Quienes no tengan el dato preciso, seguramente deducirán a partir de ciertas referencias añejas, que el que esto firma es una persona de cierta edad. Para confirmarlo, evocaré el eslogan radial del siglo pasado que promovía una marca de enlatados: “¿Qué clase de pescado sos, que La Campagnola no te envasa?”.
Una versión actualizada podría decir “¿Qué clase de escritor sos que no figurás en la Wikipedia?”. Porque eso es lo que sucede con el autor al que me referiré hoy, Eric Baremboim (sin ningún vínculo con el famoso director de orquesta y pianista). Hasta ahora publicó un solo y memorable (para mí) libro: Suárez en Kosovo, aparecido en 2018 con el sello de la muy destacable editorial Entropía de la que podría decirse, para seguir con la publicidad vetusta, que es “Chiquita pero cumplidora, como las pildoritas Ross”.
La novela viene con un endoso destacable: ganó el Premio de Novela Breve en la Bienal de Arte Joven del 2017, otorgado por un jurado muy confiable: Gabriela Cabezón Cámara, Fabián Casas y un representante de la editorial que la publicó.
Hablemos primero sobre el humor en la literatura.
Cabe recordar al respecto el título de una sección que ocupaba con breves y dudosos ¿chistes? los intersticios entre resúmenes de artículos periodísticos en la “Selecciones del Reader’s Digest”, una revista periódica que mi padre denostaba como propaganda yanqui, pero que mis tíos compraban y leían religiosamente: “La risa, remedio Infalible”. ¿Lo será?
En el suplemento literario Babelia del diario español El País, Javier Rodríguez Marcos analiza la presencia del humor en la literatura contemporánea. Bajo el título “Hambre de risa”, dice que “La explosión de talento para la sátira es un buen legado de la crisis: el humor crece como arma y como bálsamo” (el artículo ¡es de 2014!). Menciona como cultores del género a algunos escritores españoles: Enrique Jardiel Poncela, Eduardo Mendoza y Ramón Gómez de la Serna, junto a otros que no lo son: Gombrowicz, James Thurber y John Kennedy Toole, el de La conjura de los necios, misterioso best seller post mortem.
Acotando el tema a la literatura argentina, Ariel Magnus –autor él mismo de varias novelas cargadas de humor– recopiló y prologó en La gracia de leer, “(Casi) 200 años de humor literario argentino”. Inicia la selección con una ironía política: encuentra divertida la Declaración de la Independencia argentina de 1816, firmada, dice, por Narciso de Laprida, Mariano Boedo et al (aquí podría haber seguido citando nombres de calles de la nomenclatura porteña) en la que se expone la “voluntad unánime e indubitable de estas Provincias de (…) investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y Metrópoli…” a lo que se añadió diez días después “y toda otra dominación extranjera”. Comienza así una exhaustiva compilación de textos que van desde El matadero de Echeverría hasta otros de Hernán Casciari, Esteban Podetti y Martín Brauer, pasando por los inexcusables Macedonio Fernández, Fontanarrosa, Miguel Brascó, Rudy y muchos otros.
Este libro de Magnus apareció en 2011. Si así no hubiera sido, seguramente hubiera incluido fragmentos de nuestra Suárez en Kosovo. Su autor, Eric Baremboim, nació en Colegiales en 1987. Cursó el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Es técnico cinematográfico de la Universidad del Cine y es editor, escritor y performer. Entre 2011 y 2016 participó del Slam Argentino de Poesía Oral y luego de la Justa Poética Slam. Realizó literatura experimental en Facebook y MercadoLibre. Trabajó como asistente de producción del escritor y músico infantil Luis Pescetti. Desde septiembre de 2018 forma parte del programa de Escritura Creativa en Español de la New York University.
La novela gira alrededor de la confusión que deriva de la contratación como director técnico por un improbable equipo de fútbol de Kosovo –ese minúsculo país resultante de un largo conflicto bélico entre Albania y Serbia– de un kinesiólogo uruguayo al que toman por su homónimo, el excelente jugador Luis Suárez, también oriental.
En una entrevista en “Diario Vivo”, que le hicieron cuando ganó el premio, el autor dijo: “El lenguaje es la verdadera forma en que un pueblo habita el mundo. La relación entre lenguaje y territorio nunca es casual ni natural. Eso es lo que hacen explícito los procesos migratorios: en un lugar determinado una población habla la lengua de otro lugar. Sabemos que el lenguaje no es de los lugares, sino de las personas. Ahí se genera el conflicto.
Los nacionalismos acérrimos perciben eso como una amenaza al status quo. Y, en algún sentido, es cierto: nuestro lenguaje tiene el poder de cambiar el mundo. Lo falso e inútil es pretender que el mundo no cambie. O sea: el lenguaje es la verdadera forma en que un pueblo habita el mundo. Anularlo es imposibilitar su realización. En una novela atravesada por un clima de posguerra me pareció clave hacer énfasis en el lenguaje”
Esto pone en evidencia que su incursión en lo idiomático no es una casualidad.
El relato se origina en la suspensión aplicada al delantero uruguayo tras haber mordido a un rival de la selección italiana en el Mundial de Brasil. Se rumoreó que podría haber ido a jugar a Kosovo, cuya Liga de Fútbol no estaba afiliada a la FIFA.
El libro se abre con una duda lingüística (¿cómo se dirá bizcocho en el idioma local?) y a partir de allí se desarrolla un relato “agudo, cándido y disparatado”. Los problemas de Suárez para hacerse entender, especialmente por los jugadores a quienes debe dirigir, pero también para sobrevivir en la vida cotidiana, dan lugar a un relato desopilante. No es para “sonreír”, sino para reírse a carcajadas a libro abierto, como muchos de los textos de Fontanarrosa.
Carentes de sentido del humor, favor abstenerse. Para los demás, serán 134 páginas de diversión permanente.
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