Para escribir sobre jóvenes que matan y mueren hay que combinar sangre fría con sangre caliente

Javier Sinay es autor de “Sangre joven”, que compila crónicas sobre homicidios en los que los autores y las víctimas no llegaron a la adultez. Cuenta su proceso de escritura en primera persona.

Javier Sinay nació en Buenos Aires en 1980. Acaba de reeditar un libro de 2009. (Gentileza Ana Portnoy)

En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.

Esta vez, la experiencia de escritura contada en primera persona está a cargo del periodista y autor argentino Javier Sinay, que trae consigo la reedición de su libro Sangre joven: matar y morir en la adultez. Se trata de una obra editada por Tusquets que se publicó originalmente en 2009 y que acaba de lanzarse en una versión ampliada y, en ciertos pasajes, reescrita. Esa reescritura obedece, por ejemplo, a cambios sociales que se produjeron entre su primera versión y la actualidad sobre todo en cuanto a la inclusión de una perspectiva de género, tal como describe el propio autor.

“¿Por qué matan los jóvenes?” le preguntaron al autor de este libro que compila crónicas de crímenes y muertes ocurridas cuando, en el imaginario popular, todo es futuro. Sinay se metió en historias en las que hay escaladas violentas, bullying, armas disponibles en casa, antiguos problemas con algún compañero o amigo que un día se desbordan hasta la tragedia.

Se metió en historias que requerían sangre fría para acercarse a mirarlas y sangre caliente para hacerlo con empatía y respeto. Y salió de esas historias con algunas posibles respuestas para esa pregunta que lo rodea desde que publicó Sangre joven por primera vez: ¿por qué?

Cómo escribí “Sangre joven”

Una tarde otoñal, hace ya algunos meses, me serví un café, prendí mi computadora y busqué mis archivos del libro Sangre joven: Matar y morir antes de la adultez. Ahí estaban, todavía: crónicas muy duras sobre jóvenes que matan y jóvenes que mueren, y a la vez muy cotidianas. Historias delictivas, varias, en las que a través de los homicidios quise retratar a una generación.

En uno de los capítulos de ese libro, un alumno participa de la ceremonia de la bandera en el patio de la escuela, como cada mañana, y unos minutos después saca una pistola y la descarga sobre sus compañeros. Lo llaman “Junior”, vive en Carmen de Patagones. En otro capítulo, Mauricio Ponce de León se va de su casa un sábado al mediodía pidiendo que le dejen unas milanesas para comer al regreso, y un rato más tarde es acuchillado varias veces. En un tercero, una chica, Andy M., sale a bailar cumbia con sus amigos a S’combro, participa ya en la alta madrugada de una pelea grupal, hace que su navaja brille fugazmente, apuñala nueve veces a uno y ocho veces a otro, y al día siguiente, aterrada por lo que hizo, lo escribe como una confesión en su diario íntimo.

Todas son historias reales. Aún las encuentra en Google cualquiera que las quiera buscar. Aún recuerdo a cada persona que entrevisté —asesinos incluidos— para saber por qué habían ocurrido.

Estos episodios parecían imposibles y, más de diez años después, siguen pareciéndolo. Pero de alguna manera hay que hacer sentido para intuir cuán honda es la dimensión juvenil. Esos fueron los desafíos de Sangre joven cuando apareció por primera vez en 2009. Y esos son los desafíos que se repiten ahora: el libro acaba de ser publicado de nuevo.

Es una reedición maximizada, corregida, bastante trabajada en su actualización. Hice algo no muy frecuente en el mundo de las reediciones: volví a revisar cada crónica línea por línea, palabra por palabra. Y reescribí, vaya si reescribí, y le di una nueva potencia a lo dicho. En diez años muchas cosas cambiaron; se nota especialmente en la conciencia actual sobre la violencia de género y sus crímenes. El uso de la palabra “femicidio” no era tan común antes.

Mauricio Ponce de León -una de las víctimas de los crímenes contados por el autor- junto a su novia.

El tiempo que pasó trajo una distancia necesaria: la primera vez, Sangre joven fue un libro urgente, o al menos fue “mi” libro urgente, el puñado de postales de un veinteañero que registró la violencia a su alrededor pero también la música, el circuito adolescente, algunas drogas, un mapa de discotecas y de defensorías juveniles, la jerga que todos hablaban de noche. Sangre joven como un mosaico donde la muerte brutal da paso al rito de la vida cotidiana. Y ahora —en la segunda vez del libro— estas historias son un poco parte de mi propia historia.

Me preguntaron una vez si escribir la crónica de un crimen no era estetizar la desgracia ajena. Pensé mucho en eso mientras hacía este libro. Y entendí que escribir una crónica —cualquier crónica— es ofrecer una mirada del mundo. Un acto ético.

Paradójicamente, para llevar estos casos al papel necesité sangre fría —asomarse a un asesinato no es gratuito— pero también sangre caliente —empatía y respeto— porque del otro lado había gente real. Mi compromiso con esas personas fue evitar el sensacionalismo. No se puede reducir todo a blanco o negro y en Sangre joven yo no busco ser imparcial, sino enhebrar historias que muestren grises, puntos en tensión, contradicciones y relatos cruzados; y trabajé para que todo eso generara un sentido superador al de las partes aisladas. Los seres humanos somos tridimensionales, usualmente complicados. ¿Por qué pasó lo que pasó? Entender es lo que busco en cada crónica.

En esta nueva edición agregué dos capítulos. Uno es “Rápido. Furioso. Muerto. El desenlace de Axel Lucero”, sobre un chico de 16 años criado en el seno de una familia trabajadora de La Plata, que al hacer nuevos amigos probó el vértigo de lo prohibido y, un día del verano de 2013, intentó robar una Honda Twister sin darse cuenta del peligro que lo esperaba. Esta historia ganó el Premio Gabriel García Márquez.

Unas líneas más arriba me refería a esa pregunta que me hicieron. Acá va otra que muchas veces, luego de que Sangre joven apareció por primera vez, también me llegó: “Y entonces, ¿por qué matan los jóvenes?”. Y yo dije: matan por celos, por codicia, por frustración y por locura. Matan porque una discusión se desbordó, porque alguien no supo dominar sus impulsos o decir “perdón” a tiempo. También hay violencia de género.

Los investigadores del comportamiento juvenil ven algunas cuestiones que se repiten entre los adolescentes y los jóvenes que cometen crímenes: vienen de familias violentas o son miembros de una pandilla o hay un arma en casa y saben cómo se usa o provocan conflictos en la escuela o hacen bullying (o lo reciben) o son crueles con los animales y con los niños. Hay incluso algunos modelos estandarizados para ellos: el joven furioso, el impulsivo, el que tiene un viejo problema con su víctima, el que mata durante un robo, el que los estadounidenses llaman school shooter.

La escuela en la que se produjo la llamada "Masacre de Carmen de Patagones".

Pero lo que los especialistas no dicen es que muchos de estos crímenes son el resultado de historias bastante comunes: amores adolescentes, peleas de colegio, pequeñas relaciones comerciales entre amigos. Jóvenes estirando los límites, jóvenes probando riesgos. Historias silvestres que terminan mal. La violencia es parte de la sociedad y lo sabemos, pero aquí se vuelve inaceptable porque contradice nuestra visión largamente idealizada de la adolescencia y de la juventud: ellos son el futuro. No podemos creer que haya adolescentes y jóvenes que estén tan desesperados como para llegar a matar. ¿Por qué no están disfrutando de la vida, como los demás? ¿No es una edad de descubrimiento y amistad?

Y sin embargo, aunque nos parezca imposible de aceptar, en los años que pasaron desde la primera edición de este libro no dejé de enterarme de más y más historias como estas: un niño de 13 años con dos dientes de conejo en la sonrisa mató a cuatro personas a puñaladas en Mendoza; una adolescente le disparó en la cabeza a su novio y luego se suicidó en un hotel; un muchachito tímido apuñaló a otro que lo hostigaba en el colegio y lo enterró en el patio de su casa; al cabo de una noche de gritos, reconciliación y sexo, una chica decidió terminar la relación con su novio, gatilló dos veces (primero a la espalda y luego de frente) y así se convirtió, desde Gualeguaychú, en una controversial figura mediática; ocho amigos que jugaban al rugby asesinaron a golpes a un chico que no conocían, a la salida de una discoteca cerca de la playa, porque creyeron que él los había mirado mal en la pista (o algo estúpido por el estilo).

La línea roja que separa lo habitual de lo atroz es muy delgada. Y no es extraño que se rompa: cuando lo habitual da paso a lo atroz, las cosas pueden dejarnos casi sin palabras. Pero hay que encontrarlas. Así ocurre en estas historias. Sangre joven —que en 2010 ganó el Premio Rodolfo Walsh a la mejor obra de no ficción en la Semana Negra de Gijón (España)— vuelve porque los crímenes son actos que reflejan el mundo. Lo hicieron ayer, lo hacen hoy, lo harán mañana. Por lo tanto, narrarlos es una manera de ver a una generación: de contar el amor, el odio, la desigualdad, la rebeldía, la (in)justicia, el coraje, la locura y la codicia. ¿Palabras grandes? Un homicidio expone a la persona que lo ejecuta y a quien lo sufre, pero también a la sociedad que lo engendra.

“Sangre joven” (fragmento)

Con la aridez de una noticia sombría —o alguna vez también con la urgencia de un título catástrofe—, los crímenes que siguen a continuación han aparecido en los medios y conmovido a la sociedad, en mayor o menor medida. No es para menos: en estas historias hay jóvenes que matan y jóvenes que mueren.

Los acontecimientos fueron publicados en la sección de policiales, donde muchas veces pasaron a ser una noticia más. Pero para mí no lo fueron durante el tiempo que investigué estas historias en las que el homicidio resultó un caso extremo, el peor de los desenlaces de una situación que aparentaba ser normal. Porque en muchas de estas crónicas el asesinato no ha sido planeado, sino que se dio como un estallido espontáneo que quebraba una rutina (que podía ser apacible o no, pero que era rutina al fin). Así, el homicidio servía como puerta de entrada a los universos que me interesaba descubrir y que aún existían en esos testigos que me contaban los hechos y que recordaban a sus amigos, pibes de entre 15 y 26 años cuyos ámbitos juveniles encerraban una trama policial que conducía a la vida cotidiana de una generación.

En mi narración no intenté revelar por qué alguien que muchas veces no tiene permiso para tomar alcohol ni para votar elige matar, ni tampoco indagué en las estadísticas criminales de los adultos jóvenes y los menores; lo que perseguí, en cambio, fueron las claves para retratar ese espacio juvenil y a sus personajes, dejando de lado los estereotipos. Y creo haberlas encontrado en un itinerario que incluye la discoteca y la bailanta, la cancha de fútbol, la cárcel, el colegio y la universidad, la fiscalía y la defensoría, la hamburguesería y la escena del crimen.

Luego de trabajar en el suplemento Sí! de Clarín y en la revista Rolling Stone, y de curtirme (porque esa es la palabra) como productor en la televisión con los programas Forenses y Fiscales, un reportaje sobre estos crímenes aparecía como lo más natural para conjugar en una misma zona dos caminos diferentes: el periodismo policial y lo que llamamos «periodismo de cultura joven».

Esa zona de cruce es un observatorio: desde ahí se ve el carácter doble de estos casos. Doble porque sirve para pensar cuándo una costumbre colorida y juvenil se puede convertir en una tragedia o, por otro lado, cuándo un expediente judicial estandarizado y archivado al lado de otros cientos esconde en su lenguaje técnico, fastidioso y deficiente una historia particular que habla de hábitos juveniles actuales, repetidos quizás un millón de veces, pero nunca señalados con suficiente atención. Este libro, entonces, se encuentra en el cruce de dos caminos.

Javier Sinay presentará la nueva edición de Sangre joven este jueves a las 19 en la librería Eterna Cadencia (Honduras 5574). Conversará con Lala Toutonian.

Quién es Javier Sinay

♦ Nació en Buenos Aires en 1980. Es periodista y escritor.

♦ Fue editor de la revista Rolling Stone y colaborador de medios como Infobae, Gatopardo, Etiqueta Negra, La Nación y Letras Libres, entre otros.

♦ Entre sus libros se cuentan Los crímenes de Moisés Ville: una historia de gauchos y judíos, Camino al Este: crónicas de amor y desamor y Sangre joven: matar y morir antes de la adultez. Es coautor de ¡Extra!, una antología de 150 años de crónicas policiales argentinas.

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