El gran escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald consideraba que la inteligencia era la posibilidad que tenía un ser humano de habitar dos ideas contrarias en su cabeza y aún así, a pesar de esta contradicción que puede llevar a la parálisis y la inacción, descubrir la capacidad de seguir funcionando, de seguir adelante, de continuar una existencia.
En su nueva novela, Una oportunidad (Blatt & Ríos), el escritor Pablo Katchadjian (1977) le da forma narrativa a una pregunta filosófica que se relaciona con lo que planteaba Fitzgerald: ¿la espontaneidad existe como forma de transitar una vida o siempre estamos sujetos a las condiciones históricas de nuestro cuerpo y mente? Pero Una oportunidad comienza por otro lado: arranca con un hombre que cree que es víctima de un embrujo. El narrador va directo al hueso, sin rodeos: “Siempre supe que estaba embrujado. Cuando quería hacer ciertas cosas, el embrujo me lo impedía: así funcionaba.” A partir de ese momento, quitarse el embrujo de encima será el detonante de las peripecias de este personaje. A su modo, esta es una clásica novela de aventuras en la que un héroe intenta vencer un conflicto que lo complica y, de paso, quiere ayudar a las demás personas (en este caso: los lectores y lectoras del texto) con su experiencia.
De un tiempo a esta parte, los textos de Pablo Katchadjian fueron tensando la cuerda de lo que es posible contar en un texto que puede revestir cualquier forma: ya sea la poesía (el cam del alch, dp canta el alma); ya sea el artefacto literario, o una escritura objeto o literatura experimental, que se maneja con sus propias leyes (La cadena del desánimo, Mucho trabajo); ya sea la novela (Amado señor, En cualquier lado, La libertad total, Gracias y Qué hacer); ya sea el relato (Tres cuentos espirituales, El caballo y el gaucho).
En este sentido, la literatura de Katchadjian nos viene a decir que a la hora de escribir todo tiene un potencial determinado y todo es factible de ser vuelto material literario en la medida en la que se encuentre una ingeniería y una arquitectura que la contenga y le dé un sentido. No se trata tanto de pensar en la agotadísima discusión de si el arte es forma o es contenido, etc., sino de ver cómo encontrar un flujo de palabras que unidas construyan una obra particular.
Digamos: que funcione, que fluya (al protagonista de Una oportunidad una bruja le dice: “[El embrujo] No te mataría, obviamente, sino que haría que tu vida se vaya volviendo algo rígido, que no fluye, hasta que te apagues completamente”). De ahí a llegar a los dos textos que pusieron a Katchadjian en una zona de visibilidad teórica (se pronunció mucho la palabra “vanguardia” en el ámbito académico) y de conflicto (incluso legal, ya veremos) hay un solo paso: El Martín Fierro Ordenado alfabéticamente y El Aleph engordado.
En estos dos libros, Katchadjian descubrió una manera (lúdica, por supuesto, y muy seria) de intervenir el canon argentino y crear sus propias versiones a partir de procedimientos muy simples y muy efectivos: apropiación, reutilización y trastrocamiento de lo establecido (la gran lección de Duchamp) y producir un artificio que hace que los libros se escriban, prácticamente, solos. En relación a El Aleph engordado conviene recordar que este procedimiento trajo sus consecuencias en el campo literario (admiración, sorpresa y valoración) y en la corte: María Kodama le inició juicio en el 2009 por plagio al autor (su abogado fue el escritor Ricardo Starfacce), en el 2021 fue dictaminado la falta de mérito y esto derivó en que el juzgado Civil Nº 1 estableció que Kodama debía abonar 888 mil pesos, de los cuales 200 mil son gastos de ejecución. Pero hay que volver a Una oportunidad.
“Estoy escribiendo para ordenar lo que pasó, para entenderlo, ya que no termino de entender muchas cosas sobre cómo se resolvió el asunto del embrujo. No sé, no entiendo, no veo. Recuerdo todo, pero desordenado y sin historia, podría decirse”, intenta comprender el narrador acerca qué lo impulsa a escribir. Porque en algún lado tiene que estar el combustible que sostenga el funcionamiento de la maquinaria física y mental que significa ponerse a escribir una novela como Una oportunidad.
De ahí que el narrador siempre busque explicar y, más que nada, explicarse (aunque no siempre lo logra del todo y ese es parte de su encanto) y esto nos lleva a pensar en la utilidad de la ficción y, en un costado más general, el sitio que tiene en la sociedad actual. En ese aspecto, hay una utilización del lenguaje y el imaginario de la autoayuda a la que el narrador no termina de parodiar ni burlar o venerar: “no escribo para mí ni para otros sino para contar algo que quiero contar que luego se pueda leer y sirva de ayuda; es decir, no para recrear.”
Es una voz que siempre se va escapando y se mueve dentro de una zona muy compleja: la indeterminación. Es el narrador pero no tiene ninguna respuesta: de lo que vivió, de lo que piensa, de cómo seguir la historia (si es que hay una historia): “Ahora tengo un temor nuevo: que el tono liviano haga pensar que esto es un juego, o una travesura literaria, o alguna cosa horrible de ese sector de cosas. Y no, es algo que emana de una situación de mucha oscuridad”, dice la novela.
Pero este inconveniente, bajo la forma de cuestionamiento, sería: ¿cómo contar algo y cómo hacerse entender realmente sobre la finalidad de lo que se está contando?, no detiene en ningún momento el avance de la novela. Una oportunidad es una narración donde pasan cosas todo el tiempo. Es como si Katchadjian entendiera que se puede ser filosófico (dos ideas contrarias en una mente que se niega a elegir) pero sin olvidar nunca el humor, el movimiento y la acción.
Por ejemplo, leamos este fragmento: “La liberación no tiene límites. Quiero decir que para liberarse del embrujo uno debería poder hacer lo necesario. Claro que ‘lo necesario’ siempre tiene límites, así que uno debería necesitar cosas que estén dentro de esos límites. La liberación no tiene límites, pero las cosas sí porque son cosas hechas. ¿Qué está fuera de los límites? La muerte, por ejemplo. Y todo lo que uno es incapaz de hacer”.
Nuevamente: ¿qué se puede hacer en literatura? Y la respuesta llega sin ningún apuro: absolutamente todo. ¿Será esta la oportunidad a la que se refiere el título: la de poder ser libres de una vez por todas (por algo uno de sus libros se llama La libertad total) gracias a la literatura?
Pablo Katchadjian, que también es músico (esta novela tiene una vibración por momentos oscilante y en bloques reiterativos, hipnóticos), lector devoto de textos muy antiguos (sobre todos religiosos y de filosofía) y tuvo su recordada editorial de poesía IAP (donde publicó El Aleph engordado), sigue expandiendo una obra que cada vez más se parece a sí misma (aunque sus temática son muy distintas al apropiarse de todos los géneros, incluso en la música fue del punk a la ópera) y se vuelve su propia y única referencia: se trata de una búsqueda muy particular donde cualquier cosa puede pasar.
Sus lectores y lectoras están dispuestos a transitar lo insólito, extravagante, lo extraño. O quizás sea todo lo contrario. El narrador de Una oportunidad lo plantea de este modo: “Me gustaría pedirles que momentáneamente aceptaran (ustedes) la existencia de cosas que ocurren y no ocurren al mismo tiempo […] No es un pedido muy excéntrico, de todos modos, porque buena parte de la vida se desarrolla en ese lugar. O toda la vida. Es el lugar doble de las visiones. Todo lo que vemos existe y no existe al mismo tiempo”.
Quién es Pablo Katchadjian
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1977.
♦ Es escritor y profesor en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de las Artes.
♦ Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, hebreo, armenio y portugués, entre otros.
♦ María Kodama, viuda de Borges, lo demandó en 2011 por su libro El Aleph engordado.
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