Hay desde el inicio en la obra Eduardo Mileo una búsqueda de totalidad con la conciencia, sin dramatismos, de que no existe. Así, en su primer libro Quitame estas cruces (Ediciones Último Reino, 1982) reúne en cinco poemas llamados Cruces -del aire, fuego, agua, tierra y de Cristo- el peso sobre la espalda que lleva ese redentor y no puede en su propia voz, dramática, ser él mismo y acompañarnos: “Somos lo que nadie ha sido y nos quedamos de nadie y solos. / Somos lo que habría de nombrar la palabra en el alba. / Somos el nombre del alba. / Esta ausencia quebrada de pétalos y de hambre” (La cruz de Cristo).
Porque el reclamo, la invocación, el lamento provienen del vía crucis que carga la palabra lírica. Por ello la poesía es también, en ese sinuoso camino, no solo lo sagrado sino más bien la fe en lo político a través de la enunciación de lo injusto.
Es algo trascendente, algo que debe cambiar desde lo pequeño en la vida cotidiana, desde la vida social en su lucha de clases, en la explotación entre hombres y mujeres de este mundo: “Y a su manera cree/ que Dios proveerá/ si él sale a buscar lo que no hay. / El sin trabajo no va a la iglesia. / Su religión es un secreto/ entre él y las cosas:/ la energía/ que mueve el agua, / la fuerza/ con que el viento no deja de soplar”” (Plegaria, Poemas del sin trabajo, Ediciones En Danza, 2007).
A lo largo del tiempo Mileo (Buenos Aires, 1953), ha publicado más de diez poemarios propios, una tensión de formas. Una prosa poética que busca el verso y la alegoría en sus primeros libros y una poesía en verso que añora la prosa y encuentra la metáfora, imágenes, desde Puerto depuesto (1987).
También su obra innova en lo que el poeta llama “ideas generadoras”- “soy bastante abierto a formas nuevas que me movilicen”-, a veces experimentaciones. otras repetición de recursos, que sistematizan la estructura de sus libros y sus variaciones. Como si la subjetividad poética tomara un aspecto de nuestro universo para tratar de organizarlo, sin embargo, la lengua de la poesía golpea en él sin piedad e impide: desordena y al mismo tiempo inquieta, emociona, encuentra algo de luz pero descubre su opuesto. Esto se ha profundizado, por ejemplo, en sus dos últimos materiales; Extracción del agua de la niebla (2018), “una historia poética de la pintura universal”, y en Pentámeros (2021), más de cien poemas compuestos de cinco partes.
La poesía de Eduardo Mileo nos acerca con naturalidad, para luego sorprendernos, a ámbitos imaginarios y reales, individuales y sociales, a veces tiernos, a veces crueles. Sí, su poesía siente sin disfraces, quizás en la tradición de los poetas del grupo Boedo, exige y anhela una vida mejor aunque no sepamos cuándo.
Canción de cuna
I
El cielo está oscuro.
La luna se oculta
como si nunca
hubiera aparecido.
Todo lo que brillaba
está en el fondo del pozo.
II
Te veo en la luz
de una vela marchita.
Tus ojos
como luciérnagas me miran
ahora sí
ahora no.
III
Los cuentos de hadas
no tienen consuelo.
El destino de las
princesas
es pasar la juventud
en una torre.
IV
La noche se vuelve contra uno.
No se sabe si es
la oscuridad
o el silencio que no deja
de atronar.
V
Acá termina el cuento.
Apago la luz. Cierro
la puerta y las ventanas.
No te duermas.
(de Pentámeros, Ediciones En Danza, 2021)
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