecto absurdo y a ratos se ponen filosóficos, y reflexionan sobre el ser, el tiempo, la singularidad o la normalidad. Se popularizó en el diario La Nación.
“Ultra Zombies. Humor descerebrado”, de Pablo Henriquez y Javier Rovella (De la Flor)
Seguro que han visto por ahí algunas mochilas, una pasta de dientes o figuritas de estos zombies de cabeza cuadrada. La historia dice que una epidemia transformó a todo el mundo en zombie y una lluvia ácida, en ultra zombies. Un particular grupo de zombies se las tiene que arreglar con la nueva forma de estar en el mundo, que, sin embargo, plantea los mismos interrogantes de siempre: la amistad, el amor, los días, las noches, los miedos.
“Alina y Aroldo”, de Max Aguirre (Pictus)
Aroldo vive en un vecindario aburrido hasta que llega Alina, en compañía de su gata negra y montada en una escoba mágica. Aroldo se hace amigo de Alina y ella agradece esa amistad espontánea. Aroldo confía en Alina aunque a veces los trucos y las brujerías los pongan en aprietos. En esta historieta la magia real es el encuentro.
“Otto y Vera”, Andrés Rapoport y Kristhopher Woods (Ralenti)
Otra dupla, esta vez de hermanos: Vera es optimista y Otto es pesimista, cuando Vera celebra la comida sana, Otto piensa que es un asco y cuando ella sueña con el inicio de las clases, él tiene pesadillas. En las tarea de las que ella disfruta, él transpira como si estuviera desactivando una bomba.
“Mayor y menor”, Chanti (Sudamericana)
Y si de hermanos se trata, no hay historieta más querida por los lectores que esta de Chanti, que se popularizó en la revista Rumbos (aunque lamentablemente ya no se publica). Tobi, el menor, y Nacho, el mayor. Un entorno familiar corriente: madre y padre agotados, siempre un poco al borde del fastidio pero poniéndole el cuerpo a las cosas. Tíos y amigos en una cohorte de personajes entrañables, divertidos y alegres que se debaten entre la literalidad y el lirismo.
“Noni y el complot de las flores”, de Sole Otero (Hotel de las ideas)
El día que Noni se despierta en la jungla empieza por recorrer el medio. Intenta encontrar el camino de regreso al lugar de donde vino. Pero es el camino y no el punto de llegada lo más interesante: el modo en que Noni entabla amistad con las fieras, las plantas, las flores. Los dibujos de Sole Otero son para el regocijo. Cada una de las escenas es una delicia de colores, texturas y hasta perfumes.
“Historias de Bosquenegro”, de Fernando Calvi (Comiks Debris)
De la jungla de Noni pasamos al Bosquenegro de Calvi, habitado por ogros, orcos y gnomos rabiosos. Enanos laboriosos y monstruos pegajosos. Con algo de frutas extrañas horrendas y agrias. Y amigos, buenos amigos, para atravesar la espesura.
“Escuela de Monstruos”, El Bruno (Pictus)
Los amigos también son la clave en el mundo de Tomás, un chico “problemático” al que sus papás inscribieron en una escuela de monstruos en Transilvania. Es el único humano de su escuela y es tan pero tan travieso que no puede evitar meterse en problemas.
Lo mejor de cada una de las historietas es que cada libro trae docenas de aventuras y que, de cada título, hay muchas pero muchas entregas. A por ellas.
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