No es usual que un autor de origen español triunfe en el competitivo mercado anglosajón, y mucho menos que la obra en cuestión sea publicada primero en inglés que en su idioma original. Pero puede que 100 millones de usuarios de TikTok tengan algo que ver.
Farsa de amor a la española, la primera novela de la joven escritora madrileña Elena Armas, fue sin dudas uno de los libros más comentados alrededor del mundo en el último año. Esto se debió, en gran parte, gracias al furor que generó en TikTok, la red social por excelencia, incluso antes de ser publicada en papel.
Esta novela rosa apareció primero en Estados Unidos como The Spainsh Love Deception. El éxito desmedido generó que, en cuestión de meses, terminara conquistando más de 25 países. En el caso de la versión en español, que llegó tanto a España como a Latinoamérica de la mano de V&R Editoras, su título se eligió por una encuesta virtual en la que participaron los miles y miles de seguidores de Armas.
Farsa de amor a la española cuenta la historia de Catalina, una mujer desesperada y recientemente separada. Al ser invitada a la boda de su hermana en España, la protagonista se ve forzada a mentirle a su familia y amigos para no quedar como una “triste y patética soltera” ante ellos y, principalmente, ante su ex, que también es el padrino de bodas. Pero encontrar a alguien que la acompañe a cruzar el Atlántico con tan pocas semanas de anticipación no será nada fácil. O eso piensa Catalina.
Sin embargo, se llevará una sorpresa cuando quien se ofrece a acompañarla es Aaron Blackford, un compañero de trabajo al que no soporta y con quien tiene una hostil rivalidad. ¿Aceptará Catalina presentar como su pareja a su peor enemigo? ¿Cuáles son las razones de Aaron para demostrar esta repentina amabilidad? ¿Se transformarán los protagonistas en algo más que amigos? ¿Habrá lugar para el amor entre estos “enemigos con derechos”?
Además de la adaptación audiovisual preparada para los próximos meses de la mano de BCDF Pictures y con dirección de Peter Hutchings, Armas ya anunció la segunda parte de Farsa de amor a la española, a publicarse en septiembre, además de su tercera novela, que verá la luz a mediados de 2023. ¿Estará la autora a la altura del furor que generó? 100 millones de personas no pueden estar equivocadas.
Así empieza “Farsa de amor a la española”
–Iré contigo a la boda.
Nunca (ni en mis sueños más locos y, créanme, tengo una gran imaginación) pensé que escucharía esas palabras en ese tono firme y grave.
Bajé la mirada hacia mi café y entrecerré los ojos intentando detectar indicios de alguna sustancia alucinógena en el aire. Al menos, eso hubiera explicado lo que estaba sucediendo. Pero no.
No había nada. Solo lo que quedaba de mi americano. –Si estás tan desesperada por conseguir a alguien, yo te acompañaré. –De nuevo esa voz.
Levanté la cabeza, con los ojos abiertos como platos. Abrí la boca y volví a cerrarla de golpe.
–Rosie… –logré decir. Las palabras salieron como un susurro–: ¿está aquí de verdad? ¿Puedes verlo? ¿O estoy alucinando?
Rosie (mi mejor amiga y compañera de trabajo en InTech, la consultora en ingeniería de Nueva York en la que nos conocimos y donde trabajábamos) asintió despacio con la cabeza. Vi cómo sus rizos castaños rebotaban con el movimiento y una expresión de desconcierto se apoderaba de sus facciones, que en general estaban bastante relajadas.
–Nop. Está aquí –confirmó en voz baja mientras estiraba el cuello para poder espiar a mis espaldas–. Hola. ¡Buenos días! –saludó, simpática, y volvió a mirarme–. Justo detrás de ti.
Boquiabierta, miré fijamente a mi amiga. Estábamos al final del pasillo del undécimo piso de las oficinas de InTech. Nuestros escritorios estaban bastante cerca, por lo que, en cuanto entré al edificio (ubicado en el corazón de Manhattan, frente al Central Park), fui directamente hacia ella.
En la recepción habían puesto unos sillones de madera para que los clientes se sentaran a esperar sus reuniones. Como siempre estaban vacíos por la mañana, mi plan era echarnos allí un rato, pero solté la bomba antes de que pudiéramos sentarnos. Necesitaba sus consejos con urgencia. Y entonces…, él se materializó de la nada.
–¿Tengo que repetirlo por tercera vez? –Su pregunta me provocó una nueva ola de desconfianza y me congeló la sangre. No podía creer lo que estaba pasando. Lo que estaba diciendo no tenía ningún sentido. No en nuestro mundo en el que… –De acuerdo, bien. –Suspiró–. Puedo acompañarte. –Hizo una pausa y la aprensión volvió a dejarme helada–. A la boda de tu hermana.
Me quedé dura, con los hombros rígidos. Sentí como la blusa de satén que me había metido dentro de los pantalones beige se estiraba con el movimiento.
¿Se está autoinvitando a la boda de mi hermana? ¿Como mi acompañante? ¿Por qué?
Pestañeé. Sus palabras me retumbaban en la cabeza.
Entonces, algo se destrabó en mi interior. Lo absurdo de la situación y la broma perversa que se traía entre manos este hombre en el que sabía que no podía confiar hicieron que un sonido me trepara por la nariz y saliera fuerte y claro, como si no pudiera esperar ni un segundo más.
Sentí un gruñido detrás de mí.
–¿Qué es tan gracioso? –Su voz parecía más fría–. Lo digo en serio. Volví a reprimir la carcajada. No le creí. Ni por un segundo. –Las probabilidades de que esté hablando en serio –le dije a Rosie– son las mismas que tengo de que Chris Evans salga de la nada y me confiese que soy el amor de su vida. –Hice una mueca mirando a ambos lados–. Ninguna. Así que, Rosie, me estabas contando algo de… el señor Frenkel, ¿no?
El señor Frenkel no existía.
–Lina –Rosie esbozó una sonrisa falsa, mostrando todos los dientes, la que sabía que usaba cuando no quería ser maleducada–, parece que sí habla en serio. –Sin relajar la sonrisa de loca, inspeccionó al hombre a mi espalda.
–Nop. No puede ser. –Negué con la cabeza. Me resistía a darme la vuelta y ver que existía una remota posibilidad de que mi amiga tuviera razón.
No podía ser. Era imposible que Aaron Blackford, la persona con la que peor me llevaba en la oficina, propusiera algo semejante. De. Ninguna. Manera.
Un suspiro impaciente me llegó desde atrás.
–Estamos entrando en círculo vicioso, Catalina. –Una pausa larga. Otro suspiro ruidoso de su boca, mucho más largo. No me giré. Me quedé firme en mi lugar–. Por más que me ignores, no voy a desaparecer. Lo sabes muy bien.
Lo sabía.
–Pero eso no quiere decir que deje de intentarlo –murmuré. Sin relajar la sonrisa, Rosie me fulminó con la mirada y volvió a espiar por encima de mi hombro:
–Lo siento, Aaron. No te estamos ignorando. –Su sonrisa seguía tensa–. Estamos… debatiendo.
–Sí que lo estamos ignorando. No tienes que cuidar sus sentimientos. No tiene.
–Gracias, Rosie. –Aaron se dirigió a mi amiga con un tono menos frío. ¿Estaba siendo amable? Pensé que no conocía la amabilidad. Ni siquiera creía que pudiera ser amistoso. Sin embargo, siempre había sido menos… severo con Rosie. Desde ya no conmigo–. ¿Podrías decirle a Catalina que se dé la vuelta? Me gustaría hablarle a la cara y no a la nuca. –Su tono descendió a temperaturas bajo cero–. Eso, claro, si no se trata de uno de esos chistes que nunca entiendo y que tampoco me causan gracia.
El calor me subió por el cuerpo hasta el rostro.
–Claro –respondió Rosie–. Creo… Creo que puedo hacerlo. – Desde ese punto a mi espalda, dirigió la mirada hacia mi cara y levantó las cejas–. Lina, ehm…, a Aaron le gustaría que te dieras la vuelta si es que no estás haciendo uno de tus chistes…
–Gracias, Rosie. Lo escuché –dije con los dientes apretados. Sentía un fuego en las mejillas y me resistía a enfrentarlo porque eso significaría dejarle ganar esta partida, sea cual sea el juego que estuviera jugando. Además, acababa de decir que no era graciosa. Él–. Si no te molesta, por favor dile que no creo que sea posible reírse y mucho menos entender un chiste si no se tiene sentido del humor. Gracias.
Rosie se rascó el costado de la cabeza y me miró pidiendo clemencia. Parecía que me gritaba con los ojos: No me hagas esto.
Abrí grandes los míos para ignorar su petición y rogarle que me siguiera la corriente.
Resopló y volvió a mirarlo, una vez más.
–Lina cree que…
–Gracias, Rosie. La escuché.
Estaba tan en sintonía con él, con esto, que percibí el ligero cambio en su tono: iba a usar la voz que solo usaba conmigo. Esa tan seca y fría, pero ahora sumaba una capa de desdén y distancia. Esa que pronto se convertiría en un ceño fruncido. No necesitaba ni mirarlo para saberlo. Siempre estaba presente cuando se trataba de mí y de esta… cosa que había entre nosotros.
–Aunque estoy seguro de que mis palabras le llegan a Catalina allí abajo, te agradecería que le dijeras que tengo que trabajar y que, por favor, no alargue esto mucho más.
¿Allí abajo? Este hombre es un imbécil, además de un armario empotrado.
Mi altura es promedio. Promedio para una española, claro, pero promedio al fin. Mido casi un metro sesenta y cinco. Rosie volvió a fijar sus ojos verdes en mí.
–Aaron tiene que trabajar y te agradecería…
–Si… –Me detuve al escuchar que la voz me salió aguda y chillona. Me aclaré la garganta y volví a intentarlo–. Si está tan ocupado, por favor dile que es libre de esfumarse. Puede volver a su oficina y seguir con su obsesión por el trabajo que, sorprendentemente, interrumpió para meter sus narices en donde no le incumbe.
Mi amiga abrió la boca, y antes de que pudiera pronunciar una palabra, el hombre a mis espaldas habló primero:
–Bueno, ya escuchaste lo que dije. Mi propuesta. Así que... –Una pausa. Lo maldije por dentro–. ¿Cuál es tu respuesta?
El rostro de Rosie volvió a transformarse por la sorpresa. Seguí mirándola y me imaginé cómo mis ojos color café debían estar volviéndose rojos por la furia.
¿Mi respuesta? ¿Qué diablos quería lograr? ¿Era esta una nueva y creativa manera de jugar con mi mente, con mi cordura? –No tengo ni idea de qué está hablando. No escuché nada –mentí–. Puedes decírselo.
Rosie se puso un rizo detrás de la oreja, alternando la mirada entre Aaron y yo.
–Creo que se refiere a cuando se ofreció a acompañarte a la boda de tu hermana –explicó con dulzura–. Ya sabes, después de que me contaste que las cosas habían cambiado y que tenías que encontrar a alguien (a cualquiera, creo que dijiste) para que te acompañara a España y fuera contigo a la boda porque, si no, te morirías de forma lenta y dolorosa y…
–Ya entendí. –Me apresuré a interrumpirla y sentí que me volvía a arder el rostro al darme cuenta de que Aaron lo había escuchado todo–. Gracias, Rosie, no hace falta que sigas con el resumen. –O me moriría de una forma lenta y dolorosa en ese preciso instante.
–Creo que usaste la palabra “desesperada” –aportó él. Me ardieron hasta las orejas cuando lo escuché. Era probable que tuvieran cinco tonos de rojo radiactivo.
–No. –Exhalé–. No usé ese término.
–Tú… lo hiciste, cariño –confirmó mi mejor amiga (bueno, mi ex mejor amiga a partir de ese momento).
–¿Qué rayos, traidora? –murmuré con los ojos entrecerrados. Pero ambos tenían razón.
–De acuerdo. Bien. Lo dije. Aunque eso no quiere decir que esté realmente desesperada.
–Es lo que diría una persona desamparada. Sin embargo, si duermes más tranquila pensando que no, Catalina…
–No es tu asunto, Blackford, y no estoy desamparada, ¿de acuerdo? –Lo insulté por dentro y perdí la cuenta de cuántas veces lo había hecho esa mañana. Entrecerré los ojos–. Y duermo muy bien. Es más, nunca he dormido mejor.
¿Qué le hacía una mentira más a todas las que ya había dicho, eh? La realidad era que en verdad estaba desamparada y desesperada por encontrar a alguien que me acompañase a esa boda. Pero eso no significaba que…
–Lo que tú digas.
Es irónico que, de todas las malditas palabras que le había dicho a mi nuca esa mañana, fueran esas las que quebraran mi falsa postura de indiferencia.
Ese “Lo que tú digas” condescendiente, presumido, despectivo, tan de Aaron Blackford.
“Lo que tú digas”.
Me hervía la sangre.
Era una reacción tan impulsiva y desproporcionada para una frase de cuatro palabras (que dicha por cualquier otra persona hubiese sido insignificante) que no me di cuenta de que mi cuerpo estaba girándose, hasta que fue demasiado tarde.
Por su altura sobrenatural, me recibió un gran pecho cubierto por una camisa blanca y ajustada que me hizo desear apretar la tela en un puño y arrugarla porque, ¿quién va por la vida tan pulcro y planchado todo el maldito tiempo? La respuesta es Aaron Blackford.
Deslicé la mirada por los hombros definidos y el cuello fuerte que tenía hasta que llegué a su recta mandíbula. Los labios apretados formaban una línea, tal como lo había imaginado. Mis ojos siguieron subiendo y llegaron a los suyos (de un azul que me recordaba a las profundidades del océano, donde todo es frío y mortal) y me di cuenta de que me estaba mirando. Levantó una ceja.
–¿Lo que tú digas? –siseé.
–Sí. –Con esa cabeza, cubierta de pelo negro, asintió solo una vez sin dejar de mirarme–. No quiero perder más tiempo discutiendo algo que jamás admitirás porque eres demasiado testaruda. Así que, sí: lo que tú digas.
Este exasperante hombre de ojos azules que debe pasar más tiempo planchando la ropa que relacionándose con otros seres humanos no me haría perder la paciencia tan temprano en la mañana.
Mientras luchaba por mantener mi cuerpo bajo control, inhalé profundamente y me puse un mechón de cabello avellana detrás de la oreja.
–Si esto es una pérdida de tiempo, en verdad no entiendo qué sigues haciendo aquí. Por favor, sal de mi vista… y de la de Rosie. Para no verse involucrada en esta decisión, la señorita Traidora lanzó un ruidito distraído.
–Lo haría –dijo Aaron en un tono más conciliador–, pero sigues sin responder a mi pregunta.
–No era una pregunta –negué. Las palabras me supieron amargas–. Lo que sea que hayas dicho, no era una pregunta. Pero eso no importa porque no te necesito, muchas gracias.
–Lo que tú digas –repitió y mi enojo subió otro escalón–. Aunque creo que sí me necesitas.
–Crees mal.
–Y, sin embargo, sonabas como si en verdad me necesitaras. –Alzó la ceja aún más.
–Debes sufrir un serio problema de audición porque, como ya te dije, escuchaste mal. No te necesito, Aaron Blackford. –Tragué con fuerza para intentar quitarme la sequedad de la boca–. Podría comunicártelo por escrito o enviarte un e-mail si lo necesitas. Lo que prefieras.
Lo pensó durante un segundo, sin ningún interés. Sabía que no iba a dejarlo pasar con tanta facilidad. Lo confirmó cuando volvió a abrir la boca:
–¿No dijiste que la boda es dentro de un mes y que no tienes con quién ir?
–Puede ser. No lo recuerdo con exactitud. –Presioné los labios en una línea recta. Era justo lo que había dicho. Palabra por palabra. –¿Acaso Rosie no te ha respondido que si te sentabas en el fondo e intentabas no llamar la atención quizá nadie se daría cuenta de que habías ido sola?
La cabeza de mi amiga apareció de golpe en mi campo visual. –Sí, dije eso. También le aconsejé que usara un color discreto y no el despampanante vestido rojo que…
–Rosie –la interrumpí–, no estás ayudando.
Los ojos de Aaron no vacilaron mientras continuaba su camino por los senderos de la memoria.
–¿No le recordaste a Rosie que eras la “maldita” dama de honor (tus palabras) y que por lo tanto “todo el puto mundo” (de nuevo tus palabras) te iba a ver?
–Sí –confirmó la señorita Traidora. Giré la cabeza en su dirección–. ¿Qué? –Se encogió de hombros y firmó su sentencia de muerte–: Lo dijiste, cariño.
Necesito nuevos amigos. Lo antes posible.
–Lo dijo –corroboró Aaron y volvió a atraer mi atención y mi mirada–. ¿Y no dijiste que tu exnovio es el padrino y que querías arrancarte la piel de solo pensar que tendrás que estar cerca de él como una “triste y patética soltera” (de nuevo tus palabras)? Sí. Lo dije. No pensé que estuviera escuchándome. De lo contrario, nunca lo hubiera admitido en voz alta.
Pero parece que estuvo ahí durante toda la conversación y recién ahora lo sabía. Me había escuchado admitir todo eso y acababa de echármelo en cara. Y por mucho que quisiera convencerme de que no me importaba (de que no debería importarme) el dolor seguía ahí. Me hacía sentir más sola, tonta y patética.
Tragué el nudo que tenía en la garganta y me concentré en su nuez de Adán. No quería ver qué expresaba su cara. Burla. Lástima. No me importaba. No era el primero que tenía ese concepto de mí. Podía vivir con ello.
Su garganta se movió. Lo supe porque era lo único que me permitía mirar.
–Estás desesperada.
Exhalé, dejando pasar el aire entre mis labios, que mantenía presionados. Asentí con la cabeza: eso fue todo lo que le concedí. Y no entendí por qué lo había hecho. Yo no era así. Siempre peleaba hasta que mi contrincante sangrara. Los dos lo hacíamos. No nos preocupaban los sentimientos del otro. Eso no era una novedad.
–Entonces llévame. Iré contigo a la boda, Catalina. Alcé la mirada poco a poco y me invadió una extraña combinación de cautela y vergüenza. Que hubiera presenciado todo ya era bastante malo, ¿y encima intentaba usarlo a su favor? ¿Pretendía sacar lo peor de mí?
A menos que no fuera eso lo que buscara. A menos que hubiera otra respuesta, un motivo que explicara por qué estaba ofreciéndose para ser mi cita.
Quién es Elena Armas
♦ Nació en Madrid, España, en 1990.
♦ Es ingeniera y, según se define, una “romántica empedernida”.
♦ Farsa de amor a la española es su primera novela, que empezó autopublicando, y se ha convertido en un éxito internacional y un fenómeno en redes, además de publicarse en más de 25 países.
♦ Además de ser autora best seller de The New York Times, es la primera española en ganar un premio Goodreads.
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