Inflación en el país de la grieta: cómo lograr que pensar distinto no arruine soluciones compartidas

Santiago Sena y Roberto Vassolo escribieron “El negocio de la grieta”. Plantean un camino para superar los mecanismos arcaicos que generan pobreza y desigualdad.

Inflación, altos impuestos y desprotección del trabajo: cómo la grieta afecta la economía argentina y qué hacer al respecto en el nuevo libro de Roberto Vassolo y Santiago Sena.

“¿Para qué leer otro libro sobre Argentina?”, se preguntan los autores argentinos Santiago A. Sena y Roberto S. Vassolo al comienzo de su nuevo libro, El negocio de la grieta. Editado por Galerna, este libro, según advierten el filósofo y el economista, no es un compendio de recetas fáciles ni de soluciones mágicas. “Tenemos algunas ideas y ofrecemos lineamientos generales, pero el foco no está puesto en qué hay que hacer, sino en el cómo. ¿Qué ofrecemos? Un camino”, escriben en la introducción.

Con foco en la importancia del debate y la diversidad de opiniones, Sena y Vassolo plantean que “pensar distinto no anula la posibilidad de construir proyectos compartidos”, algo clave para sacar adelante a un país en crisis. Sin embargo, los autores sostienen que uno de los mayores problemas de Argentina es que, ante la imposibilidad -o falta de ganas- de articular acuerdos, hay un traslado del eje central del problema hacia la tan comentada grieta, una especie de excusa o chivo expiatorio para “mantener un statu quo donde algunos pocos referentes políticos, sociales, sindicales, periodísticos, académicos y empresariales ganan en perjuicio del empobrecimiento colectivo”.

Aunque ciertos acuerdos hoy parezcan imposibles, El negocio de la grieta pone las primeras piedras de un camino hacia la solución de los problemas económicos más imperantes en Argentina, como la inflación (que, insisten, es de las más altas del mundo), los altos impuestos, el exceso de regulaciones y la desprotección del trabajo. ¿Es posible un cambio? Sena y Vassolo sostienen que, aunque duela y sea difícil, no solo es posible sino, además, necesario.

“El negocio de la grieta” (fragmento)

CAMPEONES DEL MUNDO EN INFLACIÓN

La inflación es como un barranco empinado y fangoso, que dificulta el ascenso de las empresas y el mantenimiento de sus posiciones de valor. En la pospandemia resurgió un viejo debate sobre los límites tolerables de la inflación, con el objetivo de mantener niveles saludables de actividad en el marco de economías afectadas por el COVID-19. Sin embargo, ningún modelo teórico supone ni afirma que tener inflación alta (definámosla como una inflación anual igual o mayor al 10%) sostenida en el tiempo sea beneficiosa para el desarrollo de una sociedad. No hay discusión al respecto: los países que tienen inflaciones altas no aumentan su riqueza en el mediano ni en el largo plazo. Además, si los demás países sí se enriquecen, ese país, en términos relativos, se empobrece. Esta historia nos suena conocida porque estamos hablando de Argentina.

No es normal tener inflación alta. Analicemos el último año pre pandemia. En el 2019, a nivel mundial, solo 17 países tuvieron una inflación mayor al 10% anual y solo 7 superaron el 18% anual. Argentina tiene más del 18% de inflación anual hace una década. Vale aclarar que existe un enorme interrogante respecto a la veracidad de los datos del INDEC para algunos de esos años, por lo que la afirmación puede ser discutida. Pero es innegable, incluso tomando los datos reportados por el INDEC durante los años que generan mayor polémica, que la inflación argentina fue muy alta: el organismo reportó más del 10% anual de inflación para todos los años de la serie, excepto para el 2011 (9,5%), y alcanzó un pico de 26,9% en el 2015. En el año 2019, Argentina registró una inflación del 53,8%, la tercera más alta del mundo, solo por debajo de los índices de Venezuela y Zimbabue. Incluso superó la inflación de muchos países afectados por de sastres climáticos (Haití, 17,6%) o por extensos y cruentos conflictos bélicos (Sudán, 50,4%; Sudán del Sur, 24,5%; Liberia, 22,2% o Sierra Leona, 15,7%).

Agreguemos un dato adicional, el promedio mundial de inflación (sin considerar a Venezuela porque desvirtúa la muestra, ya que después de tres años de silencio informativo, su Banco Central reportó 9.500% de inflación para 2019) es de 3,6% anual. Por lo que, en el mejor de los casos, la inflación argentina es casi el triple a la del promedio del mundo hace diez años. Y la inflación del 2019 es casi 15 veces superior. Quizás estemos acostumbrados, pero esto no es normal... ¿Cuál es el problema?

La inflación alta golpea a todos, pero especialmente a los que tienen menos poder de negociación y menores ingresos. Si una misma unidad de medida (como el peso) pierde gradualmente su poder adquisitivo (cada vez se pueden comprar menos cosas con cierta cantidad de pesos), un empleado tiene que negociar su ingreso de manera regular. Los empleados en blanco están representados por sindicatos, quienes se ocupan de negociar regularmente las condiciones materiales del trabajo con los empleadores. Pero, en Argentina, hay un porcentaje muy alto de empleados que no están en blanco: o son independientes (monotributistas y autónomos) o están en negro. ¿Quién negocia el salario del empleado contratado de manera informal o del trabajador independiente? Él mismo. Por eso, su poder de negociación es considerablemente menor.

Al mismo tiempo, los que tienen ingresos más altos pueden invertir los excedentes, adquiriendo bienes que mantengan el valor de su trabajo. Algunos compran unos pocos dólares, mientras que otros invierten en bonos o en propiedades. Al final, más allá de los montos que puedan ahorrar, se escapan del drama de la inflación. Los que menos tienen, mantienen la plata en el bolsillo hasta que agotan todos sus ingresos en productos de primera necesidad, sin la posibilidad de cuidar el valor de su trabajo a través de las herramientas que usan los más ricos. Es difícil encontrar un impues to más regresivo y cruel.

Pero quienes están en situación de pobreza no son los únicos damnificados por la inflación. Recién establecimos que cuando los precios relativos cambian de manera constante generan incertidumbre y obligan a los diferentes agentes a renegociar regularmente sus relaciones. En el plano doméstico o familiar, la distorsión de precios significa que las familias tienen poco claro cuáles son sus gastos y cuánto vale su ingreso. Y, vale ser redundante para remarcar el punto con mayor énfasis, los más perjudicados son los que tienen menos margen entre gastos e ingresos: los más pobres de la sociedad.

"La inflación argentina no es normal" sostienen los autores de "El negocio de la grieta".

Pero en el plano de las organizaciones esto también es un problema grave que impacta en el día a día de la gestión empresarial. Los dueños de las empresas asumen muchos riesgos (en muchos casos, arriesgan todo lo que tienen) para satisfacer una demanda o necesidad de la sociedad. Nadie emprende ni comienza una empresa con la finalidad de perder dinero. El empresario genera valor a la sociedad al dar una solución a lo que la sociedad necesita y captura parte de ese valor que generó. ¿Cómo lo hace? Vende lo que produce más caro de lo que le sale hacerlo. Ese margen es su ganancia.

Al negociar constantemente todas las cosas (salarios con los empleados, costos de producción, insumos con proveedores, precios con consumidores, etc.), hay mayor posibilidad de que se generen ineficiencias. El empresario pierde control de cuánto le salen las cosas y de cuál es su ganancia real. Se ve obligado a revisar todos los cálculos, todo el tiempo. En la mayor parte del mundo, la inflación anual se mueve entre el 2% y 5% (post COVID-19 esto ha aumentado transitoriamente). Con una inflación del 2% los errores al presupuestar son imperceptibles. Tanto que, en muchos países, la educación en gestión empresarial suele no considerar la inflación y las empresas operan como si no existiese, y aceptan ese margen de error.

Cuando la inflación es del 50%, el error puede significar la quiebra del negocio. En los últimos 70 años la inflación acumulada ha sido la más alta del mundo. Entonces, las empresas argentinas deben hacer un esfuerzo administrativo enorme para compensar esta falta de predictibilidad. Se pasan horas y horas ajustando presupuestos, redefiniendo contratos, armando coberturas. Negociar constantemente sale plata. Se llama costo de transacción. En términos colectivos, la renegociación permanente de todos los contratos daña el tejido social.

Toda negociación implica un desgaste y puede dejar heridas. Es por eso que, en muchos países, los acuerdos salariales se revisan cada tres años. En Argentina el empresario lo debe hacer tres a cuatro veces al año. O una vez al año con cláusulas gatillo y un nivel de sofisticación que complejiza las relaciones y las negociaciones. Lo mismo pasa entre compradores y proveedores: el ajuste constante de los precios muchas veces genera malestar y la sensación de haber sido perjudicado. Ni hablar del traslado de los mayores costos a la góndola, donde los consumidores miran con desesperanza cómo el valor de su trabajo se deprecia y les impide acceder a los bienes y servicios a los que antes sí llegaban. Esa imprevisibilidad e incertidumbre son desgastantes y frustrantes pero, además, son caras.

En el mundo de las finanzas la imprevisibilidad es sinónimo de riesgo. Si una institución tiene plata y la misma persona —que supongamos que es honesta, trabajadora, cumplidora y con un historial intachable— le va a pedir prestado, pero con dos propuestas de negocio diferentes: una, a desarrollar en un país estable y con reglas de juego claras (seguridad jurídica e instituciones), y otra, en un país inestable y de alta inflación... el acreedor (la institución) le va a prestar con dos tasas diferentes. Porque una propuesta implica más riesgo que la otra. No importa que la persona sea la misma ni que los dos negocios sean rentables: si el acreedor asume más riesgo, quiere más ganancia.

Cuando los empresarios del país quieren tomar deuda, les pasa esto. Les sale más caro de lo que les saldría si fueran a invertir en Uruguay o en Paraguay. O, dependiendo de la época, en Bolivia, Ecuador, Perú, Chile, Colombia, Brasil y casi todos los países del continente, a excepción de Venezuela y Haití. Esto se mide a través del riesgo país, que si bien sube y baja, es un indicador regular cuando se lo compara con los da tos de la región. Más datos.

La inflación es una enorme desventaja competitiva en el mercado mundial, que no favorece la inversión directa en el país. Explicar lo que significa la inflación a un argentino es sencillo, pero explicarle a un extranjero que la inflación anual del país es mayor a la inflación acumulada en su país en los últimos 20 años es misión imposible. No lo pueden entender. Basta ver las caras de los enviados de una casa matriz a la filial argentina para ver una presentación de presupuesto: les parece ciencia ficción.

Considerando todos estos datos, no es aplicable lo que muchas veces se escucha decir en la arena pública: “un poco de inflación es buena”. Es muy difícil sostener esa afirmación cuando se confronta con magnitudes como las que se presentan más arriba: Argentina es un país que se sale de cualquier cuadrante razonable y no tiene comparación mundial en los niveles de inflación. Afirmar que un poco de inflación es buena para Argentina implica una mezcla riesgosísima de impericia y malicia.

La inflación argentina no es normal. Y esta anormalidad tiene consecuencias: genera imprevisibilidad; aumenta los costos transaccionales de todos los sectores, la incertidumbre y el riesgo, que repercute, a su vez, en el costo del crédito; desincentiva la inversión; produce mayor desigualdad y, a la larga, empobrece al conjunto de la sociedad, salvo a los ganadores del sistema, que son muy pocos. Y esto no les pasa a todos los países: nos pasa a nosotros.

Quién es Santiago A. Sena

♦ Es profesor y licenciado en Filosofía (UCA), y doctorando en Dirección de Empresas (IAE Business School)

♦ Trabajó tanto en el sector privado como en el público, y desde diciembre de 2015 se desempeña como director general de Emprendedores de la Ciudad de Buenos Aires.

♦ Tiene una amplia trayectoria docente y un marcado compromiso como voluntario en el campo social.

♦ Escribió los libros Emprender para cambiar el mundo, junto a Andy Freira, y El negocio de la grieta, junto a Roberto S. Vassolo.

Quién es Roberto S. Vassolo

♦ Es economista, profesor en Estrategia e Investigador del CONICET.

♦ Es PhD. en Strategic Management de Purdue University, tiene un Posgrado en Economía por la Universidad Di Tella y es Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina.

♦ Algunas de sus investigaciones han sido publicadas en Harvard Business Review, Strategic Management Journal, Academy of Management Journal y Organization Science, entre otras.

♦ Es autor de los libros Dirección Estratégica en Países Emergentes, El Negocio de la Grieta y Strategy as Leadership: Facing Adaptive Challenges in Organizations.

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