Es un vértigo entrar al libro Identidad de ciertas frutas de la poeta uruguaya Amanda Berenguer (1921-2010) de afuera hacia dentro como cuando vamos de la cáscara a la pulpa o sin quererlo al carozo.
Su tapa, una Naturaleza muerta del pintor renacentista Abraham Mignon, dirige nuestra lectura y al mismo tiempo la confunde pícara porque los poemas de este libro hacen de las frutas formas bien vivas, con respiración propia, transformaciones, lugar del apetito frugal, del deseo erótico y existencial del yo poético: “Por las manzanas/-deliciosamente-/conozco el deseo/ descubro la salud/ y esa larva de muerte/ que se lleva en medio del esplendor” (”La manzana 1″).
Amanda Berenguer, nacida en Montevideo, formó parte de la llamada “Generación del ‘45″ aunque se diferencia de poetas de ese grupo como Mario Benedetti, Idea Vilariño, o Ida Vitale por la diversidad de momentos propios que guarda su obra. Por ejemplo, en su faz experimental– cercana a la poesía concreta brasileña- o en su giro introspectivo junto con la influencia, la lectura fascinada y traducción exquisita de poemas de la escritora norteamericana Emily Dickinson.
En ese sentido, quizás identificada con la vida de esta poeta, Berenguer llevó adelante, según su percepción, una vida de bajo perfil público, de ‘ama de casa’. Así lo explícita en el epígrafe de El monstruo incesante. Expedición de caza (1990) “Mi biografía es una sucesión de acontecimientos con el lenguaje. No tengo más.”.
Bajo la cuidada primera impresión en la Argentina de la editorial La Ballesta magnífica (la original es de Montevideo, Arca, 1983), Identidad de ciertas frutas es un catálogo arbitrario de metáforas, colores, texturas, sensaciones, alegrías, mitos y palabras.
Aquí no se observa en la naranja, los dátiles, las peras, el damasco, los maníes, el membrillo, etc., materia muerta ni se entrega una visión de las frutas alabadora ni objetiva al modo de poetas tan disímiles como Pablo Neruda o Francis Ponge.
Amanda Berenger, con más de veinte libros y aún secreta en nuestras costas, abre en cada poema un encuentro vivaz y único en la subjetividad de sus versos. Por ello, en la identidad de cada fruta y sus derivados reverbera, suena, escribe en mayúscula su nombre propio: “El Chocolate te ha nombrado/ de una sola vez/ definitiva/ y entonces he sabido quién eres/ como si hubiera cantado en mi boca/ oscuros mirlos/ enamorados.” (”El cacao”).
IX. (los higos)
Tiene sangre el fruto de la higuera
y destila su néctar tenaz
su culposo jarabe
sigilosamente.
Ha habido un crimen
una violación
bajo las grandes hojas.
Yo observaba
embebida
a través de las ramas.
Los higos cuelgan maduros
amoratados
remordimientos.
Los higos
cuelgan del árbol
como murciélagos de melaza
como ahorcados
un manojo de lujuria.
(de Identidad de ciertas frutas, Delta de San Fernando- Buenos Aires, 2021)
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