Una biblioteca de un pueblo pequeño de Michigan, en Estados Unidos, corre el riesgo de cerrar después de que sus habitantes votaran para desfinanciarla porque no toleraban la distribución de libros con temáticas LGBT+. El caso sirve para ilustrar una tendencia que se extiende en ese país desde la reciente abolición del aborto: las reiteradas prohibiciones de libros en distintas bibliotecas norteamericanas.
¿En qué contexto ocurre esta intolerancia a lo que dicen los libros? En el contexto en el que un escritor de prestigio internacional, el británico Salman Rusdhie, resultó apuñalado este viernes tras más de tres décadas de que el régimen iraní dictara contra él una fatwa, es decir, una condena a muerte, por considerar blasfema su novela Los versos satánicos. Nada menos.
Este mes, los residentes de Jamestown votaron para desfinanciar la Biblioteca de Patmos a partir de una queja sobre la novela Gender Queer: a memoir, que aborda la experiencia de una escritora no binaria, Maia Kobabe. Esto trae como consecuencia “el vaciamiento de los fondos” con que la biblioteca contaba “hasta el primer trimestre del próximo año”, dijo Larry Walton, uno de los responsables de la institución, al diario local Bridge Michigan.
La primera queja sobre el título de Kobabe desató una ola de peticiones a la biblioteca, exigiendo que se quitara ese libro y muchos otros de temática LGBT+ de su catálogo. “La preocupación del público era que iba a confundir a los niños”, contó Walton. Pero el asunto no quedó ahí: un grupo autodenominado “Conservadores de Jamestown” repartió volantes condenando el género queer por mostrar “ilustraciones sexuales extremadamente gráficas de dos personas del mismo género” y denunciando la “promoción de ideología LGBT+”.
Lo que sucedió en Michigan no es nuevo. A principios de este año, Stephana Farrel, madre de dos hijos, ya había solicitado la baja de la novela gráfica en una junta escolar local en el estado de Florida. “Para las vacaciones de invierno (boreal), nos dimos cuenta de que esto estaba sucediendo en todo el estado y necesitábamos iniciar un proyecto para reunir a los padres para proteger el acceso a la información y las ideas en la escuela”, dijo.
Martha Hickson, bibliotecaria de un instituto de Annandale, Nueva Jersey, se enteró el pasado otoño de que algunos padres iban a pedir que su biblioteca prohibiera ciertos libros. Uno de ellos era el libro de Kobabe. “Los prepara para aceptar las insinuaciones inapropiadas de un adulto”, dijo la madre de un estudiante de esa institución.
“Hay algunos libros con pornografía y pedofilia que absolutamente deberían eliminarse de las bibliotecas escolares de kínder a 12º grado”, dice Yael Levin, portavoz del grupo de defensa conservador No Left Turn in Education, que ha pedido al secretario de Justicia, Merrick Garland, que investigue la disponibilidad de Gender Queer, entre otros libros.
Así, los bibliotecarios, quienes eran figuras de servicio, ahora quedaron expuestos en una guerra cultural que los pone en peligro, al igual que a sus carreras y su reputación personal. Acusaciones en redes sociales, denuncias ante la policía, políticos locales e Internet fueron las respuestas de estos activistas ante la negativa de los bibliotecarios de retirar de circulación los libros “que molestan”.
“Nos llamaban seductores de niños y pedófilos, y decían que había que despedirnos, que había que encarcelarnos, que había que encerrarnos, que había que quemar todos los libros”, explicó Tonya Ryals, quien renunció a su trabajo como subdirectora de la Biblioteca Pública de Jonesboro, en el condado de Craighead, Arkansas, después de que el consejo de la biblioteca introdujera una serie de políticas nuevas, entre ellas la de exigir la aprobación del consejo para cada libro nuevo destinado a la colección infantil.
Números alarmantes y una tendencia que crece
Este tipo de iniciativas, arraigadas a un cultura puritana que pese a todo le va quitando terreno a políticas inclusivas, ganaron fuerza en Estados Unidos tras la abolición del fallo que garantizaba el acceso al aborto y llaman la atención internacional. De eso habló Deborah Mikula, directora de la Asociación de Bibliotecas de Michigan, con el diario británico The Guardian, cuando expresó su convicción de que los catálogos de las bibliotecas deben representar “a toda la comunidad” y subrayó que “eso significa tener libros LGBT+”.
Los desafíos y prohibiciones de libros alcanzaron niveles no vistos en décadas, según funcionarios de la Asociación Estadounidense de Bibliotecas, la Coalición Nacional contra la Censura (NCAC, por sus siglas en inglés) y otros defensores de la libertad de expresión.
Así, la Asociación Estadounidense de Bibliotecas identificó 729 reclamos sobre “materiales y servicios de bibliotecas, escuelas y universidades” durante el año pasado, lo que llevó a retirar de sus estantes unos 1.600 títulos. La asociación de bibliotecas registró 1.597 libros cuestionados en 2021, la cifra más alta desde que la organización comenzó a registrar las prohibiciones hace veinte años.
Los esfuerzos de censura han abarcado desde comunidades locales como el condado de Orange y una junta escolar de Tennessee que retiró la novela gráfica Maus de Art Spiegelman, hasta iniciativas estatales.
Las distopías que se volvieron realidad
Ese escenario que planteaba el escritor norteamericano Ray Bradbury en su famoso libro Fahrenheit 451 en el que Guy Montag, un bombero y protagonista de esta historia de ciencia ficción, tiene como tarea quemar libros prohibidos por causar discordia y sufrimiento, está cada día más cerca de la realidad.
Este es el contexto en que la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) lanzó la campaña nacional “Libros para todos”, para que los lectores puedan acceder a los textos impugnados -por temas de género, religión, raza e historia- en estados gobernados por el partido Republicano, como Florida.
Por ejemplo, en Pensilvania también se lanzaron dos iniciativas contra la prohibición. En Kutztown, la estudiante de octavo grado Joslyn Diffenbaugh formó un club de lectura prohibido el otoño pasado que comenzó con una lectura de Rebelión en la granja, de George Orwell. El Proyecto de Mejoramiento de Pennridge ha iniciado una campaña para comprar libros que han sido retirados de las escuelas, incluidos Heather has Two Mommies (algo así como Heather tiene dos mamás), de Leslea Newman y This is My America (Esta es mi América), de Kim Johnson, y colocarlos en pequeñas bibliotecas gratuitas en todo el distrito.
Tras el anuncio de la prohibición de la interrupción voluntaria del embarazo fue el escritor y rey del terror Stephen King quien tuiteó: “Bienvenidos a El cuento de la criada”.
Esa novela (The Handmaid’s Tale en su idioma original), escrita hace más de 35 años por la canadiense Margaret Atwood, tiene el foco puesto en la segregación racial, como ocurría en los 80. Fue llevada a la pantalla en 2017 con un protagónico excepcional de Elisabeth Moss, imaginando una nación distópica, Gilead, donde tras la merma cruenta en la tasa de natalidad a raíz de la contaminación ambiental surge una revolución conservadora machista que establece una teocracia y esclaviza a las mujeres.
Poco antes de que saliera el fallo contra el aborto legal en Estados Unidos, Atwood tuiteó un artículo propio titulado “Yo inventé Gilead, ahora la Corte Suprema lo está haciendo realidad”, donde contaba que muchas veces interrumpió la escritura de aquella novela por sentirla “demasiado exagerada” y “tonta” y, con perspectiva oracular, reflexionaba en ese artículo: “Las dictaduras teocráticas no se encuentran sólo en el pasado distante: hay un número de ellas en el planeta hoy. ¿Qué impide que Estados Unidos se convierta en una de ellas?”.
Con información de Télam, AP y The New York Times.
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