Yasmina Khadra es un best seller internacional, lo sabe, y lo dice. Si se lo mira al pasar, tiene pinta de tipo duro, le asoma el militar de ametralladora en mano y pie en el barro que fue. Pero ¿Yasmina? ¿Cómo que este señor se llama Yasmina?
El nombre, justamente, tiene que ver con eso: Yasmina antes se llamaba Mohammed Moulessehoul, y era un comandante en la lucha contra rebeldes islámicos en Argelia. No cambió de género: decidió que no quería someter a censura sus libros y por lo que escribía podían castigarlo. Entonces usó el nombre de su mujer. Y chau.
Ese es el hombre que ahora, cuando Infobae Leamos le pregunta por el atentado a Salman Rushdie dice que “Mientras la violencia se instrumentalice con el exclusivo propósito de silenciar el pensamiento, terminará por deshumanizarnos”. De otro modo lo había dicho en su Trilogía de Argel: “Desde que el terrorismo ha puesto a la religión en primera fila de la sedición, la gente sencilla no sabe a qué santo encomendarse”.
O más brutalmente: “El integrismo ya ha convertido la fe en un culto a la charlatanería”.
Como le fue bien con los libros, cuando dejó el ejército y “salió del closet”, Mohammed -nacido en Argelia en 1955- conservó el nombre de Yasmina. Suele decir que es el soldado y la drag queen de la literatura. Ha combatido con las armas y con la pluma contra el integrismo islámico y lo ha hecho desde adentro del Islam. Nadie va a decirle que no es musulmán y nadie va a decirle que sus hijas se tienen que tapar la cabeza ni que no puede coquetear con las mujeres. ”Soy un musulmán practicante. Lo que no entiendo es cómo estos jóvenes (integristas) imponen su interpretación a otros”, supo decir.
Ahora, con el atentado a Salman Rushdie deja un lugar para la duda respecto de las motivaciones del atacante pero ninguno sobre sus propias ideas: “Se trata de la ejecución de una fatua o de un acto aislado perpetrado por una persona frustrada y necesitada de visibilidad? En ambos casos, la agresión contra el escritor es una abominación. Nadie tiene derecho a atentar contra la vida de otro”.
En sus libros escribe cosas como esta, respecto de un vendedor de droga que se hizo fundamentalista religioso: “Digan lo que digan esos venerables imanes, si esta basura recala en el paraíso voy a que me la corte un fontanero”.
Son libros duros, oscuros, sin nada de corrección política. Hay un detective cansado, violento y recto y muchos funcionarios corruptos. Hay homosexuales; al detective -¿un alter ego del escritor?- no le gustan. Siempre está la condena al fundamentalismo islámico: “Entramos en una era extática, el milenio de los gurús. Las civilizaciones van a ser barridas a lo bestia y vamos a volver a los principios”, escribió Khadra. Y uno de los personajes parece burlarse de Rushdie: “Una fatwa y se ve uno catapultado hasta el premio Goncourt. A un montón de escritorzuelos les ha dado resultado”, dice.
Ahora, frente al atentado, Khadra cuenta que conoció a Rushdie en Nueva York en 2007. Y en una especie de manifiesto que publicó en sus redes, dice que “Él sabía que yo era un creyente practicante y yo sabía que él era ateo. Nos respetábamos porque siempre estamos convencidos de que la libertad de uno, mientras no se oponga a la libertad de los demás, es legítima.”
Khadra sostiene que “la desgracia de la humanidad comienza cuando unos cuestionan y condenan el modo de vida de los demás. Cuando se trata de creencias, desafiarlas es un ataque a la integridad. Podemos discutir, debatir o no debatir, pero nada justifica tomar medidas tan odiosas como imperdonables”.
Hace unos meses, en una charla con esta cronista, el autor explicó que, para él, la adhesión de los jóvenes al integrismo tiene que ver con algo social y con algo psicológico.
Lo social: la desesperación antes un mundo cada vez más difícil al que no le ven salida, la falta de futuro. Y un futuro al que no se puede acceder, dijo, es mejor suprimirlo.
Lo psicológico: la falta de comunicación en las familias, del amor de los padres. Entonces, dijo, buscan su familia en la calle. “Y en la calle encuentran cualquier cosa”. El yihadismo les da contención, una causa, algo de plata, decía Khadra. Y entran.
Ahora, en su escrito, perplejo por el ataque a Salman Rushdie, Yasmina Khadra, el soldado, concluye: “La intolerancia es una barbarie en ciernes. Suprime la lucidez. (....) sólo hay una razón verdadera, justa y esencial: VIVE Y DEJA VIVIR PORQUE NADIE TIENE LA VERDAD”.
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