La soledad y la depresión reinan en la vida de Tadeo en El año del fantasma (Colmillo Blanco, 2022), la primera novela de Jose de la Peña. El personaje principal, que sufre de epilepsia, no encuentra la estabilidad laboral que le prometieron en la universidad; trabaja en una revista que le paga una miseria como practicante; y en una pequeña habitación asquerosa en el pudiente distrito limeño de San Isidro se cuestiona cómo llegó hasta tal punto.
En el libro hay mucha referencia a la cultura pop, hay mucho sexo -Tadeo se autoproclama como bisexual- y la tecnología siempre está presente.
Infobae conversó con el autor peruano, quien vive y trabaja en Barcelona.
—La inspiración es al mismo tiempo un tema común y un tema obligatorio para conversar con artistas y escritores. ¿Crees que se asemeja a la iluminación divina o tiene que ver con motivarse uno mismo?
—Con la motivación creo que hay mucho de ambas. Tiene que ver con que bajen las musas a susurrarte al oído, porque si no la visión del artista no trasciende ni logra resquebrajar la realidad que atraviesa. Y también tiene que ver con que uno se mantenga listo para tomar nota de ese soplo, de lo que ese momento de inspiración dicta y pueda hacerlo obra. No quiero recurrir a la famosa frase de Picasso, pero él entendía de qué iba la nota.
—¿Cómo la has manejado en esta novela?
—En el caso de El año del fantasma, por ejemplo, la novela empezó con ciertos chispazos de melancolía (aderezados con alcohol, puchos y marihuana, por supuesto). Lo que podríamos llamar el momento de inspiración. Y claro, así se dieron unos cuántos capítulos, pero darle forma a la obra, encontrar su razón de ser, pulirla, todo eso ya fue un trabajo arduo, de algunos años incluso.
—¿Qué diferencias ha habido entre El año del fantasma y el anterior libro, Breves paseos por Marte?
—También me pongo retos como escritor: en mi caso quería construir un relato en activo, tener un lenguaje mucho más poético, que se alejara del tono urbano y tan simplista de mi primer libro, Breves paseos por Marte, pero sin perder mi voz como autor. Esta es una obra con un desarrollo más racional a diferencia del libro anterior, donde el proceso fue más lúdico. Por eso creo que la riqueza de El año del fantasma está en los detalles de lo que el protagonista tiene para compartirnos. Cómo en una frase puede condensarse el espíritu de una vivencia, o toda una ciudad, o la realidad.
—En el libro se mencionan muchas características de la generación millennial, tantas veces bajo el ojo de la tormenta, pero ¿cuáles crees tú que marcan transversalmente a los millennials más antiguos y a los más jóvenes?
—Recuerdo que tenía un papelote pegado en la pared de mi cuarto mientras escribía la novela. Ahí, a un costado, había dibujado un círculo dividido en dos mitades. Una decía “falta de trabajo” y en la otra había puesto “amor”. En parte eran las dos cosas que sentía que me faltaban por esos años, que fueron un poco oscuros, pero también tenía que ver con algo que empezaba a hacerse constante en mis conversaciones con amigos. Para empezar, vivimos en la inestabilidad. Los estándares de vida se han encarecido, el poder está muy concentrado y, aunque esté de moda decirnos colaboradores, los trabajadores jóvenes somos solo un número reemplazable para las empresas donde trabajamos; es difícil crecer en el ámbito profesional. Todos quieren contratar practicantes porque así se ahorran dinero y saben que las universidades son como fábricas de desempleados. En Perú, difícilmente un millennial se comprará una casa o un auto.
Por otro lado, estamos muy marcados por las heridas que nos han dejado nuestros padres y abuelos, y eso, a veces, nos impide relacionarnos. Tenemos una visión totalmente distorsionada de lo que es el sexo y el amor, incluso de nosotros mismos. Sin embargo, queremos sanar estos traumas y allí es donde está la diferencia con las generaciones pasadas. Los dinosaurios quieren quedarse como son, si así están bien, creen ellos; entonces sale esta cuestión de “generación de cristal” como una forma de desacreditar esta lucidez emocional nuestra que nos pide luchar por darnos una vida más armoniosa y saludable, sin tanta mierda que aguantar. Porque desde siempre la sociedad te hace aguantar mucha mierda y seguimos viviendo como si debiéramos tolerar maltratos, como si fuera normal que para todo hubiera que pagar “derecho de piso” o someterse ante el poder, y quizás no lo es. Somos los que pusimos la salud mental en agenda y no nos dan crédito por ello. Pero los nietos de estas generaciones lo harán.
—Si bien la depresión como eje temático en la literatura está siendo cada vez más tocada, hay muchas condiciones que casi ni se mencionan en la actualidad, como es el caso de la epilepsia, ¿por qué elegirla como enfermedad del protagonista?
—La epilepsia es una enfermedad más recurrente de lo que a uno podría parecerse. De cada 1.000 personas, casi 10 la padecen, cerca del 10%. Me ha pasado entrar a una fiesta, ponerme a conversar con alguien, y que a mitad de la conversación me confesara que la padecía, igual que yo. Justamente por eso es tan doloroso saber de primera mano que el sistema de salud pública peruano puede llegar a hacernos tanto daño como pacientes.
—¿Hay una intención de dar a conocer más sobre ella o, quizá, de evidenciar el precario sistema de salud del país?
—Es terrible la negligencia, la indolencia con que atienden muchas veces a los asegurados, y la administración del gobierno es criminal. Todo siempre está saturado, desabastecido, estático; como si buscaran tranquilizarte nada más mientras esperan que te vayas muriendo. Por supuesto, no hay que generalizar, pero se roza muchas veces el límite de la inhumanidad. Y por supuesto, esta situación es trasladable a otras enfermedades como el cáncer. Yo preferí retratarlo desde mi experiencia porque siempre he pensado que, aunque la investigación puede llevarte a zonas muy emocionantes o descarnadas, es mejor escribir de lo que uno conoce bien para poder tener mayor libertad con el uso del lenguaje y el manejo de la historia.
Además, esta pregunta me lleva a completar mi anécdota anterior. Para terminar el círculo que había dividido en dos, coloqué alrededor, como orbitando la trama de la novela, la palabra “AUSENCIA”, así, en mayúsculas. El año del fantasma es una obra marcada por las ausencias. De la familia, de la expareja, de la motivación, de las oportunidades, de la estabilidad…Y justamente, si algo caracteriza al sistema de salud público del Perú muchas veces es eso, su ausencia.
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