Giovanna Pollarolo entró en una especie de crisis cuando se percató que estaba escribiendo dos historias diferentes. Decidió separarlas; una, aún no la retoma y con la otra nació Matusalén, la nueva obra de la reconocida poeta peruana, quien fue distinguida recientemente por el Ministerio de Cultura como Personalidad Meritoria de la Cultura “en reconocimiento a su extensa y destacada trayectoria como escritora”.
Infobae conversó con la autora peruana y catedrática acerca de este nuevo libro, la madurez, el temor a la vejez y a la muerte, y contó la anécdota detrás del título de la obra.
—¿Cómo fue la experiencia de escribir microficción por primera vez en Matusalén, viniendo de la poesía?
—Son cosas que he descubierto en retrospectiva. En mi poemario La ceremonia del adiós tengo un cuento que se llama La parábola del planeta, que tiene una estructura similar a Matusalén: contar una historia cotidiana y realista que adquiere un cierto valor metafórico súbitamente.
—Aunque son microrrelatos, en Matusalén hay mucha poesía...
—He tenido mucho libertad para escribir estas microficciones. Hace bastante tiempo se han roto las fronteras, ahora se pueden escribir textos híbridos. Ya no hay esa mentalidad aristotélica que quiere que todo sea clasificable.
—Ahora hay artefactos literarios, es la libertad de escribir que tenemos ahora.
—En la práctica, sí. Sin embargo, los lectores aún tienen la necesidad de clasificar y etiquetar obras literarias, no se puede dejar vivir sin eso. A partir de allí se puede comenzar a escribir como te surja, estableciendo y elaborando una poética. En cierta manera, Matusalén es una especie de piezas poéticas; como si las piezas de cada texto son rompecabezas.
—En Matusalén escribes acerca de Jane Fonda, Clint Eastwood y este señor que a los 80 años se licenció y luego quiere estudiar una maestría. Hay mucha desvalorización del adulto mayor.
También es la propia percepción del adulto mayor. Nadie sabe cuándo se va morir porque la fatalidad puede llegarte en cualquier instante. Matusalén proviene de una anécdota que contó el profesor Luis Jaime Cisneros: un compañero y él fueron a visitar al filólogo Ramón Menéndez Pidal, quien ya tenía cerca de 90 años y ya era una autoridad en España. El académico les explicó a estos dos jóvenes cuáles eran los proyectos que tenía para el futuro; y les mostró una investigación de unos manuscritos que le tomarían cerca de cinco años. Los muchachos se miraron entre sí, sorprendidos, porque esos planes eran para personas que podían estar en sus 30 o 40 años. Menéndez Pidal, al darse cuenta, contestó que tenía muchos planes y proyectos, y no quería que le pase lo que ocurrió con Matusalén que, pensando que faltaba muy poco para morir, nunca construyó una casa o tuvo una vida más cómoda.
—Siempre hay una historia en tus poemarios y, esta vez, en Matusalén hay un hilo conductor en los microrrelatos.
—Sí, ahorita recuerdo el poemario Entre mujeres solas.
—O La ceremonia del adiós.
—Sí, siempre entretejo una historia. En Matusalén sentía que estaba escribiendo dos historias diferentes, así que las separé. Podía seguir trabajando con cualquiera, pero me incliné más por Matusalén; la otra -que, hasta el momento, lleva el nombre de Casas- está medio abandonada.
—Alguna vez me comentaste que si sientes que el texto no tiene adónde ir, simplemente lo dejas.
—Nunca es en vano. Puedes haber escrito diez páginas, las descartas y allí te das cuenta que por esa línea no iba a la historia. Nunca has perdido el tiempo.
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