Decir que la conferencia de Beatriz Sarlo fue el cierre de lujo del Festival Borges puede sonar a fórmula repetida. Pero no cabe otra palabra. Parafraseando a Borges: no seria una imprecisión ni una hipérbole calificarla de perfecta.
Fue el encuentro más esperado de la edición 2022 del festival, que comenzó el martes con la charla de Alberto Manguel y contó con la presencia de Javier Cercas, María Rosa Lojo, Alberto Rojo y Mariela Blanco, entre otros importantes referentes.
El título de la charla, “Borges, un escritor en las orillas”, remitía, por supuesto, al clásico ensayo de Sarlo que salió por Siglo XXI hace treinta años y que no deja de reeditarse.
Durante poco más de una hora y a través de una videoconferencia por YouTube, Sarlo abordó las diferentes razones por las que considera a Borges como un autor que, siempre desde los márgenes, se convirtió en una de las grandes figuras centrales de la literatura. Contó, por ejemplo, que la consagración le llegó primero en Europa —”un relato inverso a lo que suele suceder”— y que uno de los principales fascinados por sus inventos como los cuentos dentro de los cuentos, los dobles, los laberintos fue Michel Foucault. “Una cita en un libro de Foucault en los años 60 era casi consagratoria”, dijo, “es como si hoy Borges nos citara a alguno de nosotros”.
Estas son algunas de las frases que Beatriz Sarlo dijo sobre Borges:
Leer y escribir
“Borges tuvo algunas percepciones que hoy practica casi todo el mundo: la escritura como lectura y la lectura como escritura. La lectura de textos de otros como disparador de la escritura. Borges lo tuvo mucho antes de que se usara la palara intertextualidad en la crítica literaria. Borges le dio esa palabra a la crítica”.
Criollismo
“Cuando digo ‘Borges, escritor de las orillas’ pienso que no solo su literatura se manejó en los márgenes de los géneros —un cuento que se lee como un ensayo, un ensayo que se lee un cuento— sino digo que el criollismo, ese margen entre la ciudad y el campo que caracterizó el espacio que unía la provincia de la ciudad de Buenos Aires, fue su espacio original.”, dijo Sarlo.
“Borges hace un movimiento típico que es tomar un tema universal como es el asesinato de Julio César y acriollarlo. Lo traslada al mundo de los gauchos en el cuento La trama. Un ahijado se acerca al padrino y lo mata. Y Borges le hace pronunciar al hombre que está muriendo en el más perfecto criollo lo que Julio César había dicho a Brutus (’Tu quoque? ¿Tú también, Brutus?’). La traducción en términos criollos hace que Borges recurra a uno de los argentinismos que no puede suceder sino en el Río de la Plata: ‘¡Pero, che!’ No hay nada más criollo que eso”.
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La estrategia de lo menor
“Hay que ser buen lector para cautivarse con los inventos fantásticos de Borges. Incluso Bioy tiene invenciones más restallantes. Los de Borges son siempre retenidos. Ante lo desmesurado hubiera dicho ‘¡Pero, che!’. Toma la perspectiva del escritor menor frente a los temas mayores; lo que en general, sucede a la inversa. Por eso sus resultados son tan extraños y geniales. Aborda el tema del doble, que es un tema clásico y del romanticismo, pero no hace una operación restallante. La imaginación de Borges es una imaginación menor que se convierte en textos mayores. Cualquier escritor que no tuviera su genio la hubiera llenado de gestos: ‘¡Miren lo que acabo de imaginar!’”. (…)
“¿De quién quiere diferenciarse Borges? Cuando comienza a escribir, el escritor máximo era Leopoldo Lugones. Borges hace el movimiento de convertirse en algo menor respecto de lo grandioso que había hecho Lugones en la celebración del Centenario de 1910. Borges era muy niño, tenía 11 años, pero podemos suponer que conoció los textos de 1910 y dijo: “De este modo no hay que tratar a la patria”. Borges se diferencia muy fuertemente de Lugones en la búsqueda de un camino menor. Sólo que, cuando uno es un escritor de genio como Borges, el camino menor se convierte en el camino mayor de la literatura argentina”. (…)
Nosotros tuvimos suerte: tuvimos a Borges y tuvimos a Roberto Arlt
“Deleuze decía que Kafka escribía en checo, una lengua menor respecto del alemán. Es también el movimiento de Borges, que dice “¡Pero, che!”. Nosotros tuvimos suerte: tuvimos a Borges y tuvimos a Roberto Arlt. Ambos eligen —Arlt por el lado de la formas más populares y Borges por la mezcla del criollismo— escribir en lenguas menores. Si tuviera que caracterizarlo, yo diría que Borges es un maestro del understatement: decir menos de lo que se puede decir, ser pudoroso con aquello que se sabe decir, hacer o pensar, nunca atravesar el límite. Se puede leer en cualquiera de sus poemas, donde todo lo que podría haber sido con mayor grandilocuencia, él lo dice controlando el tono”. (…)
“Muy pocas veces se mueve de la estrategia de lo menor. Borges empezó a escribir cuando todavía quedaban restos del modernismo y Lugones era el gran escritor, por eso en esa época tiene dificultades de volverse más público. Ese es el estilo de una vanguardia que presiden Oliverio Girondo y Borges. Pero Girondo es más reconocible como vanguardia. Borges no tenía gestos grandilocuentes, es una obra en la que justamente el impacto está dado por lo pequeño, no por lo grande. Por eso los cuentos son breves. Es una síntesis que debe presentarse, impactar al lector y agotar al mismo tiempo”.
Campo y ciudad
“Borges es el inventor de un espacio literario limítrofe entre el campo y la ciudad. La nostalgia no es por recuperar la ciudad previa a la inmigración sino por lo que quedaba de campo en la ciudad. De ahí que sean tan abundantes los nombres propios, como si quisiera hacer una cartografía de la Buenos Aires que le van quedando. Por ejemplo, dice el nombre de las calles de su Palermo: ‘Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga’. Repite los nombres que para él designan esos objetos fundamentales. En el poema ‘Las calles’ dice ‘Las calles de Buenos Aires ya son la entraña de mi alma’”. (…)
“En la visión de Borges, la ciudad es hispano-criolla previa a la inmigración. Borges no habla de la inmigración —alguien podría decir: ‘Cómo a Sarlo no se le ocurre hablar de lo que Borges no habla’—. Borges tiene el oído para el ‘¡Pero, che!’, pero no para esos nuevos sonidos, que ya a comienzos del siglo XX estaban extraordinariamente presentes. Borges tiene a la ciudad hispano-criolla, que es la que se caracteriza por el damero de los barrios. No se ocupa de quienes viven en los conventillos”. (…)
“Cada escritor se ocupa de eso que interroga fuertemente su sensibilidad. Podemos hacer juicios ideológicos, pero me parece que no es el momento. La sensibilidad —que tiene origen social, de clase— se interroga sobre ciertos objetos y sobre otros no los vuelve visibles. Por eso, Borges, que tiene la temporalidad marcada por sus antepasados, se interroga por aquello que ellos vieron y por lo que él elige ver en la ciudad. Uno podría decir que cuando Roberto Arlt describe las calles llenas de gente que hablan un castellano con zonas ininteligibles está viendo otra ciudad. Los escritores tienen percepciones y nuestros juicios sobre ellos deben ser sobre cómo desarrollan esas percepciones. Y cómo los más geniales son capaces de escribir con esas percepciones el mito de los espacios sobre los cuales han armado su literatura”.
Una charla abierta
Hacia el final se abrieron preguntas del público y Sarlo contó que su cuento preferido es Los teólogos (incluido en el libro El Aleph) porque “es una fantasía no cruel”. También contó que Borges no se consideraba un intelectual sino un escritor, y que es muy difícil imaginar qué escribiría hoy.
Y cerró con algunos consejos para leerlo:
“Borges no es un escritor difícil, pero te hace suponer que siempre estás leyendo la superficie y que hay algo más abajo a lo que no estás llegando, como también pasa con Beckett”.
“La batalla de Junín fue clave en la literatura de Borges. Un crítico literario tiene que saberlo, pero ¿un lector lo necesita? Si necesitáramos saber tanto, yo no podría leer Balzac. ¿Qué sabemos de la España del siglo XV y XVI? Y, sin embargo, podemos leer El Quijote. El lector no es un investigador, aunque cuanto más sepa mejor lector será”.
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