Del poder de la basura sobre nosotros a la aventura de amar a un no humano: una nueva filosofía sobre las cosas

Partiendo de que nuestros cuerpos están compuestos de materia -también mineral, metal, electricidad-, la teórica Jane Bennett dejar de ver los objetos como algo “sordo” y asumir que son vibrantes y tienen fuerza.

Akihiko Kondo posa junto al holograma Hatsune Miku (Foto: Grosby Group)

¿Es posible enamorarse de algo no humano? Algunas personas tienen un vínculo amoroso profundo con sus mascotas e incluso con sus plantas. Las relaciones afectivas con los animales son indiscutibles y desde la publicación de la investigación realizada por Peter Tompkins y Christopher Bird en 1973, llamada La vida secreta de las plantas, la comunicación con las plantas es un hecho.

Pero ¿es posible tener un vínculo sentimental con objetos que no forman parte del reino animal o vegetal? El futurismo italiano nos develó a principios del siglo XX el amor por las máquinas como una posibilidad. El escritor inglés James Ballard profundizó está pulsión en una serie de trabajos donde este “casamiento” del hombre con la máquina incluía al masoquismo y el dolor placentero del metal hundiéndose en la carne. Crash publicada en 1973, es su novela más conocida en este aspecto ya que fue llevada al cine por el director alemán David Cronenberg en la década de los 90.

Pero fuera del arte y la literatura, el mundo expansivo, diverso y aceleracionista que nos muestra a diario Internet puede darnos ejemplos recientes: Yuri Tolochko, el fisicoculturista ruso que se casó con una muñeca inflable y luego se divorció, o Akihiko Kondo, el japonés que se unió con un holograma o Geoff Gallagher, el australiano que contrajo matrimonio con una robot.

!¿Cómo cambiarían los patrones de consumo si lo que tuviéramos enfrente no fueran desperdicios, desechos, basura sino una acumulación cada vez mayor de materia vibrante y potencialmente peligrosa?” Jane Bennett

¿Qué pasa con estos casamientos? ¿Responden a tendencias de personas con ciertos desórdenes sociales o es que realmente hay otro modo, otro tipo de vinculación con los objetos? Al respecto, la teórica política y filósofa estadounidense Jane Bennett publicó en el 2010 el ensayo Materia vibrante que se convirtió en un documento clave para reconocer la participación activa de fuerzas objetuales y no humanas en los eventos; y bajo esta premisa pensar la posibilidad de una convivencia afectiva y ecológica con las cosas no animadas. Este ensayo es publicado por primera vez en español con traducción de Maximiliano Gonnet en la editorial argentina Caja Negra.

Antropoceno, posthumanismo y nuevo materialismo

Desde los años 60 el capitalismo empezó a develar, como en las capas sucesivas de una cebolla, diferentes indicios de que la civilización se sumergía en una fase que podría identificarse como la de su agotamiento.

En ciclos de 3, 5 o 10 años en diferentes partes del mundo aparecían diferentes tipos de crisis: energéticas, de petróleo, inflacionarias, inmobiliarias, financieras, sanitarias, ecológicas, catastróficas y hasta de internet.

Conforme las crisis se volvían una moneda corriente en nuestras vida diferentes teorías con cosmovisiones de impronta pre capitalista o pre colonial alineadas en el ambientalismo empezaron a tomar relevancia como opción a un vínculo más amigable del hombre con la naturaleza.

Jane Bennett y su libro "Materia vibrante"

Desde el arte se acuñaron conceptos muy ligados al ambientalismo como el de “antropoceno”, que consiste en -parafraseando al químico Paul Crutzen- una nueva era de la humanidad donde el planeta deja de ser un espacio de privilegios y bienestar para la expansión de especie humana, y pasa a convertirse en un lugar hostil con diversos tipos de catástrofes más o menos frecuentes y en su mayoría generadas por el extractivismo capitalista.

Y aparecen respuestas a este antropoceno, como el posthumanismo de la filósofa italiana Rosi Braidotti, que propone una negación al pensamiento humanista de las ciencias sociales y una fusión de la vida humana con la tecnológica.

O como el de “nuevo materialismo”, donde se inscribe Jane Bennett junto a otros teóricos, que propone una relación sentimental, profunda y conflictiva con los objetos que, a diferencia de lo que el pensamiento occidental considera, tienen una incidencia activa sobre la vida de las personas y, por lo tanto, sobre la historia.

Materia en movimiento

El título que elige Bennett, Materia vibrante, está asociado al protagonismo que tienen los objetos que, aunque parezcan inertes, quietos, inactivos, en realidad vibran (como todas las cosas que emiten una frecuencia de vibración) y por lo tanto producen movimientos en su entorno.

Para explicar esto inicia su texto haciendo una especie de fenomenología del tratamiento de los objetos en la historia de la Filosofía, empezando por el filósofo holandés Baruch Spinoza y su intención de asignar conciencia a las cosas, como lo enuncia en la sentencia por la que es reconocido: “Si una piedra arrojada al aire tuviera conciencia de sí misma, seguramente pensaría que se mueve por su propia voluntad” porque “cada cosa se esfuerza todo lo que puede por perseverar en su ser”.

Hay teóricos, científicos y escritores como W.J.T. Mitchell, Henry Thereau, Nancy Levene, Merleau-Ponty, Robert Sullivan, Deleuze, Richards Rorty y hasta Franz Kafka, considerados por Bennett dentro de una tradición de “materialistas vitales” que parte de Spinoza y su piedra para abordar diferentes enfoques de la participación que tienen los objetos en la vida de las personas. Es un modo de asociativismo que Bennett llama “poder-cosa” y que termina en la configuración de los cuerpos humanos como un sistema compuesto de materia: mineral en los huesos, metal en la sangre, electricidad en las neuronas.

La trayectorias

Es posible trazar en las historias de las personas y en las historias de las poblaciones y civilizaciones un trayecto de la materia, los objetos, las cosas. Los materiales plásticos van a estar acompañando a la humanidad cientos de generaciones, así como el calcio que tenemos en nuestros huesos viene de un lugar recóndito de la galaxia, y bajo esta realidad también puede pensarse un vínculo político, social y afectivo con los objetos.

No olvidemos que en el Océano Pacífico hay una isla de basura conocida como El séptimo continente que en la actualidad ronda los 4 millones de kilómetros cuadrados, una superficie mayor que la de la Patagonia argentina.

Montañas de basura. Una mujer trabaja en la basura en Chimalhuacán, Estado de México. (Foto: Karina Hernández / Infobae)

Bennett propone en cada capítulo extensas discusiones a partir de experiencias etnográficas sobre cosas comunes y mundanas que experimentan los ciudadanos de pie junto a fenómenos físicos que incluyen células madre, aceites de pescado, electricidad, metales y basura. Estudia el poder vital de las formaciones materiales como los basureros, que generan corrientes vivas de sustancias químicas y ácidos grasos omega-3, que pueden transformar la química del cerebro y el estado de ánimo.

Defendiendo un materialismo vitalista, pretende reformar la epistemología de las ciencias humanas y sociales, aportando nuevo vocabulario y proponiendo nuevas formas de abordar la experiencia científica al mismo tiempo que elabora una crítica ecologista a la sociedad de consumo, al modelo productivo del extractivismo y al poder intrínseco de las cosas que demandan un respeto acorde.

Por eso hace pie en creencias y cosmovisiones que se desarrollaron de un modo paralelo o tangencial al proyecto positivista del capitalismo. Las culturas nativas de Latinoamérica, como los Qom, por ejemplo, que están en la zona conocida como Gran Chaco en las provincias argentinas de Chaco y Formosa principalmente, consideran que todo lo que conforma el mundo tiene alma. Los animales, las piedras, los árboles y por supuesto los humanos. Por lo tanto a la hora de pescar, se establece un diálogo con el río al que se le pide permiso para iniciar su actividad. Y así con todas las cosas que conforman su mundo.

Bennett propone incorporar a las corrientes filosóficas, sociológicas y políticas elementos de estas cosmovisiones para contribuir a una ecología política que nos permita incorporar a nuestra biodiversidad objetos, cosas, materias, minerales que deslizan un trayecto sobre las historias de los ecosistemas a los que pertenecemos. Y negarlos o considerarlos basura o simplemente objetos inactivos solo nos condena a un mundo fragmentado, refractario y, sobre todo, contaminado.

Materia vibrante (fragmento)

Este libro tiene un proyecto filosófico y, asociado a él, un proyecto político. El proyecto filosófico es el de pensar detenidamente una idea extendida entre las mentes modernas: la idea de la materia como algo pasivo, rudo, bruto o inerte. Este hábito de analizar el mundo en términos de materia sorda (ello, las cosas) y vida vibrante (nosotros, los seres) es un “reparto de lo sensible”, para decirlo con Jacques Rancière.

Las cuarentenas de la materia y la vida hacen que ignoremos la vitalidad de la materia y los vívidos poderes de las formaciones materiales, como por ejemplo el modo en que los ácidos grasos omega-3 pueden alterar los estados de ánimo humanos, o el modo en que nuestra basura no se encuentra “lejos” en los vertederos, sino que en este preciso momento está generando corrientes dinámicas de sustancias químicas y gases volátiles de metano. Volveré una y otra vez sobre las figuras de la “vida” y la “materia”, desestabilizándolas hasta que empiecen a parecer extrañas, más o menos como el modo en que una palabra habitual puede, al ser repetida, convertirse en un sonido extraño y sin sentido.

El filósofo Baruch Spinoza. Un punto de partida.

En el espacio abierto por este extrañamiento puede comenzar a tomar forma una materialidad vital. O, más bien, puede tomar forma nuevamente, pues una variante de esta idea ya encontró su expresión en las experiencias infantiles de un mundo habitado por cosas animadas antes que por objetos pasivos. Intentaré volver a invocar, despertar eso que Henri Bergson describió como “una creencia latente en la espontaneidad de la naturaleza”.

Asimismo, la idea de materia vibrante tiene una larga (y, si no latente, al menos no dominante) historia filosófica en Occidente. (...)

El proyecto político del libro es, para decirlo de la manera más ambiciosa, promover interacciones más inteligentes y sustentables con la materia vibrante y las cosas animadas. Una pregunta rectora: ¿cómo cambiarían las respuestas políticas a los problemas públicos si nos tomáramos en serio la vitalidad de los cuerpos (no-humanos)? Por “vitalidad” entiendo la capacidad de las cosas –comestibles, mercancías, tormentas, metales– no solo para obstaculizar o bloquear la voluntad y los designios de los humanos, sino también para actuar como cuasi agentes o fuerzas con sus propias trayectorias, inclinaciones o tendencias.

Mi aspiración es la de articular una materialidad vibrante que corre en paralelo a y al interior de los humanos, a fin de ver cómo los análisis de los acontecimientos políticos podrían cambiar si le diéramos más importancia a la fuerza de las cosas. ¿Cómo cambiarían los patrones de consumo, por ejemplo, si lo que tuviéramos enfrente no fueran desperdicios, desechos, basura o “el reciclado”, sino una acumulación cada vez mayor de materia vibrante y potencialmente peligrosa? ¿Qué diferencia implicaría para la salud pública si el acto de comer fuera entendido como un encuentro entre cuerpos diversos y abigarrados, uno de los cuales es el mío, la mayoría no, y ninguno de los cuales logra nunca imponerse por sobre los demás?

Quién es Jane Bennett

♦ Nació en 1957.

♦ Es teórica política y filósofa.

♦ Enseña Humanidades en la Universidad John Hopkins.

♦ Entre sus libros están The Enchantment of Modern Life y Materia vibrante.

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